El mayorazgo de Ugarte en Amurrio

Como todos sabemos, Ugarte es uno de los barrios que conforman la localidad de Amurrio “desde siempre”. Allí se encuentra, junto a la carretera, un edificio que en el momento de escribir estas letras apenas es visible porque la vegetación se ha adueñado por completo de sus muros, aunque no hace tanto, aún abandonado, podía apreciarse su factura, más bien moderna, la más reciente encarnación de una casa antigua, la principal del barrio y una de las más importantes del pueblo y la comarca. Sobre ella y los que fueron sus dueños trataremos en este artículo.

En el expediente de hidalguía del Capitán Juan de Ugarte, del año 1638 y sobre el que tratamos en números anteriores de esta revista, se decía que las casas de Ugarte en Astobiza, Ziorraga, Berganza, Lezama y Amurrio eran todas dependientes de la originaria casa torre de los Ugarte, en el valle de Laudio/Llodio. Esto es cierto para los tres primeros lugares citados, ya que sabemos que uno de los señores de Ugarte de Llodio fue al mismo tiempo señor de la casa torre de Astobiza, cuyos descendientes radicaron en la casa torre de Ziorraga y en la de Jauregia en Berganza. El parentesco entre todos ellos se manifiesta en su apellido, Fernández de Ugarte. Sin embargo, no conocemos ningún documento que nos aclare el origen de los Ugarte de Amurrio, ni de la familia de la que vamos a hablar ni de otras que también lucieron este apellido, que no fueron pocas.

Así, los Ugarte en Amurrio son muy abundantes desde los primeros registros parroquiales, de mediados del siglo XVI, y es imposible que todos desciendan de un tronco común. Por entonces, había familias importantes de este apellido en el mismo barrio de Ugarte, en Armuru y en Urieta, sin parentesco próximo que nosotros sepamos, además de otras familias de menos enjundia que llevaban el mismo apelativo.Por ello, creemos que el solar de Ugarte, que da nombre a todo un barrio, habría sido realmente ajeno al de Llodio. Muestra de esta ausencia de vínculos con aquel sería el hecho de que en Amurrio no lucen el patronímico Fernández, sino otros como Martínez de Ugarte o Sáez de Ugarte.

Pero los dueños de la casa más principal de Ugarte usaron otro patronímico distinto, Ortiz. Y de ellos hablaremos a continuación.

HERNANDO ORTIZ DE UGARTE

Sobre 1534 los señores de la casa torre de Astobiza, el Caballero de Santiago Cristóbal de Mújica y Ana Hurtado de Mendoza, fallecieron prematuramente lejos de Ayala en menos de un mes. Para disponer de sus cosas, tanto en lo espiritual como en lo terrenal, habían dado facultad al padre de ella, Lope Hurtado de Mendoza, que en enero de 1535 dispuso todo lo concerniente a las honras por sus almas y la gestión de sus bienes. Una de las cláusulas decía: “que se cumplan los contratos de casamientos que mandaron los dhos don xpoual e dona ana a preseual de muxica e a dona ynes de muxica muger de hernando de ugarte yjos del dho don xpoual”[1]. Aunque Inés de Mújica figura aquí como mujer de Hernando de Ugarte, a continuación se expresa que aquella debía recibir 10.000 maravedís cuando se casara, por lo que probablemente habían hecho esponsales y vivían juntos pero sin haber formalizado el matrimonio propiamente dicho. Como se dice en la cita anterior, Inés -que en otras ocasiones aparece con el nombre de Leonor- y Presebal fueron hijos de Cristóbal…pero no de Ana. Sabemos que Presebal nació hacia 1512 y suponemos que Inés lo debió hacer un par de años antes o después pero Cristóbal y Ana no se casaron hasta 1526[2]. Por lo tanto, fueron hijos de Cristóbal en su soltería aunque no sabemos quién fue la madre.

Ser un hijo ilegítimo por aquel entonces no era un obstáculo para quienes tenían poder y recursos económicos, de manera que nadie fue capaz de hacer sombra en Ayala a Presebal de Mújica, que vivió en Luiaondo. Y su cuñado Hernando Ortiz de Ugarte no le fue a la zaga. Lo lógica sería pensar que Hernando fue natural y heredero del solar de Ugarte en Amurrio, en el que vivió, pero lo cierto es que la documentación histórica no arroja sombra alguna sobre su origen: fue natural de Saratxo, hijo de Juan Sánchez de Derendano y Marina de Echeguren. Siendo así, Hernando debió tomar el apellido Ugarte al pasar a residir a esta casa; el problema es que nada indica que ésta hubiera sido de Inés de Mújica. Entonces, ¿estuvo Hernando casado en primeras nupcias con una presunta heredera de la casa solar de Ugarte y de ahí que adoptara el apellido? Por el momento, no lo sabemos, de modo que el origen de esta casa continúa siendo una incógnita para nosotros.

Lo que podemos afirmar es que Hernando de Ugarte ya era un personaje importante en la comarca en 1533, ya que aparece junto a otros muchos ayaleses aceptando la sentencia del Consejo Real que obligó a la Tierra de Ayala a regresar al seno de la Hermandad de Álava, en la que fue procurador -representante de Ayala- en 1535, 1536, 1538, 1552, 1556, 1557 y 1559. En 1558 incluso fue nombrado capitán de las tropas provinciales en la guerra con Francia. Pertenecía, por tanto, a la élite social ayalesa.

Como casi todos los notables de la zona en aquellos siglos, desempeñó el oficio de escribano. Por ello, y por su categoría y ascendencia social, en 1541 estuvo en Valladolid siguiendo los pleitos que Ayala mantenía en la Audiencia de la Chancillería.

Por otro lado, y aunque éstas no fueron tan estáticas como en muchas ocasiones se han querido presentar, Ugarte parece adscribirse al bando oñacino, pues como tal aparece definido cuando, junto a otros de esta parcialidad, quitó un alfanje y un letrero que los Murga habían colocado en la tumba del recién difunto Lope García de Murga hacia 1550 en la parroquia de Santa María. Poco después de este incidente, el Licenciado Menchaca fue nombrado patrón de la parroquia por merced real, con derecho a llevar la mitad de los diezmos de la misma, pero al ser foráneo fue precisamente Hernando, y después su hijo, quienes percibieron esos diezmos. Su poder en el pueblo fue, en conclusión, muy elevado.

Los Derendano siempre aparecen en los pocos documentos ayaleses anteriores que conocemos, indudablemente su posición social venía de familia, aunque la rama fue cercenada cuando su hermano Juan de Derendano fue asesinado el día de Jueves Santo de 1539 en la iglesia de San Nicolás de Saratxo a causa de un saetazo propinado por Martín de Oquendo, que huyó a Panamá. Juan dejó una sola hija de corta edad y nombró heredero a Hernando en caso de que ella falleciera antes de la edad de testar o sin herederos legítimos, como efectivamente ocurrió[3].

Hernando Ortiz de Ugarte habría fallecido entre 1571 y 1573 con unos ochenta años de edad. Esto se dice en declaraciones de testigos posteriores, por lo que es posible que exageraran la edad, puesto que algunos afirman incluso que murió centenario. Si nació en la última década del siglo XV, es muy posible que hubiera tenido un primer matrimonio, ya que Inés debió ser bastante más joven. Por último, no conocemos cuántos hijos tuvieron pero tenemos noticias de cuatro: Casilda, que se casó con el escribano Juan de Velasco en Larrinbe; Francisca, que se casó con Francisco Fernández de Ugarte, señor de Ziorraga; Diego y Cristóbal, que es el siguiente protagonista de esta historia. 

CRISTÓBAL ORTIZ DE UGARTE

Desconocemos su fecha de nacimiento pero debió hacerlo pocos años después del matrimonio de sus padres puesto que se casó en 1561 o 1562 con Francisca de Orueta, natural de Luiaondo. Al igual que su padre, fue escribano y desarrolló una intensa carrera en las instituciones locales y alavesas. En la Tierra de Ayala, fue alcalde ordinario por primera vez en el curso 1565-1566 y lo sería de nuevo en 1569-1570 y 1573-1574, fue síndico procurador general en 1576-1577 y diputado regidor en 1600-1601. Acudió como procurador de Ayala a las Juntas Generales de Álava desde noviembre de 1576 hasta mayo de 1578, en mayo de 1581, en 1586-1587 y en 1594-1595. Y si su presencia en estas instituciones no fue mayor es debido a la incompatibilidad de estas representaciones con el oficio que ocupó durante muchos años, el de teniente de Alcalde Mayor, actuando en ocasiones incluso como titular, a pesar de que el Alcalde Mayor o Gobernador no podía ser natural de la Tierra ni de una distancia menor a las cinco leguas de ella. Allá por 1584 y 1585 se unió al ínclito Juan de Urrutia a la hora de reivindicar las preeminencias que como tal Alcalde Mayor creía -erróneamente- que le correspondían en la parroquia de Amurrio. En 1595 aún figura como Alcalde Mayor y en agosto de 1600 presentó título de teniente de Gobernador, por lo que su vinculación al cargo fue muy duradera.

Su testamento nos servirá para acercarnos mejor a su figura[4]. El “dueño y señor de la casa de Ugarte del lugar de amurrio”, ya viudo, testó el 4 de abril de 1606 estando “enfermo de mi cuerpo y en mi buen juicio y entendimiento”, por lo que probablemente falleció poco después. En primer lugar, dispuso que su cuerpo fuese sepultado “dentro en el cuerpo de la yglesia de santa mª del lugar de amurrio en la sepultura donde yaçe sepultada doña francisca de urueta mi muger o donde fuere la voluntad de lope garcia de murga aguirre mi señor primo”. En realidad, eran primos segundos, puesto que sus respectivos padres Hernando Ortiz de Ugarte y Juan Martínez de Aguirre eran primos, al ser sus madres Marina y Constanza de Echeguren respectivamente. Lo que ocurre es que Lope era el patrón de la iglesia y el único, junto a la casa de Saerin, que tenía derecho al notable honor de tener sepultura en el interior de la iglesia. Es por ello que Juan de Urrutia y Cristóbal, las personas más poderosas de Amurrio por aquel entonces, trataron sin éxito de adquirir ese mismo derecho por todos los medios legales e ilegales. Esa es la razón por la que Cristóbal se encomendaba a la voluntad de Lope García de Murga, quien ya habría condescendido con su mujer, para obtener tal privilegio digno de su status social.

Por otra parte, Cristóbal ordenó que se hicieran las funciones de entierro, novenario y cabo de año por “Diego de Ugarte mi hermano difunto”, lo que nos lleva a pensar que falleció fuera de la localidad y/o en circunstancias que impidieron realizar los actos religiosos pertinentes.

Por aquel entonces, tenía tres hijos y cuatro hijas. En vida de su esposa, habían casado a Mencía -con Francisco de Arechederra-, a Leonor –con Hernando de Ayo, vecinos de Luiaondo como los anteriores- y a Hernando (1563), seguramente los tres mayores. Tenían también a Juan (1568), Francisca (1575), Casilda (1576) y Cristóbal (1579). Casilda se había casado con Ventura de Zaballa tras la muerte de su madre. Por lo tanto, tenía en casa a Francisca, a quien encargó la misión de llevar oblada y candela a su sepultura y a quien presta especial atención en el testamento legándole hasta 1.000 ducados.

El hijo menor, Cristóbal, se encontraba por entonces en Sicilia (“que si lo quiere Dios no permita muriere cristoual de ugarte mi hijo antes que a esta tierra benga de las partes de cicilia donde al presente está”) y tenía una hija llamada Leonor, a todas luces  ilegítima.

El testador nombró heredero universal de todos los bienes muebles y raíces, derechos y acciones, que quedaron de el y de su mujer, a su hijo Juan “que al presente reside según publico y notorio en la ciudad de potosi que es en el reino del peru” con la condición de que, si no regresaba a Amurrio a vivir en el plazo de cuatro años, los heredase Cristóbal con la misma condición. Además, ninguno de los hijos de éstos podrían heredar si no eran fruto de legítimo matrimonio. Si ninguno de los dos hijos regresaba en el plazo señalado, quedarían apartados de la herencia y todos los bienes pasarían a su hijo mayor, Hernando de Ugarte, o al heredero de éste en caso de haber fallecido. Y lo mismo ocurriría si Juan o Cristóbal regresaban pero no tenían hijos legítimos o los tenían y fallecían antes de poder testar.

HERNANDO DE UGARTE ORUETA

Hernando, que solo algunas veces aparece con el patronímico Ortiz, fue bautizado en la parroquia de Amurrio el 25 de noviembre de 1563. Siguió con el oficio de escribano de sus antecesores y se casó en 1583 con Casilda de Ulibarri Onsoño, de Lezama. Fue un matrimonio joven, con veinte y dieciocho años respectivamente, posiblemente porque Casilda había quedado huérfana y heredera de la hacienda familiar del barrio Ulibarri de Lezama, donde vivieron el resto de sus días.

A diferencia de su padre y abuelo, Hernando nunca fue procurador en las Juntas Generales de Álava ni nos consta que desempeñase el cargo de síndico en Ayala. Sin embargo, fue alcalde ordinario en al menos ocho ocasiones con una impecable irregularidad: una vez cada cuatro años (1582-1583, 1586-1587, 1590-1591, 1594-1595, 1598-1599, 1602-1603, 1606-1607 y 1610-1611). Sin embargo, sí que se ocupó como teniente de Gobernador al igual que su padre.

Desde luego, sus recursos se vieron notablemente incrementados cuando, ante la ausencia de sus hermanos, pasó a heredar el grueso de los bienes que habían dejado sus padres, que no era poca cosa. Ello se puede ver en el testamento que Hernando Ortiz de Ugarte y doña Casilda de Ulibarri, que así figuran en el documento, otorgaron el 27 de abril de 1638, con setenta y cinco y setenta y tres años respectivamente (“por ser como somos personas de mucha edad biejos ancianos en la dha nra cassa de ulibarri”) después de cincuenta y cinco años de matrimonio. Un dato curioso: aquellos mismos días se estaba produciendo la investigación para la concesión del hábito de Santiago al Capitán Juan de Ugarte, proceso en el que Hernando y sus hijos, sobre todo uno de ellos, fueron parte importante, tal y como se dijo en artículos anteriores en esta misma revista.

Fue un testamento conjunto (“Porque entre nosotros de muchos años y tiempos a esta parte esta tratado y comunicado de q aiamos de hacer testamento y disposicion conjunta”) en el que establecieron que ninguno de los dos pudiera por su cuenta cambiar nada de lo dispuesto“para onrra y seruicio de Dios Nro S y de nra buena fama y de nra prosperidad”. En primer lugar, mandaron que sus cuerpos fueran sepultados en la iglesia parroquial de San Martín de Lezama “en la sepultura que nra cassa de ulibarri tiene en la dha Yglesia y en ella esta sepultado Sancho Abad de Ulibarri”. Aquí es preciso realizar varias puntualizaciones. En primer lugar, Sancho era tío de Casilda y parece haber sido propietario de la hacienda, o de parte de ella. En segundo lugar, ya se habrían introducido las sepulturas desde el exterior de la iglesia, donde estaban a finales del XVI. En tercer lugar, y a pesar de que ellos digan ser propietarios de una sepultura, sabemos que en la iglesia de Lezama éstas fueron comunes y nadie gozó nunca de privilegio alguno sobre sus convecinos, por ser la parroquia propia del concejo.

Hernando y Casilda tenían por aquel entonces cuatro hijos vivos, además de otros que habían fallecido. El mayor de todos era el bachiller Gregorio de Ugarte (1586), cura y beneficiado de la parroquia de Lezama. En el testamento se dice que habían gastado “mucha suma y cantidad de dinero” en sus escuelas, estudios, ordenaciones y demás necesidades, por lo que le apartaron con doce ducados anuales de por vida desde el año posterior a la muerte de ambos. Podemos añadir que siendo muy joven tuvo al menos dos hijos varones con María Isabel de Estranzu, los cuales dejaron una muy nutrida descendencia. 

Gabriel (1594) era escribano y vecino de Baranbio, y cuando se casó con Ana Maria de Ugarte Teza, natural de la casa de Ziorraga, le mandaron “muchos bienes de casas rruedas y ganados y otros bienes y dineros”, de manera que le apartaron con solamente cuatrocientos reales. No sabemos cuáles fueron esos bienes ni su procedencia. 

María (1599) se había casado con Lope de Mújica Hurtado de Mendoza, señor de Astobiza y Caballero de Santiago, y fue generosamente dotada por sus padres, ya que le mandaron más de cuatro mil ducados con ocasión de su boda y fue apartada con otros cien. Además, a su nieto Cristóbal de Mújica “para aiuda de sus estudios y necesidades” le mandaron cien ducados a pagar según los fuera necesitando antes de que cumpliera los veinticinco años.

No se olvidaron de Juan (1588), que había fallecido en las Indias, pero “antes q alla fuesse tubo y dejo en el dho lugar de lezama un hijo también llamado Juan de ugarte que al presente es edad de diez y siete años” y a quien habían criado en su casa los testadores, enseñándole a leer y escribir. En ese momento, estaba en Gordejuela en “cassa del maestre esquela” y, aunque manifestaban haber gastado mucho en el, por ser su nieto le mandaron otros ciento cincuenta ducados. Este muchacho se casó en Lezama unos quince años después y fue propietario en el barrio San Millán, de donde había sido su madre, a pesar de haberse criado con su familia paterna.

Por último, el hijo más joven, Cristóbal (1603), era escribano y vivía en su compañía. Tenía treinta y cinco años ya y por aquellos días tenía puesto todo su empeño, junto a su cuñado Lope, en impedir que el Capitán recibiera el hábito de Santiago. Los testimonios acerca de la implicación de Hernando en esta confabulación son contradictorios, si bien ya vimos que tanto Hernando como sus hijos Gregorio y Gabriel no respaldaron las acusaciones del benjamín de la familia.

Hernando y Casilda fundaron mayorazgo en este testamento y llamaron a el en primer lugar a Cristóbal de Ugarte “mozo libre de por casar”. Por entender que “asi es mas combeniente al seruicio de Dios nro S. y de los Sres Reyes de la corona de castilla y de estos Reynos y al bien y buena memoria nra y de nras casas y pª q nros sucesores vivan mejor y se empleen y ocupen en seruicio de la dibina Magd (…) y sustentar mejor sus personas honrras y familias” fundaron mayorazgo para que los bienes “perpetuamente y en todo tiempo del mundo sean indibisibles e impartibles y anden siempre en un dueño” y no se pudieran enajenar, trocar ni cambiar, y en virtud del fuero “que permite q los testadores puedan disponer de sus bienes en fabor de q quiera de sus hijos y descendiente y apartar a los demas”, así hicieron con el resto de sus hijos “con sendos arboles con su tierra y rraiz en lo ultimo de nras tierras y eredamientos q nros sucessor quisiere señalarles y con sendas texas y un cada seis maravedis”.

El mayorazgo de Ugarte fue fruto de la unión de los bienes que habían heredado y acumulado a lo largo de su vida Hernando por una parte y Casilda por el otro. Es decir, se produjo la suma de ambos patrimonios. Así, formaron parte del mayorazgo “nra cassa y solar principal de ugarte sita en el dho lugar de amurrio en el barrio q se llama de ugarte q esta sobre el camino Real q ban de la ciudad de vitoria para la de balmaseda” con sus cabañas de horno y era que estaban enfrente, con sus lagares, bodega y huerta cerrada de paredes, manzanales, heredades, quintanales, antuzanos delante y alrededor de ella y más de la mitad del molino de “Boriaur” con todas sus heredades; también la parte del patronazgo que le correspondía en la parroquia de Murga; y “las sepulturas q tenemos compradas y nos pertenecen a nos y a la dha cassa en la dha yglesia de amurrio”. Por tanto, los Murga habrían perdido la exclusividad de tener tumba en la iglesia de Amurrio.

Hernando también tenía una serie de bienes en Saratxo, los que sin duda heredó su abuelo después del asesinato de Juan de Derendano y la prematura muerte de la única hija que dejó. Así, se menciona “otra cassa principal q tenemos y nos pertenece a nos y a la dha nra casa de ugarte en el lugar derendano q se llama la cassa derendano” con su huerta y diversas heredades que tenía detrás y a los lados, con una parte en el molino llamado de Ugarte, sepulturas en la parroquia de San Nicolás, y dos molinos en el río con sus correspondientes casas, además de otra que estaba “un poco mas abaxo del molino bagero q es para el servicio de dhos molinos”. Por último, tenía también unas casas en Urduña/Orduña.

En cuanto a los bienes inmuebles que había aportado Casilda, eran una “casa principal q se llama de ulibarri q al presente uiuimos que esta sita en el dho lugar de lezama en el barrio de ulibarri” con dos cabañas enfrente de ella, la una de era y la otra de horno, con “otra cassa que esta cerca de la dha cassa en el dho barrio q solia ser del dho abad de ulibarri difunto” con su cabaña de era, con sus heredades manzanales y huertas cercanas, que se van detallando, así como un robledal grande llamado Lexadui que estaba delante de la casa. Tenían también un molino en el río que baja de Olamendi y montes “mui muchos y en muchas partes y lugares” como en Lezama, Larrinbe, Amurrio y Saratxo así como el “usso y aprouechamiento q las dhas dos casas tienen en las sepulturas propias” que tenían en la iglesia. Las cuentas y créditos no se expresaban pero sí se dice que tenían diez mil ducados de censos sobre diversos vecinos de Ayala y de fuera.

Por último, establecieron que el mayorazgo fuera electivo entre todos los hijos varones que Cristóbal pudiera tener, a no ser que solo tuviera un varón. Si no llegase a hacer elección, heredaría el hijo mayor; y, a falta de varón, la hija mayor. En caso de que Cristóbal no llegase a tener hijos legítimos, el mayorazgo quedaría para María, mujer de Lope de Mújica, y sino para Gabriel.

CRISTÓBAL DE UGARTE ULIBARRI

Cristóbal fue bautizado el 12 de enero de 1603 y su fuerte personalidad ya quedó esbozada en precedentes artículos. Sabemos que fue alcalde ordinario al menos en tres ocasiones (1623-1624, 1632-1633 y 1654-1655), que probablemente fueron más porque no disponemos de los libros de actas de los años intermedios. Fue escribano como su padre, abuelo y bisabuelo, y aunque no acudió nunca a Juntas alavesas ni parece que ocupara otros cargos de gran responsabilidad, fue una persona muy influyente. Al fin y al cabo, tenía todo lo que había que tener para imponer su voluntad: casas, tierras, dinero, prestigio, etc. Por ejemplo, a finales de 1624 se trasladó a Valladolid donde fue agente de los intereses de la Tierra de Ayala por espacio de 542 días con un salario diario de 400 maravedís, unos 11 reales. En el tribunal vallisoletano se dirimían pleitos que Ayala tenía con Mena, Zuya o Villalba de Losa. En 1626 Cristóbal ganó una Real Provisión que ordenaba que Ayala le pagase los 228.902 maravedís que le adeudaban por estos trabajos. 

Cristóbal probablemente sabía de las intenciones de sus padres de nombrarle heredero y trató de apuntalar su posición casándose con Francisca de Sojo Urrutia, nieta de Juan de Urrutia, de Amurrio, cuyo mayorazgo no tenía muchos bienes muebles pero sí muchas rentas fuera de Ayala. Sin embargo, la aparición del Capitán dio al traste con estos planes, aunque finalmente Francisca no se casó con ninguno de los dos.

Cristóbal hizo testamento en su casa de Ulibarri el 21 de noviembre de 1657 y falleció ese día o, en todo caso, antes del 27, con cincuenta y cuatro años. Pidió ser enterrado “en la sepultura donde están enterrados los señores hernando ortiz de ugarte y Dª Casilda de ulibarri mis padres”. Es curioso que nunca llegara a casarse, quizá después del fiasco con Francisca no encontró mujer cuya dote considerase digna del suyo, pero en su testamento reconoció la existencia de tres hijos habido con dos mujeres distintas. Las relaciones extramatrimoniales no son nada raro en esta familia, puesto que no lo fueron entre las élites de la época y a veces tampoco entre los simples labradores.

En cuanto a estos hijos naturales, primero tenía a Hernando “que le huue de maria cruz de gamarra que al pressente esta estudiando artes en la universidad de alcala de henares”; le donó tres mil ducados en escrituras de censos con sus réditos para que prosiguiera sus estudios o lo que necesitase, así como los bienes muebles que tenía en la casa de Ugarte (arcas, trojes, cajas, mesas, bufetes, escabeles, sillas, etc.) y veintidós sillas y taburetes nuevos con “que están en esta casa de ulibarri”. Hernando fue bautizado en 1640 y seguramente es el mismo que figura como testigo en el testamento de su tía María en 1661, pero nada más sabemos de él.

Segundo, a Casilda de Ugarte “mi hija y de la dha maria cruz de gamarra que la tengo en mi casa” le mandó dos mil ducados en escrituras de censos y todos los bienes muebles que había en la casa de Ulibarri por los buenos servicios que le había hecho. Según parece, nació en 1645 pero, a diferencia del caso anterior en que ambos figuran como padres en la partida de bautismo, en esta ocasión figura como hija natural de ella sin mención alguna al padre. Cristóbal los reconoció como hijos “y como a tales los he tenido y criado en mi casa desde su niñez en esta dha mi casa de ulibarri”. Casilda se casó en 1662 con Domingo de Zulueta Vidaur, quienes fueron a vivir a las ventas de Ilunbe en Arrigorriaga.

Tercero, a Mari Sánz de Ugarte “mi hija q la huue de mª de landaburu de lastrasco” legó un censo de ciento ocho ducados de principal contra los bienes y hacienda de Juan de Ugarte, vecino de Saratxo, y la reconoció como hija, aunque no sabemos nada más sobre ella. 

Al no tener herederos legítimos, nombró heredero del vínculo y mayorazgo a su sobrino Cristóbal de Mújica. En todo caso, fue su hermana María de Ugarte quien tomó posesión del mismo el 27 de noviembre de 1657 en cumplimiento de las normas sucesorias dispuestas por Hernando en su testamento.

EPÍLOGO

María de Ugarte, viuda de Lope de Mújica, testó el mismo día de su muerte, el 18 de mayo de 1661. Lo otorgó “en esta mi casa de ulibarri”, por lo que se habría trasladado allí tras el fallecimiento de su hermano. Quedó como heredero universal de todos sus bienes su único hijo Cristóbal de Mújica (1628), que ya estaba casado para entonces. Éste tomó posesión de la casa de Ulibarri y de la de Ugarte el 26 de mayo.

Por otro lado, el 20 de mayo de 1662 Gabriel de Ugarte fue enterrado en Baranbio. Había dejado como heredero a su hijo mayor, Juan Bautista, que por entonces era menor de veinticinco años. Por ello, nombró curador a su tío Miguel, dueño del vínculo y mayorazgo de Ziorraga. Aunque éste intentó excusarse por tener ya varios hijos bajo su tutela y por sus muchas ocupaciones administrando sus ferrerías, molinos y hacienda, con frecuentes viajes a Vitoria, Bilbao, Orozko y otros lugares, fue obligado a aceptar so pena de prisión.

El 16 de diciembre ambos presentaron una demanda en la Audiencia de Valladolid contra Cristóbal de Mújica para que “restituyera” los bienes del mayorazgo de Ugarte a Juan Bautista pretextando que Cristóbal de Ugarte su bisabuelo lo había fundado para que los bienes “andubiesen de rodilla en rodilla”, es decir, de primogénito en primogénito, a pesar de lo cual Hernando había nombrado heredero a su hijo menor en detrimento de Gabriel y, por tanto, de su hijo Juan Bautista, a quien según ellos corresponderían como bisnieto mayor de varón en varón.

La demanda no tenía mayor recorrido, ya que los testamentos que hemos expuesto son muy claros al respecto. No fue Cristóbal quien fundó mayorazgo sobre la casa de Ugarte, sino su hijo Hernando. Por lo tanto, Juan Bautista carecía de derecho alguno al vínculo. Pero tan sustanciosa herencia bien merecía el intento.

Por lo tanto, el mayorazgo de los Ugarte de Amurrio pasó a los señores de Astobiza, que fueron los Mújica y luego, por matrimonio, los Salazar. Estas casas mencionadas empezaron a ser habitadas por colonos y arrendatarios que se limitaban a trabajar las tierras, de manera que su simbolismo social como lugares desde los que se detentaba el poder se evaporó por completo y pasaron a ser casas de labranza como las demás. No obstante, las ramas secundarias de estos Ugarte dejaron una nutrida descendencia que ha perdurado hasta nuestros días. En todo caso, bien merece resaltar la trascendencia que casas como la de Ugarte tuvo en el pasado, por mucho que la desidia la aboque a la desaparición. ¿No daríamos un gran paso adelante en la conservación de nuestro patrimonio si los elementos arquitectónicos se valorasen no solo por su valor intrínseco como elemento material sino también por las vivencias que encierran sus paredes y lo que han significado a lo largo de la historia?


[1] Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 1507, 21

[2] Archivo Histórico de la Nobleza, BAENA,C.442,D.50

[3] Real Chancilleria de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja  1072, 61

[4] La mayor parte de la información que configura el resto del artículo ha sido obtenida de: Real Chancilleria de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 2893, 61

El segundo mayorazgo de los Lezama (1755)

Como decíamos en la entrada anterior, Bartolomé de Lezama Eguiluz no tuvo una vida larga, ya que la muerte le alcanzó en 1706 a los cuarenta y ocho años. No disponemos, al menos de momento, de su testamento ni el de su cónyuge Josefa del Campo, que había muerto aún antes, en 1697. En cuanto a sus hijos, la mayor se casó con Francisco de Retes Campo; José Francisco fue sacerdote y falleció en 1761; y Diego Felipe murió en 1750 con cincuenta y cuatro años sin que tengamos ni un solo dato más sobre su vida.

A quien conocemos mucho mejor es a su primer hijo varón, Felipe de Lezama Eguiluz, nacido el 21 de mayo de 1690 y a la postre heredero del mayorazgo que había fundado su abuelo del mismo nombre. Felipe no tardó en ponerse al frente de la familia tras el fallecimiento de su padre, de manera que fue elegido alcalde ordinario por primera vez en septiembre de 1709, con solamente diecinueve años y, por supuesto, aún soltero (las ordenanzas prohibían ocupar cargos públicos a los solteros, aunque esta disposición no siempre fue cumplida). De hecho, no se casó hasta 1723, momento para el cual ya había sido alcalde ordinario en otra ocasión y síndico procurador general en dos ocasiones. Para manifestar el relevante papel que tuvo en la vida comunitaria ayalesa de la época baste decir que fue teniente del Gobernador durante bastantes años y hasta el momento de su muerte. Lo fue, además, de varios gobernadores distintos, que por estar ausentes la mayor parte del año el ejercicio del cargo recayó de facto en Felipe, y lo desempeñó suficientemente, logrando la aprobación de la gran mayoría del vecindario. Su ocupación como teniente de gobernador impidió que ocupara cargos públicos en Ayala con mayor frecuencia, pero a pesar de ello acudió como procurador de la Tierra a las Juntas Generales alavesas en los cursos 1715-1716, 1716-1717, 1721-1722, mayo de 1723, noviembre de 1727, entre 1735 y 1738 y en 1739-1740.

El 14 de junio de 1723 Felipe contrajo matrimonio con María Francisca de Aldama Sobrado, natural de Okondo y último eslabón de una de las familias más importantes de Ayala desde el siglo XV, sobre la que aún está todo por escribir. Por otro lado, la brillante carrera de Felipe de Lezama quedó truncada con su fallecimiento a las diez de la mañana del día de Santo Tomás del año 1740 a los cincuenta años de edad. Puede que llevara un tiempo enfermo, ya que formalizó su testamento el 27 de septiembre estando ya enfermo en cama.

A pesar de la importancia y categoría del personaje, su testamento es simple y no muy distinto en la forma al de cualquier labrador acomodado. También es cierto que era ya común en su tiempo que los testamentos fuesen más escuetos y menos complejos que en siglos anteriores. Un aspecto en el que se puede apreciar esto son las disposiciones por su alma, pues ya no era tan habitual encargar ingentes cantidades de misas en decenas de templos distintos ni programar complejos rituales de misas y aniversarios. En este sentido, Felipe ordenó que su cuerpo fuera enterrado con el habitual hábito de San Francisco en la iglesia de Santa María y en la sepultura que dispusiera su mujer de entre todas las que poseía. En cuanto al sufragio de su alma, mandó que durante un año se ofreciera la consabida “oblada y candela” con las funciones de entierro, novenario y cabo de año con asistencia de los sacerdotes del Cabildo y todos aquellos que quisiera convocar su mujer. Encargó misas de novena, Apóstoles y San Gregorio, una vez o cuantas quisiera su esposa; doce misas en la ermita de San Silvestre -actual San Roque-, y otras doce en el santuario de Arantzazu; cien misas rezadas en la parroquia y otras cien en el convento de San Francisco de Orduña. Por último, dispuso que durante el año de su fallecimiento se dijeran sendas misas rezadas los lunes y sábados en la parroquia, los lunes en el altar de Nuestra Señora de la Piedad y el sábado en el del Rosario. Son unas disposiciones importantes, dignas de su categoría, pero no tan complejas ni tan cerradas como solía ser frecuente anteriormente, ya que concedió amplio margen a su esposa para cumplir estas funciones, y para otras cosas como veremos.

Por aquel entonces, Felipe y María Francisca tenían por hijos a Manuel Antonio (1729), Juan José (1734), José Ramón (1735), Francisco Gerardo (1738), Pedro Narciso (1739), María Francisca (1726) y Juana Josefa. Sabemos que tuvieron otros dos varones que ya habían fallecido para entonces. Todos los hijos eran menores, muy jóvenes aún, y Felipe solamente les mandó cien reales a cada uno de ellos. Sin embargo, a las dos chicas les dejó la muy apreciable cantidad de quinientos ducados a cada una, los cuales se les entregarían cuando tomasen estado de matrimonio o religioso, o cuando alcanzasen la mayoría de edad.

Por otra parte, Felipe se declaró poseedor del mayorazgo que habían fundado sus abuelos Felipe y Casilda así como de los bienes que agregó su padre Bartolomé por sí y en nombre de Josefa su mujer; en virtud de aquella cláusula del vínculo por la cual el titular podía elegir sucesor entre sus hijos varones, Felipe no se complicó la vida y nombró a su hijo varón mayor, Manuel.

Por lo demás, hay dos aspectos a los que Felipe dedicó especial atención en su testamento, dos temas que sin duda quería dejar atados antes de fallecer. En primer lugar, declaró que había dado permiso a Sebastián de Isasi -esposo de una prima suya- para que construyera una casa nueva en una heredad perteneciente a su Casa de Ugartebechi y junto a ésta. Recordemos que esta casa la había dejado su abuelo a un hijo ilegítimo con la condición de que, en caso de fallecer o de no dejar herederos legítimos, pasara a manos de Bartolomé. Y así debió suceder. Como veremos, por entonces era un bien no vinculado, de libre disposición. Sebastián debía pagarle el valor de la heredad a tasación de Tomás de Garbiras, pero éste había fallecido y, aunque nombraron otros dos tasadores, aún no se había efectuado. Por lo tanto, Felipe dispuso que Sebastián le pagase el importe a su mujer o, en caso contrario, ésta se quedaría con la propiedad. Además, Sebastián le debía otras cantidades de dinero.

Segundo, la cuestión de la dote de su esposa aún no estaba resuelta del todo. Bernabé Antonio de Aldama había prometido donar 3.000 ducados de vellón a su hija María Francisca pero aquel falleció habiendo satisfecho 2.500. Por razón de la herencia materna, Felipe había iniciado un pleito contra su cuñado Juan José de Aldama pero la cosa no llegó a mayores y alcanzaron un acuerdo por el cual Lezama recibió arcas, hierros, escrituras de admunerías de ganados, heredades y montes, que junto a los mencionados 2.500 ducados ascendían a 8.000 o 9.000, una cantidad muy importante. En su testamento, Felipe quería que este tema quedase zanjado.

A pesar de estas diferencias con su familia política, Felipe nombró albacea a su cuñado Juan José junto a su hermano el sacerdote José Francisco de Lezama y el resto de curas de la parroquia. Finalmente, dio poder a su esposa para que, por medio de testamento u otra cualesquiera vía, distribuyera sus bienes entre los hijos según fuese su voluntad y nombrase heredero entre ellos. Era un poder sin limitación “atendiendo a su mucha Cristiandad y confiando cuidara de la heducazion y crianza” de los hijos y la nombró tutora y curadora de todos ellos y administradora y usufructuaria de todos los bienes.

Felipe abandonó este mundo de manera prematura nombrando sucesor del mayorazgo que había gozado y dando plenos poderes a su esposa para que administrase todos sus bienes hasta que llegase la hora de legarlos a la siguiente generación, de la manera que quisiera -a excepción de los bienes vinculados, que serían para Manuel, claro está-. No disponemos del testamento de María Francisca de Aldama Sobrado y, de hecho, no sabemos cuándo falleció. Pero lo relativo al legado de su difunto marido, o la mayor parte de él, lo dispuso mediante una escritura de fundación de mayorazgo que otorgó ante el escribano Domingo Martín de Oribe el 20 de diciembre de 1755. Por aquel entonces, era vecina de su localidad natal, el Valle de Oquendo, probablemente porque su hermano Francisco Antonio, heredero del mayorazgo de Izaga en aquel lugar, se había ido a América y a ella le había correspondido vía judicial la administración de ese patrimonio. María Francisca era la heredera de Francisco Antonio, de manera que dispuso que, si recaía en ella dicho mayorazgo, éste fuese para su hijo Manuel de Lezama. Y así ocurrió.

Para entonces, sus hijos José Ramón y Francisco Gerardo habían fallecido, de manera que le quedaban cinco vástagos. María Francisca había entrado como religiosa en el convento de Santa Clara de Orduña y ya le había pagado lo que Felipe había dispuesto. Además, Aldama estableció el pago anual de cien reales por el día de Todos los Santos de forma vitalicia. Por su parte, Juana Josefa se había casado con Francisco Antonio de Murga Arza y ya le había pagado toda la dote; Murga, perteneciente a una importante familia de Respaldiza, falleció tempranamente, de manera que Juana se casó en 1757 con José Ventura de Villodas Ibarrola, un personaje descollante en su época, como no podía ser menos dado el status socioeconómico de los Lezama.

El segundo hijo varón, Juan José, de veintiún años por entonces, “camina[ba] en los estudios a fin de lograr el estado sacerdotal a que se inclina” de manera que su madre dispuso que se le asistiera en todos los gastos necesarios hasta que se ordenara sacerdote. Pero, por si acaso cambiaba de voluntad y decidía no ordenarse, solo le pagarían ciento cincuenta pesos, que podían dárselos “si quisiera ir a yndias”. Sabemos que Juan José falleció en Okondo en 1791.

Lo curioso es que al tercer varón, Pedro Narciso, María Francisca le apartó con los escasos cien reales que le había legado su padre y con la simbólica cantidad de diez maravedís, una teja y un árbol. Por lo tanto, puede decirse que Pedro fue prácticamente desheredado por su madre. Sin embargo, no tenía más que dieciséis años, por lo que  quizá su madre previera darle mayores medios para su sustento más adelante. En cualquier caso, desconocemos qué fue de esta persona.

Pues bien, como decíamos, María Francisca fundó un nuevo mayorazgo en el que se incluyeron los siguientes bienes:

  • Unos molinos con sus pertenecidos en jurisdicción de Larrinbe que habían comprado a Antonio de Salazar y sus acreedores y que fabricaron “e hicieron fabricas de su planta” abriendo los calces y haciendo presa nueva, junto a una casa que tenían los molinos también de nueva planta. Los pertenecidos los habían comprado. Se trata de los molinos de Borinobarria, que aparecen con este nombre más adelante en la misma escritura.
  • Una casa en Larrinbe con todos sus pertenecidos “que está entre otras de Gregorio de Ugarte y Joseph de Orue pegante al camino real que se ba del campo de launco a el de la ermita de san mames”. Sería la casa de Izadar que se mencionaba en el testamento de Felipe y Casilda.
  • Unos molinos en Saratxo con su casa nueva, heredades, montes y demás, que había llevado como dote al matrimonio Josefa del Campo. Ésta, en su testamento, dejó poder a su marido para que dispusiera de sus bienes entre sus hijos, y Bartolomé en el suyo dio poder a su hermano Francisco de Lezama Eguiluz, Vicario de Ayala. Fue éste quien añadió estas propiedades al vínculo fundado por Felipe y Casilda. Por lo tanto, la agregación de estos bienes al mayorazgo que estaba fundando María Francisca era únicamente condicional: “si por no haber dejado dha Dª Josepha del Campo orden espresa de que se iziese dha agregacion y por esta razon faltase la fuerza de ella”. Es decir, por si la vinculación realizada por Francisco era impugnada por no haber sido expresamente dispuesta por Josefa; en ese caso, se añadirían estos molinos al nuevo vínculo. Estaban en el término de Abendui.
  • Unos molinos nuevos en Amurrio “llamados de querejeta que también fabricamos de nueba planta” durante su matrimonio, con las heredades de pan sembrar que habían comprado. De hecho, también compraron los sitios de dichos molinos, aunque no sabemos a quién. Tampoco queda claro si los nuevos molinos sustituyeron a otros viejos o fueron construidos totalmente de nueva planta. Lo que sí sabemos es que se trata de la casa de Querejeta, también conocida como molino Campo, que además aún luce el escudo de los Lezama en una de sus fachadas.
  • Una casa con sus pertenecidos “en donde llaman orbezar” (Oruezar) en Amurrio. Se dice que estaba cerca de la casa nueva de Cristóbal de Garbiras, marido de Asensia de Isasi, hija del ya mencionado Sebastián. “Por ser dha casa de orbezar antiquisima”, le correspondían los árboles antiguos y modernos sitos en el campo llamado Orbezar y el mismo campo, de manera que la casa nueva solo tendría su propio sitio. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que se habla de la misma casa sobre la que se trataba en el testamento de Felipe, parece que esta casa ahora llamada de Oruezar es la misma que entonces figuraba como Ugartebechi.
  • La casa de Ugartebechi sita en el barrio de Ugarte con todos sus pertenecidos. No se dice más. Creemos que puede tratarse de la casa de Ugarte que Felipe y Casilda reservaron en su testamento para su hijo Domingo, sacerdote, que no fue vinculada. De esta manera, tendríamos dos casas nombradas Ugartebechi: una en Ugarte y otra en Orue.
  • La casería de Zaballa y su accesoria que habían comprado al convento de San Francisco de Orduña, y media casa aneja a la accesoria que la “ube comprado de rosa de lezama hija y heredera de D. Andres de Lezama”. Sabemos que, el año siguiente, Manuel y su esposa hipotecaron una “casa titulada de Zaualla”, lo cual no habrían podido hacer de haber estado vinculada. En la escritura de fundación, Aldama se reservó 3.000 ducados en dinero a recibir en el plazo de dos años, y en caso contrario se quedaría con la casería de Zaballa, su accesoria y pertenecidos por la cantidad en que se compró, y la parte que faltase a su elección. Pasado el plazo, María Francisca, que era vecina de Respaldiza -con su hija, a buen seguro-, demandó a su hijo por no haberle dado los 3.000 ducados.
  • Una sepultura en la primera hilera de la iglesia, al lado del evangelio, confinante con la de la casa de Intxaurdui y la de “la casa de sarin”.
  • Otra serie de bienes como unas heredades en Belandia, una heredad en Luyando cerca de la ferrería, diversos montes y muchos bienes muebles que se describen
  • Un número importante de censos, que son los siguientes: contra un vecino de Larrinbe, tres contra la casa de Urrutiko que estaba concursada, otros contra la casa de Latatu en Amurrio que era propia de Martín de Otaola, otro de la casa de Aldaiturriaga propia de Francisco de Aguirre, otro de la casería de José de Beraza, los de la “caseria de querejeta” propia de Matías de Orue, otro de las caserías de Oribay propias de Francisco de Sagarribay, otro de una casa de Manuel de Acha en Luyando, otro de la casa de José de Otaola en Olabezar, otro de la casería de Fabián de Mugaburu y otro que debía la casería de Intxaurdui que era propia de María de Sarachaga, vecina de Luyando

María Francisca llamó en primer lugar al mayorazgo a su hijo Manuel de Lezama, de manera que gozaría no solo del mayorazgo fundado por Felipe y Casilda sino también de este nuevo creado por su madre. Y, con el tiempo, recibiría también el mayorazgo de Izaga en Okondo, lo cual nos da idea de la magnitud de los bienes que quedaron bajo su poder. Manuel contrajo matrimonio solo ocho días después de que su madre otorgase la mencionada escritura, en la que aquel figura como capitán de las milicias de Cantabria. Su cónyuge fue Francisca Antonia de Amechazurra Berrio, al parecer nacida en la burgalesa localidad de Arza, si bien parece que sus padres, Domingo de Amechazurra Velasco y Francisca Antonia de Berrio Quincoces, se asentaron pronto en Orduña, de donde fue natural ella. De hecho, sabemos que Francisca Antonia fue tutoreada por su tío José Jorge de Berrio.

Manuel tenía veintiséis años por entonces, ya que había nacido en mayo de 1729. A diferencia de su padre, apenas tuvo protagonismo alguno en el desempeño de cargos públicos de Ayala, ya que solo nos consta que fue síndico procurador general en 1762, año en que acudió como tal a las Juntas alavesas, y también lo hizo en mayo de 1763. No ocupó más cargos en su vida (en Ayala, sí lo haría en Amurrio seguramente). Ingresó en 1769 en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País como socio de mérito y, al parecer, trató de establecer en Amurrio una fábrica de carruajes, lo que no se habría llegado a efectuar.

Es en un informe de la Bascongada donde encontramos una curiosa información remitida por Manuel, la cual merece la pena reproducir en estos tiempos actuales marcados por una pandemia. Corría el año 1771 y comentaba Manuel que se estaba ganando al cirujano local “leyendole sucesivamente quantos avisos en el asunto daban las Gacetas” y le tenía dispuesto a hacer experimentos relativos a la inoculación cuando se presentase la viruela. Y así ocurrió que un niño de diez años llamado Domingo Galindez presentó síntomas. El propio Lezama dice que “repetidas veces había yo alentado a mi muger (sin fruto) sobre que hiciesemos inocular los hijos” y uno de ellos, Joaquín, de diez años, “hallandose un día holgando con otros niños y niñas de su edad”, los animó a que subieran a ver al enfermo y hablando allí mismo de la inoculación dispuso el ánimo de una niña de nueve años a ser inoculada. Se trataba de Manuelita de Solar, que por lo que sabemos fue hija precisamente de un cirujano, ya fallecido para entonces.

Joaquín soltó una pequeña postilla que la niña tenía en la mano “y asomó alguna corta humedad de sangre aguada”, tomó materia de una viruela y la depositó bajo la postilla cerrándola con ella. A los siete días la muchacha ya tenía la enfermedad “pero con tal felicidad, que depuesta su malicia las experimentó de la mejor calidad que pueden desearse”. El propio Joaquín se inoculó a sí mismo después de herirse con una navaja en el índice de la mano siniestra. Y a partir de entonces la viruela no tuvo la virulencia que sufrió Galindez sino “una tan benigna como la que tuvieron los inoculados”, de manera que habiéndose contagiado gentes de todas las edades, solo murieron una niña de pecho y una chica de 18 años muy gruesa, que se sofocó. Dice Lezama que todos se fiaron de la benignidad de la epidemia y trataban de contagiarse comunicándose con los enfermos. Así lo habían hecho los seis hermanos de Joaquín que iban y venían a su cuarto para jugar con el, contrayendo el mal y pasándolo los seis juntos. Galindez heredaría en el futuro su caserío natal en el barrio Elexondo mientras que Solar falleció en 1782.

Manuel falleció el 18 de diciembre de 1777 con tan solo cuarenta y ocho años al igual que su abuelo. Esta tendencia a la muerte prematura se mantendrá en los siguientes poseedores de los mayorazgos de los Lezama. Su esposa es posible que falleciera en Gordejuela, quizá en 1794. Lo que sabemos es que, en los años ochenta, Francisca Antonia era vecina de Okondo cuando, como curadora de su hijo Serafín, residente en Madrid, pleiteó con su hijo mayor José María sobre la posesión del mayorazgo de Izaga. El heredero de los dos mayorazgos de Amurrio y alrededores fue dicho José María, que a diferencia de su padre fue escribano como sus ancestros y falleció en 1795 con tan solo treinta y siete años. No parece que las relaciones con su madre fueran buenas, ya que también pleiteó con ella en 1784-85 cuando exigió a José María el cumplimiento de dos escrituras que le obligaban al pago de 300 ducados anuales por alimentos. Éste alegaba que era una cantidad desproporcionada habida cuenta sus rentas y que había firmado las escrituras siendo menor de edad.

Pleito de Elejazar (II)

 

 

 

 

Seguimos con el conocido como Pleito de Elejazar.

El 8 de febrero de 1768 comenzó en la casa del escribano Domingo Tomás de Echeguren, vecino de Olabezar, una serie de compulsas de documentos que tendrían su peso en el pleito. Concretamente, se presentó un apeo que tuvo lugar el 24 de agosto de 1675 con los regidores de Olabezar Juan de Ugarte de Belaunde y Juan de Gabiña y otros vecinos del pueblo que visitaron los mojones del monte de Elejazar propio de los cinco concejos. Primero visitaron un mojón yendo a la casa de Urietagoicoa en el puesto de Enorduy, que era el primero que confinaba con la jurisdicción de Luiaondo; más arriba y a la vista de éste visitaron otros dos mojones y luego otro en el punto de Lantegui que tenía grabado en la parte de arriba la fecha 1648 y a la parte de Luiaondo la de 1671 y los regidores pusieron en la piedra hacia la parte de arriba el año actual, a la vista de Olarte; visitaron el siguiente mojón que estaba más abajo, en el arroyo lindante con la jurisdicción de Luiaondo y Olarte, y con el castañal de Juan de Urrutia; visitados estos cinco mojones, fueron al punto de la entrada de Elejazar y plantaron un roble y después bajaron a Lekuzabal donde hallaron plantados muchos castaños, lo cual había ejecutado San Juan de Urrea, vecino de Amurrio, de quien se dice que era el vecino más cercano al lugar.

También se presentaron las escrituras entre Joaquín de Urizar y Roque de Picaza y pleito que pasó ante el Gobernador. Dicho pleito comenzó el 7 de enero de 1751 cuando Picaza, arrendatario de la ferrería de Zabalibar, propia de los herederos de Diego de Landa, compareció ante el Gobernador y pidió que se impidiese a Joaquín de Urizar, vecino de Miraballes, que cortase la porción de leña que se le había rematado en el monte de Elejazar. Picaza argumentaba que por costumbre y privilegio, como arrendatario de la ferrería de Amurrio, debía ser preferido a cualquier otro en el aprovechamiento de la leña que producían los montes comunes y particulares de dicha jurisdicción, y estaba presto a pagar el precio de las dichas cargas con las mismas condiciones en que se remataron. El Gobernador ordenó que quedase Manuel de Lezama como depositario y no se hiciera corta alguna.

Urizar protestó la decisión en base a tres argumentos. Primero, que Picaza asistió al remate y cuando Francisco de Aldama le ofreció los carbones dijo que no le convenía. Segundo, que Amurrio tenía recursos suficientes para alimentar cuatro ferrerías si fuera necesario. Tercero, que ya tenía la leña preparada para poner en hoyas y que no podía dejarla expuesta a robos o que se perdiera.

El 29 de marzo de 1754 se procedió a la presentación de testigos para este caso. El primero fue Francisco de Aldama Isasi, de 28 años, quien afirmó que el término de Elejazar era propio y privativo de los cinco concejos tanto para su aprovechamiento como en su propiedad; que al remate asistió Picaza, Pedro de Hernani y otros ferrones -pero no Urizar- y Hernani dijo que pujase el que quisiera pero que nadie importunase después a la persona que lo hiciera. En el segundo remate, que fue en favor de Hernani, éste le dijo a Picaza que hiciera postura para el tercero como ya lo había hecho en el primero pero le contestó que no le convenía porque era caro. El tercer remate se lo llevó Aldama, que luego lo cedió a Urizar por medio de escritura pública. Añadió que no había visto ni tenía noticia de que se hubieran sacado de los montes de los cinco concejos carbón para otras ferrerías pero sí había visto transportarlos del valle de Arrastaria y de montes particulares sin que nadie hubiera puesto traba alguna.

Pedro de Yarritu, vecino de Amurrio de 58 años, había tasado la leña vendida junto a José de Zulueta, de Larrinbe. Dijo que Picaza le había dicho que no a Aldama porque en Elejazar no podía entrar con el carro. En todo caso, opinaba que le vendría mucho mejor tomar los montes particulares que había cerca de la ferrería, los cuales solían vender su esquilmo para carbón. Al contrario que el testigo anterior, y que Diego de Ugarte, vecino de Amurrio de 38 años, comentó que sí se habían rematado leñas para carbón a personas que lo habían llevado fuera, y unos cuatro años atrás él mismo vendió hasta 400 cargas de sus propios montes a Juan de Barrones, de Llodio, que las llevó a sus ferrerías sin mayor impedimento.

Tomás de Gabiña, vecino de Etxegoien de 60 años, asistió al remate y le dijo a Picaza que entrase porque le traía a mayor cuenta que a un forastero y le contestó que no porque no podía entrar con carro en aquel paraje. Coincide en que se habían llevado carbones fuera sin oposición alguna.

La declaración continuó al día siguiente con testigos como Bartolomé de Esnarriaga, de 45 años, Francisco de Aldama, de 60, Juan de Zulueta, vecino de Larrinbe de 60 años, y Diego de Aldama, de 43, quien dijo que los montes cercanos a la ferrería no eran capaces de producir 8.000 cargas de carbón (que era lo que les preguntaban) pero las que hubiera las tenía mas en cuenta Picaza tomarlas que las que podía conseguir en Elejazar.

La causa continuó a principios de mayo en la casa de Águeda de Zulueta, vecina de Amurrio, con el interrogatorio de Picaza y la presentación de sus testigos. Roque dijo que no se halló en el tercer remate, que era imposible que en las cercanías de la ferrería sacara 8.000 cargas de carbón, sino 800 o 900 como mucho; dejó por cierto que se tenía costumbre de vender leña en remate público pero que si se había conducido a ferrerías de fuera había sido con ignorancia de los ferrones o porque no las necesitaban.

Domingo Tomas de Echeguren, el escribano de Olabezar que por aquel entonces tenía 34 años, añadió que había oido vagamente decir a Martín de Otaola, de Amurrio, que Roque no necesitaba los carbones y los tenía ofrecidos a otro ferrón, pero se remitió a lo que había declarado el propio Roque. La mencionada Águeda, de 41 años, afirmó que Urizar, Aldama y Yarritu estuvieron comiendo en su casa, y les dijo que “era mucho” que Roque no hubiera entrado en los carbones que se habían rematado, a lo que le contestaron que no los había querido.

Juan de Ugarte, vecino de Amurrio de 51 años, dijo que Picaza era arrendatario de la ferrería de Zabalibar desde hacía unos 13-14 años y lo había renovado por otros nueve; que el monte de Elejazar estaba sito en jurisdicción de Amurrio y que los cinco concejos tenían comunidad de aprovechamiento; tenía por cierto que los arrendatarios de las ferrerías de Zabalibar y Luyando –cuyo administrador entonces era Luis Cristobal de Garbiras- tenían preferencia a otras de fuera no solo sobre la leña de los montes de Elejazar sino también a las de otros montes comunes y particulares; dijo que los montes del lugar no producían el suficiente carbón para alimentar la ferrería de Zabalibar y por eso le constaba que Picaza se valía de los montes de Altube y de otras partes, como había hecho ese año con 4000 o 5000 cargas y que los dueños de las ferrerías de Berganza y Ziorraga se las habían quitado y por ello le hacían mucha falta dichas cargas de Elejazar.

Domingo de Arana, vecino de Amurrio de 49 años, fue quien comunicó a Roque que le habían prendado las cargas que había comprado en Altube. Los demás testigos no aportaron nada nuevo. La sentencia pronunciada por el Gobernador el 14 de junio de 1751 desestimó la pretensión de Roque de Picaza.

 

Regresando al 8 de febrero de 1768, a la casa del escribano Echeguren acudió Francisco de Yarritu Bañueta y dijo que el día anterior el pueblo de Amurrio reunido en concejo decidió que ahora sus representantes en este asunto fuesen los actuales regidores, que eran el mismo Yarritu y Bartolomé de Esnarriaga menor.

El 24 de febrero, en la casa de Antonio de Urrutia en Luyando, se procedió a la presentación de testigos de la parte de Amurrio. Los puntos por los que se les preguntaría, y lo que querían demostrar, eran los siguientes:

  • que cada uno de los cinco concejos era separado y el monte de Elejazar estaba dentro del término de Amurrio, de modo que vendían la leña de dicho monte sin intervención de otros lugares, multaban a los vecinos de los cuatro concejos que habían entrado a cortar leña, y cada vez que hubieran necesitado materiales para sus casas pedían licencia a los regidores de Amurrio
  • que habían hecho en Elejazar cuantos plantíos habían querido sin asistencia de los otros lugares, así como apeos y demás por valor de 20.000 pesos en los últimos 200 años;
  • que el monte era de muchas leguas de extensión y para reconocerlos era necesario invertir muchos días, que en 1570 sumaban los cinco concejos unos 270 vecinos y Amurrio pasaba de los cien, y que Diego de Urrutia escribano fue vecino de Etxegoien y Presebal de Mujica de Larrinbe, todo ello encaminado a mostrar la falsedad de las ordenanzas
  • que en 1570 había un pleito pendiente entre el valle de Orozko y el Conde de Ayala sobre nombramiento de alcaldes y otros oficios, y al mismo tiempo se seguía otro entre Orozko y los cinco concejos sobre mero aprovechamiento de pastos y aguas. Por aquel entonces, Juan de Urrutia era vecino de Amurrio y administrador de los bienes del Conde, “sujeto de mucha estimación, poderío y de grandes combeniencias, de que dan testimonio las compras edificios y fundaciones que hizo”, que habría seguido este segundo pleito con el mayor tesón imposibilitando que Orozko se defendiera convenientemente en el primero y así el conde la gratificaría, como le hizo al otorgarle los diezmos de varios lugares.
  • En relación al punto anterior, preguntaban sobre Juan de Urrutia, Diego de Urrutia, Christobal de Ugarte, Juan Perez de Echeguren y Juan de Velasco, sujetos de muchas conveniencias, escribanos reales “y como tales de maior autoridad y estimación en este país” y todos juntos, también con Presebal de Muxica, habrían sido los más interesados en la prendaria de ganado hecha por Orozko y fueron los que manejaron y costearon el pleito; en este sentido, habrían usado del artificio de las Ordenanzas para facilitar el reintegro de los gastos cuando se siguió nuevo pleito con Orozko y debe suponerse que los otros cuatro lugares contribuyeron gustosísimos al salir tan beneficiados por las ordenanzas, pero no por ello Amurrio las admitió y como prueba de ello su concejo y vecinos nunca las habían observado ni tenían copia de ellas
  • Se preguntaba también sobre un pleito entre Olabezar y Etxegoien sobre límite de jurisdicción y propiedad de una porción de monte dentro de los términos delimitados por la ordenanza, el cual fue ganado por el primer concejo, que vendió mucha leña para carbón de ese monte y se quedó con todo el import
  • Se preguntaría sobre el supuesto hecho de que Olabezar y Saratxo impedían a los vecinos de Amurrio usar la piedra de los ríos de su jurisdicción y cuando les permitieron llevar alguna fue a cambio de dinero, mientras que los vecinos de Larrinbe cuando necesitaron piedra de las canteras de Amurrio pedían licencia

 

 

El primer testigo fue Domingo de Urquijo Bengoa, vecino de Luyando de 66 años. Como harán todos, a grandes rasgos ratifican la versión anterior y al mismo tiempo aportan detalles de su propia experiencia. Por ejemplo, que en una ocasión los regidores y vecinos de Amurrio acudieron a apagar un incendio sin ayuda de los otros concejos, y se les llevó vino y alimento.

Domingo Bajaneta, morador en Orduña de 76 años, había sido vecino de Amurrio unos 26. Sabía por Pedro de Urrea, dueño que fue de la casa de Zalbio, José de Orue y José de Isasi Urrea, que hacía unos 25 años habían estado trabajando en el monte unos “probincianos carboneros” por orden del lugar de Amurrio; él mismo había plantado carrascos en “deesados de Eroispe” por orden de los regidores del pueblo sin que interviniera nadie de los otros cuatro pueblos; habló también de que hacía unos 23 o 24 años vio cómo en Urieta detuvieron unos carros de unos vecinos de Olabezar que habían cortado un árbol mayor; sabía que se dio licencia a Antonio de Zulueta y José de Olarieta, vecinos de Larrinbe, para extraer madera para sus edificios y que fueron multados por Amurrio por haberse excedido en las cortas que le señalaron.

Diego de Laña, vecino de Luyando de 42 años, declaró que unos seis años antes había visto a los regidores de Amurrio, Juan de Isasi y Domingo de Ugarte, colocar los mojones entre dicho pueblo y Luyando junto con Domingo de Laña y Benito de Aranoa, que lo eran de esta localidad, sin que concurriera nadie de los otros cuatro concejos.

José de Yarritu, vecino de Lezama de 48 años, natural de Amurrio, dijo que los cuatro concejos tenían derechos en Basogalante, de Elejazar hacia Olarte y confinante con Orozko. De joven estuvo de criado en Urietagoikoa y junto a otros vecinos de Amurrio hizo plantío de quejigos en Elejazar sin concurrencia de vecinos de otros lugares y según tenía oido se hacía todos los años. Estando en su caserío natal de Aldama había visto en dos ocasiones cómo los vecinos de Amurrio fueron a pagar incendios aunque no podía decir si los gastos de todo ello se repartieron entre los cinco concejos o no.

Juan de Larrazabal, vecino de Llodio en su barrio de Olarte, de 79 años, habló del citado incendio de unos años antes, que salió de una hoya de los operarios de Urizar, que fue quien pagó el gasto del refresco que se dio a quienes fueron a sofocarlo, que fueron vecinos de Amurrio y Luyando. No aportaron más detalles los testimonios de Francisco de Ibarrola, vecino de Luyando de 60 años; Domingo de Laña, vecino de Luyando de 47; e Ignacio de Isasi, vecino del barrio de Olarte de 58 años.

El día 28 declaró Francisco de Urrutia, vecino de Olabezar de 60 años. Dijo que no había visto a ningún vecino de los cuatro lugares ir a cortar leña a Elejazar y no sabía si lo habían hecho pero lo reconocía como monte comunero, teniendo Amurrio como suyo propio el dehesado de Arrospide y Olabezar el de Lekuzabal. Afirmó también que no sabía que ningún vecino de Olabezar y Saratxo tuvieran puesta traba alguna para la saca de piedra del río a los de Amurrio.

El siguiente testigo fue Juan de Orortegui, vecino de Orozko de 70 años, que por 40 años fue vecino en Amurrio “y su varrio de Basarte” y hoy lo era su hijo Juan, motivo por el cual su testimonio fue protestado por las partes contrarias. Dijo que tres años antes vio en Elejazar a unos carboneros que le dijeron que cocían carbón para Bernardo de Olazar a quien se lo había vendido el lugar de Amurrio.

Antonio de Picaza, vecino de Orozko de 78 años, sabía que la divisoria entre Orozko y Amurrio constaba de 19 mojones y tenía el monte de Elejazar como privativo de dicho lugar; hacía unos 24 años fue con una caballería a por una carga de leña de unos despojos que se hallaban caídos en jurisdicción de Orozko de materiales que se habían cortado en dicho monte de Elejazar y estando en ello los regidores José de Orue y Juan de Isasi le prendieron y embargaron la caballería, y aunque le quisieron multar intervinieron algunas personas y al final pagó por lo que se llevó y alguna carga más, y que todo ello pasó sin intervención de las personas de los otros concejos; había oido al difunto José de Olarieta que, al tiempo que fabricó una casa de nueva planta en el barrio de Elgeta de Larrinbe, pidió licencia a los regidores de Amurrio para cortar materiales para la casa.

Vicente de Beraza, apoderado del lugar de Larrinbe de 43 años, dijo que el personalmente y por medio de operarios, sin pedir permiso alguno y en diferentes años, había sacado mucha piedra de las canteras contiguas a la torre de Mariaka para la cerradura de su manzanal, y solo en una ocasión un criado suyo le dijo que le había salido al camino el regidor Juan de Aldama y le hizo parar el carro y a tres o cuatro carreteros, y les dijo que no volvieran a la cantera, pero no hicieron caso.

Francisco de Garayo, vecino de Luyando de 52 años, había conducido carbón para Urizar desde Elejazar y le dijo que se lo había vendido Amurrio y que pagó por ello a los regidores de este pueblo. José de Padura, vecino de Larrinbe de 35 años, comentó que unos 16 años atrás había ido cinco o seis veces con su carro y bueyes al término de Vasogalanta a cortar y traer leña en compañía de los hermanos Juan y Domingo de Orortegui, y nadie se había opuesto excepto la última vez que cortó un carrasco de vida y Francisco de Aldama dio parte a los regidores porque le había visto, fue multado y pagó, aunque había cortado dicho carrasco para sostener el carro en las bajadas del monte; dijo que tenía oído que los vecinos de los cuatro concejos siempre habían pedido licencia a los regidores de Amurrio cuando necesitaban madera para sus edificios y así lo hicieron los de Larrinbe cuatro o cinco años atrás cuando se fabricó de nueva planta la ermita de San Mamés, y que por haber pedido mucha madera se lo negaron, aunque creían que no tenían derecho y enviaron carpinteros de todos modos.

Tomás de Gabiña, vecino de Etxegoien de 40 años, dijo que no había visto ni había oido que ningún vecino de los cuatro concejos hubiera pasado a hacer leña a Elejazar ni que hubiera sido multado por ello por los regidores de Amurrio hasta el dia 27, cuando fue presentado y juramentado para este pleito, viniendo por el camino en conversación con su convecino Manuel de Echeguren y con Bartolomé de Esnarriaga menor, regidor de Amurrio, quienes le contaron que Padura había sido multado por ello; su difunto padre Tomás necesitó hace unos 14 años de un árbol para teguillo para su casa, pidió permiso a los regidores de Amurrio y fueron los dos a Elejazar a cortarlo, y lo mismo había hecho su convecino Mateo de Gabiña haría ocho o nueve años; también relató que Olabezar y Etxegoien tenían un pleito sobre un pedazo de monte encima de la casa de Arrigoyco (Olabezar) que sube hasta la “cruz de Vabio”, y que los otros tres concejos no habían participado para nada.

El citado Manuel de Echeguren, de 50 años, había oído de algunos vecinos que habían sido multados y lo mismo le había oido a su padre; el había pedido licencia a los regidores de Amurrio para un “cocino” del molino de Etxegoien, y lo mismo había visto hacer a Juan y Tomas de Gabiña difuntos, y a Mateo de Gabiña; el pleito entre Etxegoien y Olabezar era por el término de Orbeguchi pero había sido un litigio entre los dos concejos sobre un monte privativo del lugar de Olabezar. Esto aclara un poco este término y contradice la versión que querían presentar.

Agustin de Orue, vecino de Larrinbe de 74 años, sabía que Padura y Landaburu fueron multados por cortar un carrasco con vida y pidieron ayuda al concejo pero se la denegaron porque si habían errado lo debían pagar ellos; cuando era regidor hacia 30-32 años el difunto Antonio de Zulueta le dijo que necesitaba algunos materiales de madera de Elejazar para la fábrica de su cabaña y le contestó que pidiera licencia a los regidores de Amurrio y si se la negaban el se la daría, pero se la dieron, y también vio al difunto José García, también vecino de Larrinbe, traer materiales de Elejazar para reposición y composición de la casa en que habitaba y una cabaña contigua a ella; y cuando hicieron de nueva planta la ermita de San Mamés los regidores de Amurrio se negaron a conceder permiso y entonces fueron al termino de Astepe en Elejazar y cortaron las maderas necesarias.

Diego de Zulueta, vecino de Larrinbe de 64 años, certificó que su difunto padre Antonio construyó de nueva planta una casa y cabaña con materiales de Elejazar. También asistió a la conducción de materiales para la reposición de una casa de Jose Ignacio de Salazar en Saratxo; según la ordenanza, debían pedir licencia a los regidores de los lugares donde se ejecutase la obra. Nadie había dicho esto antes.

Domingo de Orbe Marquijana, vecino de Luyando de 50 años pero que había vivido 34 en amurrio, comentó que había visto muchas veces a vecinos de Olabezar  cortar y llevar leña para sus hogares del dehesado de Lekuzabal sin impedimento ni embarazo alguno, pero el y otros vecinos de Amurrio también sacaron leña de ahí e incluso hicieron rotura, por lo que no sabía de quién era privativo. Lo que sí sabía es que el dehesado de Arroispe era de Amurrio y había oido que los de Larrinbe tenían el suyo hacia la parte de Onsoño.

Domingo de Gabiña, vecino de Saratxo de 54 años, declaró que 8 o 9 años atrás sus convecinos Nicolás de Salazar y Matías de Orue habían pedido licencia a los regidores de Amurrio para cortar materiales en Elejazar para la construcción de las casas que hicieron de nueva planta y aunque se les concedió no usaron de ellas porque se les ofrecieron materiales con más comodidad.

Domingo de Ugarte, vecino de Saratxo de 44 años, dijo que sabía por su padre Francisco, que murió con 97 años, que ninguno de los vecinos de los cuatro concejos podía ir a Elejazar a cortar materiales sin pedir licencia a los regidores de Amurrio pero éstos no la podían negar. Su testimonio fue protestado por Abasolo por ser inquilino de Juan Bautista Jiménez Bretón, vecino de Orduña y suegro de Manuel de Landa.

Manuel Domingo de Zaballa, vecino de Luyando de 68 años, dijo que había oido al difunto Felipe de Lezama Eguiluz, “caballero de muchas noticias”, ciertas informaciones sobre el pleito que el Conde de Ayala, que creía erróneamente que se llamaba Cayetano de Ayala, había seguido con el valle de Orozko. Por el mismo Felipe, sabía que Juan de Urrutia costeó la fábrica del palacio de Amurrio, que fue sujeto “de muchas conveniencias” y administrador del Conde de Ayala y por lo bien que cuidó de sus bienes e intereses le cedió por sus días los diezmos de Amurrio y Larrinbe y por ello creía que Urrutia habría hecho cualquier cosa a favor del Conde.

Así finalizó la presentación de testigos, a pesar de que Yarritu tenía presentados anteriormente a otros como Domingo de Acha, Manuel de Larrazabal y a los escribanos Gerónimo de Arana y Domingo de Larrazabal, ninguno de los cuales llegó a declarar, por los motivos que sean.

Como se puede ver, a pesar de que los testigos fueron presentados para ratificar una versión plenamente establecido, hubo disparidad de opiniones y, quizá intencionadamente, se dibuja una nebulosa acerca de la cuestión de la propiedad de los montes de Elejazar.

Continuará

Bienes y derechos del Señor de Ayala

Uno de los interesantes documentos aparecidos en el Apéndice Documental del libro sobre la casa torre de Murga escrito por E. García y F. Verástegui consiste en una relación de los bienes y derechos que el Señor de Ayala, Pedro López de Ayala (el posteriormente conocido como «Comunero»), tenía en la Tierra de Ayala a finales del siglo XV.

El escrito fue realizado por su merino y recaudador Juan López de Sojo en 1496. Varias generaciones de los Sojo fueron los más fieles servidores de los Ayala por aquel entonces. En el documento que elaboró, incluyó una serie de bienes que es evidente que no le correspondían, pero sobre los cuales aspiraba a arrogarse su propiedad.

En primer lugar, el Señor de Ayala tenía la jurisdicción civil y criminal, es decir, la administración de justicia. Al fin y al cabo, Ayala era un señorío jurisdiccional. En todo caso, los vecinos de la Tierra habían logrado la capacidad para nombrar alcaldes que administrasen justicia en primera instancia, si bien el Alcalde Mayor, nombrado por el Señor, además de tener esta capacidad, entendía los casos de apelación.

En segundo lugar, los Señores de Ayala fueron patronos de muchas iglesias en la Tierra. En algunos casos, sabemos que este derecho fue comprado por sus antecesores; en otros, lo podemos intuir. Y también tenían la propiedad de algunos solares cuyos moradores eran vasallos suyos y pagaban anualmente tributos generalmente en trigo y cebada, pero a veces también en gallinas, lechones o carneros. Lo iremos viendo pueblo por pueblo.

Como es sabido, el centro de poder de los Señores en Ayala residió en Quejana. Así, era patrón de la iglesia de San Juan (que compraron sus antecesores un siglo antes a decenas de porcioneros) y sus sufraganas de Santa Eugenia (sic) de Ozeka, San Pedro de Menoyo y Santa María de Etxaurren. Poseía también los palacios de Quejana con su huerta, campo, castañales, etc;  “el solar de la casa de baxo” con sus heredades, campo y pertenencias desde el camino que iba a casa de Álvaro Ortiz (se refiere a Álvaro Ortiz de Aldama) por el río abajo hasta “la puente que pasan a Ybarguen por el camino rreal fasta dicha casa”. Tenía un majuelo llamado el Peraçal que estaba debajo de la casa de Robina.

Tenía en este lugar los solares de Ysa; el solar de Pedro Echaurren; el de Gorvea “en el lugar de Gorbea”; y los solares de Hortuño, Diego y Diego de Çaballa que probablemente estaban también en Ozeka.

El otro gran centro de poder de Ayala era Respaldiza. El Señor era patrón de su iglesia, con el correspondiente derecho a nombrar sacerdotes, y en este concejo tenía también “el palaçio del monesterio” con su huerta, campos y heredades que estaban junto a el y la iglesia así como unas heredades que tenían en arrendamiento Juan Ortiz de Ibarrola y su hermano Fortún Ibáñez. Por último, también poseían la ermita de “Santa Maria de Eguioguen”.

En Llanteno, era el único patrón de la parroquia de Santiago y además tenía tres solares: el de Echevarria, el de “Lavarrieta del monte” y el solar de Echave.

En Beotegi era patrón de la parroquia de Santo Tomás de Perea, de la que eran feligreses los de Beotegi y Retes de Llanteno. En el primer lugar, tenía el solar de Larringana; y en Retes, el de Echave.

En Menagarai era patrón de la iglesia de San Pedro y tenía también el “solar de Biçirico”. En Zuaza era patrón de la iglesia de Santa María pero no en solitario, ya que el solar de Quadra también tenía algún pequeño derecho en ella. En esta localidad, tenía los solares de Echevarria, Urieta y el de “Undio Belaustegui debaxo”. Hay que decir que en 1378 Fernán Pérez de Ayala donó el solar de Undio para el recién fundado monasterio de San Juan, el cual había comprado anteriormente para pasto de su ganado.

En este escrito, sorprendentemente, el Señor figura como propietario de 2/3 de la iglesia de San Juan de Murga, la mitad de la torre y casa fuerte, ¾ del palacio, el manzanal delante del palacio y la 1/4 de todas las heredades del solar de Murga entre el puente de Marquijana y el puente de Izoria y entre Santa María de Amurrio y San Juan de Murga. Esta no era una propiedad real sino que parece denotar cierta voluntad de apropiación de bienes ajenos, en este caso de sus rivales los Murga.

En Luyando le correspondían los diezmos de la iglesia de Santa María Magdalena, que figura como sufragana de la de Respaldiza, y el concejo le pagaba diez fanegas de trigo por el pie de altar de Luyando. Tenía también unas ruedas, solar y herrería en este lugar. Por otra parte, en la zona de la Sopeña los Señores poseían 2/9 de la iglesia de Maroño, ya que el resto era del mismo pueblo y del abad de San Millán de la Cogolla. En Izoria poseía las ¾ partes del monasterio de San Julian, ya que la parte restante era de los capellanes que servían a la dicha iglesia. Y en Salmanton la ermita de Santa Cruz y unos nogales junto a ella.

El Señor de Ayala llevaba ¼ de los diezmos de la iglesia de Santiago de Larrinbe, ya que las partes restantes las llevaban los clérigos de Amurrio, que debían ir el día de La Magdalena a Quejana a decir misa por los señores. En el monasterio de Etxegoien llevaban 2/3 partes de los diezmos, la otra parte la llevaba la mujer de Juan Díaz de Guinea, señor de la casa de Saerin. Eran patronos también de la iglesia de Santa Lucía de Lekamaña.

En el documento que estamos siguiendo, hay tres conjuntos de bienes que se explican con mayor detalle. En primer lugar, el Señor era propietario de 8,5/12 partes del monasterio de Santa María de Baranbio, siendo el resto de la mujer de Juan Díaz de Guinea. Lo destacable en este caso es que se dicen propietarios de un buen número de solares, varios de los cuales tienen topónimos irreconocibles. Sí sabemos que la casa de Saerin tuvo una serie de solares con los que todavía pleiteaba en la segunda mitad del XVII, pero de estos solares de los que se dice propietario la Casa de Ayala no sabemos gran cosa. Son los siguientes:

  • la mitad de la herrería de Çiorraga y la mitad de la rueda que estaba junto a ella con la mitad de sus pertenecidos, ruedas y manzanales (sospechamos que en este caso ocurre lo mismo que con el solar de Murga)
  • el solar de Isasi
  • el solar de Aguirre
  • el solar de Rotabarria que tenía Lope
  • el solar de Biezan
  • el solar de Pero Hernández de Mendibil
  • el solar de Uriza
  • el solar de Juan de Lascano “y su hermandad”
  • el solar de Juan de Coscorra
  • el solar de Juan de Coscorra “debaxo”
  • el solar de Guipuça

 

En el lugar de Derendano tenían una serie de bienes que se describen uno a uno, empezando por:

  • ruedas “que se llaman pasaje con el palaçio questa delante. Las ruedas del Pasaje son el molino de Saratxo, junto a las curvas de la carretera; parece que tenía un palacio delante, cuyos antuzanos, quintanales y era también poseían
  • una huerta junto a las ruedas
  • la pieza de Laserue que sale del camino real a San Nicolás al camino real a Orduña
  • una pieza parte arriba del palacio que sale al arroyo que viene de “Jimileo”, a surco de Juan de Derendano y Juan de Aguirre
  • una pieza que va de la dicha quintana arriba, entre Hernando de Aguirre y Rodrigo de Saracho
  • una pieza en el camino que van a San Nicolás, a surco de Juan Ortiz de Saracho y Juan de Derendano
  • una pieza sobre el río de Eguinega, a surco de Martín el herrero y Rodrigo de Saracho
  • una pieza en Chinesa parte arriba del campo en el calce
  • una pieza debajo del palacio viejo hasta el río, a surco de Pedro de Calçada
  • este palacio viejo junto a San Nicolás con sus heredades y pertenecidos
  • una pieza debajo del camino que va a San Nicolás, a surco de Martín de Çubiaur y Pedro de la Calçada
  • una pieza junto al camino que va de Çubiaur a Saracho y a Orduña, a surco de Martín el herrero
  • una pieza tras la iglesia de Lekamaña a surco de Pedro de Urruño y Lope de Urruçaga
  • una pieza a surco de Juan el herrero en Munetegui
  • una pieza a surco de Juan Ortiz de Saracho y de los hijos del herrero en Munetegui
  • el solar de Gueleçabe
  • el solar de Madalbe (que probablemente estaba en Lekamaña, ya que en 1562 Martín de Uliarte de Madalbe era vecino en este pueblo)

 

Finalmente, contamos con una detallada descripción de los bienes que el Señor de Ayala tenía en Amurrio, la mayor parte de ellos correspondientes a casa fuerte de Mendixur, que fue usada durante siglos como cárcel de la Tierra de Ayala. En la parroquia, eran patronos de la mitad de los diezmos (posteriormente harían cesión perpetua de por vida al Aposentador Ugarte, y después a Juan de Urrutia). Junto a la iglesia tenían una casa con dos manzanales, y la casa fuerte de Mendixur con sus heredades, que son las siguientes:

  • El manzanal viejo, a surco de Martín de Uliarte y la propia casa
  • Una heredad entre la torre y el arroyo que baja de Santa Cruz
  • Una pieza sobre la fuente, entre el arroyo y el camino a Aldaiturriaga
  • Una pieza cerrada con la huerta
  • Una pieza entre el calce de las ruedas de las monjas y el río
  • Una pieza en Mascoribay junto a las ruedas y el calce
  • Una pieza llamada “el parral” entre los manzanales de Mendeguren y el arroyo que baja de Usiaran
  • Una pieza en Ladaruao tras las casas de Hortún Sáenz de Aldaiturriaga
  • Una pieza en las returas nuevas en Canpirio, a surco de Hortuño de Beotegui
  • Una pieza en Mendigorria a surco del dicho Hortuño
  • Una pieza en Mendigorria a surco de Hernando de Ugarte
  • Una pieza a surco de Hortuño de Usategui
  • Una pieza entre el calce de las ruedas de las monjas y el camino a Echeguren (Echegoyen?)
  • Una pieza entre el calce y el río
  • Una pieza en los manzanales de Mendiguren entre los propios del dicho Hortuño
  • Media era a surco de Hortuño de Mendiguren y su hermana Teresa
  • Una pieza encima del camino real entre la heredad del dicho Hortuño y Joan de Mendiguren
  • Una pieza en “la altirima”
  • Una era entre la casa y la casa de Juan de Mendixur con sus antezanos y quintanales alrededor de la torre

 

¿Y Okondo? Los señores de Ayala fueron dueños de la torre de Unza, que también usaron como cárcel, y de sus iglesias, pero por alguna razón no fueron incluídos en esta relación cuyo máximo interés, en cualquier caso, reside en los nombres de solares, topónimos y personas que nos aporta para una época, finales del XV, sobre la que disponemos de muy poca documentación.

 

 

 

 

Oraa, Cortina y la anciana asesinada

 

 

A finales del mes de enero de 1716, el regidor de Saratxo Juan de Elejalde acudió a Urduña/Orduña en busca de Pedro de Fontecha, Gobernador y Alcalde Mayor de la Tierra de Ayala, para informarle del horrible crimen que había tenido lugar en su pueblo. El Alcalde Mayor de Ayala, un cargo trienal que debía ser desempeñado obligatoriamente por un abogado y por una persona residente a más de cinco leguas del lugar -lo que evidentemente no se cumplía con Fontecha-, tenía capacidad para entender en primera instancia al igual que los cinco alcaldes ordinarios. Así que Elejalde acudió a el en vez de a cualquier alcalde ordinario, a buen seguro por ser el que estaba más cerca.

 

Aquella mañana, Maria Sáenz de Orue Aguirre había aparecido muerta en su cama, desnuda y atada de pies y manos, con una herida en la mejilla de la que había sangrado y algunas señales en la garganta que, según los cirujanos que la examinaron, indicaban que había sido sofocada y ahogada. Nombrada como anciana, tenía 65 años y era viuda de Diego de Viguri Ugarte. Su caserío tenía dos viviendas: en una habitaba ella con su hija y heredera, Maria Sáenz, casada con Francisco de Unzueta Berganza, que era natural del caserío Bideko de Lezama; en la otra residían Miguel de Revilla Ribacoba y Maria Andresa de Viguri Aquejolo en calidad de arrendatarios.

 

No cabía duda de que Orue había sido asesinada en su propia casa, en la misma cama en la que dormía. Y nadie pareció enterarse. Solo los arrendatarios vieron a unos intrusos sin que quede claro si llegaron a reconocerlos o no. Fue la hija quien notó la falta de lomos y longanizas de un cerdo que había matado su madre, así como algunas ropas pero ni mucho menos todas, ya que ciertas prendas e incluso porciones de trigo habían sido extraídas de un arca y esparcidas por la alcoba.

 

El Alcalde Mayor Fontecha recibió informes extrajudiciales que culpaban del robo y muerte de la anciana a Matías de Iturricha Ugarte y Antonio de Aldaiturriaga Bañueta, vecinos del mismo Saratxo, Tomás de Larrea, Francisco de Herrán Viergol y Joseph de Oraa, residentes en la ciudad de Urduña/Orduña. Se consideró probado que los cinco, “por comunicación precedente que habian tenido”, quedaron para robar a Orue, de modo que penetraron en su casa, la ataron de pies y manos y le cubrieron la cara con la ropa de cama antes de proceder al robo propiamente dicho. El homicidio fue involuntario: transcurrido un rato, se percataron de que la anciana había muerto, seguramente asfixiada.

 

Los ladrones debieron poner pies en polvorosa tras semejante desmán ya que los tres habitantes de Urduña/Orduña fueron apresados en Haro el 4 de febrero, al quinto día del sepelio de la anciana. En las alforjas de Oraa se encontraron lomos y longanizas que no dejaron lugar a dudas de su culpabilidad pero, por si fuera poco, también portaba una escopeta que resultó haber pertenecido a Domingo de Basabe, sacerdote de Oiardo asesinado el diciembre anterior y a quien días antes de su muerte habían robado un puñal, diferentes escopetas y pistolas. Tras su retención en Haro, los reos fueron trasladados e internados en la prisión de la Chancillería de Valladolid.

 

Exactamente dos años después, empezó a correr por la ciudad vizcaína el rumor de que Oraa había hecho fuga de la prisión vallisoletana y que estaba en las inmediaciones. A mediados de mes, se dijo que había sido visto en Lezama y Lekamaña. El día 8 había aparecido sacada la piedra que hacía de umbral en la puerta de la iglesia de Belandia, por donde se habían colado unos ladrones que se llevaron tres cálices y una cruz de plata, una banda de tafetán encarnado y unos manteles de altar. Luego desaparecieron los cálices de la iglesia de Tertanga. Y una semana más tarde se supo que también habían robado en la iglesia de Fresneda tras abrir un boquete en una pared lateral. Fontecha sospechó de la autoría de Oraa en todos estos delitos pero no hemos hallado certeza alguna sobre ello.

 

El mediodía del 27 de febrero un hombre que dijo llamarse Joseph Pablo de Oraa, de unos 34 años y natural de Bergara, albañil y cantero de oficio, fue arrestado por orden del Corregidor de Bizkaia en la casa de Agustín de Inchaurbe en la bilbaína calle “Velaosticalle”. Portaba encima un puñal con su cuchillo y vaina con mango de madera, unas tijeras pequeñas con vaina dorada, un pañuelo blanco, un birrete de lienzo blanco, un pedazo de estopa, dos cabos de cera amarilla, un eslabón para encender lumbre, un par de hebillas de metal, un pedernal, dos cordeles y diez monedas.

 

Declaró que, en el transcurso del último mes, había transportado 14 o 15 arrobas de tabaco, unos 170 kilos, desde Vitoria-Gasteiz a Sunbilla en Navarra en compañía de un tal Pedro, del Reino de Aragón, y un tal Juan, del reino de Valencia. Finalizado este trabajo, y tras hacer escala en Urduña/Orduña, Oraa se trasladó a Portugalete y se alojó en casa de un herrero llamado Juan a quien encargó que le hiciera unas cuantas herramientas propias de su oficio. Luego fue a Bilbao con el objeto de que Agustín de Inchaurbe le hiciera una capa y unos calzones rojos. En el momento de ser detenido en su misma casa, llevaba alojado allí cuatro días. Según dijo, le había conocido 3 o 4 años antes cuando estuvo de cantero en la villa y alojado en casa de Martín de Zaldua.

 

Finalmente, no ocultó que había estado encarcelado por su presunta implicación en la muerte de “una vieja” en Saratxo que tuvo lugar en el transcurso de un robo que habría ejecutado con una docena de individuos naturales de Saratxo y Urduña/Orduña. Sin embargo, contó que había sido puesto en libertad por resultar inocente, en compañía de un tal Ignacio de Mugaburu, natural de “Sarachu”.

 

Inchaurbe, que no tenía nada que ocultar, por lo que suponemos que habría contado la verdad, contó que estaba en la plaza de la villa bilbaína cuando Oraa se le acercó y le saludó por el apellido antes de decirle que un par de años antes le había cosido una valenciana y echaron un trago juntos, pero no se acordaba de el. De hecho, en los cuatro días y medio que estuvo en su casa mientras cumplía el encargo de hacerle unos calzones, no llegó a conocer su apellido y únicamente sabía que se llamaba Joseph Pablo. Le expresó que su intención era ir a Santander para trabajar en una obra de cantería bajo las órdenes del expresado Zaldua.

 

Y no sabemos más. La documentación conservada acerca de este proceso no va más allá.

 

¿Quién era este Oraa? Lo cierto es que no hemos hallado a nadie que responda a su nombre y apellido en los registros parroquiales de Bergara. Fontecha sospechaba que Joseph Pablo de Oraa no era su verdadero nombre y puede que tuviera razón. En su declaración, el detenido afirmó que estaba casado con Maria de Arechavala, natural de un pueblo alavés cuyo nombre ignoraba, con quien tenía dos hijas llamadas Antonia y Josepha. Ignoraba su paradero porque no había tenido comunicación con su familia desde que las dejó en Urduña/Orduña dos años antes, al huir tras el robo, aunque esto evidentemente no lo expresó. A Inchaurbe le contó que tenía mujer y tres hijas en Valladolid, si bien luego dijo que en Urduña/Orduña.

Pero no hemos encontrado ni rastro ni de su mujer ni de sus hijas. Solo cabe la posibilidad de que ella fuese natural de Tertanga, donde efectivamente residieron unos Arechavala, y cuyos registros parroquiales de la época no se han conservado. Sin embargo, no podemos dejar de advertir que en 1715 fue bautizada en Urduña/Orduña una niña llamada Maria Asensia, hija de Joseph de Oraa Izaguirre y Maria López de Arroa. Tampoco hemos encontrado a este individuo pero sí a un tal Joseph Antonio de Oraa Aguirre, nacido en Bergara en 1675, por lo que su edad coincidiría plenamente con la expresada por el protagonista de esta historia. Bien pudo ser el.

 

Nos falta hablar de un personaje: el mismo que avisó al Corregidor de la presencia de Oraa en la casa de Inchaurbe, el mismo que ejecutó la detención por haberse fugado de la prisión de la Chancillería de Valladolid, donde estaba a causa de haber ejecutado robos y muertes. Se llamaba “Antonio de Suloeta” pero Oraa solo le conocía por el nombre de Cortina y creía que era de Amurrio. Su nombre completo era Antonio de Zulueta Larrea, tenía 39 años, era natural y vecino de Larrinbe y estaba casado con Maria de Sautu Bengoa. Cortina es el nombre de un caserío de dicho pueblo, el mismo en el que vivió el sujeto, pero por aquel entonces la casa mantenía su nombre original, Larra, con el que aún se documentaba en 1815. ¿Era Cortina el apodo personal de Antonio? Desde luego, era conocido con este sobrenombre, pero se trata de un apodo familiar con el que documentamos también a su nieto Manuel (“Manuel de Zulueta Cortina” en 1778, cuando fue elegido alcalde ordinario) y en su bisabuelo Juan de Larrea, que en septiembre de 1613 fue nombrado alcalde de hermandad como “Juan de Cortina”.

Una agresión, la casa de Arexmuga y el patronato de la iglesia de Saratxo

La mayoría de las parroquias de la comarca estuvieron sujetas al derecho de patronato que ostentaban las familias más poderosas del lugar. Este derecho tenía su origen en el hecho de que estas iglesias fueron construidas por particulares (en muchas ocasiones, los mismo señores de Ayala) y tanto ellos como sus herederos de generación en generación gozarían de ciertos privilegios sobre el templo. La percepción de los diezmos era el principal derecho que tenían los patronos de una iglesia pero no el único. Generalmente, tenían su sepultura y su asiento en un lugar destacado pero los privilegios abarcaban también detalles que, hoy en día, ya no nos parecen muy importantes: los patronos eran los primeros en recibir la paz en misa. Este hecho aparentemente trascendental no lo era en absoluto, ya que lo verdaderamente importante era la plasmación visual del privilegio concreto: al recibir la paz en primer lugar estaban reafirmando su preeminencia en la escala social, su lugar diferenciado respecto al resto de vecinos. La vulneración de este derecho podía dar lugar a serios pleitos y conflictos, no pocas veces expresados de forma violenta. Eso es lo que ocurrió en las navidades del año 1599 en la iglesia de San Nicolás del lugar de Saratxo, que por entonces aún era habitualmente llamado Derendano.

Es sabido que el patronato de la iglesia de Saratxo perteneció al convento de Quejana por donación que hicieron los señores de Ayala en la Baja Edad Media. Es así que el convento financió las obras realizadas en el templo en diferentes ocasiones así como su reconstrucción en el año 1757. Esta situación duró hasta 1841, cuando los diezmos fueron abolidos y se instaló la Contribución de Culto y Clero.

Sin embargo, el patronato de la parroquia de San Nicolás no fue exclusivo de las monjas de Quejana: otra parte correspondía a la casa y solar de Arexmuga, “casa solariega muy principal de notorios caballeros” situada en la misma localidad. Los propietarios de esta casa, como herederos de los fundadores, o cofundadores, de la iglesia, tenían su sepultura en el crucero de capilla mayor, lugar privilegiado, así como un banco de su propiedad en posición destacada. Y, por supuesto, también tenían el derecho a recibir la paz en primer lugar, subrayando así su preeminencia sobre sus convecinos.

Muy poco es lo que sabemos acerca de la casa de Arexmuga y sus propietarios, los Gómez de Velasco. Los primeros miembros de este linaje de los que tenemos noticia son Pedro Gómez de Velasco y Maria Ibáñez su mujer, que debieron vivir a finales del siglo XV y principios del XVI. Fueron padres de San Juan de Velasco, casado con Catalina Martínez de Landa, vecino de la localidad en 1562; estos a su vez fueron padres de Gaspar, que era vecino en 1590. Este estuvo casado con Maria de Zaldibar y tenían un hijo llamado Juan Gómez de Velasco; madre e hijo son los protagonistas de este relato.

En la pascua del año 1599, estando todos los vecinos en la iglesia de San Nicolás asistiendo a los oficios, el monaguillo Lope de Muruzaga, que no tenía ni 14 años, dio la paz en primer lugar a un anciano llamado Juan de Echevarria antes que a Juan Gómez de Velasco. Así, cuando fue su turno este no quiso tomar la paz y, con “mucha cólera y aceleración”, abofeteó al joven Lope y lo golpeó contra la pared, haciéndole muchos malos tratamientos de manos y de palabras. Ante esta situación, intervino Juan de Landa, que era cuñado de Lope, amonestando a Velasco por su agresión a un joven honrado y de buena familia. Pero llevado por la ira Juan Gómez cogió una lanza y arremetió contra Landa, de modo que los feligreses tuvieron que intervenir para impedir que la agresión pasara a mayores. Después, la dicha Maria de Zaldibar “como persona que le daba consejo favor e ayuda al dicho su hijo para cometer los dichos delitos” salió de la iglesia y, cogiendo un hueso humano de gran tamaño que había encontrado, se lo arrojó a Landa a la cara y trató de atizarle con un palo mientras le decía que era un desvergonzado de ruin linaje.

La escena continuó al día siguiente. Estando nuevamente en la iglesia, había otro muchacho haciendo de monaguillo y al tiempo de dar la paz, Maria de Zaldibar se levantó de su asiento y dijo que si su hijo no recibía la paz en primer lugar, pegaría al monaguillo con un candelero y le quebraría la cabeza con el. Sin embargo, todo siguió en orden y no se produjo ningún altercado.

En todo caso, el 5 de enero de 1600 Juan de Landa acudió a los “palaçioss de quexana” y denunció, en su nombre y en el del menor Lope de Muruzaga, a Maria de Zaldibar y Juan Gómez de Velasco, individuos “principales, ricos y hacendados”. El alcalde mayor de la Tierra de Ayala, hechas las pertinentes averiguaciones, consideró probada la acusación y emitió su condena en febrero: Juan Gómez de Velasco se había ausentado de la tierra, por lo que se ordenó que fuese atrapado y enviado a galeras para servir durante 4 años, además de tener que pagar 30.000 maravedís. Por su parte, Maria fue condenada a una pena de 2 años de destierro y al pago de 3.000 maravedís.

Poco después, Juan Gómez de Velasco se presentó en la Chancillería de Valladolid, que era el tribunal ante el que se apelaban las sentencias emitidas por el alcalde mayor de Ayala. Es decir, era la instancia superior de justicia de la época. Velasco afirmaba que la condena era injusta porque no habían cometido ningún delito contra los denunciantes, más bien al contrario, ya que aquellos habían querido perturbarles en la posesión de sus derechos legítimos. Y en lo que respecta a la agresión cometida sobre Lope de Muruzaga, afirmaba que no le golpeó de consideración y que, en todo caso, las reprimendas más o menos violentas estaban permitidas y generalmente aceptadas cuando los mozos actuaban indebidamente. De todos modos, consideraba que Lope había actuado en todo momento bajo las órdenes de Juan de Landa.

Y es que Juan Gómez de Velasco acusaba a Landa, y a otros vecinos, de haber tratado de quitarle sus privilegios y la posesión de la tumba en la parroquia aprovechando su juventud. Esto habría motivado la llegada de un visitador eclesiástico que, tras examinar la iglesia, había ordenado que quitasen la tumba y allanasen el suelo por ser su existencia contraria a la constitución del obispado.

En este contexto, se reunieron los vecinos del concejo de Derendano a campana tañida frente a la iglesia de San Nicolás. Por aquel entonces, eran regidores Pedro de Ugarte y Martín de Elexaga. El objetivo de la reunión fue aceptar que los Velasco continuasen gozando de sus preeminencias y evitarse largos y costosos pleitos que siempre resultaban gravosos para la población. Los vecinos que asistieron a esta reunión fueron Juan Sanz de Echevarria, Juan de Uscategui, Juan de Landazuri, Martin Pascual de Oquendo, Pedro Rodriguez de Saracho, Domingo de Echavarria, Asensio de Oquendo, Juan de Soxo, Juan de Viguri, Pedro de Urtaran y Pedro su hijo, Christobal de Estranzu, Pedro de Menoyo, Domingo de Anda y Domingo de Aquexolo.

Una vez que el caso quedó en la Chancillería, el pleito pronto quedó orientado hacia la averiguación de si las pretensiones de los Velasco eran legítimas, olvidando el tema de la agresión. Para ello, un receptor procedente de la misma Chancillería se trasladó a Saratxo a tomar declaración a los vecinos, que unánimemente confirmaron el origen de los Velasco y los privilegios que desde tiempos inmemoriales había tenido la casa de Arexmuga.

En todo caso, el documento aporta datos de cierto interés. En primer lugar, posiblemente por ser foráneo el receptor, se indica que el escribano local hizo que las preguntas fueran “dadas a entender” a Pedro de Landazuri, de 60 años, y a Catalina de Saracho, viuda de Sancho de Viguri, de unos 75 años. Pensamos que hace referencia a una traducción del castellano al euskera, que sería la lengua mayoritaria por aquel entonces. En segundo lugar, los testigos afirmaron que las casas de Elexaga, Landazuri y Ugarte también tenían sepulturas en la iglesia. En tercer lugar, se mencionan a vecinos del pueblo que llevaban ya muertos muchos años, como Pedro Díaz de Calzada, San Juan de Mendiguren, Diego Ortiz de Saratxo y Juan Sanz de Echabarria (que habría muerto con unos 100 años).

Dicho todo esto, ¿cuál es esta casa de Arexmuga o Aresmuga? Sin duda, si sus propietarios fueron patronos de la iglesia se debía de tratar de una casa de cierta importancia. Pero lo cierto es que no tenemos muchos más datos sobre ella. Sabemos que en 1706 estaba habitada por Thomas de Padrabieta Uriarte y su mujer Maria de Gorbea Angulo, colonos o arrendatarios. En cuanto a sus propietarios, tampoco seguimos muy lejos la pista de los Gómez de Velasco: de Juan no volvemos a tener noticia y solo sabemos que su hermano Ignacio se casó con Mariana de Orueta Mujica-Butrón, que bautizaron a su primer hijo en Saratxo en 1619 y después pasaron a habitar en Orduña.

Según parece, con el tiempo el nombre de “Aresmuga” se transformó en “Mugaraz”, documentado a mediados del siglo XVIII y principios del XIX. Esta casa fue vendida en 1753 y es su patronazgo sobre la iglesia de San Nicolás lo que nos permite certificar que, a pesar del cambio del nombre, se trata de la misma casa. Casualmente, los vendedores también se apellidaban Velasco, aunque no tenían ningún parentesco con los Gómez de Velasco mencionados. Concretamente, eran los hermanos Maria del Pilar Velasco y Pimienta (Marquesa del Prado, vecina de Valladolid) y Juan de Velasco y Pimienta (Marqués de Pozo Blanco, Coronel de Caballería y Teniente del Regimiento de Flandes, residente en San Lucar de Barrameda).

Al parecer, todos los bienes que vendieron habían sido de su madre Ignacia Casilda tras la muerte de Francisco Antonio Díaz Pimienta, marqués de Villarreal, en 1732. Ignacia se casó con Francisco Diaz de Velasco, teniente general de los Reales Ejércitos y Marqués de Pozo Blanco. A los dos hermanos les correspondieron una serie de bienes en Orduña, Saratxo y el barrio de Zamarro, que vendieron en 1753 a Manuel Teodoro de Viana Eguiluz, Comisario de Guerra, Juez Oficial Real en las minas de Caillona en el reino de Perú y vecino de Orduña, por 42.053 reales debido a su ausencia de la tierra y no poderlos administrar adecuadamente.

Estos bienes comprendían las casas que servían de Mesón en la “calle de Nueba” de Orduña, con su huerta pegante a ellas, que lindaba al norte con “callexa o servidumbre” que va desde esa calle a la de Cantarranas, oeste con casa de Vicente Ochoa de Mugaburu y al sur con la muralla de las mismas casas, “que da a las Rondas y continúa hasta el Arco y Portal que sale para el convento de San Francisco”; y una casa en el barrio de Zamarro, con el suelo de otra casa de la que solo quedaban vestigios, junto a numerosas heredades.

Y vendieron también la casa y casería “que llaman Mugaraz” en Saratxo, con una herrán de 138 aranzadas junto a ella, que lindaba al sur con el Camino Real, por la hondonada con el río, por la cabecera con una heredad que fue de Thomas de Amirola, y por el norte con heredad de Pedro de Aguirre. Junto a ella iban asociadas heredades en Ugarz, en Boriñaur junto al Camino Real, en Pozo Redondo, en Ulizar y un monte en Lagoroa. Además, a la casería correspondía el patronato de la iglesia de la localidad y una parte del diezmo de ella, que ahora parecía estar reducida a los diezmos de frutos que se cogen en términos de dicha casería, y el resto se lo llevaban las religiosas del convento de San Juan de Quexana.

Los últimos datos de esta casería de los que disponemos, al menos por el momento, corresponden al primer tercio del siglo XIX. En 1810, Manuela Basilisa de Viana, vecina de Briones, recibió una comunicación para que presentara los títulos que la acreditasen como preceptora de diezmos en la iglesia de Saratxo. Lo mismo tuvieron que hacer las religiosas de Quejana, cuya presidenta era Maria Gertrudis Izar de la Fuente. Es en este contexto cuando se aporta la documentación relativa a la venta anteriormente mencionada. Se nos dice que, en dicho momento, la casa estaba arrendada a Francisco de Arberas Zaldu y Josefa de Otaola Udaeta. De hecho, en 1830 eran los propietarios de la misma. Sin embargo, ninguno de sus descendientes figura como propietario en 1876 ni en 1884.

¿Dónde estaba la casa de Arexmuga o Mugaraz? ¿Qué fue de ella? ¿Aún existe habiendo caído en el más absoluto olvido su antiguo nombre o desapareció, como tantos otros, en el siglo XIX? Esperemos que algún día la consulta de nuevas fuentes documentales pueda ofrecer la respuesta a estas preguntas.

 

FUENTES:

– Archivo Histórico Provincial de Álava: Protocolo Notarial 11.549, Géronimo de Abechuco, 1830

– Archivo Histórico Provincial de Álava: Protocolo Notarial 12.765, Juan de Murga, 1706

– Archivo Foral de Bizkaia: Consulado de Bilbao, 0480/009

– Real Chancillería de Valladolid: Registro de Ejecutorias, Caja 1927, 1

Hilketa Saratxoko (edo Derendanoko) elizan

1539ko apirilaren 3an, Ostegun Santua, Saratxoko elizan (“iglesia de san nicolas de derendano”) zeudenean, Martín de Oquendo izeneko gazteak gezi batekin larri zauritu zuen Juan de Derendano auzokoa.

Juanek testamentu egiteko nahikoa indarra izan zuen baina laster hil zen. Horregatik, Martín Juanen familiari 400 dukado ordaintzera kondenatua izan zen eta, dirudienez, urkatua izatera ere bai. Baina Oquendok Ameriketara alde egin zuen, Panamara hain zuzen. Eta han hil egin zen 1554. urtean. Juanen oinordekoek ez zuten dukadorik jaso.

 

Derendanotarrak

Francisca de Torresekin alaba izan zuen Juan de Derendanok, Casilda izenekoa, zeinek ez zuen inoiz adin-nagusitasunera heldu.

Beraz, Hernando Ortiz de Ugarte amurrioarra izan zen Juanen benetako oinordekoa. Testuan Hernando eta Juan anaiak zirela esaten da. Ziur aski Amurrioko Ugarte etxeko jauna izan zen; nahiko gizon boteretsua zela ondo dakigu. Baina, zergatik zituzten anai hauek abizen desberdinak?

Garai hartan abizenak finkatuta ez zeudelako; ohikoa zen emazte edo senarraren abizena hartzea, edo bizi zen herriko edo baserriko izena.

1638an Hernando de Ugarte, seguraski bestearen biloba, “la cassa de erendano”ren jabetzat agertzen zen bere testamentuan. Ugarteko Maiorazkora lotu zen etxe hori, gero Astobitzako dorrearen jaunek izan zutena.

 

Oquendotarrak

Juan Sanz de Oquendo eta Catalina de Ugarte izan ziren Martinen gurasoak, Iturraldeetxearen jabeak. Beste seme-alabak izan zituen: Pedro Pancorbora joan zen bizitzera; Juan “el mozo” Obarenesera; Maria, San Juan de Uscategui amurrioarrarekin ezkondu zen; eta Casilda, gazteena, oinordekoa izan zen. Baina ez daukagu datu gehiago.

Abizen horrekin beste familiak egon ziren Saratxon: 1562an hemen bizi ziren Pedro de Oquendo eta Juan Fernández de Oquendo bere semea; eta Martín de Oquendo.

1590an Martín Pascual de Oquendo zen auzokoa, eta XVII. mendearen hasieran abizen honekin bi familia zeuden.

Bestalde, Iturralde baserriaren jabea Juan de Aguirre Berganza zen 1747. urtean. Ez dakigu zer gertatu zen ostean, honek seme-alabarik izan ez zuelako.

 

Derendano / Saratxo

XVII. mende arte Saratxo herriaren izena Derendano izan zen. Aiaraldean, ez da izena aldatu zuen herri bakarra (adibidez, Perea > Beotegi, Opellora > Costera).

Derendano hitza Terenciano izen erromatarratik dator; erromatarren garaiko aztarnak aurkitu ziren auzo horretan, gainera. Beraz, gaur egungo Derendano auzoa dena garai hartan herriko gune garrantzitsuena eta zaharrena zen.

Saratxo herriko auzoa besterik ez zen orduan. Han egon zen abizen honetako jatorrizko etxea, antigua y principal” zena. Gainera, han eraiki zen herriko eliza eta, esaten denez, gertu zegoen Aiarako Kondeen jauregia.

Azkenean, Gaztelatik Bilbora zihoan bide garrantzitsua hortik pasatzen zen. Beraz, auzo hori Derendanokoa baino garrantzitsuena bilakatu omen zen eta horregatik izenaren aldaketa.

Menoyo anaien matxinada

Larunbata, 1855eko apirilaren 28a

Hogei lagun inguru bildu dira Arespalditzan bazkaltzeko. Ordaindu ostean, ezpata, pistola eta trabukoak ateratzen dituzte eta, ‘Viva Carlos VI!’ oihukatzen, badoaz Amurriorantz, batzuk zaldiz eta beste batzuk oinez.

Haien buru doa Fernando Menoyo, Fernandón ezizenez ezaguna, gizon “fornido y valeroso”, Menagarain bizi den  kontrabandista.

Eta bere alboan doaz anaia Félix eta Delikako gazte bat, abizena Larrieta daukan ikaslea. Haiekin batera, Gaztelatik etorritako arlote eta abenturazale batzuk, Burgos inguruan altzatu diren karlisteekin bat egiteko.

Arratsaldeko 6ak dira Saturnino Pradera eta Ignacio Velasco guardia zibilak Mendeikatik Saratxora doan bidetik Araube bidegurutzera heltzen direnean. Bat-batean, norbaitek tiro egiten du sasi artetik; Pradera lurrean dago, odolez, bala bat sabelean. Laster hil egingo da.

Konturatu baino lehen, Velasco harrapatuta dago, armarik gabe, eskuak lotuta, gatibu daramate lau lagunek. Belauniko jartzen dute, akabatuko dutelakoan. Odol hotzez ez dugu inor hilko, esaten du Larrietak. Beraz, Lendoñogoitin “las Barrerillas” deituriko bidea hartu eta aldapa gora doaz lau bahitzaileak eta gatibua.

“Habiendo pasado los demás adelante por una senda por donde no podían ir más que a la desfilada” (Senda Negra izango litzateke ziurrenik), Velascok sokatik askatzeko eskatzen du eta horrela egiten dute han ihesbiderik ez delakoan.

Baina badago ihesbidea: guardia zibilak salto egiten du eta sakanetik behera erortzen da. Oihuak eta tiroak entzuten dira baina Velasco onik dago, zauririk gabe, eta pago artean ezkuturik ihes egiten du. Gauak “Peña Vieja”ko bidean harrapatzen du; han behean dago Urduña, ihes egitea lortu du.

Ignacio Velascok Senda Negratik behera bere burua botatzen zuen bitartean, Menoyo anaiek eta taldeko beste kideek Urkilloko ostatuan bilatuko dute gaua pasatzeko lekuren bat. Hurrengo egunean, Amurrion sartzen dira Prudencio Sopelana komandante karlista ohiaren bila traidore gisa ikusten dutelako. Baina ez dago herrian.

Erretes Tudelan daukate hurrengo geltokia. Han lapurtzeko gogoak ase egin eta gero, Aiara utziko dute behin betiko. Horregatik, Gasteiz eta Bilbotik etorritako tropek ezin izango dute taldea aurkitu; Burgosera joan dira Mariano Hierrok burutzen duen taldearekin bat egiteko. “La partida de los Menoyo”  maiz agertzen da egunkarietan.

Handik egun gutxira, Urruela deituriko bat Amurrioko epaile aurrean aurkezten da. Erreteseko lapurketan parte hartu nahi ez zuena eta taldea utzi zena.

Uztailean, Larrieta Burgosen fusilatuko dute.

Irailean, Fernando Menoyo Arespalditzan ikusi dutela diote batzuek, Hierrorekin batera. Baina arrastorik gabe desagertzen da.

1856ko otsailean, Santiago Terreros Lantenoko La Blanca auzoan bizi denak bere burua aurkezten du Artziniegako plazan, berak Erretesen ez zuen lapurtu oihukatzen. Egunkariek diotenez, Menoyoren taldeko azkena da. Baina Fernandorekin zer gertatu den ez da inon agertzen.