Amurrioko Bataila (1833)

1833ko urrian hasi zen lehenengo karlistada. Azaroan karlistek bataila batzuk galdu zituzten eta borrokalari asko etxera bueltatu ziren indultu bati esker. Egoera larrian zegoen kausa karlista Gaztela eta Euskal Herriko mendebaldean.

Baina, abenduaren hasieran, Gregorio de la Torre buruzagi karlistak 260 pertsona bildu zituen Arratian, Juan Antonio de Goiri, Lángara eta Juan Antonio de Verastegui “El Luqui” buruzagiekin batera. Egun batzuk geroago, Orozkora pasa ziren.

Bitartean, Francisco Linage koronel liberala, Aiaraldea kontrolpean zeukana, Amurrion zegoen baina bere indar militarrak nahiko eskasak ziren: bakarrik 120 karabinero eta zaldizko batzuk. Hau jakinda, La Torrek Linage ustekabean harrapatzea erabaki zuen.

Gauez abiatu ziren karlistak Orozkotik eta Amurrio eraso zuten abenduaren 17ko egunsentian. La Torre bere helburu lortzear egon zen: Linage ohearen azpian ezkutatu zen karlistak bere bila joan zirenean eta soldadu liberalak erdi-jantzirik atera ziren kalera borrokatzera. Linage karabineroekin elkartu zen herriko plazan (horrela agertzen da dokumentazioan, gure ustez eliza eta Urrutiako jauregiaren arteko gunea izango litzateke) eta, zaldizkoekin batera, Bilboko bidetik eraso egin zuten. Karlistek atzera egin zuten baina herritik oso gertu indartu ziren eta berbertatik tiro egin zieten liberalei. Beraz, Linage eta bere indarrak Amurriora itzuli ziren eta karlistak berriro Orozkora.

Gregorio de la Torre buruzagi karlista ez zen Orozkora bueltatu. Errege Bidean hilda topatu zuten. Baina inoiz ez zen jakin karlistek nahi gabe tirokatu bazuten ala Linageren zalditeriak akabatu zuen.

El monte de los ahorcados

Existe un paraje en Amurrio conocido como Mendigorri o, más comúnmente, “El monte de los ahorcados”. Es una excelente atalaya sobre la localidad, fácilmente accesible, que fue vertedero en décadas pasadas. Hoy es reconocible por la antena que lo corona, situado justo encima del Instituto.

La tradición oral dice que por allí se levantaba la horca en la que ajusticiaban a los malhechores, de ahí su tétrico nombre. Sin embargo, sospechamos que el topónimo hace referencia, no a una generalidad que podría haberse repetido en el tiempo, sino a un hecho concreto. Un acontecimiento que podemos datar y cuyos protagonistas, “los ahorcados”, tuvieron nombres y apellidos. Una ejecución que causó una gran conmoción en el pueblo. La suficiente como para nombrar esa colina con el explícito nombre de Monte de los Ahorcados.

 

Todo comenzó, claro está, con un crimen. Un asesinato del que no conocemos todos los detalles y que sirvió para condenar a tres individuos por robo y homicidio con ensañamiento y abuso de confianza. Los hechos ocurrieron en la localidad de Sojo tras el “fracaso carlista” y “poco antes del convenio de Amorebieta”, es decir, seguramente entre la derrota en la batalla de Orokieta el 4 de mayo y el 24 de mayo de 1872, cuando se firmó el Convenio. Un día por la tarde, un oficial carlista, al parecer huyendo de su ejército, llegó exhausto al pueblo y se acercó a la casa de Francisco Barredo Cañedo pidiendo hospitalidad, una cama para pasar la noche y un guía que al amanecer le condujera hasta Balmaseda.

El oficial, cuyo nombre desconocemos, actuó extremadamente confiado, ya que dejó cuando iba a acostarse dejó a la vista un cinturón lleno de monedas originalmente destinadas a reclutar gente para la causa carlista. La visión de tan preciado botín suscitó la codicia del casero, que a buen seguro no había conocido otra cosa que no fuera una vida llena de estrecheces en un tiempo social y económicamente complicado. Según parece, Francisco maquinó un improvisado plan para asesinar al hombre y arrebatarle el dinero, el cual “impuso” a dos de sus hijos, uno de ellos menor de 15 años, e incluso implicó a un vecino, Pedro Ortega, que se prestó para servir de supuesto guía.

A las 2 de la mañana despertaron al oficial carlista para ponerse en marcha por unas sendas que debían llevarle a Balmaseda pero en las que encontró “una muerte horrorosa”. De nada le sirvieron las súplicas por su vida en nombre de los 5 hijos que iba a dejar huérfanos.

No parece que los asesinos mostraran especial interés en hacer desaparecer el cadáver, ya que se encontró al de pocas horas. Y la Guardia Civil no tardó en realizar las necesarias pesquisas para dar con los culpables, lo que cumplieron de manera efectiva: un “pastorcillo” declaró que había escuchado las súplicas del asesinado, y un cirujano residente en el pueblo afirmó que, al poco de volver a su casa, vio entrar en las suyas a los asesinos a altas horas de la noche.

Supuestamente invadido por el remordimiento, Francisco se marchó del pueblo pero no parece que tratara de evitar el peso de la justicia, ya que rápidamente fue prendido por los guardias en el valle de Losa y, antes de que le preguntaran, afirmó: “Ya se por qué me prenden Uds: por el asesinato del oficial carlista”. Francisco y sus cómplices fueron trasladados a Vitoria donde, a pesar de la confesión inicial, negaron su crimen durante años hasta que terminó la “Guerra Civil”, es decir, la última guerra carlista. Entonces, confesaron de plano, quizá pensando que obtendrían un trato más benevolente una vez terminado el conflicto. No fue así.

 

La vida cotidiana de la tranquila localidad de Amurrio quedó interrumpida el 10 de septiembre de 1877, a las 8 de la mañana. La tarde anterior un alguacil de la Audiencia de Burgos se había apeado del tren en compañía del verdugo mientras tres reos aguardaban su sentencia en la cárcel del lugar. Los augurios no presagiaban un final feliz para ellos y la expectación era máxima.

El aguacil emitió el veredicto: Francisco Barredo Cañedo, natural de Lejarzo y de 53 años, su hijo Domingo Barredo Campo, de 25 años, y Pedro Ortega Viña, todos vecinos de Sojo, quedaban condenados a sufrir “la muerte en garrote”. De este funesto destino se libró el hijo menor de edad que también participó en los hechos, posiblemente llamado Fructuoso Barredo y nacido en 1857.

Inmediatamente, una nube de tristeza e inquietud se extendió por la localidad. Era día festivo pero los jóvenes no salieron al baile, no acudieron a los juegos de bolos y de pelota que tan concurridos estaban normalmente, incluso las tabernas estaban vacías y al anochecer apenas transitaba nadie por la calle. Sin embargo, la iglesia parroquial estuvo abarrotada por unos vecinos que acudieron en masa a implorar la divina clemencia en favor de los infelices condenados. De hecho, a las cinco de la mañana se celebró una misa rezada en la que se pidió la misericordia de Dios y a la que acudió gente de toda la comarca, atestando el templo. Luego se realizó una plática de unos cinco cuartos de hora que mantuvo a todos en vilo.

Y es que todo lo relacionado con la triple ejecución que tuvo lugar en Amurrio el 11 de septiembre de 1877 está envuelto en un halo de profunda religiosidad. O, al menos, lo están los relatos que nos han llegado de aquellos acontecimientos. No fue una ejecución digna de película hollywoodiense, en la que el público increpa a los reos y asiste únicamente para saciar su morbosidad o, incluso, su sed de sangre y venganza contra los odiados malhechores. Al contrario, los lamentos y las plegarias religiosas fueron la tónica dominante incluso después de efectuada la ejecución. Parece que la compasión por aquellas almas condenadas, la tristeza por su fatal destino, que tanto exaltan las crónicas, fue auténtica. Se habla, probablemente con gran exageración, de millares de voces, y por lo tanto asistentes, pidiendo clemencia, pero no a las justicias terrenales, sino a Dios.

Exageración hay, sin duda, en el relato de los hechos que el capellán Emeterio de Abechuco, natural de la localidad aunque residente en Madrid, dirigió al periódico El Siglo Futuro y que fue publicado en la primera página del número correspondiente al día 24 de octubre. Testigo de primera mano de lo ocurrido, su crónica está cargada de un profundo sentimiento religioso, de exhaltación de los valores y creencias cristianas, con algunos momentos que rayan en lo místico, más propios de la vida de los santos que de unos humildes y pobres aldeanos.

De hecho, la riqueza de los detalles, del léxico y las ideas que pone en boca de los condenados, invita a pensar que Emeterio no se limitó a la simple reproducción de los hechos y los adornó considerablemente para sublimar el profundo espíritu cristiano del acto y la redención de los pecados de los reos. En todo caso, no cabe duda de que, detrás de su elaborado texto, se esconde la simple realidad: que el espectáculo de la triple ejecución había dejado “consternados a los sencillos y virtuosos habitantes de toda aquella comarca, que jamás había presenciado un espectáculo semejante”.

 

Cuando el alguacil de la Audiencia de Burgos comunicó la sentencia, Pedro Ortega “se entregó al más intenso dolor”, mientras los Barredo, padre e hijo, la escucharon con tranquilidad y resignación, y esta actitud mantuvieron cuando fueron puestos en capilla en la cárcel de Amurrio.

Por ejemplo, Francisco Barredo declaraba lo siguiente: “no siento morir; lo que siento es la deshonra que mi muerte arroja sobre mi familia, y sobre todo, el que van a subir al cadalso conmigo dos inocentes”. Y es que Francisco en todo momento declaró ser el único responsable del crimen, versión defendida también por su hijo y por Pedro. Es por eso que pedía perdón a los otros dos condenados. A Dios ya le había pedido misericordia muchas veces y consideraba que “Dios es demasiado bueno para no haberme escuchado”.

El propio Emeterio de Abechuco se encargó de transmitir los deseos de los condenados y de gestionar el envío de telegramas, por medio del jefe de la estación del ferrocarril, pidiendo el indulto. “¡Qué tranquilo moriría yo si les indultaran a ellos!”, decía Francisco, antes de encargar una misa por el alma de la víctima, su mujer y los cinco hijos que dejó.

Por otro lado, el honor de su familia era lo que más preocupaba a Francisco en lo referente a lo terrenal. A las 11 de la mañana recibió la visita de una hija, seguramente llamada Carolina Antonia, nacida en 1864. “No es posible, amigo mío, dar una idea de aquel cuadro, el más conmovedor de cuantos he presenciado en todos los días de mi vida”. La dura escena familiar culminó cuando Francisco le dio a su hija una moneda de cinco duros, “la única herencia que puedo dejarte”, para que no la gastara ni la cambiara, aunque tuviera que pedir limosna para sobrevivir, de modo que siempre que se encontrase en dificultades y ante peligros recordase cuál había sido el triste destino de su padre por haber transgredido las leyes sagradas. Y advertía a la joven sobre el duro futuro que se le presentaba: “mi muerte traerá sobre ti la deshonra, porque el mundo, que no sabe compadecer la desgracia, te señalará de aquí en adelante con el dedo para decir que eres hija de un ahorcado”. Estas escenas se repitieron con la visita de otro hijo al anochecer.

Después entró en su celda un sargento de la fuerza encargada de la custodia de la cárcel, que ofreció un cigarro a Francisco. Este repitió nuevamente que lo que más le pesaba en su conciencia era el mal ejemplo que había dado a sus hijos y a la sociedad, y le dio algunos consejos al Sargento: “Si no lo hubiera presenciado, me parecería imposible que una persona vulgar, sin ninguna educación literaria, y sin ningún conocimiento de la milicia, pudiera dar unos consejos tan oportunos y sabios”, decía Abechuco.

Parecido estado de ánimo presentaba su hijo Domingo en la celda contigua, supuestamente pronunciando frases tan elocuentes como esta: “entre vivir arrastrando la cadena del presidiario, sin esperanza de recobrar la libertad, y morir ahora, prefiero morir ahora”. Según el testimonio de Emeterio de Abechuco, el reo incluso se congratulaba por el hecho de que tenía el tiempo suficiente para preparar su alma de cara a la muerte, lo cual no habría podido hacer de haber fallecido repentinamente en la cama o en un accidente. Su devoción era grande y pasó mucho tiempo rezando, además de recibir la visita de un hermano al que profesaba gran cariño. Le encomendó el cuidado de la hermana pequeña y le hizo similares advertencias que el padre: “por bueno que seas, el mundo siempre dirá que eres el hijo de un ahorcado y el hermano de otro ahorcado. Siempre que tengas tranquila tu conciencia, debe importante muy poco del mundo, porque el verdadero honor consiste en ser agradable a Dios”. Le encargó tres misas y le recomendó que se alejara de esta tierra, donde siempre iba a ser señalado y juzgado.

Sin embargo, Pedro Ortega no mostró una entereza de ánimo como sus compañeros de destino: No es concebible el estado de profundísimo abatimiento en que se hallaba este infeliz en el momento en que penetré en la capilla en que había sido colocado. Arrodillado delante del altar, las manos, aunque atadas, dirigidas hacia el cielo en ademán suplicante, el rostro desencajado y lívido, los ojos fijos en el Crucifijo del altar, y exhalando profundísimos suspiros, era la imagen más acabada y perfecta del arrepentimiento y del dolor”. Proclamando a gritos su inocencia, aceptó el perdón de Francisco y recibió dos escapularios por parte de Emeterio, tras lo cual se tranquilizó su ánimo y dijo: “Me quedan ya pocas horas de vida, y estas pocas horas quiero aprovecharlas castigando mi cuerpo lo que me sea posible”.

Pasó gran parte del día escuchando al sacerdote y confesándose sobre su vida entera, como hicieron los otros dos reos. Cada vez más calmado, preguntó sobre su padre, que también había estado preso como sospechoso de complicidad en el delito, y se le contestó que la causa contra el había sido sobreseída. Ya no dijo nada más y se dedicó exclusivamente a preparar su alma para la muerte.

Los tres condenados manifestaron un sincero arrepentimiento, aunque realmente, incluso en el momento en que sabían que nadie les iba a salvar de la muerte, todos hicieron recaer la culpa del crimen en la persona de Francisco Barredo Cañedo. Pero le perdonaron como «buenos cristianos» y afrontaron su trágico destino con resignación y la mayor entereza y dignidad posible.

En todo ello, y en la salvación de sus almas, pensaron los tres reos la noche anterior a su ejecución, mientras los vecinos oraban por sus almas en la parroquia del pueblo. La presencia de las fuerzas del orden, reforzada con la llegada de una compañía desde Orduña con el coronel y el comandante del cuerpo, no debió superar en número a los sacerdotes, presentes en todo momento y lugar. Además de los curas locales, se recurrió al clero de todos los pueblos próximos y todos respondieron, llegando además de Orduña los padres jesuitas Izaga y García.

 

A las 6 de la mañana del día 11 de septiembre, previo permiso del obispo de Vitoria, se celebró una misa en la cárcel para que los tres pudieran oirla, y los reos comulgaron. Luego, a las 8, los presos fueron sacados de la cárcel y conducidos, al parecer, en carretas hasta el patíbulo, que estaba situado en “el alto llamado el fuerte de Amurrio”. El camino hasta allí estaba atestado de gente y los presos iban separados por unos 50 pasos, precedidos de dos sacerdotes que abrían la marcha.

Todos ellos llevaban escapularios de la Virgen del Carmen o de Lourdes, probablemente por cortesía del capellán Abechuco, que constantemente besaban y estrechaban contra su pecho mientras elevaban sus plegarias. El paseíllo no fue un Vía Crucis en el que expiar los pecados, nadie les exhortaba a arrepentirse, pues ya lo habían hecho, y nadie les reprendió por el crimen cometido. No hubo gritos de “¡Asesinos!” ni víctimas reclamando venganza.

Al contrario: la numerosa muchedumbre congregada en el camino al patíbulo rezaba, lloraba y, como los propios reos, imploraban a la Virgen su protección y repetían las letanías y actos de fe que enunciaban los sacerdotes que les acompañaban. Domingo Barredo decía que tenía “muchos deseos de morir para ver a Jesucristo y gozar de la compañía de la Reina de los Ángeles”. No solo el camino desde la cárcel estaba atestado de gente, sino que en el “montecillo en que había sido levantado el cadalso”, otra muchedumbre aún mayor se hallaba allí apiñada y entonó las letanías, mientras los sacerdotes exhortaban a los reos el Ora pro eis, y la gente pedía clemencia.

 

Francisco fue el primero en llegar al patíbulo. Subió al cadalso y pidió permiso para hablar a la gente y pedir perdón al pueblo, pero no le fue concedido. “Se sentó resignado en el banquillo fatal, donde entregó su alma a Dios después de solicitar de la Santísima Virgen que mandara al infierno alejarse de aquel lugar”.

Su hijo Domingo subió al patíbulo con serenidad, se giró hacia la multitud, se arrodilló y pidió perdón, arrancando muchas lágrimas a la “muchedumbre inmensa” que se había congregado para ver la ejecución. Quiso hablar más pero el verdugo le indicó que no era posible y entonces, pasando por delante del cadáver de su padre, que era cuidadosamente ocultado por los Hermanos de la Paz y Caridad, se dirigió al sitio que le fue indicado, donde expiró rezando el Credo.

Por último, Pedro llegó al patíbulo, pero tuvieron que detenerse a unos pasos del mismo porque todavía no había sido ejecutado el segundo reo. Cuando éste se arrodilló y pidió perdón, Pedro dijo que le perdonaba y que muriese en paz. Emeterio le instó a beber algo de vino pero lo rechazó. En el patíbulo pidió perdón a la multitud y aconsejó a los jóvenes que aprendieran a evitar las malas compañías.

A las diez todo había terminado. Los tres se habían dirigido al cadalso en extremo contritos y arrepentidos, demostrando la mayor resignación cristiana”. Mientras el clero recogía los cadáveres de los difuntos, que fueron sepultados en el cementerio de Amurrio aquel mismo día, la gente continuó allí, rezando junto a ellos. Y a la noche se cantó una vigilia en la parroquia, nuevamente abarrotada.

 

La prensa española del momento se hizo eco ampliamente de la ejecución, a pesar de que, en los mismos días, se produjeron otras en diversos puntos del país. No solo medios como El Noticiario Bilbaíno o El Pabellón Nacional recogieron el suceso en sus páginas, sino que otros periódicos, como La Época y el ya citado El Siglo Futuro, aportaron detalles de los mismos.

Alguno de estos medios señalaba que hacía 32 años que no se producía una ejecución de estas características en las provincias vascas. En Amurrio, posiblemente, no se producía una ejecución desde que el 24 de junio de 1839 el ejército realista fusiló a tres individuos, incluido el párroco del lugar, por fomentar las deserciones en sus filas para alimentar la causa carlista. Uno de ellos posiblemente fue Juan de Jauregui. Pero este ajusticiamiento debió tener un carácter muy diferente.

La ejecución de 1877, y las circunstancias en las que se desarrolló, causaron una honda impresión en la comarca. Posiblemente nadie había visto algo así. Por si fuera poco, se trataba de unos hombres de la tierra y el espectáculo de la administración de justicia terminó por convertirse en una catarsis pública de exaltación cristiana. Hay que tener en cuenta, además, que la muerte por garrote vil no era un espectáculo en absoluto agradable de presenciar.

Por todo ello, este acontecimiento debió ser recordado durante mucho tiempo en la localidad. El suficiente como para que el lugar donde se produjo tomara el nombre de “monte de los ahorcados”. Aunque los propios reos dicen que serán ahorcados, otros datos, como la sentencia a “muerte en garrote” o que se sentaran en banquillos, apuntan claramente a que fueron ejecutados por garrote vil, la forma legal en que se aplicaba la pena capital en España desde 1820 y que con gusto empleó también el régimen franquista.

Pero muy posiblemente Francisco y Domingo Barredo y Pedro Ortega fueron ejecutados en lo que hoy conocemos como “monte de los ahorcados”: descrito como un montecillo, es llamado “el alto del fuerte” en prensa. Ello puede deberse a su proximidad a la por entonces ya derruida Torre de Mendixur, que fue cárcel de la Tierra de Ayala hasta su demolición unas décadas atrás. Suponemos que, en 1877, era ya la actual Casa de Cultura la que actuaba como cárcel en ese momento en que Amurrio era cabeza de partido judicial. Es posible que la colina fuese el ancestral lugar en el que se ejecutaba a los reos condenados a muerte y encarcelados en Mendixur, aunque todavía no conocemos ningún caso concreto en que esto ocurriera. Sin embargo, también es posible que «el fuerte» hiciera referencia a un fuerte que, en junio de 1839, precisamente cuando los realistas fusilaron a tres paisanos de Amurrio, se estaba construyendo en los últimos compases de la Guerra Carlista. Enclavado en un punto que dominaba «el crucero de las carreteras que conducen de Vitoria a Arciniega, y de Orduña a Bilbao», bien pudo localizarse en el mismo Monte de los Ahorcados, en cuya parte alta existe lo que parece ser una especie de aterrazamiento.

Quizá fue este acontecimiento el que dio nombre al lugar. Quizá no. Porque es necesario señalar que, apenas unos años después, Amurrio asistió a una nueva pena de muerte. Sin embargo, esta vez no alcanzó la repercusión que la anterior ejecución tuvo en los medios de comunicación españoles y la noticia fue recogida de manera bastante escueta. Quizá porque ya no resultaba una novedad, quizá porque solo fue un individuo, o tal vez porque su crimen probablemente fue más atroz.

El modo de proceder fue idéntico al de la ejecución anterior. El 29 de febrero de 1884 a las 8 de la mañana el reo fue sentenciado y puesto en capilla para ser ajusticiado al día siguiente, 1 de marzo. Según leemos en el periódico La Dinastía, el día 5 de marzo, el reo demostró gran serenidad pero al escuchar la sentencia comenzó a decaer su ánimo y le fueron fallando las fuerzas según se acercaba la hora fatal. Nada que ver con la entereza y la resignación cristiana de los Barredo y Ortega.

Poco después de las 8, acompañado de varios sacerdotes y señores de la Caridad, llegó al cadalso y ocupó el banquillo con espíritu muy abatido. “Desde las primeras horas de la mañana multitud de gente, la mayor parte de ella jornalera, empezó a ocupar la planicie del monte sobre el que se había levantado el tablado”. Hacia las 8.30 murió agarrotado y “a las nueve despejaba el público el lugar de la ejecución, quedando el reo custodiado por la fuerza armada”.

Su nombre era Juan Orue Eguiluz. El 23 de julio de 1882 penetró en la casa que habitaban sus dos hermanos en Artomaña, huérfanos de padre y madre “y modelos de honradez”, aprovechando su ausencia para esconderse. Por la noche, mientras dormían, en plena oscuridad la emprendió a hachazos con ellos, con ensañamiento feroz, muriendo uno y quedando herido de gravedad el otro. El fallecido se llamaba Marcos y fue enterrado en Artomaña el día 26. Habiendo cometido semejante crimen, es posible que la hostilidad hacia el hubiera sido mayor.

Seguramente, la de Juan fue la última pena de muerte decretada y ejecutada en Amurrio. Pero uno no puede dejar de pensar en la descripción rica en matices que Emeterio de Abechuco y otros nos dejaron de aquel 11 de septiembre de 1877, cuando tres hombres fueron agarrotados en el Monte de los Ahorcados frente a una multitudinaria audiencia entre plegarias, rezos e invocaciones religiosas, cada vez que recorre ese montículo desde el que se vigila todo Amurrio.

Artomañako Bataila (1836)

Lehen Gerra Karlistan Aiaraldean izandako bigarren bataila nagusia 1836ko martxoaren 18an izan zen. Aurreko egunean, Espartero jeneral liberalak Murgiatik Amurriorako bidea egin zuen bi dibisiorekin.

Lezaman karlisten gari-biltegi bat erre egin zuten, dirudienez Madalenako baselizan zegoen. Askotan egin zuten bezala, armada liberalak Amurrion pasa zuen gaua. Handik, Esparterok abisua eman zien urduñarrei: hurrengo egunean, hara joango zen armada liberala elikagaiak biltzeko eta eskatzen zien haien etxeetan lasai egoteko, bide batez, egun batzuk lehenago Urduñan izandako bataila ostean hiriko biztanlearekin nahiko atsegina izen zela gogorarazi zuen.

Beraz, martxoaren 18ko goizean zutabe liberal bat Amurriotik Balmasedarantz abiatu zen, eta Esparterok 9:30ean Urduñako bidea hartu zuen 6 batailoiekin. Jeneralaren asmoa, elikagaiak bildu eta gero, Untzagara igotzea zen Felipe Rivero brigadierra eta bere bost batailoiekin bat egiteko, azkenean denek batera Gasteizera joateko Koartangotik.

Dena den, abisua emanda ere, hiria hutsik aurkitu zuten liberalek. Beraz, etxez etxe joan ziren elikagaiak biltzen baina, orduan, Amurriotik ejertzito karlista zetorrela jakinarazi zioten Esparterori. 18 batailoi eta 4 eskuadroi osatutako indarra, Eguia jenerala buru zelarik.

Espartero Santa Cristina ingurura joan zen karlisten mugimenduak aztertzera eta laster erabaki zuen ejertzitoa Untzagako bidetik zabaltzea: brigada eta erdi herri honetara joan ziren, eta besteak Artomañatik gertu zegoen zelai batean geratu ziren, zalditeria oso urriarekin.

Aldi berean, Felipe Riverok Uzkianorantz jo zuen, Lekamañatik zetozen beste indar karlistei aurre egiteko. Riverok hauek menderatzea lortu zuen eta karlistek ez zuten mendizerraren gailurrera iristea lortu.

Baina bataila nagusia Artomaña eta Untzaga artean gauzatu zen. Bi herriak lotzen dituen antzinako bidean bertan izan zen bataila, ziurrenik. Ikusi dugunez, liberalak urriagoak ziren eta Artomañatik atzera egin zuten menditik gora. Orduan, Bagate eta Uzkiano artean legoa bateko defentsarako lerroa ezarri zuten, eta bi hegal eta erdi-erditik egin zuten eraso. Karlistek mendateko lehenengo magaletara atzera egin eta, azkenean, ilunabarrean erretiratu egin ziren.

Esparteroren ustez, karlistek 800 gizon galdu zituzten hildako, gatibu eta zaurituak kontatuta. Haiek bakarrik 200 zaurituak eta hildako batzuk. Hala ere, karlistek esaten zuten liberalek ere 800 gizon galdu zituztela, eta garaipentzat hartu zuten bataila. Logikoa denez, bakoitzak bere ikuspuntutik ikusi zuen egoera.

Urduñako Bataila (1836)

Lehen Gerra Karlistan (1833 – 1839), Aiaraldean jazotako bataila nagusiak bi izan ziren, eta biak 1836ko martxoan gertatu ziren Urduña inguruan. Testu honetan lehenengo batailaz hitz egingo dugu, hain zuzen martxoaren 5ean izandakoaren inguruan.

Otsailaren 22an, 8 edo 10 batailoi karlista zeuden Urduñan geldirik, elurte izugarria erori zelako. Eta martxoaren lehenengo egunetan Urduña eta Laudio arteko gunean zabaldu ziren indar karlistak, eskualde osoa kontrolpean zeukatela. Bitartean, armada liberalaren burua, Baldomero Espartero jenerala, Berberanan zegoen Aiaraldea arakatzeko asmoarekin.

Horregatik, hilabeteko 5ean Berberanatik atera zen 13 batailoi eta 2 husarren eskuadroiekin batera. Urduñako mendatean 5 batailoi utzi zituen zaindari lanetan eta besteek jaitsierako bidea hartu zuten.

Baina karlisten aurreko taldea Tertangako “lehenengo benta”n zegoen, eta laster ikusi zuten nola zetozen liberalak mendatetik behera. Hau ikusita, konpainia bat eta bi eskuadroi karlista atera ziren Urduñatik: hauek mendatea hasten zen lekuan kokatu ziren eta konpainiak Tertangako etxeak eta inguruko mendiak okupatu zituen.

Baina Esparteroren tropak indartsu jaitsi ziren eta karlistak ihesean jarri zituzten Urduñarantz. Atzetik joan ziren liberalak trostan baina infanteria karlista zegoen itxoiten hiriko lehenengo etxeen artean ezkuturik, eta tiroka hasi ziren. Nahiz eta hasieran liberalak atzera egin behar, gero eraso egin zuten berriro eta eskuadroi karlistak hirira sartu ziren babesaren bila, kanpoan infanteriak borrokan jarraitzen zuen bitartean.

Azkenean, Espartero eta bere taldeak Urduñara sartu ziren, beraz armada karlista osoa ihesari ekin zion, Bilboko bidean barrena.

Baina bataila ez zen han amaitu. Hiriko beste aldetik, landa batean (El Prado inguruan, ziurrenik), borrokan jarraitu zuten, karlisten erabateko porrota gauzatu arte.

Adibidez, infanteria guztia galdu zuten: 600 gizon hildako eta gatibuak kontatuta. Horrela, martxoaren 7an Esparterok 181 preso bidali zituen Urduñatik Gasteizera.

Baina, hala ere, egun berean Espartero Berberanara itzuli zen eta, eguna bukatu baino lehen, beste batailoi karlistak ailegatu ziren Urduñara. Esparteroren garaipenak ospe handia lortu zuen bere garaian baina, egunkarietan ikus dezakegun bezala, dirudienez, Aiaraldeko egoera militarra ez zen asko aldatu bataila honen ostean. Egun gutxi barru ikusi zuten elkar beste bataila batean.

Menoyo anaien matxinada

Larunbata, 1855eko apirilaren 28a

Hogei lagun inguru bildu dira Arespalditzan bazkaltzeko. Ordaindu ostean, ezpata, pistola eta trabukoak ateratzen dituzte eta, ‘Viva Carlos VI!’ oihukatzen, badoaz Amurriorantz, batzuk zaldiz eta beste batzuk oinez.

Haien buru doa Fernando Menoyo, Fernandón ezizenez ezaguna, gizon “fornido y valeroso”, Menagarain bizi den  kontrabandista.

Eta bere alboan doaz anaia Félix eta Delikako gazte bat, abizena Larrieta daukan ikaslea. Haiekin batera, Gaztelatik etorritako arlote eta abenturazale batzuk, Burgos inguruan altzatu diren karlisteekin bat egiteko.

Arratsaldeko 6ak dira Saturnino Pradera eta Ignacio Velasco guardia zibilak Mendeikatik Saratxora doan bidetik Araube bidegurutzera heltzen direnean. Bat-batean, norbaitek tiro egiten du sasi artetik; Pradera lurrean dago, odolez, bala bat sabelean. Laster hil egingo da.

Konturatu baino lehen, Velasco harrapatuta dago, armarik gabe, eskuak lotuta, gatibu daramate lau lagunek. Belauniko jartzen dute, akabatuko dutelakoan. Odol hotzez ez dugu inor hilko, esaten du Larrietak. Beraz, Lendoñogoitin “las Barrerillas” deituriko bidea hartu eta aldapa gora doaz lau bahitzaileak eta gatibua.

“Habiendo pasado los demás adelante por una senda por donde no podían ir más que a la desfilada” (Senda Negra izango litzateke ziurrenik), Velascok sokatik askatzeko eskatzen du eta horrela egiten dute han ihesbiderik ez delakoan.

Baina badago ihesbidea: guardia zibilak salto egiten du eta sakanetik behera erortzen da. Oihuak eta tiroak entzuten dira baina Velasco onik dago, zauririk gabe, eta pago artean ezkuturik ihes egiten du. Gauak “Peña Vieja”ko bidean harrapatzen du; han behean dago Urduña, ihes egitea lortu du.

Ignacio Velascok Senda Negratik behera bere burua botatzen zuen bitartean, Menoyo anaiek eta taldeko beste kideek Urkilloko ostatuan bilatuko dute gaua pasatzeko lekuren bat. Hurrengo egunean, Amurrion sartzen dira Prudencio Sopelana komandante karlista ohiaren bila traidore gisa ikusten dutelako. Baina ez dago herrian.

Erretes Tudelan daukate hurrengo geltokia. Han lapurtzeko gogoak ase egin eta gero, Aiara utziko dute behin betiko. Horregatik, Gasteiz eta Bilbotik etorritako tropek ezin izango dute taldea aurkitu; Burgosera joan dira Mariano Hierrok burutzen duen taldearekin bat egiteko. “La partida de los Menoyo”  maiz agertzen da egunkarietan.

Handik egun gutxira, Urruela deituriko bat Amurrioko epaile aurrean aurkezten da. Erreteseko lapurketan parte hartu nahi ez zuena eta taldea utzi zena.

Uztailean, Larrieta Burgosen fusilatuko dute.

Irailean, Fernando Menoyo Arespalditzan ikusi dutela diote batzuek, Hierrorekin batera. Baina arrastorik gabe desagertzen da.

1856ko otsailean, Santiago Terreros Lantenoko La Blanca auzoan bizi denak bere burua aurkezten du Artziniegako plazan, berak Erretesen ez zuen lapurtu oihukatzen. Egunkariek diotenez, Menoyoren taldeko azkena da. Baina Fernandorekin zer gertatu den ez da inon agertzen.