“BASCONGADOS E LATINADOS”. UNA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA SOCIOLINGÜÍSTICA DEL ALTO NERVIÓN (y IV)

Tercera parte

7. Euskera y castellano: historia de una relación

Según parece, cuando las familias dejaron de hablar euskera con sus nuevos miembros, el abandono de la lengua fue casi total, pasando a ser usado solo de forma esporádica en las relaciones con los vecinos incluso entre aquellas personas de cierta edad que lo hablaban perfectamente. Esto es lo que ocurrió en Baranbio y, en menor medida, en Laudio/Llodio. ¿Ocurrió lo mismo en aquellas localidades en las que el euskera se abandonó con anterioridad? No tenemos datos suficientes para poder afirmarlo, pero los testimonios recogidos en Laudio/Llodio a finales del siglo XVIII, así como la descripción que José Joaquín de Landazuri realizó del retroceso del euskera en Álava en aquella centuria, apuntan en el mismo sentido.

Como hemos dicho, no puede pasar inadvertido que en localidades adyacentes a las anteriores, como Luiaondo, Okondogoiena, Lezama y Astobiza, el euskera se dejó de transmitir mucho antes, sobre la década de los cuarenta del siglo XIX, aunque hubiera barrios y/o caseríos que lo mantuvieran una generación más. Es posible que la Primera Guerra Carlista, que tuvo una influencia tremenda en esta comarca, propiciara el golpe de gracia al euskera en las localidades citadas, pero no cabe duda de que para entonces ya había desaparecido de parte importante del Alto Nervión.

Por tanto, es evidente que el contexto en que se produce la pérdida del euskera no es el mismo para toda la comarca. La situación política y socioeconómica no era la misma cuando retrocedió en Laudio/Llodio y Baranbio que cuando lo hizo en Amurrio o Lezama ni cuando lo hizo en gran parte del actual municipio de Ayala. Esto es fundamental para definir cuáles fueron las causas de este retroceso. Las explicaciones monocausales, generalmente basadas en prohibiciones y agresiones externas, no constituyen un cuerpo explicativo consistente, no para este caso. Los procesos sociales nunca son tan simples sino resultado de la confluencia de distintos elementos y factores.

Según afirmaba el mencionado Landazuri en su Historia Civil de la M. N. y M. L. Provincia de Álava publicada en 1798, el euskera habría retrocedido en este lugar en décadas recientes -se deduce que de manera rápida- y debido fundamentalmente a dos razones: “el haber entrado por Curas párrocos en los pueblos de Álava personas que ignoraban este idioma o que no hacían aprecio y caso de usar de el” -y de ahí se entiende mejor la intención de Prestamero en el texto mencionado anteriormente- y el trato frecuente con los castellanos de territorios colindantes. Por otra parte, hay que señalar que, en 1768, Carlos III emitió una Orden Real para que la enseñanza de primeras letras se hiciera en castellano, del mismo modo que se tienen testimonios, como los de Cardaberaz y Mendibil, sobre el empleo de métodos coercitivos en la escuela para castigar a los niños que hablaban euskera, como el del anillo.

Posiblemente, en el Alto Nervión el euskera también experimentó un importante retroceso a lo largo del siglo XVIII, aunque no se puede pasar por alto la presencia, que no consideramos anecdótica, de escribanos castellanoparlantes monolingües en Salmantón y Menoio a finales del XVI y principios del XVII y que revela una mayor implantación de lo que se creía por parte de este idioma. En cualquier caso, si hubo coincidencia en la cronología puede que también la hubiera en las causas. No es más que una hipótesis, ya que no tenemos datos en ese sentido. Sin embargo, sí que es más constatable la segunda de las razones expuestas por Landazuri, si bien nosotros optamos por reformularla: no fue solo el contacto con territorios castellanos (las relaciones de Ayala con el valle de Mena, por ejemplo, se retrotraen a la Alta Edad Media) sino la presencia del castellano en el seno de la comarca como lengua habitual e incluso nativa de parte de la población desde antiguo. Los “latinados” habrían sido parte inherente de la realidad sociolingüística de la comarca, y además su ubicación geográfica, los habituales contactos con comarcas como Valdegovía o la Bureba y el ejercicio de profesiones como la arriería debieron resultar un buen incentivo para aprender el castellano en el caso de aquellos cuya lengua nativa fue el euskera. Por no hablar de la carrera administrativa o la militar, en la que tantos nativos de esta comarca hicieron mérito y carreras. El Alto Nervión fue un importante foco de expulsión de población a Castilla y América, la emigración y los contactos con parientes y paisanos establecidos en esos lugares fueron fundamentales dentro de las estrategias familiares. La posesión del castellano era una herramienta necesaria para ello. Por eso, hemos constatado que el bilingüismo fue muy habitual a lo largo de los siglos, al menos entre los varones, no necesariamente alfabetizados. Tenemos la sensación de que el aprendizaje del castellano no se producía exclusivamente en un contexto escolar y cabe cuestionarse si ello no se produjo de forma deliberada y consciente debido a las evidentes ventajas que proporcionaba saber el idioma.

Aunque no queremos presentar el retroceso del euskera como el resultado de un conflicto excluyente entre dos idiomas que coexistieron -y convivieron- en el Alto Nervión durante siglos, no podemos dejar de señalar que el retroceso se asemeja bastante al de un ejército en retirada que no deja unidades atrás, es decir, no tenemos constancia de la existencia de “islas” de euskaldunes. Siempre hay un continuum en el territorio euskaldun. Por ejemplo, Baranbio y Laudio/Llodio fueron las últimas localidades en perder el euskera nativo, ambas junto a Bizkaia y, de hecho, separadas por Orozko, donde nunca se perdió. Esta proximidad geográfica puede manejarse como factor explicativo para su mayor resistencia en comparación con otros lugares del Alto Nervión[1]. Pero, claro está, esta misma lógica sirve para afirmar que la proximidad a ámbitos castellanoparlantes favoreció la expansión de esta lengua.

Hemos visto la existencia, en el Alto Nervión, en distintos lugares y distintas épocas, de euskaldunes monolingües, castellanoparlantes monolingües y bilingües. Pero son, en general, testimonios de un alcance limitado, fotos fijas sobre unos pocos individuos a partir de los cuales aventuramos hipótesis; realmente no tenemos los datos suficientes para realizar una descripción precisa de las comunidades lingüísticas presentes en la comarca. En este sentido, y como señala O. Álvarez Gila, la capacidad de expresarse en un idioma de forma suficiente no implica la existencia de un bilingüismo social ni que el hablante considerase esa lengua como propia.

¿Podemos decir que existió un bilingüismo social en el Alto Nervión? Los indicios sugieren la existencia de un elevado bilingüismo individual. Nosotros consideramos que, si tomamos la Tierra de Ayala en su conjunto, que formaba un ente jurisdiccional con sus propias instituciones y era a su vez una hermandad en el seno de Álava, situaciones como la descrita para 1588 sí pueden reflejar la existencia de un bilingüismo social, entendiendo éste como aquella situación en la que se utilizan ambas lenguas y en la que conviven monolingües de una y otra lengua junto a otros bilingües. No sabemos hasta qué punto esta situación podía darse incluso en una misma localidad. En otros lugares, como en Laudio/Llodio, el castellano solo sería conocido por una minoría, mientras que en Urduña/Orduña se estaría produciendo la situación contraria. El panorama lingüístico es muy complejo en el seno del Alto Nervión.

¿Puede definirse esta situación como diglósica? Fue J. Fishman quien consideró que la relación entre dos idiomas distintos podía ser diglósica al igual que la existente entre dos variantes -clásica y vernácula, por ejemplo- de una misma lengua. En este esquema, una de las lenguas se encuentra en una posición dominante respecto a la otra. D. Escribano considera que en Euskal Herria no habría dos comunidades lingüísticas sino una separación de clases entre unas élites bilingües y unas masas euskaldunes monolingües, de manera que solo aquellas estarían en una situación de diglosia. Esta relación se habría invertido posteriormente, ya que a medida que se fue extendiendo el castellano muchos vascoparlantes dejaron de transmitir la lengua, de modo que fueron precisamente los euskaldunes que mantuvieron el idioma quienes pasaron a estar en una situación de diglosia.

En nuestro caso, hay que realizar algunas matizaciones. Es cierto que, en ese marco situado a caballo entre los siglos XVI y XVII, nos encontramos con una serie de personajes pertenecientes a la élite que, como hemos visto, eran bilingües. Pero también parece serlo mucha de la gente que fue interrogada en aquellos pleitos de que nos hemos ocupado. El bilingüismo no era patrimonio exclusivo de la clase dominante, sino algo bastante extendido, al menos entre los hombres, y no se explica por su aprendizaje en un contexto educativo formal, ya que muchos no sabían siquiera firmar. Pero, como decimos, el panorama es complejo, ya que en Laudio/Llodio sí es posible que el castellano solo fuera conocido por las élites, mientras que otros notables como Pedro y Cristóbal de Menoyo desconocían el euskera. Además, como sugieren algunos testimonios históricos, y como manifiesta la propia toponimia de la comarca, algunas zonas del Alto Nervión fueron predominantemente castellanas, de manera que muchos monolingües de una y otra lengua pertenecían a la misma clase social. La complejidad y heterogeneidad de esta comarca obligan a huir de cualquier tipo de generalización.

Por otra parte, Fishman dibuja cuatro situaciones sociolingüísticas, una de las cuales sería la del “bilingüismo sin diglosia”, en la que no existiría una compartimentalización entre ambas comunidades que pudiera proteger la lengua del hogar de la lengua de prestigio, de manera que ésta va usurpando espacios a aquella. Es por eso que dicho autor considera que se trata de una fase transicional. D. Escribano es crítico con los postulados de Fishman y considera que muchos euskaldunes simplemente abandonaron su lengua cuando aprendieron castellano -o francés- y que, si no lo hicieron antes, fue básicamente porque no habían podido hacerlo, porque no sabían otra lengua. Es cierto que su análisis se basa, como el de X. Erize, en el retroceso experimentado por la lengua en el último siglo y medio. Pero, en cualquier caso, esta última postura no se corresponde en absoluto con lo que hemos observado en el Alto Nervión. 

En este sentido, la particularidad de esta comarca es que el castellano aparece como una lengua establecida en el lugar desde tiempos antiguos, no es ajeno al Alto Nervión. La notable extensión del castellano entre los siglos XVI y XVII sugiere un notable arraigo de este idioma. Pero no puede dejar de advertirse que ello no supuso la desaparición inmediata del euskera. Más de doscientos años después de que ningún vecino de Lezama necesitara intérprete para declarar ante unos receptores castellanoparlantes la lengua vasca seguía viva en la localidad. Según señala X. Erize: «la lengua vasca ha pervivido por el apego mostrado por sus hablantes en un contexto muy desfavorable; o, dicho en otras palabras, porque el sistema etnolingüístico del área vascófona ha tenido suficiente vitalidad como para pervivir a lo largo de los siglos y adaptarse a las nuevas situaciones«.

Este autor considera que la pervivencia del euskera no es fruto de una simple inercia sino que se produce mientras ser vascoparlante se considera un valor en el seno de la comunidad. El euskera se transmitiría en el seno de la familia y el conjunto de agentes de socialización de primer grado. Pero, al mismo tiempo, la población asumía la necesidad de aprender el castellano. Saber este idioma era imprescindible para poder emplearse en la administración, en el ejército, en el comercio, en las Américas, etc. Erize también menciona las burlas y castigos que se producían en la escuela o el servicio militar por no conocer ese idioma. Pero todo ello sin cuestionar en absoluto su idioma materno[2]. Por lo tanto, “la clave de la pérdida de la lengua vasca es la desintegración de su comunidad lingüística” con la pérdida de confianza en su idioma, lo que se produce en el momento en que ser vascoparlante deja de percibirse como un valor y se considera un obstáculo.

A pesar de que hemos visto en Ayala la convivencia de vascoparlantes y castellanoparlantes monolingües, en sus libros de actas no aparece ni una sola referencia a la cuestión lingüística. Lo más probable es que esta cuestión se resolviera mediante el empleo del castellano, idioma que parece comprender la mayoría de varones adultos. Pero la cuestión de fondo es que nos hallamos ante entidades territoriales definidas, que tienen unas instituciones y unos oficios públicos -Junta General, Ayuntamiento, alcaldes, diputados, alguaciles, etc.- en los que se integran personas que hablan distintos idiomas en una situación que se alarga durante siglos. En este contexto desfavorable, el euskera no hubiera sobrevivido de no tener un importante valor en el seno de su comunidad de hablantes en una sociedad en la que el castellano estaba tan presente desde antiguo.

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[1] No deja de ser curioso que el retroceso se produjera exactamente en estos territorios alaveses pero no afectó a los barrios y caseríos de Orozko que se encuentran muy próximos a aquellas localidades. El retroceso del euskera respetó escrupulosamente los límites provinciales, sin que la actitud hacia el idioma fuese diferente en Álava y Bizkaia en aquella época

[2] Es preciso señalar que el esquema interpretativo de Erize está diseñado para la segunda mitad del XIX y primeros años del XX, lo cual nos puede ayudar para analizar los casos de Laudio/Llodio y Baranbio. El resto de la comarca perdió el euskera antes en situaciones históricas diferentes. Por ejemplo, en tiempos en que no existía el servicio militar obligatorio ni la administración del Estado liberal. En cualquier caso, no creemos que eso afecte a la valoración del idioma en el seno de la comunidad.

“BASCONGADOS E LATINADOS”. UNA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA SOCIOLINGÜÍSTICA DEL ALTO NERVIÓN (III)

Segunda parte

5. “Bascuence y castellano”: testimonios sobre la situación lingüística a principios del XIX

Otro documento bien conocido es Pueblos de Álava por vicarías, escrito por Lorenzo Prestamero sobre el año 1800 y en el que los pueblos de las vicarías de Zuya, Orduña, Ayala, Orozko y Tudela aparecen clasificados como euskaldunes, en los que serían inútiles los curas que no dominaran la lengua vasca. Los investigadores siempre han llamado la atención sobre la aparición de la vicaría de Tudela, que incluye Artziniega y pueblos cercanos, así como la de Orduña. Aunque hubiera gente que aún conociera el euskera, el castellano debía ser la lengua de la práctica totalidad de la población. Como señala A. Ibisate, es posible que Prestamero exagerara la importancia del euskera en algunas zonas para reforzar su argumento: que la Corona no podía nombrar presbíteros foráneos en detrimento de los patrimoniales de cada localidad. Situando el euskera como condición indispensable para servir en sus parroquias, se limitaba mucho el número de candidatos que pudieran optar a la plaza y así se posibilitaba el acceso a la misma de los lugareños e hijos del lugar.

En 2008 H. Knorr publicó una carta que, por aquel entonces, Prestamero envió a Wilhem Von Humboldt. Al tratarse de un documento privado, cabe pensar que el contenido no estaría condicionado como en el caso anterior y buscaría un fin meramente informativo para satisfacer las demandas del alemán. En esta ocasión, los pueblos aparecen clasificados por cuadrillas, no por vicarías, si bien en realidad se refiere a hermandades, y se dice que en la de Ayala “se habla bascuence y se hace mayor uso del romance. La sentencia no es todo lo aclaratoria que nos gustaría. Puede entenderse que el castellano se utilizaba más que el euskera, como sugieren los datos conocidos, pero también como una referencia a un creciente uso del castellano en el tiempo. Por su parte, sobre Arrastaria, Urkabustaiz, Artziniega y Zuya solamente se anota lo siguiente: “bascuence y castellano”.

En 1807, el francés Eugene Coquebert de Montbret puso en marcha una investigación sobre las características y los límites del euskera en aquella época, para lo cual escribió al embajador francés en Madrid y desde aquí a diversas personas que podrían estar bien informadas. De esta manera, el cónsul francés en Santander indicaba que el límite del euskera pasaba por Urduña/Orduña, sin más precisiones. Más completo e interesante es el informe remitido por el comerciante gasteiztarra Manuel de Llano. Éste dividió las hermandades presuntamente euskaldunes de Álava en tres grupos en función del territorio con el que confinaban: Navarra, Gipuzkoa y Bizkaia. En este último grupo figuran cinco -Zigoitia, Zuya, Llodio, Ayala y Artziniega- y señala Llano: “en todas hablan el bascuenze, y tambien el castellano, en que tengan Pueblo de gran Poblacion”. Excluye, por tanto, Arrastaria y Urkabustaiz. Por su parte, un miembro del consulado francés en San Sebastián, nombrando el límite meridional del euskera, lo lleva desde Salvatierra dans le District de Ayala, jusqu’a Orduña.

Pero el testimonio más concreto de todos es el remitido por un agente francés situado en Bilbao que describe los límites orientales del euskera de la siguiente manera: Barakaldo, San Mamés, Albia, Abando, La Venta, Alonsotegi, Arrigorriaga, Ugao-Miraballes, Arrankudiaga, Areta, Laudio/Llodio, Okondo, Luiaondo, el puente de Marquijana, Amurrio, ici on doit décrire une autre ligne inclineé vers les monts d’Altube. Suponemos que esto incluye Larrinbe, Lezama y Astobiza, además de, por descontado, Baranbio. Por lo tanto, este informante sitúa el límite básicamente en los municipios por los que transcurre el río Nervión con la excepción de Okondo y desviándose en Amurrio hacia Altube, siendo Ubidea la siguiente localidad que nombra. De esta manera, este informante dejaría fuera del ámbito de extensión de la lengua vasca localidades como Zuaza, Izoria, Saratxo, Urduña/Orduña y los valles de Urkabustaiz y Zuya, además de Artziniega, claro está.

Creemos que esta definición es coherente con lo que sabemos por otras fuentes. Es obvio que nuestra comarca ocupaba el extremo suroccidental del mundo euskaldun del momento, manteniendo ese carácter fronterizo que le había sido propio de manera secular. Otros informantes franceses mencionan Urduña/Orduña sin concretar nada y testimonios a priori cualificados como el de Manuel de Llano constatan la presencia del euskera y el castellano en lugares cuya historia sociolingüística es tan dispar como Artziniega y Laudio/Llodio, pero incluso también en Zuya, ámbitos que Llano incluye en una misma categoría, sin diferenciar entre una zona euskaldun y una castellana. Que el límite definido por el informante bilbaíno nos resulte verosímil no significa que fuera de estos límites no existieran vascoparlantes en mayor o menor número. Pero, en lo que respecta al euskera como lengua viva y cotidiana, y por ello nativa de la población que nació por aquellos años, nos inclinamos a creer que aquella descripción es bastante acertada.

Algunos testimonios sitúan Urduña/Orduña en la frontera lingüística y creemos que la situación en este lugar puede ser indicativa de lo que estaría ocurriendo en localidades próximas en las que Prestamero o Llano decían que se hablaba “bascuence y castellano” pero que quedaban fuera del límite definido por el informante bilbaíno. Sabemos que en 1810 el gobernador de Bizkaia Pierre Thouvenot ordenó investigar el patrimonio de la Iglesia, razón por la cual el ayuntamiento de Urduña/Orduña realizó varios informes sobre la situación del clero en la ciudad[1]. En uno de ellos aparecen los clérigos regulares que quedaban en el lugar: algunos eran naturales de la ciudad y se encontraban allí a pesar de tener plaza en otros conventos mientras que otros permanecían en el convento de San Francisco. Uno de éstos era Juan de Zorroza, natural de Morga de veintiocho años, quien tenía permiso del Corregidor y el Diputado General para “confesar en Bascuenze por no haber otro que sepa dho Ydeoma” en toda la ciudad. Es decir, era el único sacerdote euskaldun.

Que en 1810 fuese necesario disponer de un confesor vascoparlante en la ciudad significa que había personas que no sabían castellano o no eran capaces de expresarse correctamente en este idioma, de lo contrario no habría necesidad alguna de tener un confesor en lengua vasca. En cualquier caso, creemos que Zorroza no era el único clérigo que sabía euskera, ya que en el convento había otros procedentes de Durango y Garai. Interpretamos que, cuando se dice que no había ningún otro clérigo que supiera euskera, se refiere a los curas del Cabildo de la ciudad que estaban en activo. Pues bien, había catorce beneficiados pero en aquel momento solo tres estaban en activo como párrocos: Manuel de Herrán, Marcos de Mendibil y Rufino de Gabiña, todos orduñeses. Otros cuatro beneficiados estaban fuera y tenían nombrados capellanes que cumplieran con sus obligaciones. Por lo tanto, si hacemos caso a lo que se dice en el texto, ninguno de estos siete sabía euskera. Suponemos que la lengua no era de uso común en Urduña/Orduña en el momento de su nacimiento.

Entonces, ¿quiénes eran los euskaldunes a los que debía atender Zorroza hacia 1810? Según J. Sánchez Terradillos, citado por A. Ros, por aquella época “había artesanos y jornaleros que se expresaban mal en castellano o lo ignoraban absolutamente”. Este testimonio puede dar pie a interpretaciones que sitúen el euskera como lengua mantenida por las clases bajas frente a unas clases medias y altas que habrían adoptado el castellano, razón por la cual ningún sacerdote lo sabía. Sin embargo, ya hemos visto anteriormente cómo las élites del lugar, aunque hablasen castellano, no abandonaban el euskera si éste era el idioma habitual. Por eso creemos que la mayoría de euskaldunes desconocedores del castellano que habría en el lugar serían seguramente procedentes de otros puntos de Bizkaia, Gipuzkoa o incluso localidades de la comarca en las que seguía vigente la lengua, todos ellos colectivos bien presentes en Urduña/Orduña a lo largo de la historia. En cualquier caso, alguna presencia debía tener la lengua en la zona -quizá no en la misma ciudad pero sí en su entorno- para que diversos testimonios de la época lo sitúen en el límite geográfico del euskera.

Por último, en 1806 se dispuso que el castellano era la lengua más adecuada para predicar en Luiaondo. Por eso, hacia el año 1817 los sacerdotes del lugar, que eran los hermanos Juan Pablo y Canuto de Olamendi, nacidos en Urduña/Orduña en 1785 y 1787 respectivamente, escribieron una carta al Vicario de Ayala protestando la presencia de religiosos foráneos que predicaban en euskera, cuando los únicos vascoparlantes que había eran “unas pocas personas forasteras que tomaron estado en esta parroquia”. Según ellos, eran pocos los que decían que no entendían el castellano y eran más los que decían que no sabían euskera, por lo que predicaban en castellano sin que hubiera queja alguna.

Por lo tanto, según la imagen que nos proporcionan estos sacerdotes en el pueblo de Luiaondo, había quienes no entendían euskera -los más- y quienes no entendían castellano -los menos, y foráneos-. Puede que el castellano fuese conocido por una gran parte de la población pero eso no significa necesariamente que los únicos euskaldunes fuesen inmigrantes. Puede que los sacerdotes describieran una situación más acorde con sus intereses -que no se predicase en euskera, idioma que probablemente no conocían- que con la realidad. Creemos que esta convivencia en una misma localidad de personas castellanoparlantes y vascoparlantes monolingües debió ser habitual, sobre todo en lugares como Luiaondo, en pleno Camino Real, por donde transitarían multitud de castellanos, alaveses, etc. Sobre la vigencia del euskera en Luiaondo, sobre 1820 el fraile Antonio de Añibarro la mencionaba entre unas pocas localidades euskaldunes fuera de Bizkaia. Ello no habría sido así si los únicos vascoparlantes del lugar hubieran sido foráneos.

Esta problemática al respecto del idioma empleado por los sacerdotes, que ya hemos visto en Laudio/Llodio, Urduña/Orduña y Luiaondo, aparece también en Okondo por esta época. Así, en tiempos de la Guerra de Independencia un sacerdote de aquel valle fue depuesto por no saber euskera y éste argumentaba que este idioma no era necesario para ejercer en el valle, ya que de cuatro sacerdotes que había tres eran castellanoparlantes. Esta imagen contrasta considerablemente con la que en aquellos años transmitía José Pablo de Ulibarri respecto al momento de su niñez, apenas veinticinco o treinta años atrás.

Por último, cabe señalar que, el 13 de mayo de 1843, una Real Orden determinó que Orduña pasara a Álava y los valles de Laudio/Llodio, Okondo y Luiaondo a Bizkaia. Las autoridades provinciales no quedaron conformes y el 12 de septiembre se decretó el regreso a la situación anterior. En este contexto, debió elaborarse un escrito conservado en el archivo de Luiaondo y cuyas primeras páginas no conocemos ni tampoco la firma, pues únicamente vemos que está firmado en Llodio. El autor del escrito defiende la idoneidad del cambio. Tras enumerar una serie de argumentos geográficos, etnográficos, económicos y prácticos, se afirma que “sabido es que la generalidad de los Alaveses han olvidado de todo punto el idioma Euscara o bascongado, que en Guypuscoa y Viscaya se conserva con religiosa veneracion, como el monumento que recuerda su apego a las tradiciones, a los hábitos y las costumbres sencillas y patriarcales de sus mayores. Pues bien, esta lengua, importada en España por sus primeros pobladores, tan rica de voces, tan armoniosa en sus modulaciones, tan filosófica en su etimología y conseptos, no solo se habla todavia en Llodio, Oquendo y Luyando, sino que es el dialecto común del vecindario en el primero de estos pueblos”. Es decir, la lengua continuaba vigorosa en Laudio/Llodio, pero no tanto en los otros dos pueblos, aunque aún se conociera.

6. La desaparición del euskera nativo

Esta cuestión ya la tratamos en un artículo anterior publicado en la revista Kondaira, de manera que en esta ocasión nos limitaremos a recoger las ideas principales. En aquel trabajo combinamos los testimonios documentales disponibles, bien conocidos por la historiografía, con la información obtenida a partir del padrón municipal de Bilbao del año 1920. En éste se incluyó la pregunta ‘¿sabe o no euzkera?’ de manera que cada individuo debió responder a la misma. Así, identificamos un total de 286 euskaldunes naturales del Alto Nervión, 187 mujeres y 99 hombres, repartidos en 233 viviendas y con una media de cuarenta y cinco años de edad. La mayoría procedían de Laudio/Llodio y del hoy extinto ayuntamiento de Lezama. En la siguiente tabla, presentamos los datos ordenados por ayuntamientos, respetando la división administrativa vigente en aquel año 1920.

Tabla 1: Euskaldunes naturales del Alto Nervión residentes en Bilbao en 1920

MUNICIPIOINDIVIDUOS%
Llodio13747,9
Lezama6623,08
Orduña279,44
Ayala217,34
Amurrio175,94
Artziniega103,5
Okondo72,45
Arrastaria10,35
TOTAL286100

FUENTE: Padrón municipal de Bilbao (1920)

Disponemos también de algunos datos que contribuyen a completar las conclusiones que alcanzamos en su momento. Por ejemplo, en 1828 siete carreteros amurrianos que iban rumbo a Bilbao tuvieron una trifulca en Arrankudiaga, tras la cual continuaron su camino hasta una posada en Ugao-Miraballes. Cuando las autoridades interrogaron a los posaderos para saber si los carreteros habían hablado del incidente, aquellos respondieron que nada podían decir, porque los susodichos hablaban en castellano, idioma que uno no poseía y el otro muy poco[2]. Solo conocemos la identidad de uno de los carreteros: Fernando de Aguirre Sautu, alias Godoy, nacido en Amurrio en 1771. Fernando estaba alfabetizado y fue un hombre con un cierto status en el Amurrio de su época; no resulta extraño que supiera castellano, ello tampoco significa que no supiera euskera, pero lo cierto es que aquel fue el idioma que emplearon para hablar entre ellos. Puede que alguno de los hombres no conociera el euskera y por eso hablaban en castellano, idioma que todos ellos debían conocer. No nos parece atrevido concluir que la lengua castellana estaba muy extendida en Amurrio antes de la Primera Guerra Carlista. En cuanto a la lengua vasca, Ladislao de Velasco, en un libro publicado en 1879, señalaba que había unos cien euskaldunes en la localidad, el 8,33% de la población que registraba en el censo de 1867[3].

Lo cierto es que, aunque el 20% de los amurrianos que residían en Bilbao en 1920 conocían el euskera, el análisis individual de cada uno de ellos nos lleva a concluir que posiblemente constituyen casos que poco tienen que ver con la pervivencia de la lengua vasca en la localidad: casos poco fiables en su catalogación, sirvientas en familias euskaldunes, inmigrantes de áreas vascoparlantes, etc. Creemos, por tanto, que la transmisión generacional del euskera después de la Primera Guerra Carlista habría sido testimonial en Amurrio.

Lo mismo parece ocurrir en Larrinbe y Lezama. En 1888, en el único número de la revista Gure Izarra, se presentó una carta en euskera escrita desde Lezama pero no hemos determinado quién fue el autor de la misma, ya que firmó con una lacónica letra B. En 1934 M. Lekouna escribió que en Lezama había algún que otro caserío euskaldun, que podemos atribuir a la existencia de población procedente de Bizkaia[4]. En cuanto al euskera nativo, en el padrón de 1920 aparecen como euskaldunes dos mujeres nacidas en la década de 1840[5] pero otros coetáneos suyos dijeron desconocer el idioma. La transmisión generacional parece interrumpirse también, como muy tarde, en los tiempos de la primera carlistada.

En la zona de Astobiza duró un poco más[6]. Hay un testimonio particular sobre el que han tratado varios autores: la defunción en Altube de un guipuzcoano euskaldun monolingüe en 1836 que tuvo que ser escuchado en confesión por el sacerdote, castellanoparlante, por medio de intérprete, que fue el labrador de Astobiza Juan José de Lezameta. Nosotros hemos documentado en 1826 al escribano José Baltasar de Uriarte, natural de Sarría, interrogando a una cuadrilla de trabajadores guipuzcoanos en un caserío de Altube. Ninguno de ellos sabía castellano, como tampoco lo sabía Antonio de Celaa, guipuzcoano también y afincado en el caserío. El escribano Uriarte afirmó que no sabía “hablar el testigo el idioma de este país, solo si la Bascongada”. Los intérpretes fueron Pedro de Galarza y Juan de Múgica, también guipuzcoanos y residentes en Altube[7]. Como se puede ver, Uriarte consideraba el euskera una lengua extraña a su “país”, es decir, de Zuya y su entorno, debido a que no se hablaba. Por ello el sacerdote que ejerció en Astobiza tampoco lo sabría.

En este contexto, la presencia de numerosos inmigrantes guipuzcoanos en la zona fue motivo de debate para los investigadores de la lengua vasca. Y tampoco la presencia del sacerdote castellanoparlante pasó inadvertida. Así, en 1862 un sacerdote de Orozko decía: «Cree Epalza que en el pequeñisimo pueblo de Astobiza no se habla el bascuence, porque aun a principios de este siglo tenían un Párroco que no entendía de este idioma. Como ese pueblo está al pie del monte Altube, donde los veranos acude una multitud de carboneros, ya vizcainos, ya guipuzcoanos, algunos de estos de tarde en tarde casan alli, y acaso alguno que otro individuo de esa familia podrá usar el bascuence, pero fuera de aquí nadie«.

En el mismo sentido se expresaba José de Larrea el mismo año cuando escribió que Astobiza era una localidad con unas quince casas en la que se hablaba más castellano que euskera, pero, contando con los vecinos de Altube, Ziorraga y otros lugares que pertenecían a Zuya pero eran feligreses de Astobiza, entonces los euskaldunes eran mayoría, debido a la nutrida presencia de guipuzcoanos. Los datos extraídos del padrón bilbaíno coinciden con lo descrito[8].

No sabemos qué grado de conocimiento del castellano tuvieron los habitantes de Baranbio después de la Primera Guerra Carlista pero sí podemos determinar con detalle el retroceso del euskera. Este idioma habría sobrevivido varias décadas más en aquellos caseríos y barrios de la zona de Astobiza más próximos a Baranbio, y en esta localidad se mantuvo con vigor hasta los últimos años del XIX[9]. Es muy interesante, y poco conocido, el trabajo realizado por M. Lekuona en 1934 y 1935. Señalaba en aquel primer momento que, por entonces, solo una decena de caseríos eran euskaldunes en Baranbio. Al año siguiente, concretaba que solo en las casas de los inmigrantes, llegados de Orozko, Dima e Igorre, se hablaba euskera. Pero el desuso del euskera era muy reciente, tan reciente que el 95% de los mayores de treinta y cinco años lo sabía , y muy bien (“ederki egiteko eran jakin ere”), aunque no lo usaban. El 50% de los que tenían entre veinticinco y treinta y cinco años lo hablaban con torpeza, por falta de costumbre. Entre los veinticinco y los quince, el 15% lo conocía pero no lo hablaba. El resto ni lo hablaba ni lo sabía, y lo dicho era válido berdin kalean eta baseŕian. Por lo tanto, según las observaciones de Lekuona, la práctica totalidad de los nacidos antes de 1900 sabía euskera, la mitad de los nacidos entre 1900 y 1910 lo entendían y eran capaces de hablar algo. Posteriormente, solo lo conocían unos pocos. Estos datos coinciden bastante con los obtenidos a partir del análisis del padrón de Bilbao del año 1920, datos que nos muestran la vigencia del euskera hasta 1890 aproximadamente. Según parece, la pérdida de la transmisión generacional del euskera en esta localidad se produjo en un breve lapso de tiempo[10].

Junto a Baranbio, Laudio/Llodio fue el último pueblo euskaldun del Alto Nervión, pero a diferencia de aquel el retroceso del idioma parece haberse producido durante un periodo más largo de tiempo, quizá por su mayor extensión geográfica. Ladislao de Velasco afirmaba que el 76,33% de la población era euskaldun según el censo de población de 1867. Por su parte, en su relación de localidades vascoparlantes de Álava el Capitán Duvoisin no mencionaba Laudio/Llodio como tal sino que citaba los lugares de Zabala, Bitorika, Areta, Isusi y Dubiriz como euskaldunes, sin aclarar siquiera que son términos de Laudio/Llodio. Sin embargo, a pesar de que éste reduzca la vigencia de la lengua vasca a estos barrios situados al norte del municipio, en 1891 los curas del lugar aún pagaban por la traducción al euskera de un catecismo.

Por su parte, el análisis de Lekuona no es tan completo como el que nos ofrece para Baranbio, de manera que se limitó a afirmar que el euskera se hablaba en algunos caseríos de un barrio. Al año siguiente, en 1935, apuntaba que el barrio de Areta estaba castellanizado casi por completo. Aun así, O. Apraiz aseguraba a mediados de siglo que el euskera se conservaba en los caseríos más próximos a Bizkaia y en Areta. En nuestra opinión, se trataría de personas procedentes de Bizkaia y de los más ancianos del lugar; en todo caso, el euskera no se hablaba en absoluto en público.

El colectivo laudioarra es sin duda el más numeroso en Bilbao de todos los procedentes del Alto Nervión. Según el análisis de los datos del padrón de 1920, efectivamente el euskera retrocedió durante las dos décadas finales del siglo XIX. Es a partir de 1890 cuando los castellanoparlantes sobrepasan en número a los euskaldunes -siempre refiriéndonos a los nacidos, claro está-. Por el contrario, entre aquellos que nacieron antes de 1880 los euskaldunes son mayoría, por lo que fue durante esa década que retrocedió de manera notoria. Insistimos en que, aunque decimos euskaldun o vascoparlantes, en ningún momento ello significa que estos individuos no supieran castellano.

Siguiendo nuestro recorrido, en el padrón bilbaíno de 1920 figuran trece personas nacidas en Luiaondo y seis de ellas se declaraban vascoparlantes[11]. Además, aparecen otros quince euskaldunes procedentes del municipio de Ayala. Según Velasco, en este municipio habría unos quinientos vascoparlantes, el 13,06% según el padrón municipal de 1867. A juzgar por la situación del idioma en Luiaondo, la única localidad que los autores contemporáneos citaban como medio-euskaldun en Ayala, nos parece a todas luces una cifra exagerada. Es posible que aún los hubiera en Zuaza[12]. En Bilbao hemos encontrado a dos nativos de dicha localidad que se confiesan euskaldunes: un hombre nacido en 1880 cuya mujer era euskaldun y a otro nacido en 1865 y cuya mujer e hija mayor también sabían la lengua vasca. Por lo demás, hay muchos naturales de Zuaza residentes en Bilbao que dicen no saber euskera, siendo el mayor de todos León Otaolaurruchi Ulizar, nacido en 1834. El resto de ayaleses constituyen casos aislados que no definen un patrón común que permita sacar conclusiones de ningún tipo.

Por último, el Príncipe Bonaparte creía que en la segunda mitad del XIX el euskera aún era dominante en Okondogoiena, en aquellos barrios más próximos a Laudio/Llodio. De este modo, Velasco cifraba en trescientos los vascoparlantes que restaban en el municipio, los cuales representaban el 29,01% del censo en 1867. Sin embargo, los datos obtenidos en el padrón de 1920 nos muestran que los euskaldunes del valle eran solo el 9,09% de todos los okondoarras residentes en la capital vizcaína. Nada menos que veintiuna personas nacidas antes de 1860 desconocían el euskera. Ni siquiera parece haber sido idioma frecuente en Okondogoiena. El euskaldun más joven de todos los que aparecen nació en 1891, en Okondogoiena a juzgar por los registros parroquiales, pero no podemos decir si su euskera era aprendido en casa o no. Un ejemplo significativo de la complejidad de la cuestión es el de los seis hermanos Larrea Urquijo de Okondogoiena: dos figuran como conocedores del euskera, nacidos en 1865 y 1870, y cuatro no lo sabían, nacidos en 1863, 1865, 1877 y 1880.

En lo que respecta a otros territorios del Alto Nervión, consideramos que los casos hallados, por lo general, no tendrían relación con el euskera nativo de la comarca. En otras palabras, no eran los últimos euskaldunes de sus localidades, no se trata de individuos que hubieran conservado el idioma aun cuando ya no era común en su entorno. No se puede descartar esta opción de manera definitiva, pero las tendencias generales son muy claras. Que algunos individuos aprendieran el idioma sirviendo en contextos vascoparlantes o que vinieran de fuera no alteran el panorama descrito hasta el momento, no se trata de detectar casos anecdóticos sino de definir las tendencias generales.

Por lo tanto, nos parece coherente aquella visión que el agente francés de Bilbao describía a principios del siglo XIX. Es muy posible que las alteraciones provocadas por la Primera Guerra Carlista influyeran en el abandono definitivo del euskera como idioma nativo de la población en Amurrio, Larrinbe y Lezama, y no tardaría en hacerlo en Luiaondo y Astobiza, sin que ello signifique que algunas familias lo conservaran algo más de tiempo. Sin embargo, Baranbio y Laudio/Llodio se mantuvieron mayoritariamente euskaldunes hasta finales de siglo. La interrupción de la transmisión generacional del idioma fue más bien abrupta, sobre todo en la primera localidad. En el espacio de unos veinte años el castellano se impuso como idioma único en el hogar y en la vida pública. La imagen de Lekuona es muy gráfica al respecto. De hecho, en el seno de una misma familia algunos miembros llegaron a aprenderlo y otros no. No deja de ser llamativo que el abandono de la lengua fuese tan repentino, teniendo en cuenta que se mantuvieron euskaldunes durante largo tiempo después de que las localidades próximas lo hubieran perdido. En este sentido, transcurre prácticamente medio siglo desde que cae en desuso en Lezama hasta que lo hace en Baranbio, entre una y dos generaciones, a pesar de ser localidades colindantes y pertenecientes a un mismo municipio. ¿Cuáles son las razones que explican este abrupto abandono de la que fue lengua nativa de una población durante siglos? ¿Por qué unas localidades la mantuvieron considerablemente más que otras aun estando una junto a la otra? ¿Cuáles son los factores determinantes en todo este proceso?


[1] AFB: Administración de Bizkaia, AJ01405/052

[2] AFB: Judicial, Corregidor, Criminal, JCR0999/001

[3] Barrenengoa señalaba en 1951 que aún quedaban euskaldunes en los barrios de Berganza y Onsoño, que pertenecen a Amurrio en lo civil a pesar de estar junto a Baranbio, en otro valle distinto y separado del resto del pueblo. En estos lugares la pérdida del euskera se produjo al mismo tiempo que en Baranbio (Barrenengoa 2007: 10).

[4] Archivo Municipal de Amurrio: Padrones Municipales de Habitantes de Lezama de 1930, 1933, 1934, 1935, 1936 y 1937. Signatura 2366/004

[5] Una de ellas es Francisca Arana Aguirre, precisamente nieta del mencionado Fernando de Aguirre; sus dos hijos también figuran como euskaldunes. Sin embargo, hay que señalar que aparece también un hermano de su difunto marido, natural de Zuaza, quien dice no saber euskera. La otra era Celestina Landaluze Ugarte, y aparece también un hermano suyo dos años más jóven, que dice no saber euskera.

[6] La parroquia de Astobiza daba servicio a los caseríos de Ziorraga y Altube, en jurisdicción de Zuya, la mayoría de ellos creados en torno a 1818 y que carecían de parroquia propia. También en ocasiones se bautizaron en ella los nacidos en las cercanas Ventillas de Ugazi, jurisdicción de Urkabustaiz.

[7] AFB: Judicial, Corregidor, Criminal, JCR4114/006

[8] Pongamos el ejemplo de unos primos feligreses de Astobiza. Por un lado, Lorenza y Cecilia Urrutia Esnal, nacidas en 1865 y 1873, sabían euskera (no así un sobrino suyo nacido en 1899 en la que fue casa natal de todas ellas). Por el otro, Carmen y Francisco Urrutia Ganzabal, nacidos en 1864 y 1870, no sabían. Creemos que la diferencia entre ellos es el hecho de que la madre de éstos últimos era natural de Ametzaga en Zuya.

[9] Barrenengoa entrevistó en la década de los setenta del siglo pasado a los últimos euskaldunes nativos vivos de la localidad, todos ellos nacidos en los años finales de la centuria anterior. En todo caso, solo hizo pública una entrevista a una mujer que afirmaba que todos hablaban euskera en Baranbio hasta la década de los veinte

[10] Existen castellanoparlantes monolingües en todas las franjas de edad, pero algunos casos nos resultan altamente sospechosos. Por ejemplo, tenemos el caso de un hijo de inmigrantes guipuzcoanos nacido en 1855 que dice no saber euskera al igual que su mujer, también natural de la localidad y de su misma edad. Puede que hubieran olvidado la lengua después de largos años en Bilbao y por eso dijeran que no sabían, o puede que la razón resida en los prejuicios existentes en la comunidad castellanoparlante respecto a los vascoparlantes, factor que bien pudo incidir en la negativa dada por algunas personas, de la misma manera que también pudo ocurrir el fenómeno contrario. Puede que algunas personas no supieran euskera por no conocer su madre la lengua, como pudo ocurrir con Regina Iñiguez de Onsoño Yarritu, nacida en 1870 y cuya madre era de Amurrio. También habría que mencionar el caso de las hermanas Francisca y Petra Urrutia Illarramendi, de cincuenta y ocho y cincuenta y seis años respectivamente; la primera dijo no saber y la segunda sí. Con ello queremos manifestar que hay muchos factores que han podido influir no ya en el conocimiento lingüístico de cada una de las personas, sino incluso en la decisión de responder sí o no a la pregunta formulada en el censo.

[11] Entre ellos, nos encontramos un empleado con apellidos castellanos, el caso de una joven de quince años que sabía pero no así sus padres -también lo sabe su hermana, nacida en Bilbao-, pero también a individuos como Santos Goicoechea Madariaga, nacido en 1877 e hijo de llodiano y nativa de Luiaondo, o la anciana Tiburcia Landa Gutiérrez, nacida en 1845 e hija de nativos.

[12] En esta localidad nació Simona Laburu en 1864, que pudo haber sido euskaldun según X. Xalbide:

https://arseniega.wordpress.com/2017/11/13/enkarterriko-ustezko-azken-euskaldun-zaharraz/. También parece que lo fue Enrique Camino, nacido en 1868 en el caserío Solaun, perteneciente a Zuaza pero situado en plena montaña y próximo al laudioarra barrio de Isardio

Cuarta parte

“BASCONGADOS E LATINADOS”. UNA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA SOCIOLINGÜÍSTICA DEL ALTO NERVIÓN (II)

Primera parte

3. El caso de Artziniega y Ayala occidental

La zona entorno a Artziniega es el punto en el que se encuentran las áreas de toponimia mayoritariamente euskérica y aquellas cuyos parajes presentan nombres generalmente castellanos. Pero el límite no es ni mucho menos definido. Curiosamente, se aprecia el hecho de que localidades con nombre euskérico como Lexartzu, Soxoguti y Mendieta tienen una toponimia plenamente castellana. Pero incluso más al oeste, y ya en la actual provincia de Burgos, aparecen nombres euskéricos como las localidades de Artieta y Arza. Seguramente, en esta zona ambos idiomas convivieron durante siglos conformando un paisaje lingüístico heterogéneo, ya desde el año 864 que tenemos la primera referencia documental.

Es por esta trayectoria histórica que resulta llamativo el conocido dato que nos proporciona Artziniega en 1682. Aquel año, la villa nombró un procurador que no sabía “romance” para que acudiera a las Juntas Generales de Álava. Como consecuencia, las Juntas mandaron a todas las hermandades que, en adelante, no enviaran procuradores que no supieran castellano. El procurador euskaldun en cuestión se llamaba Manuel de Mezcorta y había nacido en 1661 en el barrio Los Heros del pueblo ayalés de Mendieta, junto a Artziniega[1]. Generalmente, solían ser los síndicos o, en su defecto, otros personajes poderosos quienes acudían como procuradores a las Juntas. Es por ello que resulta tan llamativo que, precisamente en Artziniega, se eligiera a un euskaldun monolingüe; ello supondría que las sesiones concejiles se realizaban en este idioma. No es lo que cabría esperar. Artziniega era una villa cuyo entorno, ya entonces, sería mayoritariamente castellanoparlante. Y, siguiendo el caso de Vitoria-Gasteiz, o incluso el de Urduña/Orduña, sabemos que en los núcleos urbanos el castellano podía ser predominante aun siendo vascoparlante su entorno.

En cualquier caso, que Artziniega nombrase un procurador euskaldun monolingüe solo puede explicarse si el euskera estuviera tan extendido que fuera la lengua dominante en el seno de la comunidad local, el idioma empleado en sus reuniones y vida cotidiana. La existencia de monolingües de ambos idiomas así como de bilingües, incluso en una misma localidad, se antoja una opción perfectamente plausible. Pero que el euskera tuviese tanta fuerza en Artziniega que incluso llegasen a nombrar procurador a un hombre que no sabía castellano supone, justo es reconocerlo, un hecho sorprendente.

Porque, ¿cómo encajamos al vascoparlante Mezcorta con los castellanoparlantes Menoyo? Dos son los aspectos que debemos mencionar. En primer lugar, Pedro y Cristóbal de Menoyo fueron personas muy destacadas en la Ayala de su tiempo, de manera que el segundo llegó incluso a representarla en las Juntas alavesas en numerosas ocasiones. Al igual que Diego de Aldama habría desarrollado toda su vida en Amurrio sin aprender castellano, al menos de una forma competente, aquellos habrían hecho lo propio con la suya sin saber euskera. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿en qué idioma se celebraban las reuniones concejiles y las juntas supralocales? No hemos hallado ni una sola referencia a la situación lingüística en los libros de actas de la Tierra de Ayala, que hemos consultado desde el siglo XVI hasta el año 1791. No hay nada que certifique la presencia de intérpretes, de personas que no entendían alguno de los idiomas empleados, tampoco en ningún momento se establece la obligatoriedad del castellano para obtener un cargo -ni era obligatorio saber leer y escribir, como sí lo era en Álava-. En principio, nos podríamos inclinar por creer que los ayuntamientos de la Tierra de Ayala se desarrollaban en castellano, por ser la lengua culturalmente dominante y seguramente conocida por todos los notables de la zona. Pero, ¿es posible que esto fuera así en Ayala mientras en Artziniega se desarrollaban en euskera? Nos sorprendería que fuese así. Y esto conecta con el segundo aspecto que queremos destacar. Desde el primigenio trabajo de F. Barrenengoa, no se ha cuestionado en absoluto que, en líneas generales, el retroceso del euskera en la comarca se produjo de oeste a este. Sin embargo, el presente testimonio vendría a dibujar una villa de Artziniega en la que el euskera mantendría un gran vigor a finales del siglo XVII mientras que en Salmantón o Menoio, y en general en toda la parte suroccidental de Ayala, el castellano estaría fuertemente establecido desde antes[2]. ¿Puede que a lo largo del XVII se produjera una conquista de ciertos espacios por parte del euskera, de manera que estaba más extendido socialmente que a principios de la centuria? ¿Fue realmente la Sopeña ayalesa el lugar donde el euskera comenzó a retroceder, antes que Artziniega y su entorno?[3]

Para finalizar con este siglo, otro expediente de ingreso en la Orden de Santiago, esta vez de 1671, nos proporciona algunas menciones inéditas a la lengua vasca. Así, Juan Francisco Fernández del Campo Angulo, vecino de Menoio y precisamente yerno de Cristóbal de Menoyo[4], afirmaba en Lezama que «siendo como son Don Juan de Ugarte y Martín de Ugarte y todos sus ascendientes orijinarios de este valle de Aiala y del señorio de Vizcaia es mui cierto son y fueron mui notorios hijosdalgo según fuero y costumbre de España porq además de la notoriedad de toda esta tierra cuios naturales conservan el traje antiguo y lenguaje vascongado de Vizcainos«

El orduñés Francisco Ortiz de Zarate Salcedo se expresaba en similares términos: “sabe que en el conserban el trage antiguo y lenguage vascongado[5]. Como se puede ver, la referencia a la conservación del euskera tiene como objeto demostrar la antigüedad de la Tierra y lo ancestral de sus linajes, y poco más se puede concluir aparte de la persistencia del idioma en Ayala, o al menos en una parte de ella -el interrogatorio se realiza en Lezama-, aspecto que ya nos es conocido.

4. El retroceso del euskera en el siglo XVIII

Se considera aceptado que el euskera habría experimentado un importante retroceso en el Alto Nervión a lo largo del siglo XVIII, un periodo para el que contamos con un buen número de testimonios sobre su presencia en la comarca, si bien aquí nos vamos a centrar en aquellos que aportan información sobre la relación entre euskera y castellano.

El principal testimonio que manifiesta un retroceso del euskera en la parte occidental de la comarca consiste en el sermón pronunciado por el sacerdote Pedro de La Lastra -que ejercía en Quejana pero no era natural del lugar- el 25 de abril de 1775 con ocasión de la reinauguración del santuario de Nuestra Señora de Etxaurren, en el concejo de Menoio y muy cerca de Quejana. Estas son las palabras de La Lastra: «se apareció sobre un nogal o nogala, que por eso se llama o intitula Nuestra Señora de Chaurren, voz o palabra Vascongada, que traducida al castellano, que nosotros usamos oy en día, Chaurren quiere decir Nogal o Nogala, que cuando se apareció la santa Imagen, según tengo percibido, se hablaba la lengua Vascongada en todo Ayala. Y, aunque hoy en día no se usa, se mantiene y conserva la voz Chaurren…«

Si realizamos un análisis lo más literal posible del texto, observamos que el sacerdote se refiere al uso de la lengua, no a su conocimiento; ya no se usa el euskera, es el castellano que “nosotros usamos oy en día”. Puede interpretarse de lo dicho que la caída en desuso de la lengua vasca era reciente; podemos aventurar una hipotética situación en la que los mayores la conocían, aunque no la usaran, habiéndose interrumpido la trasmisión generacional de la lengua en un lapso de tiempo bastante corto. Esto no fue nada extraño allí donde la lengua se perdió[6]. Tampoco hay que pasar por alto la frase “según tengo percibido, se hablaba la lengua Vascongada en todo Ayala”. Evidentemente, hace referencia a un pasado euskaldun de toda la Tierra de Ayala, supuestamente en un momento bastante remoto, cuando habría ocurrido la aparición mariana. Pero, por otro lado, ¿debemos entender que el euskera había retrocedido en todo Ayala? ¿Que antes se hablaba en toda Ayala y ahora solo en parte de ella? Como veremos, el euskera estaba aún presente en buena parte de la Tierra de Ayala. Por ello, interpretamos que, en su sermón, el padre La Lastra se refería a la pérdida del euskera en parte de Ayala, concretamente en los alrededores del templo en el que se encontraba: Menoio, Quejana, Maroño, etc. Y también en Artziniega y en la parte más occidental de la comarca[7]

A pesar de que la redacción del texto puede entenderse como expresión de un retroceso reciente del idioma, no se puede pasar por alto que el santuario de Etxaurren se ubica en la misma localidad en que nació y vivió Cristóbal de Menoyo siglo y medio antes. Sea como fuere, el euskera no sería lengua común en la zona en tiempos de La Lastra. En este sentido, muy cerca del santuario, en Maroño, nació el abogado Pedro Leal de Ibarra Echaurren en 1749[8]. Cuando en 1794 Xabiera de Berganza se presentó ante él y ante Francisco de Acebal Aguirre, nacido en Amurrio en 1766 y seguramente criado en Izoria, “viendo su merced que la referida Xaviera es bascongada y que no entiende el lenguage castellano”, hubieron de nombrar dos intérpretes. Xabiera había nacido en el barrio de Berganza, cerca de Baranbio, en 1741. Los intérpretes fueron su cuñado Manuel de Picaza Palacios, nacido en Amurrio en 1753, y José Díaz de Olarte Mendibil, nacido en Lezama en 1761, ambos residentes en esta última localidad[9].

Por lo tanto, aunque no tenemos ningún dato que haga referencia a localidades como Menagarai, Arespalditza/Respaldiza y pueblos como Ozeka, Madaria o Agiñaga, es muy posible que, a mediados del siglo XVIII, el euskera ya hubiera retrocedido en todos estos lugares como lengua nativa, lo cual no significa que no hubiera gente que lo conociera. F. Barrenengoa ya señalaba que lo más probable era que el euskera estuviera a punto de desaparecer al oeste del río Izoria -con la excepción de Luiaondo, Okondo y, probablemente, Zuaza-.

La coexistencia de idiomas en Ayala se hace manifiesta una vez más: castellanoparlantes como Leal de Ibarra y Acebal, vascoparlantes como Berganza y bilingües como Picaza y Olarte. Incluso en una misma localidad, ya que Acebal no sabía euskera y su coetáneo Picaza, sí[10]. Por su parte, los bilingües son representantes del panorama lingüístico de la Ayala oriental, donde el euskera sería la lengua dominante. Otro ejemplo lo tenemos en 1746. Por entonces, José de Urrutia, natural y vecino de Astobiza, pleiteó con una mujer residente en las cercanas Ventas de Ugazi ante Pedro Antonio de Larrea, alcalde del valle de Urkabustaiz, quien no sabía euskera[11]. Por eso, Urrutia nombró un intérprete porque “los tgos de q me querello los mas ygnoran el castellano siendo como son vizcainos (…) en lenguaje[12]. El elegido fue José de Guinea Basterra, inteligente en ambas lenguas, nacido en Lezama en 1708 y vecino de Inoso. Sabemos, porque el intérprete erró involuntariamente al traducir su declaración, que uno de los que lo necesitó fue un guipuzcoano, llamado Miguel de Otegui. En cuanto al resto de testigos, parece que hubo más guipuzcoanos y lugareños, pero no sabemos quién necesitó intérprete y quién no porque sus declaraciones no se reproducen[13].

En 1787 tenemos el testimonio de cuatro vecinos de Baranbio, dos de ellos bilingües y otros dos bascongados que necesitaron de intérprete para declarar ante un escribano enviado por la Audiencia de Valladolid[14]. Los dos primeros eran Francisco de Aguirre Tontorra y Juan Iñiguez de Onsoño, que sabían firmar. Los otros dos se llamaban Pedro de Landaluze Orue y Juan de Sierra[15]. El intérprete se llamaba Antonio de Murga y residía en Ziorraga por aquel entonces[16]. El euskera era la lengua principal en Baranbio sin ningún género de duda, y probablemente la única de parte importante de la población. En 1795 los parroquianos de Baranbio dieron poder a su convecino Miguel de Madariaga “[para] que hallase sacerdote secular o religioso que tuviese licencia de confesar y fuese bascongado[17], debido a que el beneficiado Pedro José de Aldama aún no se había ordenado sacerdote[18]. Su lugar lo ocupó finalmente un religioso del convento de San Agustín de Durango. Pero parece que esta solución fue temporal y, en 1804, los parroquianos de Baranbio estaban buscando sacerdote de nuevo «a causa de hallarse vacante uno de los tres beneficios de dha Yglesia se vieron precisados a buscar servidor que la sirviere en el señorio de Vizcaya y estas inmediaciones que supiese la lengua e idioma vascongado por la grave falta que había y no obstante de las eficaces diligencias que practicaron, no hallaron sacerdote vascongado que hiciese dho servicio por cuio motibo se balieron de los Beneficiados de la Yglesia del Lugar de Lezama«[19].

En el resto de la escritura que nos ocupa, se subraya de forma reiterada que saber euskera era condición necesaria para servir en la parroquia. Y ello fue así porque buena parte de su población, como Xabiera de Berganza, Landaluze y Sierra, no conocía otro idioma que no fuera el euskera. Por otra parte, leemos que habían estado buscando servidor “en el señorio de Vizcaya y estas inmediaciones” pero, al no encontrar nadie disponible, se valieron de los beneficiados de Lezama. Es de suponer que así lo hicieron por ser éstos euskaldunes también. Casualmente, otra escritura contenida en el mismo protocolo notarial nos informa que los sacerdotes de Lezama en aquel tiempo eran los hermanos Ignacio y Domingo Lorenzo de Perea, Pedro de Viguri, Francisco de Olamendi y su sobrino Juan Ángel de Lezameta, y Manuel Bautista de La Fuente[20].

De edad similar a los aludidos era María de Mendieta Munibe, quien, en 1798, formalizó su testamento en Lezama ante el escribano local Gerónimo Xabier de Arana, que escribió: «mediante se hallaba gravemente yndispuesta y para quanto lo puediese executar en quanto la hera posible a causa de la torpeza de su lengua y hideoma bascongado, sin embargo de entenderla lo que se esplicaba y ablaba me vali de Maria de Larragorri (…) y Maria Cruz de Gurbista (…) para que respecto su comunicacion frecuente que con ella han tenido la hicieran las preguntas concernientes a su ultima voluntad a mi presencia y me lo expresasen; y habiendo dado principio dichos ynterpretes…«[21].

Se dice claramente que Arana no la entendía porque ella hablaba mal euskera. Pero no porque el castellano fuese la lengua habitual de María, ya que si así fuera no habría tenido ningún problema para comunicarse con el escribano, quien, sobra decir, conocía perfectamente este idioma. La cuestión es que María hablaba mal de por sí, quizá a causa de alguna enfermedad o patología. Y es por eso que Arana necesitó que dos mujeres que habían tenido comunicacion frecuente con ella le dijeran lo que estaba declarando. Queda manifiesto, por tanto, que el euskera era la lengua en que se comunicaban los protagonistas de esta escritura, todos ellos naturales y vecinos de Lezama, lo cual no excluye que algunos pudieran conocer el castellano[22].

En la zona septentrional del Alto Nervión el euskera también se habría mantenido con vigor a lo largo del siglo XVIII. Así habría ocurrido en Luiaondo. En 1723 María Pérez de Urrutia tuvo un altercado con la joven Lucía de Beraza, en el cual le llamó ardizitalaen lengua bascongada que en la bulgar castellana significa oveja sucia[23]. Más allá de lo particular del término, lo curioso es que sea la lengua castellana la que aparezca con el adjetivo de “vulgar”, ya que suele ser la vasca la que suele recibir este epíteto. Por otro lado, en 1734 el sacerdote Francisco de Arana pedía que fueran a la localidad “tres sacerdotes Bascongados (…) que sepan la lengua Bascongada que es la Nativa en que mas fácilmente entenderán los Pobres los Misterios de la Fe, que en la Castellana, que los mas de Luiando y su comarca ignoran” (Iturrate & Uzkiano 1979: 273). Según Arana, oriundo de la localidad, la mayoría de sus paisanos desconocerían el idioma, aunque era un lugar muy frecuentado por castellanos debido a su ubicación en pleno camino a Bilbao. Por otro lado, no creemos que Arana usase la palabra “comarca” en un sentido administrativo y estricto sino para referirse a las localidades circunvecinas: Laudio/Llodio, Orozko, Amurrio, Zuaza, etc.

Por otro lado, el mismo año en que La Lastra afirmaba en Quejana que el euskera ya no se usaba nacía no muy lejos allí, en Okondo, el euskaltzale José Pablo de Ulibarri. Según afirmó años después, en sus años de juventud Okondo era completamente euskaldun y contaba con dos escuelas en las que el cura enseñaba en euskera y otra en la que se hacía en castellano. Aunque no dudamos de la buena salud del idioma en Okondo a finales del siglo XVIII, creemos que habría que matizar la situación escolar descrita. Nos parece más verosímil que hubiera una escuela “oficial” en la que se enseñara castellano, mientras los sacerdotes enseñaban por su cuenta doctrina cristiana en la lengua materna del lugar, sin exclusión de que pudieran impartir otros conocimientos.

Por último, la lengua vasca era indudablemente mayoritaria en Laudio/Llodio a finales de este siglo. Los siguientes testimonios son muy interesantes. Proceden de un pleito que se produjo entre el Cabildo Eclesiástico y el regimiento del valle contra dos miembros de aquel, uno de los cuales había tratado de introducir un servidor que ignoraba el euskera. Eclesiásticos y civiles decidieron realizar una concordia, cuyo sexto capítulo establecía que los miembros del Cabildo debían saber “bien el idioma vascongado que es el que generalmente se abla en este Pueblo”. En este contexto, en 1774 se produce la siguiente descripción: «el Valle de Llodio es compuesto de quadro quadrillas de mucho gentio (…) todos Bascongados cerrados pues aunque muchas personas que viven en la rivera o cerca de el Camino Real entienden algo de el castellano, pero su comun lenguaje y explicazion assi en las combersaciones como en la Doctrina Xptiana y confessiones aun estos mismos que entienden algo de el castellano es spre y por lo comun en la lengua nativa Bascongada; exceptuandose algunas personas particulares de caballeros que aunque Bascongados suelen hablar en castellano«.

Consideramos que este párrafo puede ser altamente representativo de cuál habría sido la situación en parte de la comarca hasta aquel momento: una sociedad que se comunica entre sí en euskera aunque haya gente -y nos parece significativo que diga “muchas” en vez de “algunas”- que sepa castellano. El euskera es también la lengua nativa de la élite local, de esos “caballeros” que son los principales protagonistas de la política y la administración del valle, pero entre sí se comunican en castellano, que era un símbolo de prestigio social y distinción. Por lo tanto, y al menos en lugares como Laudio/Llodio y Baranbio, no habría una separación entre hablantes de una y otra lengua, sino que se empleaban en esferas y ámbitos diferentes. 

Regresando al pleito, algunos presentaron un recurso al sexto capítulo argumentando que despreciaba “la generalidad con que en el dia se abla el idioma castellano” y dice “que quando [sic] incremento logra en el actualmente dho idioma castellano todo el se le deve a lo que va corriendo del presente siglo siendo a esto consiguiente nezesario que en menos del discurso de otro siglo entero sea el referido idioma no solo el dominante sino tambien el unico q se hable en aquel pueblo como efectivamente ha sucedido asi en otros de sus inmediaciones [en los que] se ha ido desterrando el bazcongado«

El testimonio es harto elocuente. A pesar de que esta declaración se contrapone a la anterior en el pleito, no pretendemos determinar cuál se aproxima más a la realidad concreta de Laudio/Llodio entre 1775 y 1780. Creemos que ambas imágenes reflejan certeramente lo ocurrido en el siglo XVIII y que profetiza con precisión lo que sucedería en el futuro. El segundo extracto afirma que el castellano estaba más presente en Laudio/Llodio de lo que se indicaba en el primero. Independientemente de que estuviera más o menos extendido, lo relevante es que ofrece una visión de conjunto del valle y su comarca. Así, se afirma que todo lo que había avanzado el castellano había sido a lo largo del siglo y de forma generalizada en la comarca. Así, en “otros de sus inmediaciones” ya se había ido “desterrando el bazcongado”, lo cual es totalmente congruente con lo que hemos visto hasta ahora. Y en función de lo ocurrido en esos lugares tan cercanos, el exponente vaticinaba que en un plazo inferior a un siglo el castellano no solo se habría convertido en la lengua hegemónica, sino que sería la única, tal y como había ocurrido en las cercanías. Como veremos, esta predicción no iba muy desencaminada, aunque aún bien entrado el siglo XIX, Laudio/Llodio continuaba defendiendo la necesidad de curas vascoparlantes en el lugar.


[1] Las particularidades del caso han sido analizadas por X. Zalbide: https://arseniega.wordpress.com/2016/12/01/procurador_monolingue_hermandad_artziniega_1682/ 

[2] No tenemos datos sobre otras personas naturales y procedentes de esta zona, pero nos inclinamos a pensar que los Menoyo, aun siendo miembros de la élite local, no eran una excepción: eran naturales y vecinos del lugar, donde tenían parientes y donde ejercían un oficio, la escribanía, que les obligaba a interactuar con un gran número de lugareños.

[3] Podría pensarse que nos encontramos ante una zona poblada por “latinados” y con escasa influencia de los “bascongados” ya desde antiguo, pero la toponimia de localidades como Menoio, y más aún Salmantón, es mayoritariamente euskérica según el trabajo de Barrenengoa. En el caso de Salmantón, incluso todavía en 1926 buena parte de sus barrios y caseríos conservaban nombres euskéricos, si bien algunos ya muy deformados (Uriondo, Chabe, Mugabru, Montegi, Mendieta, Recalde, Lambarriaga, Turburo). Véase Archivo del Territorio Histórico de Álava (ATHA): DH-2656-1

[4] Juan Francisco era sobrino de la mujer de Cristóbal y se convirtió en su yerno al casarse con su hija, de manera que los cónyuges fueron primos. Juan Francisco nació en el burgalés valle de Tudela. Fue familiar del Santo Oficio, caballero de la Orden de Alcántara y tuvo un hermano marqués. Fue uno de los hombres más destacados en Ayala en su tiempo, de manera que acudió a Juntas Generales de Álava como procurador en noviembre de 1650, mayo de 1651, desde noviembre de 1652 a noviembre de 1654, 1656, 1657, noviembre de 1658, de 1659 a 1661, mayo de 1663 y noviembre de 1664.

[5] AHN: Consejo de Ordenes, Caballeros de Santiago, Exp. 8257

[6] José Joaquín de Landazuri señalaba algo parecido cuando afirmaba que “se va extinguiendo el bascuence, pues los viejos hablan este idioma y sus hijos no lo entienden, o saben de el algo más que nada”.

[7] Así parece deducirse del siguiente trabajo de X. Zalbide: https://arseniega.wordpress.com/2019/01/22/el-euskera-en-un-juicio-de-1771/ . Posiblemente, en este lugar la pérdida fuese muy pareja a la ocurrida en Gordejuela, donde un sacerdote señalaba, en 1794, que había muy pocos que entendieran la lengua vasca

[8] La madre de Pedro era natural de Lezama, por lo que muy posiblemente sí sabía euskera. Consideramos que este es un detalle importante, porque podría significar que fueron los condicionantes comunitarios, y no los familiares, los que explicarían su desconocimiento del euskera.

[9] Archivo Foral de Bizkaia (AFB): Judicial, Corregidor, Criminal, JCR4024/018. El documento los nombra solo como Manuel de Picaza y Joseph de Olarte, vecinos de Lezama, la filiación la hemos completado nosotros a partir de otras fuentes. Por otro lado, es preciso apuntar que la madre de Olarte era natural de Mendeika. Las fechas y lugares de nacimiento de los individuos han sido obtenidos en la página web del Archivo Histórico Diocesano de Álava.

[10] Según los registros parroquiales, el padre de Francisco de Acebal era natural de Galdames y la madre del mismo Amurrio, aunque la mayoría de sus hermanos y hermanas nacieron en Olabezar, donde parece que vivió. Por su parte, los padres de Picaza eran de Baranbio y Arrigorriaga respectivamente; su padre pasó a vivir a Amurrio cuando tomó en arrendamiento la ferrería de Zabalibar. 

[11] Desgraciadamente, en el documento no se menciona la naturaleza y vecindad de Larrea, ni hemos podido determinarla por medio de los registros parroquiales

[12] Puede que la palabra que falta en la cita sea “cerrados” pero lo cierto es que la visibilidad del documento es escasa

[13] ARCHV: Registro de Ejecutorias, Caja 3209, 49

[14] ARCHV: Registro de Ejecutorias, Caja 3595, 18

[15] Francisco de Aguirre Echabarria, del caserío Tontorra, nació en Baranbio en 1725; Pedro de Landaluze Orue lo hizo en 1726 y su madre era de Amurrio; y Juan de Sierra Arbaiza en 1718. Desconocemos la identidad exacta de Juan Iñiguez de Onsoño pero seguramente nació en 1716 en el barrio de Onsoño, feligresía de Baranbio

[16] Murga aparece como administrador de la ferrería de Ziorraga pero no nos ha sido posible averiguar quién era ni de dónde procedía

[17] Archivo Histórico Provincial de Álava (AHPA): Prot 12006, Gerónimo Xavier de Arana y Olamendi, 1795

[18] Pedro José de Aldama Isasi nació en 1772 en el barrio Aldama de Amurrio, de donde era su padre; su madre era de Baranbio, por eso había obtenido el beneficio en la parroquia. Puede entenderse, por lo que se deduce del texto, que sabía euskera.

[19] AHPA: Prot 12015, Gerónimo Xavier de Arana y Olamendi, 1804

[20] Manuel Bautista era natural del pueblo de Aloria y el resto todos nacieron en Lezama; Domingo Lorenzo e Ignacio de Perea Arangoiti en 1764 y 1774; Pedro de Viguri Zulueta en 1772; Francisco de Olamendi Zulueta en 1735 y Juan Ángel de Lezameta Olamendi en 1767.

[21] AHPA: Prot 12009, Gerónimo Xavier de Arana y Olamendi, 1798

[22] No puede ser casualidad que el padre y dos tía-abuelas de María fueran mudas. Así, en 1727 Ana y Benita de Aguirre figuran como pobres y mudas, residentes en compañía de su cuñado Joseph de Mendieta; en 1764, el hijo de éste y padre de María, Gregorio de Mendieta, se quedó mudo, no lo había sido hasta entonces. Véase: AHPA, Prot. 11.978, Gerónimo de Arana, 1764; Archivo de la Tierra de Ayala: Sig. 56

En cuanto a los protagonistas de la escritura, Gerónimo Xabier de Arana Olamendi había nacido en 1745; María de Mendieta en 1746; María de Larragorri Beraza en 1736 y María Cruz de Gurbista Mendieta en 1748.

[23] ARCHV: Registro de Ejecutorias, Caja 3162, 23

Tercera parte

“BASCONGADOS E LATINADOS”. UNA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA SOCIOLINGÜÍSTICA DEL ALTO NERVIÓN (I)

1. Introducción

En 1371, Fernán Pérez de Ayala escribió el Libro del Linaje de los Señores de Ayala con el fin de vincular la ascendencia de la Casa de Ayala con la realeza aragonesa y legitimar así su posesión del Señorío[1]. Para ello, se presentó como descendiente de un presunto infante aragonés llamado Don Vela que habría poblado Ayala con permiso del monarca castellano y afirmaba que “los que vinieron a poblar la tierra de Ayala dellos eran vascongados e dellos latinados. E los vascongados llamaban a este Don Vela Jaun Belaco e los latinados don Belaco”. Esto no es más que mera fantasía pero consideramos que este pasaje concreto debe reflejar la situación lingüística que Fernán halló en la Tierra de Ayala cuando llegó a la misma sobre el año 1330. F. Barrenengoa (1988: 24) interpretó el comentario como muestra de la existencia en Ayala de dos zonas claramente definidas según la lengua hablada, zonas que delimitó en función del sustrato lingüístico dominante en la toponimia local. Es cierto que existió una zona claramente vascoparlante y otra en la que la toponimia castellana domina de forma absoluta. Sin embargo, nosotros creemos que no existió una frontera clara y duradera entre ambas lenguas sino que sus límites habrían sido difusos, permeables y cambiantes a lo largo del tiempo. Más aún, creemos que Fernán Pérez habría reflejado la coexistencia y convivencia de los dos idiomas en un mismo lugar, la Tierra de Ayala, sin que ello presuponga la existencia de dos áreas claramente diferenciadas en función de su idioma.

Haciendo extensible esta idea a la totalidad del Alto Nervión[2], nuestra hipótesis es que el panorama lingüístico de esta comarca en siglos pasados fue más complejo de lo que se ha supuesto. La historia del Alto Nervión, a pesar de su reducida extensión geográfica, se caracteriza en términos generales por una notable heterogeneidad en todos los campos debido a la existencia de notables diferencias entre sus distintos componentes; diferencias en cuanto a adscripción provincial y eclesiástica, configuración socioeconómica, distribución y conformación del hábitat, régimen jurídico, etc.[3]. El aspecto lingüístico no tiene por qué ser una excepción, de manera que tampoco en este sentido cabe entender el Alto Nervión como una comarca homogénea. Así, el euskera habría sido lengua dominante y prácticamente única en algunos lugares, mientras el castellano lo habría sido en otros. Pero, como decimos, las fronteras serían difusas, de manera que llegó a ocurrir que personas que solo sabían euskera y otras que solo sabían castellano convivieron junto a una amplia gama de bilingües en una misma localidad. En este sentido, en el presente trabajo se mostrará que la extensión del castellano en la comarca ha sido notable al menos desde los inicios de la Edad Moderna y creemos que el bilingüismo fue un fenómeno muy extendido.

La historia lingüística del Alto Nervión ha sido conceptuada como un proceso dilatado en el tiempo en el que la lengua nativa, el euskera, va desapareciendo ante el avance del castellano, un idioma ajeno a la mayor parte de los habitantes de la comarca excepto en las proximidades de Artziniega y en la ciudad de Urduña/Orduña[4]. En el presente trabajo, queremos romper con esta idea. El hallazgo de nuevos datos nos ha permitido formular algunas cuestiones que giran en torno no a la pérdida de la lengua, sino a la relación entre euskera y castellano en siglos anteriores. Consideramos que la naturaleza de esta relación puede renovar la visión tradicional sobre la situación y evolución del euskera en un ámbito lingüísticamente fronterizo y de estrecho contacto con el castellano.

2. Nuevos datos para la historia lingüística del Alto Nervión (1585-1638)

Casi todas las referencias documentales que aparecen en este apartado son inéditas y suponen un avance importante para el conocimiento de la historia lingüística de esta comarca, si bien es cierto que se centra casi exclusivamente en Amurrio y la mitad oriental de la comarca, dejándonos huérfanos de datos para la mitad occidental.

La primera referencia data del año 1585. El 28 de marzo se procedió a tomar testimonio a una serie de testigos presentados para el pleito que, ante el tribunal eclesiástico de Calahorra, estaban manteniendo María Sáez de Murga y su hijo Lope García de Murga con el cabildo de la iglesia de Santa María de Amurrio y sus parroquianos en general, y con Juan de Urrutia en particular, sobre el patronazgo de la susodicha parroquia. Ante los receptores enviados por el obispado, Urrutia manifestó que tenía algunos testigos “que no entendian bien la lengua castellana y que para que pudiesen decir mexor la verdad de lo que supiesen era necesario que ubiese un ynterprete que entiendese entranbas las lenguas castellana e bascongada[5]. Para tal efecto, fue nombrado el joven escribano Juan Pérez de Ulibarri, natural de Amurrio y receptor de la Audiencia Episcopal de Calahorra, quien juró que “aquello que yo el dho receptor le dixese en lengua de rromance que preguntase en basquence al dho diº de aldama (…) y todo lo que dho diº de aldama respondiense en basquenze me lo declararía en rromanze”.

En todo caso, a pesar de lo dicho por Urrutia, solo uno de los testigos requirió finalmente de intérprete. Como aparece en la cita anterior, se llamaba Diego de Aldama[6]. Decía tener unos ochenta y seis años y era llavero de la iglesia. Eso significa que Diego había podido desempeñar este cargo, y hacer vida comunitaria, sin saber castellano, o conociéndolo de manera insuficiente. Pero que un euskaldun monolingüe pudiera ser un miembro activo de su comunidad en el Amurrio del siglo XVI no significa que el castellano no estuviera extendido, ya que el resto de testigos declararon en este idioma. Y no fueron pocos. Es cierto que entre ellos hubo algunos curas y personajes notables de la zona pero también otros vecinos ancianos y analfabetos[7] y lo mismo ocurrió con los testigos presentados por la parte contraria, ninguno de los cuales necesitó de intérprete.

Apenas tres años después, dos vecinos de Lezama pleitearon ante el Alcalde Mayor de la Tierra de Ayala en testimonio del escribano Cristóbal de Ugarte, natural de Amurrio. Como éste era pariente de una de las partes pleiteantes, la contraria obtuvo facultad para nombrar escribano acompañado, es decir, un escribano de su confianza que asegurase que todo se ejecutaba conforme a derecho. Este papel recayó en Pedro de Menoyo, natural y vecino de Salmantón. En un momento dado, el denunciante Juan Balza de Berganzagoitia protestó que se habían presentado testigos que no sabían la lengua castellana y, dado que Menoyo no entendía la lengua bascongada, pidió que aquellos no fueran examinados hasta que fuese con otro escribano acompañado que sí supiera el idioma. Según parece, este papel recayó en Hernando de Ugarte, que precisamente era hijo de Cristóbal y vecino de Lezama. Nunca se aclara quiénes fueron exactamente estos testigos.

Además del desconocimiento del euskera por parte de Menoyo, sobre lo que volveremos más adelante, es llamativo que Balza escogiese un escribano que únicamente hablaba castellano, como si no hubiera reparado en absoluto en la cuestión idiomática. Y también hay que destacar que, aún después de esta queja, el escribano Menoyo recibió testimonio de un gran número de vecinos de Lezama, hombres y mujeres de todas las edades, sin que en ningún momento se mencione la necesidad de intérprete alguno. Puede que fuese Cristóbal de Ugarte, quien puso por escrito todas las declaraciones, quien ejerciera esta función. Puede que, simplemente, no fuera necesario. Ésta explicación nos parece la correcta porque, posteriormente, tomaron declaración a un vecino de Amurrio que sí necesitó de intérprete. Se llamaba Martín de Pardío y no sabía romance, mientras que Menoyo no sabía basquenze, por lo que nombraron por intérprete al escribano Domingo de Uriarteque sabe anbas lenguas[8]. Hay que mencionar también que el incidente que fue objeto del pleito tuvo lugar en una romería en Lezama, mientras estaban en un baile que, según los testigos, llamaban a tabolin bolinete en lengua bascongada. Tomamos esta referencia como un indicativo de la lengua que emplearían en el día a día, en las cosas cotidianas[9].

En Amurrio tenemos también una referencia del año 1629, cuando el bachiller Pedro Martínez de Landa, natural y cura de Lezama, estaba actuando en aquel lugar como Juez de Comisión del Obispado e hizo una notificación a María Ortiz de Aldama, criada del cura Juanes de Aresqueta. Y se dice: “e yo el dho escribano q presente estaua el dicho señor Juez q le dio a entender lo susodicho por ser la dicha mª ortiz bazcongada sse lo notifique la qual dijo según el dicho señor Juez me traduçio en romançe que…[10]. El escribano, que por lo que se ve no sabía euskera, era Cristóbal de Menoyo Murga.

Continuando con los nuevos datos que hemos obtenido, en 1625 se efectuaron las probanzas necesarias para la obtención del hábito de la Orden de Santiago por Hortuño de Ugarte Iturriaga, descendiente de la torre de Jauregia en el barrio de Berganza, parroquia de Baranbio. Solo uno de los testigos necesitó intérprete, que fue a la sazón un vecino de Lemoa. El testigo vascoparlante fue un anciano de Baranbio apellidado Sagun, cuyo nombre no se aprecia con claridad en el documento. Sin embargo, no parece que lo necesitaran otros vecinos de la zona como Juan de Larrea de Vidaur, Juan de Arrategui, Pero Verde, Pedro Ortiz de Berganza, Pedro Hernando de Berganza y Juan de Berganza, por no hablar de otros más notorios y pertenecientes a la élite comarcal del momento[11].

En 1638, otros dos caballeros de la Orden de Santiago se desplazaron a Lezama para realizar las pertinentes investigaciones y comprobaciones para que el Capitán Juan de Ugarte Berganza, natural de la localidad, obtuviera el hábito. Debido a que dos de los hombres más poderosos de la zona acusaron falsamente al Capitán de ser descendiente de judíos, se tomó declaración a una cantidad inusual de testigos. Solo en Lezama se examinó a unos cuarenta hombres, la mayoría de esta localidad pero también de Amurrio, Inoso y Larrinbe, casi todos de edad avanzada. También fueron examinadas dos mujeres. De todas estas personas, solo una mujer necesitó intérprete porque “no nos entendia lo que la hablabamos y preguntabamos por no saber hablar mas que bascuence”. Se llamaba Francisca de Elexaga, era natural de Amurrio y vecina de Larrinbe. Su intérprete fue nada menos que Antonio de Murga Esquibel, señor de la casa de Murga. A continuación, los dos receptores de la Orden pasaron a Baranbio y Laudio/Llodio. En la primera localidad, tres de los nueve testigos examinados necesitaron intérprete. Se llamaban Martín de Aranguren, Martín de Onsoño y Sebastián de Isasi, y el traductor fue Pedro de Berganza, todos naturales y vecinos del lugar. Nuevamente, varios de los que declararon en castellano no sabían firmar. Finalmente, en Laudio/Llodio todos los testigos necesitaron intérprete salvo dos, siendo uno de ellos el propietario de la casa de Ugarte, que además era escribano[12].

Hay que señalar que idénticos interrogatorios se efectuaron en 1636 y 1639 en Lezama para la obtención del hábito de Santiago por parte de Juan de Urbina Eguiluz y Antonio de Isasi Eguiluz respectivamente. Hemos advertido que los testigos que declararon en estos casos fueron prácticamente los mismos que también lo hicieron en 1638 en el caso anteriormente citado. Nadie necesitó intérprete[13]. ¿Cabe la posibilidad de que fueran presentados como testigos precisamente por su conocimiento del castellano? Es una opción que, a priori, parece plausible. Pero en el caso judicial de 1588 fueron muy numerosos los vecinos que declararon, hombres y mujeres, chicos y chicas, de todas las edades. Y, como hemos visto, casi nadie precisó de un intérprete.

Por lo tanto, podemos afirmar que, a finales del siglo XVI y principios del XVII, el castellano era una lengua muy extendida en Amurrio, Lezama y alrededores. Lo era sin duda entre los varones, no pocos de ellos capaces al menos de firmar de su puño y letra, pero la existencia de muchos hombres castellanoparlantes presuntamente analfabetos nos sugiere que el aprendizaje de esa lengua no se producía solo en la escuela, tal y como se suele suponer. Este argumento es reforzado por el hecho de que aparecen mujeres que también sabían el idioma.

Por el contrario, tenemos a algunas personas que solo sabían euskera. No nos sorprende que fueran más numerosos en Baranbio y mayoría en Laudio/Llodio, lugares en los que el euskera se mantuvo con vigor durante siglos. La situación, sin embargo, parece ser distinta en Amurrio, Lezama o Larrinbe. Es significativo sobre todo el caso del anciano Diego de Aldama, que en el momento de la declaración era llavero de la parroquia junto al citado Juan de Urrutia, escribano y fiel servidor de la Casa de Ayala. Además, en aquel momento se estaba procediendo a agrandar la iglesia, por lo que sin duda hubo de tratar con muchos individuos. Era un euskaldun monolingüe que ocupaba un cargo relevante que le obligaría a tratar con sus convecinos. No menos elocuente es la identidad de aquellos que figuran como intérpretes: Juan Pérez de Ulibarri, Hernando de Ugarte y Domingo de Uriarte eran escribanos. Sobre todo los dos últimos, fueron personajes muy relevantes y poderosos en la Tierra de Ayala, como lo fue Antonio de Murga. El sacerdote Pedro Martínez de Landa había nacido en Lezama, su madre era natural de Amurrio y pariente de Murga. El hecho de que todas estas personas, pertenecientes a la élite local y comarcal de la época, supieran euskera manifiesta su uso cotidiano incluso entre las familias más poderosas de la zona.

En definitiva, tenemos indicios suficientes para afirmar que el euskera era la lengua de uso habitual por la población de Amurrio y alrededores, cuanto más en Laudio/Llodio o Baranbio. Sin embargo, la gran mayoría de los vecinos, al menos los varones, también sabía castellano, independientemente de que hubieran ido a la escuela o no. No parece que estemos ante una población que solo hablase euskera en el hogar y aprendiera castellano en la escuela. Nuestra hipótesis es que, al menos en esta área del Alto Nervión, el euskera era la lengua nativa de la mayoría pero el aprendizaje del castellano seguramente también se producía en este contexto, sin que ello reste que algunos lo perfeccionaran en la escuela o en otros contextos, como puede ser sirviendo a personajes notables o en lugares generalmente castellanoparlantes como la ciudad de Urduña/Orduña.

Por último, tan importante es observar la identidad de quienes saben euskera como la de aquellos que lo desconocen. Hemos visto el caso del escribano Pedro de Menoyo, de Salmantón, personaje muy activo en las instituciones ayalesas y es de pensar que pudo desempeñar su oficio con normalidad sin conocer la lengua vasca[14]. Esto no significa necesariamente que el euskera fuera desconocido en la zona occidental de la Tierra de Ayala; la toponimia de Salmantón es de clara raíz euskérica en su mayoría. Pero sin duda el conocimiento del castellano sí debía ser generalizado, de lo contrario difícilmente hubiera podido desempeñar su oficio con normalidad. Tampoco sabía euskera Cristóbal de Menoyo Murga, sin parentesco conocido con el anterior, escribano, natural y vecino de Menoio. Su padre era oriundo de esta localidad y su madre de la casa de Oribe en Soxo, y estuvo casado con Casilda Fernández de Angulo Velasco, del valle burgalés de Tudela[15]. Como decíamos, nos hallamos ante una situación más complicada de lo supuesto, en la que no existirían fronteras lingüísticas definidas y en la que el castellano aparece con una fuerte implantación en la Tierra de Ayala, incluso en localidades en las que es manifiesto que el euskera era la lengua cotidiana, y como lengua única de algunos notables del lugar.


[1] Fernán Pérez de Ayala había nacido en Toledo y recaló en Ayala junto a su hermano mayor a llamamiento de los Perea y los Ibargüen ante el conflicto abierto a raíz de la muerte sin sucesión del Señor, Juan Sánchez de Salcedo. Fernán accedió al Señorío tras imponerse a los Murga en el campo de batalla y tras la muerte de su hermano mayor. Aun así, y como puso de manifiesto un pleito que los ayaleses tuvieron a finales del XIV con Pedro López de Ayala, Conde de Salvatierra, al parecer el rey Alfonso XI le concedió la Merindad sobre Ayala pero no el Señorío. Esto explicaría aún más la necesidad de legitimar su posición como Señor.

[2] En nuestros trabajos, hemos optado por esta denominación frente a otras como Cuenca Cantábrica Alavesa o la actualmente en boga Aiaraldea por ser un descriptor meramente geográfico, mucho más adecuado para integrar una serie de municipios que pertenecen a distintas provincias y con diversas trayectorias históricas. El Alto Nervión se sitúa en la cabecera del río de mismo nombre y engloba los actuales municipios de Amurrio, Artziniega, Ayala/Aiara, Laudio/Llodio, Okondo y Urduña/Orduña.

[3] En este sentido, la comarca se reparte entre Álava y Bizkaia (Urduña/Orduña), eclesiásticamente se dividía entre los Obispados de Calahorra y Santander (antes Burgos), existían núcleos urbanos y entidades completamente rurales, un hábitat disperso y un hábitat concentrado, así como distintos regímenes jurídicos históricos (Fuero de Ayala, Fuero de Bizkaia, Fuero Real, etc.).

[4] Fue F. Barrenengoa quien realizó una primera síntesis sobre la historia del euskera en el Alto Nervión, la cual ha sido tomada desde entonces como referencia a la hora de establecer una cronología sobre el retroceso de la lengua vasca en la comarca. Nosotros intentamos actualizar aquel trabajo mediante un artículo en el que aportamos nuevas citas documentales y datos inéditos que nos permitieron profundizar tanto en la presencia histórica del euskera en el Alto Nervión como en la cronología de su desaparición

[5] Archivo de la Torre Vidarte: Autos del pleito por la posesión de la sepultura y honores de la Casa de Murga en San de Amurrio. (1583-1587).

[6] Seguramente, era vecino del barrio de su apellido, un pequeño asentamiento de montaña distante varios kilómetros del centro de la localidad, donde está la parroquia

[7] Juan de Alupazaga de Larrinbe, Juan Ortiz de Belaunde de Olabezar, Iñigo de Ugarte de Baranbio, Martín de Amezqueta de Lezama y los amurrianos Juan de Larrarte, Martín de Pardio (quien dijo que sabía leer un poco) o Martín Sáez de Sarachaga.

[8] No se aclara si era un Martín de Pardío de unos sesenta años que ya había aparecido anteriormente en el pleito o un tal Martín de Pardio de Ugartebechi que también es mencionado. No es el mismo mencionado en la nota anterior, pues aquel sí sabía castellano.

[9] Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (ARCHV): Registro de Ejecutorias, Caja 1665, 21. El pleito está transcrito en el expediente para el acceso a la Orden de Santiago del capitán Juan de Ugarte Larrea en Archivo Histórico Nacional (AHN): Consejo de Ordenes, Caballeros de Santiago, Exp. 8256.

[10] Archivo de la Torre Vidarte: Autos originales formados en 1629 ante el Licenciado Pedro Martínez de Landa, Beneficiado de la Iglesia de Lezama de Ayala y Juez en comisión por testimonio de Juan de Angulo, Escribano Público y Notario Apostólico por D. Antonio de Murga contra los Mayordomos de la Iglesia Parroquial de Amurrio y otros, para que quitasen un poyo de piedra que habían puesto en el sitio en que solían tener un escaño los dueños de la casa solar de Murga.

[11] AHN: Consejo de Órdenes, Caballeros de Santiago, Exp.8258

[12] AHN: Consejo de Órdenes, Caballeros de Santiago, Exp. 8256

[13] AHN: Consejo de Ordenes, Caballeros de Santiago, Exp. 8309 y Exp. 4137

[14] De la consulta de las actas de la Tierra de Ayala se desprende que fue síndico procurador general en 1582-1583 y 1592-1593, alcalde ordinario de la cuadrilla de la Sopeña en 1586-1587 y escribano fiel en 1597-1598.

[15] Curiosamente, su sobrina Francisca de Albiturria Menoyo se casó con un hermano del bachiller Landa. De este matrimonio desciende el escribano Gerónimo de Arana, de quien hablaremos más adelante. Curiosamente también, era descendiente de la casa de Murga. Por otra parte, al igual que Pedro de Menoyo, Cristóbal fue escribano y ocupó los principales cargos de la Tierra de Ayala, siendo su representante en Juntas Generales de Álava en mayo de 1621, 1625, noviembre de 1627, mayo de 1629, de noviembre de 1632 a noviembre de 1634 ininterrumpidamente y en 1637.

Segunda Parte

Ordenanzas de Larrinbe (1736)

Toda organización o institución requiere de una serie de normas que regulen su funcionamiento, no solo a nivel interno (como tal institución) sino también, y a veces sobre todo, de cara a regular las atribuciones y capacidades que posee. Este es el papel que corresponde a las llamadas “ordenanzas” en las distintas entidades territoriales del pasado.

Por ejemplo, en el caso de la Hermandad de Álava es precisamente la elaboración de un Cuaderno de Ordenanzas en Rivabellosa en el año 1463 lo que sirvió como acto fundacional de esta institución, inexistente hasta el momento. Es decir: Álava era anteriormente un término geográfico que carecía de cualquier tipo de organización ni reflejo institucional, y fue en función de estas ordenanzas que se creó una institución con dicho nombre, a la que se fueron adhiriendo una serie de territorios de distinta naturaleza desde el momento de su redacción (caso de la Tierra de Ayala) o en años posteriores (caso de Llodio, entre otros).

Por su parte, las ordenanzas de la Tierra de Ayala fueron elaboradas por los cinco alcaldes ordinarios, los cinco diputados, los “escuderos principales”, un representante de cada concejo y el letrado de la Tierra. Fue el fruto, por tanto, de un esfuerzo colectivo en el que se habría alcanzado el mayor consenso posible y fueron aprobadas en una Junta General extraordinaria realizada en Saraube el 28 de diciembre de 1510. Se supone que estas ordenanzas venían a reemplazar otras anteriores, probablemente nunca puestas por escrito, pero en cierta medida habría ocupado el hueco dejado por el antiguo Fuero, al que renunciaron en 1487. De hecho, las ordenanzas de Ayala son mucho más completas que el antiguo Fuero, y en la práctica constituyen lo que nosotros entendemos hoy por “fueros”. Esto no es algo particular de Ayala, puesto que lo que se conoce como “fueros” es en realidad el conjunto de ordenanzas, leyes, cartas reales, ejecutorias y privilegios que cada uno de los territorios fue logrando, consensuando y estableciendo a lo largo de los siglos (hay que tener en cuenta que ni Álava ni Gipuzkoa tenían un Fuero como tal, y el de Bizkaia solo incumbía a la llamada Tierra Llana).

Estas fechas iniciales del siglo XVI asistieron por doquier a la puesta por escrito de multitud de ordenanzas y reglas, de modo que lo mismo hicieron los concejos, comunidades como la Junta de Ruzabal e incluso comunidades de montes. Por ejemplo, sabemos que las de Lezama, que se conservan íntegramente, son de 1511, y las de Astobiza de 1515. Evidentemente, las sociedades se transforman con el transcurrir del tiempo, de modo que generalmente las viejas ordenanzas quedaron obsoletas, incapaces de dar satisfacción a las necesidades de las personas y comunidades que las integraban. En el caso de Ayala, en 1750 se aprobó una llamada Ordenanza Moderna, más breve que la antigua, y que venía a actualizar algunos aspectos de ésta, sobre todo en lo que se refiere a penas y sanciones por comportamientos que se consideraban indebidos y por excesos que se estaban produciendo en diversos aspectos. En aquello que no se tocó, siguió vigente la ordenanza antigua.

Pues bien: el 5 de agosto de 1736, “en el Zementerio de la Yglesia Parroquial del señor Santiago” de Larrinbe, se juntaron a son de campana los regidores y demás vecinos en su “junta y conzejo para tratar, conferir y resolver las cosas tocantes y conzernientes al servicio de ambas Magestades [la divina y la temporal] vien y utilidad de dho Lugar”. Asistieron los dos regidores, Gabriel de Sagarribay y Francisco de Aldama, y los dos fieles, José García de Urietagoicoa y Tomás de Ugarte, además de los vecinos Manuel de Berganza, Francisco de Salazar, Marcos de Ugarte, Santiago de Villacián, Fernando y Fernando de Ugarte mayor y menor, Diego de Sagun, Martín de Gorbea, Juan de Mariaca, José de Orue menor, Francisco de Villacián, Francisco de Aldama de Izadar, Juan de Berganza de Uriarte, Francisco y Domingo de Orue, Diego de Sautu, Agustín de Orue, Francisco de Echabarria, Bartolomé de Villacián, Francisco de Ziorraga, Asensio de Landaburu, Manuel de Arana, Domingo de Izarra, Antonio de Orue, Antonio de Arana, Silvestre de Berganza, Domingo de Ugarte, Juan de Zulueta, José de Berganza, José de Olarieta y Marcos de Solar. Todos ellos en su propio nombre, y por aquellos que estaban ausentes o enfermos, dijeron que para su conservación, buena unión y conformidad, necesitaban hacer ordenanzas de buen gobierno político y económico, para que los regidores las observasen e hicieran observar.

La escritura que entonces formalizaron, y que traemos a estas páginas, no se corresponde con las ordenanzas como tal sino que consiste en una escritura notarial realizada ante el escribano Tomás de Garbiras (de cuyo protocolo notarial la hemos copiado; Archivo Histórico Provincial de Álava, Protocolo notarial 12.266) con la cual los dos regidores habrían de acudir a las autoridades de Ayala para obtener la aprobación del articulado y su definitiva aceptación como tales ordenanzas. En ningún momento se menciona la existencia de unas viejas, pero consideramos que debieron tenerlas, por escrito o no.

Estas ordenanzas de Larrinbe constan de 34 artículos y la gran mayoría tienen que ver con la gestión de los recursos públicos y privados de los vecinos de la localidad. Su exposición dejará patente hasta qué punto estaba regulada la administración de los bienes y los comportamientos; téngase en cuenta que a esta ordenanza se superponía la de Ayala, que aborda también muchas de estas cuestiones y otras similares. Vayamos, sin más, con el articulado:

1. Habrá, como hasta ahora, dos regidores “para mirar y gouernar las cosas conzernientes a la utilidad de el y su conseruazion” [nada se dice de los dos fieles, pero esta figura seguiría existiendo en adelante]

2. Los regidores serán nombrados el primer día del año por los regidores y fieles que “ultimamente ayan sido” [en otros concejos, como Amurrio, eran los regidores salientes quienes nombraban a sus sucesores de manera directa. No en conjunto, sino cada uno el suyo: Fulano decía que Mengano sería el próximo regidor, y eso era todo. Suponemos que aquí ocurría lo mismo]

3. La elección se realizaría, como hasta ahora, en la casilla contigua a la iglesia, la misma en que habitaba el sacristán

4. Los regidores debían encargarse de apartar las aguas de los caminos reales y servidumbres públicas asignando a cada vecino la parte que les correspondiera cuidar, quedando así obligados a hacer los vallados y zanjas que fueran necesarios, so pena de 6 reales de multa. A la tercera falta, se le embargarían bienes y la mitad de ellos serían para reparar caminos y la otra mitad para los regidores.

5. Se prohibía entrar con carro a las heredades atravesando “boronales” con objeto de sacar las hierbas del “fruto de San Juan”, sino que debían sacarlas a hombros hasta el cargadero donde no se hiciera daño, so pena de pagar los perjuicios y 200 maravedís de multa aplicados la mitad para los regidores y la mitad para reparo de caminos

6. Se prohibía segar hierba en las orillas de las heredades sembradas de cereal sin licencia del dueño, so pena de 100 maravedís

7. Se prohibía dejar atadas caballerías, bueyes y vacas, fuera de día o de noche, en las heredades y “botteas” (¿?) de las Arías desde el primero de abril hasta la recogida de la cosecha, so pena de 6 reales de multa a repartir entre los regidores, el concejo y las ermitas

8. Se prohibió varear los castaños antes de que el fruto hubiera madurado y de que los regidores ordenasen hacerlo, pues ocurría que algunas personas lo hacían así y ello causaba la pérdida de los castaños y de mucha parte del fruto. La multa era de 6 reales, mitad para el denunciante y mitad para el concejo.

9. Los regidores, por medio de sus montaneros, debían visitar los montes al menos dos veces por semana en tiempo de castaña, y si encontraban a alguien debían requisar los aperos que llevara para recoger castañas y otros frutos. Si eran criados o criadas, la multa la pagarían sus amos, y si eran forasteros los debían llevar presos ante los regidores [suponemos que los montaneros eran nombrados por los propios regidores; la existencia de esta regla se debe, evidentemente, a que estas prácticas eran comunes]

10. Cada vecino debía tener su huerta bien compuesta y con la hortaliza necesaria para su casa y familia, so pena de 3 reales de multa por cada falta que se hallase por los regidores, que quedaban obligados a visitar las huertas del vecindario

11. Robar en huertas era penado con 500 maravedís de multa divididos a partes iguales entre el denunciante, el concejo y las ermitas. Además, el reo debía pagar al dueño el doble de los daños causados

12. Cada vecino debía plantar cada año cuatro carrascos de buena calidad en los montes, ejidos y comunes, so pena de 400 maravedís de multa

13. Se prohibía hacer roturas sin licencia ni consentimiento de los regidores, que además debían señalar el lugar en que debían hacerlas. Ello se debe a que muchos vecinos las hacían donde se les antojaba. La multa era de 500 maravedís que irían para el concejo, además de tener que abrir la rotura

14. Los regidores debían distribuir a los vecinos en cuadrillas por el mes de abril para limpiar y arreglar las fuentes y pozos de los montes para que el ganado pudiera beber con toda limpieza y comodidad, so pena de 4 reales para el concejo

15. Se prohibía hacer fuego para quemar árgoma y aulagas so pena de 500 maravedís, mitad para el concejo y mitad para el denunciante. Los regidores tenían obligación de investigar estos fuegos, pues de lo contrario deberían pagar ellos los daños que se ocasionasen. Y si los autores eran forasteros, debían avisar a la justicia ordinaria o de hermandad [es decir, a los alcaldes ordinarios o los alcaldes de hermandad de Ayala, que eran quienes tenían potestad para entender en estas cosas]

16. Siempre que se supiera que entre las casas y sus cercanías anduviera lobo, raposo u otro “animal nocibo y pernicioso”, los vecinos debían salir en batida con las armas que tuvieran. Y si no podían juntarse, los regidores ordenarían quiénes debían ir, y éstos recibirían un cuartillo de vino “por via de refresco” a costa del concejo [un cuartillo equivale a medio litro]

17. Los regidores debían nombrar anualmente dos panaderas que quedaban obligadas a tener siempre el suficiente pan cocido para vecinos y viandantes (se dice que a veces había falta de ello). Esta práctica estaba sujeta a postura, que debía ser fijada por los fieles.

18. Los regidores debían tener una o dos tabernas en las que se vendiera vino clarete de Rioja, de lo contrario podían ser castigados por el concejo [la obligación de tener una o dos tabernas públicas era común a todos los concejos, pero no parece que fuera lo más habitual que fueran los regidores quienes debían regentarlas]

19. De noche, los taberneros y taberneras no debían admitir “conversación” en ellas ni podían dar vino a no ser que fuera para llevar, so pena de 500 maravedís de multa que irían por mitad a reparo de caminos y ermitas

20. Se prohibía llevar armas ofensivas ni defensivas a las tabernas en días festivos, so pena de 500 maravedís que irían por mitad a regidores y reparo de caminos.

21. “porque sucede muchas veces que en días de fiesta y domingos suelen reñir de obra y palabra en dichas tabernas algunos vecinos y naturales”, se estableció una multa de 500 maravedís que debía cobrar el concejo, independientemente de que la justicia ordinaria entendiera finalmente en el caso o no.

22. Los vecinos que se sintieran agraviados por los fieles tenían derecho a recurrir ante los regidores, y las decisiones de éstos se podían recurrir ante el concejo. El que sin pasar estos trámites acudiera a la justicia ordinaria de Ayala sería multado en 500 maravedís a pagar al concejo, además de pagar los gastos

23. Los regidores, fieles y una persona mayor de cada casa quedaban obligados a acudir a letanías y rogativas so pena de media libra de cera para la iglesia, pues había costumbre de que, solo para cumplir, se enviasen a niños y niñas “con que se desluzen las proçesiones y no se da el culto deuido a los santos

24. Se prohibió entrar a misa los domingos y festivos con el pelo atado y sin la decencia debida a semejante culto divino, y debían oírlas desde los bancos que para ello había, so pena de una libra de cera para la iglesia. Ello se debe a que algunos vecinos acudían a estos oficios sin “ongarinas” y con los pelos atados, y oían la misa desde el coro y otros rincones de la iglesia [una ongarina es un tipo de jubón negro, sin cuello y hasta las rodillas, muy frecuente en el norte de Navarra pero no exclusiva de allí, donde consta su uso por los hombres para ir a la iglesia, entierros, bautismos y bodas; lo mismo debía ocurrir aquí]

25. Los regidores y los fieles quedaban obligados a acudir a la misa conventual de los domingos y festivos, y especialmente los festivos de primera clase (Pascual, Corpus, Jueves y Viernes Santo), so pena de media libra de cera. Se dice que muchas veces no asistían a estas misas

26. Se prohibía que ningún vecino se opusiera a que los montaneros les embargasen bienes por orden de los regidores so pena de 500 maravedís para el concejo, además del pago de la multa o pena en que hubieran incurrido. A cuenta de esta oposición, solían producirse disturbios y alborotos.

27. Los regidores debían tener un libro en el que escribieran las multas y penas que impusieran, de las cuales debían dar cuenta a sus sucesores en el plazo de 15 días después de cesar del cargo, so pena de 1.000 maravedís, aplicados por mitad al concejo y reparos de caminos

28. Se prohibió a los regidores ocultar multas so pena de 2.000 maravedís que irían para reparos y adornos de la ermita de San Mamés, además de tener que pagar lo correspondiente a la multa ocultada

29. Los regidores, antes de ejercer sus oficios, debían jurar por Dios, ante la señal de la cruz y sobre los Evangelios, que ejercerían con toda fidelidad y cristiandad, guardando y haciendo guardar los capítulos. Si no lo hacían, no serían tomados por regidores, y si se negaban, se elegiría a otros

30. La inasistencia a concejo, algo que debía ser frecuente, se penó con 4 reales

31. Se prohibió levantar la voz en el concejo, algo que solía ocurrir frecuentemente y daba lugar a murmuraciones y dejación al deliberar lo necesario, so pena de 3 reales

32. Se prohibió a los regidores que hicieran derrama alguna si no estaban presentes en concejo todos o la mayor parte de los vecinos, so pena de todos los daños causados. Los repartimientos que se hicieran debían apuntarse en los libros.

33. Se establece un salario de 15 reales anuales para el escribano o persona que escribiera en estos libros las elecciones de oficios y los repartimientos

34. Se ordenó sacar dos copias auténticas de este capitulado: una quedaría en el archivo que estaba en la iglesia y el otro pasaría entre los regidores de mano en mano.

El mayorazgo de Ugarte en Amurrio

Como todos sabemos, Ugarte es uno de los barrios que conforman la localidad de Amurrio “desde siempre”. Allí se encuentra, junto a la carretera, un edificio que en el momento de escribir estas letras apenas es visible porque la vegetación se ha adueñado por completo de sus muros, aunque no hace tanto, aún abandonado, podía apreciarse su factura, más bien moderna, la más reciente encarnación de una casa antigua, la principal del barrio y una de las más importantes del pueblo y la comarca. Sobre ella y los que fueron sus dueños trataremos en este artículo.

En el expediente de hidalguía del Capitán Juan de Ugarte, del año 1638 y sobre el que tratamos en números anteriores de esta revista, se decía que las casas de Ugarte en Astobiza, Ziorraga, Berganza, Lezama y Amurrio eran todas dependientes de la originaria casa torre de los Ugarte, en el valle de Laudio/Llodio. Esto es cierto para los tres primeros lugares citados, ya que sabemos que uno de los señores de Ugarte de Llodio fue al mismo tiempo señor de la casa torre de Astobiza, cuyos descendientes radicaron en la casa torre de Ziorraga y en la de Jauregia en Berganza. El parentesco entre todos ellos se manifiesta en su apellido, Fernández de Ugarte. Sin embargo, no conocemos ningún documento que nos aclare el origen de los Ugarte de Amurrio, ni de la familia de la que vamos a hablar ni de otras que también lucieron este apellido, que no fueron pocas.

Así, los Ugarte en Amurrio son muy abundantes desde los primeros registros parroquiales, de mediados del siglo XVI, y es imposible que todos desciendan de un tronco común. Por entonces, había familias importantes de este apellido en el mismo barrio de Ugarte, en Armuru y en Urieta, sin parentesco próximo que nosotros sepamos, además de otras familias de menos enjundia que llevaban el mismo apelativo.Por ello, creemos que el solar de Ugarte, que da nombre a todo un barrio, habría sido realmente ajeno al de Llodio. Muestra de esta ausencia de vínculos con aquel sería el hecho de que en Amurrio no lucen el patronímico Fernández, sino otros como Martínez de Ugarte o Sáez de Ugarte.

Pero los dueños de la casa más principal de Ugarte usaron otro patronímico distinto, Ortiz. Y de ellos hablaremos a continuación.

HERNANDO ORTIZ DE UGARTE

Sobre 1534 los señores de la casa torre de Astobiza, el Caballero de Santiago Cristóbal de Mújica y Ana Hurtado de Mendoza, fallecieron prematuramente lejos de Ayala en menos de un mes. Para disponer de sus cosas, tanto en lo espiritual como en lo terrenal, habían dado facultad al padre de ella, Lope Hurtado de Mendoza, que en enero de 1535 dispuso todo lo concerniente a las honras por sus almas y la gestión de sus bienes. Una de las cláusulas decía: “que se cumplan los contratos de casamientos que mandaron los dhos don xpoual e dona ana a preseual de muxica e a dona ynes de muxica muger de hernando de ugarte yjos del dho don xpoual”[1]. Aunque Inés de Mújica figura aquí como mujer de Hernando de Ugarte, a continuación se expresa que aquella debía recibir 10.000 maravedís cuando se casara, por lo que probablemente habían hecho esponsales y vivían juntos pero sin haber formalizado el matrimonio propiamente dicho. Como se dice en la cita anterior, Inés -que en otras ocasiones aparece con el nombre de Leonor- y Presebal fueron hijos de Cristóbal…pero no de Ana. Sabemos que Presebal nació hacia 1512 y suponemos que Inés lo debió hacer un par de años antes o después pero Cristóbal y Ana no se casaron hasta 1526[2]. Por lo tanto, fueron hijos de Cristóbal en su soltería aunque no sabemos quién fue la madre.

Ser un hijo ilegítimo por aquel entonces no era un obstáculo para quienes tenían poder y recursos económicos, de manera que nadie fue capaz de hacer sombra en Ayala a Presebal de Mújica, que vivió en Luiaondo. Y su cuñado Hernando Ortiz de Ugarte no le fue a la zaga. Lo lógica sería pensar que Hernando fue natural y heredero del solar de Ugarte en Amurrio, en el que vivió, pero lo cierto es que la documentación histórica no arroja sombra alguna sobre su origen: fue natural de Saratxo, hijo de Juan Sánchez de Derendano y Marina de Echeguren. Siendo así, Hernando debió tomar el apellido Ugarte al pasar a residir a esta casa; el problema es que nada indica que ésta hubiera sido de Inés de Mújica. Entonces, ¿estuvo Hernando casado en primeras nupcias con una presunta heredera de la casa solar de Ugarte y de ahí que adoptara el apellido? Por el momento, no lo sabemos, de modo que el origen de esta casa continúa siendo una incógnita para nosotros.

Lo que podemos afirmar es que Hernando de Ugarte ya era un personaje importante en la comarca en 1533, ya que aparece junto a otros muchos ayaleses aceptando la sentencia del Consejo Real que obligó a la Tierra de Ayala a regresar al seno de la Hermandad de Álava, en la que fue procurador -representante de Ayala- en 1535, 1536, 1538, 1552, 1556, 1557 y 1559. En 1558 incluso fue nombrado capitán de las tropas provinciales en la guerra con Francia. Pertenecía, por tanto, a la élite social ayalesa.

Como casi todos los notables de la zona en aquellos siglos, desempeñó el oficio de escribano. Por ello, y por su categoría y ascendencia social, en 1541 estuvo en Valladolid siguiendo los pleitos que Ayala mantenía en la Audiencia de la Chancillería.

Por otro lado, y aunque éstas no fueron tan estáticas como en muchas ocasiones se han querido presentar, Ugarte parece adscribirse al bando oñacino, pues como tal aparece definido cuando, junto a otros de esta parcialidad, quitó un alfanje y un letrero que los Murga habían colocado en la tumba del recién difunto Lope García de Murga hacia 1550 en la parroquia de Santa María. Poco después de este incidente, el Licenciado Menchaca fue nombrado patrón de la parroquia por merced real, con derecho a llevar la mitad de los diezmos de la misma, pero al ser foráneo fue precisamente Hernando, y después su hijo, quienes percibieron esos diezmos. Su poder en el pueblo fue, en conclusión, muy elevado.

Los Derendano siempre aparecen en los pocos documentos ayaleses anteriores que conocemos, indudablemente su posición social venía de familia, aunque la rama fue cercenada cuando su hermano Juan de Derendano fue asesinado el día de Jueves Santo de 1539 en la iglesia de San Nicolás de Saratxo a causa de un saetazo propinado por Martín de Oquendo, que huyó a Panamá. Juan dejó una sola hija de corta edad y nombró heredero a Hernando en caso de que ella falleciera antes de la edad de testar o sin herederos legítimos, como efectivamente ocurrió[3].

Hernando Ortiz de Ugarte habría fallecido entre 1571 y 1573 con unos ochenta años de edad. Esto se dice en declaraciones de testigos posteriores, por lo que es posible que exageraran la edad, puesto que algunos afirman incluso que murió centenario. Si nació en la última década del siglo XV, es muy posible que hubiera tenido un primer matrimonio, ya que Inés debió ser bastante más joven. Por último, no conocemos cuántos hijos tuvieron pero tenemos noticias de cuatro: Casilda, que se casó con el escribano Juan de Velasco en Larrinbe; Francisca, que se casó con Francisco Fernández de Ugarte, señor de Ziorraga; Diego y Cristóbal, que es el siguiente protagonista de esta historia. 

CRISTÓBAL ORTIZ DE UGARTE

Desconocemos su fecha de nacimiento pero debió hacerlo pocos años después del matrimonio de sus padres puesto que se casó en 1561 o 1562 con Francisca de Orueta, natural de Luiaondo. Al igual que su padre, fue escribano y desarrolló una intensa carrera en las instituciones locales y alavesas. En la Tierra de Ayala, fue alcalde ordinario por primera vez en el curso 1565-1566 y lo sería de nuevo en 1569-1570 y 1573-1574, fue síndico procurador general en 1576-1577 y diputado regidor en 1600-1601. Acudió como procurador de Ayala a las Juntas Generales de Álava desde noviembre de 1576 hasta mayo de 1578, en mayo de 1581, en 1586-1587 y en 1594-1595. Y si su presencia en estas instituciones no fue mayor es debido a la incompatibilidad de estas representaciones con el oficio que ocupó durante muchos años, el de teniente de Alcalde Mayor, actuando en ocasiones incluso como titular, a pesar de que el Alcalde Mayor o Gobernador no podía ser natural de la Tierra ni de una distancia menor a las cinco leguas de ella. Allá por 1584 y 1585 se unió al ínclito Juan de Urrutia a la hora de reivindicar las preeminencias que como tal Alcalde Mayor creía -erróneamente- que le correspondían en la parroquia de Amurrio. En 1595 aún figura como Alcalde Mayor y en agosto de 1600 presentó título de teniente de Gobernador, por lo que su vinculación al cargo fue muy duradera.

Su testamento nos servirá para acercarnos mejor a su figura[4]. El “dueño y señor de la casa de Ugarte del lugar de amurrio”, ya viudo, testó el 4 de abril de 1606 estando “enfermo de mi cuerpo y en mi buen juicio y entendimiento”, por lo que probablemente falleció poco después. En primer lugar, dispuso que su cuerpo fuese sepultado “dentro en el cuerpo de la yglesia de santa mª del lugar de amurrio en la sepultura donde yaçe sepultada doña francisca de urueta mi muger o donde fuere la voluntad de lope garcia de murga aguirre mi señor primo”. En realidad, eran primos segundos, puesto que sus respectivos padres Hernando Ortiz de Ugarte y Juan Martínez de Aguirre eran primos, al ser sus madres Marina y Constanza de Echeguren respectivamente. Lo que ocurre es que Lope era el patrón de la iglesia y el único, junto a la casa de Saerin, que tenía derecho al notable honor de tener sepultura en el interior de la iglesia. Es por ello que Juan de Urrutia y Cristóbal, las personas más poderosas de Amurrio por aquel entonces, trataron sin éxito de adquirir ese mismo derecho por todos los medios legales e ilegales. Esa es la razón por la que Cristóbal se encomendaba a la voluntad de Lope García de Murga, quien ya habría condescendido con su mujer, para obtener tal privilegio digno de su status social.

Por otra parte, Cristóbal ordenó que se hicieran las funciones de entierro, novenario y cabo de año por “Diego de Ugarte mi hermano difunto”, lo que nos lleva a pensar que falleció fuera de la localidad y/o en circunstancias que impidieron realizar los actos religiosos pertinentes.

Por aquel entonces, tenía tres hijos y cuatro hijas. En vida de su esposa, habían casado a Mencía -con Francisco de Arechederra-, a Leonor –con Hernando de Ayo, vecinos de Luiaondo como los anteriores- y a Hernando (1563), seguramente los tres mayores. Tenían también a Juan (1568), Francisca (1575), Casilda (1576) y Cristóbal (1579). Casilda se había casado con Ventura de Zaballa tras la muerte de su madre. Por lo tanto, tenía en casa a Francisca, a quien encargó la misión de llevar oblada y candela a su sepultura y a quien presta especial atención en el testamento legándole hasta 1.000 ducados.

El hijo menor, Cristóbal, se encontraba por entonces en Sicilia (“que si lo quiere Dios no permita muriere cristoual de ugarte mi hijo antes que a esta tierra benga de las partes de cicilia donde al presente está”) y tenía una hija llamada Leonor, a todas luces  ilegítima.

El testador nombró heredero universal de todos los bienes muebles y raíces, derechos y acciones, que quedaron de el y de su mujer, a su hijo Juan “que al presente reside según publico y notorio en la ciudad de potosi que es en el reino del peru” con la condición de que, si no regresaba a Amurrio a vivir en el plazo de cuatro años, los heredase Cristóbal con la misma condición. Además, ninguno de los hijos de éstos podrían heredar si no eran fruto de legítimo matrimonio. Si ninguno de los dos hijos regresaba en el plazo señalado, quedarían apartados de la herencia y todos los bienes pasarían a su hijo mayor, Hernando de Ugarte, o al heredero de éste en caso de haber fallecido. Y lo mismo ocurriría si Juan o Cristóbal regresaban pero no tenían hijos legítimos o los tenían y fallecían antes de poder testar.

HERNANDO DE UGARTE ORUETA

Hernando, que solo algunas veces aparece con el patronímico Ortiz, fue bautizado en la parroquia de Amurrio el 25 de noviembre de 1563. Siguió con el oficio de escribano de sus antecesores y se casó en 1583 con Casilda de Ulibarri Onsoño, de Lezama. Fue un matrimonio joven, con veinte y dieciocho años respectivamente, posiblemente porque Casilda había quedado huérfana y heredera de la hacienda familiar del barrio Ulibarri de Lezama, donde vivieron el resto de sus días.

A diferencia de su padre y abuelo, Hernando nunca fue procurador en las Juntas Generales de Álava ni nos consta que desempeñase el cargo de síndico en Ayala. Sin embargo, fue alcalde ordinario en al menos ocho ocasiones con una impecable irregularidad: una vez cada cuatro años (1582-1583, 1586-1587, 1590-1591, 1594-1595, 1598-1599, 1602-1603, 1606-1607 y 1610-1611). Sin embargo, sí que se ocupó como teniente de Gobernador al igual que su padre.

Desde luego, sus recursos se vieron notablemente incrementados cuando, ante la ausencia de sus hermanos, pasó a heredar el grueso de los bienes que habían dejado sus padres, que no era poca cosa. Ello se puede ver en el testamento que Hernando Ortiz de Ugarte y doña Casilda de Ulibarri, que así figuran en el documento, otorgaron el 27 de abril de 1638, con setenta y cinco y setenta y tres años respectivamente (“por ser como somos personas de mucha edad biejos ancianos en la dha nra cassa de ulibarri”) después de cincuenta y cinco años de matrimonio. Un dato curioso: aquellos mismos días se estaba produciendo la investigación para la concesión del hábito de Santiago al Capitán Juan de Ugarte, proceso en el que Hernando y sus hijos, sobre todo uno de ellos, fueron parte importante, tal y como se dijo en artículos anteriores en esta misma revista.

Fue un testamento conjunto (“Porque entre nosotros de muchos años y tiempos a esta parte esta tratado y comunicado de q aiamos de hacer testamento y disposicion conjunta”) en el que establecieron que ninguno de los dos pudiera por su cuenta cambiar nada de lo dispuesto“para onrra y seruicio de Dios Nro S y de nra buena fama y de nra prosperidad”. En primer lugar, mandaron que sus cuerpos fueran sepultados en la iglesia parroquial de San Martín de Lezama “en la sepultura que nra cassa de ulibarri tiene en la dha Yglesia y en ella esta sepultado Sancho Abad de Ulibarri”. Aquí es preciso realizar varias puntualizaciones. En primer lugar, Sancho era tío de Casilda y parece haber sido propietario de la hacienda, o de parte de ella. En segundo lugar, ya se habrían introducido las sepulturas desde el exterior de la iglesia, donde estaban a finales del XVI. En tercer lugar, y a pesar de que ellos digan ser propietarios de una sepultura, sabemos que en la iglesia de Lezama éstas fueron comunes y nadie gozó nunca de privilegio alguno sobre sus convecinos, por ser la parroquia propia del concejo.

Hernando y Casilda tenían por aquel entonces cuatro hijos vivos, además de otros que habían fallecido. El mayor de todos era el bachiller Gregorio de Ugarte (1586), cura y beneficiado de la parroquia de Lezama. En el testamento se dice que habían gastado “mucha suma y cantidad de dinero” en sus escuelas, estudios, ordenaciones y demás necesidades, por lo que le apartaron con doce ducados anuales de por vida desde el año posterior a la muerte de ambos. Podemos añadir que siendo muy joven tuvo al menos dos hijos varones con María Isabel de Estranzu, los cuales dejaron una muy nutrida descendencia. 

Gabriel (1594) era escribano y vecino de Baranbio, y cuando se casó con Ana Maria de Ugarte Teza, natural de la casa de Ziorraga, le mandaron “muchos bienes de casas rruedas y ganados y otros bienes y dineros”, de manera que le apartaron con solamente cuatrocientos reales. No sabemos cuáles fueron esos bienes ni su procedencia. 

María (1599) se había casado con Lope de Mújica Hurtado de Mendoza, señor de Astobiza y Caballero de Santiago, y fue generosamente dotada por sus padres, ya que le mandaron más de cuatro mil ducados con ocasión de su boda y fue apartada con otros cien. Además, a su nieto Cristóbal de Mújica “para aiuda de sus estudios y necesidades” le mandaron cien ducados a pagar según los fuera necesitando antes de que cumpliera los veinticinco años.

No se olvidaron de Juan (1588), que había fallecido en las Indias, pero “antes q alla fuesse tubo y dejo en el dho lugar de lezama un hijo también llamado Juan de ugarte que al presente es edad de diez y siete años” y a quien habían criado en su casa los testadores, enseñándole a leer y escribir. En ese momento, estaba en Gordejuela en “cassa del maestre esquela” y, aunque manifestaban haber gastado mucho en el, por ser su nieto le mandaron otros ciento cincuenta ducados. Este muchacho se casó en Lezama unos quince años después y fue propietario en el barrio San Millán, de donde había sido su madre, a pesar de haberse criado con su familia paterna.

Por último, el hijo más joven, Cristóbal (1603), era escribano y vivía en su compañía. Tenía treinta y cinco años ya y por aquellos días tenía puesto todo su empeño, junto a su cuñado Lope, en impedir que el Capitán recibiera el hábito de Santiago. Los testimonios acerca de la implicación de Hernando en esta confabulación son contradictorios, si bien ya vimos que tanto Hernando como sus hijos Gregorio y Gabriel no respaldaron las acusaciones del benjamín de la familia.

Hernando y Casilda fundaron mayorazgo en este testamento y llamaron a el en primer lugar a Cristóbal de Ugarte “mozo libre de por casar”. Por entender que “asi es mas combeniente al seruicio de Dios nro S. y de los Sres Reyes de la corona de castilla y de estos Reynos y al bien y buena memoria nra y de nras casas y pª q nros sucesores vivan mejor y se empleen y ocupen en seruicio de la dibina Magd (…) y sustentar mejor sus personas honrras y familias” fundaron mayorazgo para que los bienes “perpetuamente y en todo tiempo del mundo sean indibisibles e impartibles y anden siempre en un dueño” y no se pudieran enajenar, trocar ni cambiar, y en virtud del fuero “que permite q los testadores puedan disponer de sus bienes en fabor de q quiera de sus hijos y descendiente y apartar a los demas”, así hicieron con el resto de sus hijos “con sendos arboles con su tierra y rraiz en lo ultimo de nras tierras y eredamientos q nros sucessor quisiere señalarles y con sendas texas y un cada seis maravedis”.

El mayorazgo de Ugarte fue fruto de la unión de los bienes que habían heredado y acumulado a lo largo de su vida Hernando por una parte y Casilda por el otro. Es decir, se produjo la suma de ambos patrimonios. Así, formaron parte del mayorazgo “nra cassa y solar principal de ugarte sita en el dho lugar de amurrio en el barrio q se llama de ugarte q esta sobre el camino Real q ban de la ciudad de vitoria para la de balmaseda” con sus cabañas de horno y era que estaban enfrente, con sus lagares, bodega y huerta cerrada de paredes, manzanales, heredades, quintanales, antuzanos delante y alrededor de ella y más de la mitad del molino de “Boriaur” con todas sus heredades; también la parte del patronazgo que le correspondía en la parroquia de Murga; y “las sepulturas q tenemos compradas y nos pertenecen a nos y a la dha cassa en la dha yglesia de amurrio”. Por tanto, los Murga habrían perdido la exclusividad de tener tumba en la iglesia de Amurrio.

Hernando también tenía una serie de bienes en Saratxo, los que sin duda heredó su abuelo después del asesinato de Juan de Derendano y la prematura muerte de la única hija que dejó. Así, se menciona “otra cassa principal q tenemos y nos pertenece a nos y a la dha nra casa de ugarte en el lugar derendano q se llama la cassa derendano” con su huerta y diversas heredades que tenía detrás y a los lados, con una parte en el molino llamado de Ugarte, sepulturas en la parroquia de San Nicolás, y dos molinos en el río con sus correspondientes casas, además de otra que estaba “un poco mas abaxo del molino bagero q es para el servicio de dhos molinos”. Por último, tenía también unas casas en Urduña/Orduña.

En cuanto a los bienes inmuebles que había aportado Casilda, eran una “casa principal q se llama de ulibarri q al presente uiuimos que esta sita en el dho lugar de lezama en el barrio de ulibarri” con dos cabañas enfrente de ella, la una de era y la otra de horno, con “otra cassa que esta cerca de la dha cassa en el dho barrio q solia ser del dho abad de ulibarri difunto” con su cabaña de era, con sus heredades manzanales y huertas cercanas, que se van detallando, así como un robledal grande llamado Lexadui que estaba delante de la casa. Tenían también un molino en el río que baja de Olamendi y montes “mui muchos y en muchas partes y lugares” como en Lezama, Larrinbe, Amurrio y Saratxo así como el “usso y aprouechamiento q las dhas dos casas tienen en las sepulturas propias” que tenían en la iglesia. Las cuentas y créditos no se expresaban pero sí se dice que tenían diez mil ducados de censos sobre diversos vecinos de Ayala y de fuera.

Por último, establecieron que el mayorazgo fuera electivo entre todos los hijos varones que Cristóbal pudiera tener, a no ser que solo tuviera un varón. Si no llegase a hacer elección, heredaría el hijo mayor; y, a falta de varón, la hija mayor. En caso de que Cristóbal no llegase a tener hijos legítimos, el mayorazgo quedaría para María, mujer de Lope de Mújica, y sino para Gabriel.

CRISTÓBAL DE UGARTE ULIBARRI

Cristóbal fue bautizado el 12 de enero de 1603 y su fuerte personalidad ya quedó esbozada en precedentes artículos. Sabemos que fue alcalde ordinario al menos en tres ocasiones (1623-1624, 1632-1633 y 1654-1655), que probablemente fueron más porque no disponemos de los libros de actas de los años intermedios. Fue escribano como su padre, abuelo y bisabuelo, y aunque no acudió nunca a Juntas alavesas ni parece que ocupara otros cargos de gran responsabilidad, fue una persona muy influyente. Al fin y al cabo, tenía todo lo que había que tener para imponer su voluntad: casas, tierras, dinero, prestigio, etc. Por ejemplo, a finales de 1624 se trasladó a Valladolid donde fue agente de los intereses de la Tierra de Ayala por espacio de 542 días con un salario diario de 400 maravedís, unos 11 reales. En el tribunal vallisoletano se dirimían pleitos que Ayala tenía con Mena, Zuya o Villalba de Losa. En 1626 Cristóbal ganó una Real Provisión que ordenaba que Ayala le pagase los 228.902 maravedís que le adeudaban por estos trabajos. 

Cristóbal probablemente sabía de las intenciones de sus padres de nombrarle heredero y trató de apuntalar su posición casándose con Francisca de Sojo Urrutia, nieta de Juan de Urrutia, de Amurrio, cuyo mayorazgo no tenía muchos bienes muebles pero sí muchas rentas fuera de Ayala. Sin embargo, la aparición del Capitán dio al traste con estos planes, aunque finalmente Francisca no se casó con ninguno de los dos.

Cristóbal hizo testamento en su casa de Ulibarri el 21 de noviembre de 1657 y falleció ese día o, en todo caso, antes del 27, con cincuenta y cuatro años. Pidió ser enterrado “en la sepultura donde están enterrados los señores hernando ortiz de ugarte y Dª Casilda de ulibarri mis padres”. Es curioso que nunca llegara a casarse, quizá después del fiasco con Francisca no encontró mujer cuya dote considerase digna del suyo, pero en su testamento reconoció la existencia de tres hijos habido con dos mujeres distintas. Las relaciones extramatrimoniales no son nada raro en esta familia, puesto que no lo fueron entre las élites de la época y a veces tampoco entre los simples labradores.

En cuanto a estos hijos naturales, primero tenía a Hernando “que le huue de maria cruz de gamarra que al pressente esta estudiando artes en la universidad de alcala de henares”; le donó tres mil ducados en escrituras de censos con sus réditos para que prosiguiera sus estudios o lo que necesitase, así como los bienes muebles que tenía en la casa de Ugarte (arcas, trojes, cajas, mesas, bufetes, escabeles, sillas, etc.) y veintidós sillas y taburetes nuevos con “que están en esta casa de ulibarri”. Hernando fue bautizado en 1640 y seguramente es el mismo que figura como testigo en el testamento de su tía María en 1661, pero nada más sabemos de él.

Segundo, a Casilda de Ugarte “mi hija y de la dha maria cruz de gamarra que la tengo en mi casa” le mandó dos mil ducados en escrituras de censos y todos los bienes muebles que había en la casa de Ulibarri por los buenos servicios que le había hecho. Según parece, nació en 1645 pero, a diferencia del caso anterior en que ambos figuran como padres en la partida de bautismo, en esta ocasión figura como hija natural de ella sin mención alguna al padre. Cristóbal los reconoció como hijos “y como a tales los he tenido y criado en mi casa desde su niñez en esta dha mi casa de ulibarri”. Casilda se casó en 1662 con Domingo de Zulueta Vidaur, quienes fueron a vivir a las ventas de Ilunbe en Arrigorriaga.

Tercero, a Mari Sánz de Ugarte “mi hija q la huue de mª de landaburu de lastrasco” legó un censo de ciento ocho ducados de principal contra los bienes y hacienda de Juan de Ugarte, vecino de Saratxo, y la reconoció como hija, aunque no sabemos nada más sobre ella. 

Al no tener herederos legítimos, nombró heredero del vínculo y mayorazgo a su sobrino Cristóbal de Mújica. En todo caso, fue su hermana María de Ugarte quien tomó posesión del mismo el 27 de noviembre de 1657 en cumplimiento de las normas sucesorias dispuestas por Hernando en su testamento.

EPÍLOGO

María de Ugarte, viuda de Lope de Mújica, testó el mismo día de su muerte, el 18 de mayo de 1661. Lo otorgó “en esta mi casa de ulibarri”, por lo que se habría trasladado allí tras el fallecimiento de su hermano. Quedó como heredero universal de todos sus bienes su único hijo Cristóbal de Mújica (1628), que ya estaba casado para entonces. Éste tomó posesión de la casa de Ulibarri y de la de Ugarte el 26 de mayo.

Por otro lado, el 20 de mayo de 1662 Gabriel de Ugarte fue enterrado en Baranbio. Había dejado como heredero a su hijo mayor, Juan Bautista, que por entonces era menor de veinticinco años. Por ello, nombró curador a su tío Miguel, dueño del vínculo y mayorazgo de Ziorraga. Aunque éste intentó excusarse por tener ya varios hijos bajo su tutela y por sus muchas ocupaciones administrando sus ferrerías, molinos y hacienda, con frecuentes viajes a Vitoria, Bilbao, Orozko y otros lugares, fue obligado a aceptar so pena de prisión.

El 16 de diciembre ambos presentaron una demanda en la Audiencia de Valladolid contra Cristóbal de Mújica para que “restituyera” los bienes del mayorazgo de Ugarte a Juan Bautista pretextando que Cristóbal de Ugarte su bisabuelo lo había fundado para que los bienes “andubiesen de rodilla en rodilla”, es decir, de primogénito en primogénito, a pesar de lo cual Hernando había nombrado heredero a su hijo menor en detrimento de Gabriel y, por tanto, de su hijo Juan Bautista, a quien según ellos corresponderían como bisnieto mayor de varón en varón.

La demanda no tenía mayor recorrido, ya que los testamentos que hemos expuesto son muy claros al respecto. No fue Cristóbal quien fundó mayorazgo sobre la casa de Ugarte, sino su hijo Hernando. Por lo tanto, Juan Bautista carecía de derecho alguno al vínculo. Pero tan sustanciosa herencia bien merecía el intento.

Por lo tanto, el mayorazgo de los Ugarte de Amurrio pasó a los señores de Astobiza, que fueron los Mújica y luego, por matrimonio, los Salazar. Estas casas mencionadas empezaron a ser habitadas por colonos y arrendatarios que se limitaban a trabajar las tierras, de manera que su simbolismo social como lugares desde los que se detentaba el poder se evaporó por completo y pasaron a ser casas de labranza como las demás. No obstante, las ramas secundarias de estos Ugarte dejaron una nutrida descendencia que ha perdurado hasta nuestros días. En todo caso, bien merece resaltar la trascendencia que casas como la de Ugarte tuvo en el pasado, por mucho que la desidia la aboque a la desaparición. ¿No daríamos un gran paso adelante en la conservación de nuestro patrimonio si los elementos arquitectónicos se valorasen no solo por su valor intrínseco como elemento material sino también por las vivencias que encierran sus paredes y lo que han significado a lo largo de la historia?


[1] Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 1507, 21

[2] Archivo Histórico de la Nobleza, BAENA,C.442,D.50

[3] Real Chancilleria de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja  1072, 61

[4] La mayor parte de la información que configura el resto del artículo ha sido obtenida de: Real Chancilleria de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 2893, 61

El Capitán Juan de Ugarte Larrea: familia, tiempo y legado (II)

Como vimos en el primer capítulo, cuando en 1638 dos receptores de la Orden de Santiago se desplazaron a Lezama para investigar la condición de hidalgo del Capitán Juan de Ugarte, Lope Hurtado de Mújica salió al paso para acusarle de judío, basándose sobre todo en sendos pleitos mantenidos por su padre Martín de Ugarte y por un pariente de Inoso sobre haber sido tildados de judíos. Pues bien; al día siguiente de la explosiva manifestación realizada por Lope, se tomó declaración a las personas que presentó como sus fuentes de información. Los ancianos Marcos de Urrutia y Francisco de Bidaur negaron haber dicho nada a Lope, ni siquiera habían tratado del tema. Al contrario, declararon a favor del Capitán manifestando que Martín y su padre habían desempeñado oficios públicos en la Tierra de Ayala, los cuales no habían obtenido mediante sobornos sino por ser considerados como gente de la más principal de la Tierra.

La acusación de Cristóbal

El 7 de abril el escribano Cristóbal de Ugarte Ulibarri no solo respaldó la versión de su cuñado Lope sino que agregó toda una serie de detalles, empezando por un presunto encuentro que nueve años atrás habría tenido en Santa Gadea con un anciano que le contó que había conocido a una Ugarte de Lezama que quedó preñada de su amo, un boticario de quien se decía que era judío. Además, Cristóbal puso especial cuidado en relatar una serie de recientes incidentes que verificarían la reputación judía de la familia Ugarte. Los iremos comentando a continuación con la correspondiente respuesta de los aludidos.

En primer lugar, Cristóbal afirmó que el ya difunto Simón de Landazuri había llamado judío a Juan de Ugarte de Urtaran, primo segundo del Capitán. Los receptores no investigaron este suceso. Segundo, hizo alusión a una riña sobre la entrada de ganado en una heredad en la cual Pedro de Unzueta de Zubinto llamó judía y bellaca a Águeda de Urtaran, prima del Capitán. El aludido, que era arriero, afirmó tajantemente que mal rayo le partiera si alguna vez le había dicho algo así a Águeda porque la tenía por noble y jamás le había dado ocasión para reñir con ella “y que quien la a lebantado este tº tanbien le podia lebantar que avia hurtado las sabanas de la yglesia”.

En tercer lugar, Cristóbal declaró que Martín de Alpichu le había contado que Francisca de Elexaga había llamado judía a María de Onsoño, sobrina del Capitán, y, aunque la quisieron denunciar por ello, no lo hicieron precisamente por no llamar la atención mientras los receptores estuvieran haciendo su trabajo. Pero Alpichu no había visto que tal cosa sucediera y dijo que, aunque le llevasen a ajusticiar, no podía decir una cosa así. Aquí lo más curioso de todo es que Elexaga, natural de Amurrio y vecina de Larrinbe, “no nos entendia lo que la hablabamos y preguntabamos por no saber hablar mas que bascuence” y por ello nombraron por intérprete a Antonio de Murga, señor de la casa de su apellido. Sobre éste y otros datos lingüísticos de mucho interés que contiene el expediente del Capitán ya hemos tratado en otro lugar (“Nuevos datos para la historia lingüística del Alto Nervión”, en el blog Crónicas del Alto Nervión).

Cuarto, el escribano afirmó que su abuelo Cristóbal, persona muy principal y con mucha mano en la Tierra, había ayudado mucho a Martín de Ugarte y solo por su influencia y la de su padre Hernando le dieron los oficios que tanto anhelaba porque el resto no se los querían dar y con régalos y dádivas los consiguieron (nótese cómo se manifiesta, sin pudor alguno, la manipulación de los oficios de la Tierra de Ayala). Bastantes testigos lo negaron, aunque nosotros pensamos que seguramente es cierto que Martín obtuvo sus cargos por influencia de estos individuos, pero porque éste era el modus operandi habitual, no específicamente por no ser hidalgo. 

Por último, Cristóbal, como ya había hecho Lope anteriormente, indicó que Martín había sido arriero e incluso el Capitán habría andado de joven con sus machos. Algunos testigos declararon que Martín nunca trajinó personalmente sino por medio de criados, otros dijeron que los machos los tenía solo para la labranza, pero en todo caso la arriería no menoscababa en absoluto la hidalguía de quienes la ejercían.

Podemos avanzar que Lope y Cristóbal, por muy pesos pesados que fueran en la escala social de la época, fueron absolutamente los únicos en defender los orígenes judíos del Capitán y, por extensión, de sus antepasados y parientes, parte de los cuales ya han ido desfilando por estas páginas. Este hecho es muy revelador, y lo es todavía más si tenemos en cuenta que ni siquiera los hermanos y el padre de Cristóbal ratificaron su declaración.

El escribano ya retirado Hernando de Ugarte Orueta no solo era el padre y suegro de Cristóbal y Lope respectivamente, sino que era por entonces familiar del Santo Oficio y un hombre de edad avanzada que durante toda su vida adulta había gozado de un prestigio enorme en Ayala y había desempeñado todos los cargos habidos y por haber, por lo que gozaba de la mayor estima y prestigio en el seno de la comunidad. Por otro lado, su esposa era prima segunda de Catalina de Larrea, la madre del Capitán. Sin medias tintas, Hernando afirmó que tenía a la familia del Capitán por hidalga y cristiana vieja y negó su influjo a la hora de que Martín obtuviera oficios en la Tierra de Ayala. Gran parte de su declaración se centró en relatar el encontronazo entre Martín y las hermanas Balza y el pleito subsiguiente, en el que, como ya vimos, actuó como escribano acompañante.

También fue Hernando el primero en decir que, en su tiempo, Juan Balza había manifestado que trataría sacar a su hija a salvo del pleito interpuesto por Martín de Ugarte, y para ello habría inventado la historia de la bisabuela venida de Santa Gadea, ya que si fuera cierto la mujer nunca habría sido admitida en la Tierra. Y tenía toda la razón. Las brumas de esa historia se disolvieron con la declaración de Juan Balza de Berganzagoitia, que tenía unos 68 años y era el único hijo superviviente de Juan Balza y hermano de las ya difuntas Ana y Magdalena. Según nos aclara este hombre, después del incidente de la romería en Urkillatu su padre trató de convencer a Ugarte para que dejase estar el tema, pero ante la negativa de Martín, Juan decidió defender a su hija a toda costa y para ello habló con muchas personas para persuardirlas de que declarasen que la bisabuela de Martín había venido de Castilla -de Paul, Miranda o Santa Gadea- preñada de un judío. Al final, el pleito le costó más de 600 ducados, una pena de destierro y otras molestias. Juan declaró que su padre pasó el resto de su vida diciendo que lo que más sentía era haber levantado aquel testimonio contra Martín “y esto dice el declarante por si pudiesse en parte descargar la conciencia de su padre por ser el hijo solo que le a quedado aunque no es nada afecto a las cossas del Pretendiente por los daños que le hiço el pleyto que hubo con su padre”. Por lo tanto, todo fue orquestado e inventado por Juan Balza para tratar de salvar a su hija del pleito mantenido con Martín de Ugarte, y por ello las personas que se hicieron eco de este rumor habrían sido convencidas de alguna manera para declarar tal cosa, lo que algunos hicieron con notable ambigüedad.

Como revelaban aquellas palabras dichas por Ana en Mendixur, y posteriormente refrendadas por el mucho más culto Martín Ortiz de Aldama, cada día en la Tierra se llamaban judíos unos a otros sin saber lo que decían; puede que en otras ocasiones algunos familiares o antepasados del Capitán fuesen llamados judíos, pero ello no significaba nada puesto que era empleado como un insulto más y no de forma literal. Muy ofensivo para quien lo recibía, eso sí, en unos tiempos en los que el honor personal y familiar era lo más importante. 

Los orígenes familiares del Capitán y la casa Ugarte de Lezama

Si la historia de la mujer que regresó de Santa Gadea embarazada de un judío no es cierta, ¿qué sabemos de los orígenes del Capitán Juan de Ugarte? Esta mujer, que fue su tatarabuela, se llamó María de Ugarte, natural de Lezama y descendiente de la casa-torre de Ugarte en Laudio. Según dice un Licenciado en el transcurso del pleito, las casas de Ugarte de Berganza, Astobiza, Ziorraga, Amurrio y Lezama dependían todas de la originaria de Laudio.

María de Ugarte no fue nunca a Santa Gadea ni a ninguna localidad castellana, sino que se casó con un hombre llamado Juan de Ugarte, hijo segundón de la “casa solariega que llaman de Lodio (sic) que es del apellido de Ugarte”. Ambos tuvieron, tal y como se decía, un hijo llamado Juan, que se casó con María Ortiz de Elgueta. Pero no fue hijo único y pensamos que tuvo como mínimo un hermano, afincado en Inoso y abuelo del Diego de Ugarte mencionado en el capítulo anterior. Por su parte, Juan y María Ortiz fueron los padres de quien aparece documentado en numerosas ocasiones, en estos y otros documentos, como Juan de Ugarte de Sagarzaguren, casado con Mari Hernández de Gorostiza Sagarzaguren. Todos los indicios sugieren que ella fue la heredera del caserío Sagarzaguren, a donde casó Juan y donde nació Martín. Juan habría tenido un hermano llamado Pedro que se habría quedado con la casa familiar y posiblemente otro  casado en Urtaran, padre y abuelo de los Ugarte de Urtaran.

Señalábamos que Lope Hurtado de Mújica afirmó que María de Ugarte había sido natural de una casilla pequeña que ya habían deshecho y estuvo enfrente de la de Pedro de Ugarte, también llamado “Pedro de Ugarte de Orue”. Los receptores fueron al lugar y hallaron señales no de una casilla sino de una casa grande, pero el terreno ya estaba labrado y plantado de árboles. Pedro dijo que, según había oído de su padre Juan de Oribe de Ugarte, hubo allí una casa muy grande en la que vivió el antepasado del Capitán que vino desde Laudio. Es decir, Juan de Ugarte, consorte de María. Aunque hubiera sido lógico que éstos hubieran construido también la casa de Pedro de Ugarte, ni éste ni su padre Juan figuran como familiares ni siquiera lejanos del Capitán, si bien es plausible que fuesen parientes de Pedro, el hermano de Juan de Ugarte de Sagarzaguren.

¿Dónde se encontraba, pues, la casa de los antepasados del Capitán? La cuestión es que tampoco tenemos muchos más datos sobre la casa del mencionado Pedro de Ugarte. En el expediente se dice que estaba a unos doscientos pasos de un cruce en el que se separaban dos caminos. Según se iba desde la parroquia, el camino de la izquierda iba a Vitoria y el de la derecha a La Rioja, y el caserío quedaba entre ambos. Imaginamos que el camino de Vitoria remontaba los montes de Altube mientras que el de La Rioja era el camino del puerto de Dardoza, por Txibiarte. Es el emplazamiento más lógico en función de las indicaciones geográficas anteriores pero existen más datos que nos confirman que, efectivamente, este cruce debía encontrarse en el triángulo existente entre San Millán, Gurbista y Andikoetxealde, término que precisamente recibe el nombre de Ugarte. Y sabemos que por allí existió una casa. En primer lugar, en la fogueración de 1562, entre los vecinos de Gurbista y los de Unzueta, figura un tal Juan Pérez de Ugarte que pudo ser el abuelo de Martín. En todo caso, poco después, cuando fallecieron Juan Martínez de Landa y su hijo Juan, éstos dejaron “la mitad de la casa y casería de Ugarte”[i]. Cuando se describen los bienes de Pedro Martínez de Landa en 1580, se mencionan la barrera de Ugarte, la cerrada de Ugarte, el camino de Ugarte al “cadalso de Eguiluz” –se refiere a la Torre Cadalso que estuvo frente a la casa de Isasi, no a la casa de Egiluz-, río que viene de Ugarte al molino de Landa y, finalmente, la propia casa de Ugarte[ii]. En 1631, el manzanal de la casa encimera de Landa estaba “pegante con las heredades que de la dicha acera estan a la propia acera hasta la casa de Ugarte”[iii]. Por lo tanto, la ubicamos no lejos de Landako, posiblemente cerca del caserío Andikoetxealde. La última referencia que hemos hallado es de 1656, cuando se cita la “casa cayda de ugarte sita en este dicho lugar”, que era o había sido de Pedro de Ugarte y su madre María de Urrujola. Puede ser el mismo Pedro que aparece en 1638.

Una maniobra política

Ya llegamos a la cuestión principal. ¿Por qué Lope y Cristóbal recurrieron a viejos pleitos, antiguas habladurías sin fundamento, y prácticamente sin apoyo alguno, para difamar al Capitán? ¿Cuál es la razón por la que querían perjudicarle? Testigos del máximo renombre y reputación como fray Juan de Ugarte, que era lector de teología jubilado, o Martín Ortiz de Aldama, familiar y alguacil mayor del Santo Oficio del Reino de Navarra y Partido de Calahorra, Gobernador de Ayala y vecino de Okondo, nos aclaran que los cuñados temían perder su poder e influencia en esa parte de la Tierra de Ayala y habían asumido que el Capitán se casaría con Francisca de Sojo Urrutia, heredera del mayorazgo de los Urrutia de Amurrio. El problema es que Lope había proyectado el matrimonio de Cristóbal con dicha Francisca, de modo que sus planes amenazaban con irse al traste. Se contaba que Cristóbal bramaba “este indiano me ha de quitar este casamiento” mientras trataba de convencer a los ancianos para que declarasen en contra del Capitán. Varios testigos contaron un pasaje ocurrido en la taberna de Etxazar de Larrinbe: Cristóbal estaba jugando vino a los naipes con Diego de Landaburu y Pedro de Ugarte de Bidea, vecinos de Amurrio, cuando les dijo, tirándose de las barbas, que aunque gastasen el y su cuñado todas sus haciendas y aunque se lo llevara el diablo no se habría de poner el hábito el Capitán.

Lo curioso es que varios testigos, como los recién nombrados sin ir más lejos, consideraban que Hernando también estaba confabulado con ellos y enemistado con el Capitán, a pesar de que declaró a su favor y en contra de su propio hijo. Alguno señaló que su hijo y yerno lo “habían reducido”. También hubo quien consideró que otro de sus hijos, el escribano Gabriel de Ugarte Ulibarri, estaba en el ajo, pero éste, al igual que su otro hermano, el Bachiller Gregorio de Ugarte, declararon a favor del Capitán y en contra de su hermano Cristóbal.

Si algo caracteriza la vida política de la Tierra de Ayala a lo largo de toda la Edad Moderna, es la formación de lo que llamaban bandos o parcialidades, la unión de diversos personajes poderosos, habitualmente familiares entre sí y casi siempre escribanos de oficio, para monopolizar y controlar el desempeño de cargos públicos, enriquecerse y ejercer un control total sobre el resto de la población, parte de los cuales actuarían como fieles sirvientes. Es la adaptación moderna y desprovista de violencia de las luchas de bandos bajomedievales y, en algunos rasgos, un precedente del caciquismo contemporáneo. El manejo de los asuntos públicos por parte de los poderosos y su dominio sobre el resto es una historia bien antigua, adopte la forma que adopte.

Sin ninguna duda, Cristóbal y Lope aspiraban a hacer su voluntad en Lezama y alrededores. No les faltaban competidores, ya que, sin ir más lejos, el escribano local Juan Ortiz de Padura y Domingo Fernández de Ugarte, señor de Ziorraga, formaban parte de la parcialidad comandada por los Uriarte de Amurrio, muy activa en los primeros treinta años del siglo XVII. Cristóbal y sus antepasados siempre fueron enemigos de los Uriarte. Pero su matrimonio con la heredera del mayorazgo de Urrutia habría conformado un patrimonio y una capacidad económica de enorme calado, de manera que se habría convertido en todo un potentado comarcal.

Y he aquí que, de un día para otro, el hijo del difunto Martín de Ugarte regresa de las Indias con el título de Capitán, el hábito de la Orden de Santiago al caer, soltero y con impresionantes riquezas acumuladas, de las que empezó a hacer ostentación al comenzar la construcción de “una cassa subida” junto al caserío de sus padres, la que habría de ser torre o palacio de Larrako, que toma su nombre del caserío Larrea que allí estaba. El caserío no estaba caído, como recordamos haber leído en alguna publicación, ya que la casa caída a la que hace referencia el expediente es la de Ugarte de sus antepasados y no su casa nativa.

La aparición del Capitán fue toda una amenaza para las aspiraciones de los cuñados, ya que, debido a sus capacidades, se dio por hecho que matrimoniaría con la heredera del mayorazgo Urrutia. No sabemos si el Capitán albergó esta esperanza alguna vez o el temor de Lope y Cristóbal fue del todo infundado, pero lo cierto es que la “doncella” y su madre no admitieron volver a tratar la cuestión del matrimonio con los cuñados. El solo hecho de que el Capitán se estableciera en Lezama ya lo convertía en un grandísimo rival en potencia. Y es por eso por lo que ambos mostraron públicamente una gran enemistad hacia el Capitán, hostilidad que era pública y notoria como declararon algunos de los mayores prohombres de la comarca.

Decenas de vecinos de Lezama y alrededores, desde simples labradores hasta los personajes más poderosos de Ayala, declararon en aquellas semanas del mes de mayo de 1638 y todos ratificaron, de una manera u otra, más o menos explícitamente, lo que hasta aquí hemos narrado. El Licenciado Francisco López de Echabarri contó que, aunque en lo público Cristóbal se había mostrado amigo del Capitán, en secreto había procurado hacerle malas obras como fue el caso de un pleito sobre la casa de Larrea. Y, por ejemplo, Cristóbal le hizo contradicción en secreto cuando el Capitán quiso comprar una casa cerca de su caserío natal, de modo que el precio de la misma subió 150 ducados. El escribano hablaba mal y con envidia de la casa que el Capitán estaba levantando, y lo mismo se decía de Lope, de quien se comenta que estaba rendido a la voluntad de su cuñado, que debía tener un carácter muy fuerte.

Al final, la pretensión de los cuñados solo provocó mayores molestias a los receptores de la Orden de Santiago, pues tomaron declaración a una cantidad inusitada de testigos, amén de realizar ciertas diligencias infructuosas por Santa Gadea, Paul y Miranda de Ebro en busca de noticias de alguna mujer de Lezama que hubiera ido a servir, así como el paso por Valladolid a compulsar los dos pleitos ya mencionados.

Así que finalmente, en dicho año 1638, el Capitán Juan de Ugarte fue nombrado Caballero de la Orden de Santiago. Para tranquilidad de los cuñados, el Capitán se casó, en una fecha que no conocemos pero que no debe ir más allá de mediados del año siguiente, con una dama de la Corte, Antonia de Ipeñarrieta, y pasó a residir en Madrid, al menos la mayor parte de su tiempo, donde adquirió muchas propiedades y rentas.

El legado del Capitán Juan de Ugarte

El 9 de octubre de 1640 el Capitán realizó testamento en Madrid por medio del cual fundó vínculo y mayorazgo. En esta extensa escritura, estableció una serie de memorias y fundaciones en su localidad natal, de modo que se convirtió en un importante benefactor de la misma. Entre ellas, se encuentra una memoria para pobres, un estipendio anual para el maestro de Lezama y una memoria perpetua de cien ducados de renta anuales para el casamiento de doncellas huérfanas de Lezama, o de Ayala si no las hubiera, siempre con preferencia a sus parientes, a nombramiento del poseedor que fuera del mayorazgo que fundó en este mismo testamento. Cada huérfana tendría la obligación, en compensación, de decir una misa cantada por su alma. Por entonces, solo tenía una hija de ocho meses, Maria Micaela (que murió poco después), pero esperaba tener más y que le sucediera su hijo varón mayor. Después de establecer el modo en que debía realizarse la sucesión en el vínculo, estableció que no pudieran heredarlo religiosos, locos, sordos, mudos o “ermafroditas”.

El Capitán vivió otros cuarenta años más después de testar, hasta su fallecimiento en 1680 a los 79 años de edad. De todo este largo intervalo de tiempo, solamente podemos mencionar la muy citada participación en la guerra de Cataluña en 1642 con un regimiento mantenido a su costa y su participación también en la campaña de Hondarribia. En 1649 el rey Felipe IV le hizo merced de las alcabalas del valle de Zuia, derecho que conservaron sus descendientes. A su muerte, dejó dos hijos: José, que también fue nombrado Caballero de Santiago pero murió prematuramente dos años después, y Teresa, Condesa de Peñaflorida.

Como dijimos en el capítulo anterior, su hermano Martín, posiblemente heredero del caserío familiar, murió prematuramente dejando solo dos hijos de su matrimonio: Martín, que salió a servir al rey y falleció joven, y Francisca. Ésta se casó en 1652 con Francisco de Arechederra, que hubo de cambiar su apellido al de Mariaca como condición para heredar de una tía soltera el mayorazgo del mismo nombre. El Capitán estaba afincado en Madrid, por lo que ofreció a su sobrina la posibilidad de pasar a vivir a sus casas de Lezama y así lo hicieron, ya que allí nacieron sus hijos. Posiblemente, el Capitán nunca habitó, al menos de manera continuada, el palacio de Larrako, aunque su hijo José sí fue bautizado en la parroquia.

A la muerte del Capitán en 1680, sus bienes en Lezama fueron tasados en 810.144 reales y eran los siguientes: la torre o palacio de Larrako, la ermita de San Juan, una casilla de horno, una casa antigua -posiblemente el caserío original- y una casa accesoria, todo ello valorado en 550.500 reales; la torre junto a la iglesia con su cercado y casa de horno, por valor de 212.300 reales, la cual había sido construida hacia 1665; y otras casas que había comprado como las de Zaballa, valorada en 6.050 reales; la casa de Errekalde y lo que se había agregado de otra que se deshizo, valían 11.220 reales; la casa de Lezameta valorada en 4.950 reales, y la de Bengoetxea en 2.970 reales.

Evidentemente, debido a sus fundaciones y sus propiedades, la influencia social del Capitán en Lezama fue considerable. ¿Qué fue de sus oponentes? Aunque el Capitán finalmente no se estableció de manera continua en Lezama, el proyecto de matrimonio entre Cristóbal de Ugarte y Francisca de Sojo tampoco se llevó a cabo. Ella se casó bastantes años más tarde, en 1647, con Juan Rodríguez de Salamanca Cerecedo. En adelante, el mayorazgo de Urrutia siempre estuvo en manos foráneas y sus propietarios no volvieron a residir en Amurrio ni en Ayala.

Por su parte, Cristóbal tuvo tres hijos bastardos con dos mujeres distintas. Uno de ellos estudió para ser escribano pero pronto se le pierde la pista, probablemente por haber fallecido. A pesar de todo su poder, Cristóbal nunca llegó a casarse. Por ello, cuando falleció en 1661, no tenía herederos legítimos y su mayorazgo, que no era poca cosa, pasó a su hermana María y después a su hijo Cristóbal de Mújica Ugarte, señor de Astobiza. Y he aquí la paradoja: después de tantos esfuerzos por parte de Lope para defenestrar al Capitán y casar a su cuñado con la heredera del mayorazgo de Urrutia, fue precisamente la soltería de Cristóbal lo que propició que sus propiedades pasasen a manos de su mujer, con lo que su hijo, que se llamó precisamente Cristóbal, heredó tanto los bienes de Lope como los de su tocayo tío.

Por su parte, tras la muerte prematura de su hermano José, Teresa de Ugarte Ipeñarrieta, Condesa de Peñaflorida, testó en 1690 y optó por dejar el mayorazgo fundado por su padre en Lezama a su prima Francisca de Ugarte. Ella y su marido incrementaron el vínculo de Larrako al agregarle dos casas más en 1700: una en Padura comprada en concurso de acreedores en 1686 y otra junto a ésta que les fue donada en 1691. Su marido falleció al año siguiente después de haber sido alcalde ordinario en la Tiera de Ayala en numerosas ocasiones, síndico en otra, y alcanzó a actuar como teniente de Gobernador.

Su hijo mayor, Juan Antonio de Mariaca, nacido en 1653, fue también Caballero de Santiago y heredero de los mayorazgos de Mariaka y Larrako. Durante algunos tramos de su vida, residió en otros lugares como Bilbao, pero falleció en Lezama en 1712. De modo que el mayorazgo recayó en su hermano José, casado en 1696 con Juana Maria de Mújica Mascarua, que era precisamente hija de Cristóbal de Mújica, de la torre de Astobiza. Así se unieron en matrimonio las dos familias más poderosas de la zona, antaño enfrentadas, si bien el mayorazgo de Astobiza –que ahora incluía los de Ugarte y Ulibarri que fueron de Cristóbal- quedó para Ambrosio de Mújica, por lo que el matrimonio no significó la unión de ambos patrimonios.

José de Mariaca no desempeñó los cargos públicos habituales en la Tierra de Ayala, al menos que tengamos constancia, pero en 1701 era mayordomo y administrador de las rentas del Estado de Ayala e hizo numerosas comisiones en beneficio de la Tierra. Su hijo Lope se casó en 1723 con María Josefa de Salazar Allende y Labarrieta, heredera del mayorazgo de Salazar Allende en Gordexola. Así aumentaron mucho sus propiedades y tuvo también muchas casas y caserías en Bilbao, Begoña y Abando. Pasó a vivir a Gordexola pero aún así tuvo tiempo de ser alcalde ordinario y procurador en Juntas incluso antes de casarse.

Fue sucesor su hijo José Dámaso, bautizado en Gordexola en 1734 y casado en Markina-Xemein con Maria Antonia de Ansotegui y Berastegui en 1771. A estos sucedió su hijo Bernabé, nacido en Iratzagorria en 1776 y casado con Regina Oraá en 1809. Como curiosidad, Regina trató de fugarse con su amante, un médico de familia de origen toscano. Bernabé era de ideas liberales y por ello fue encarcelado en 1816. También fue Contador de la Aduana de Bilbao pero llegado el Trienio Liberal fue comprendido en la conspiración de Mariano Renovales. Según el decreto de 25 de abril de 1823 contra los que habían servido militarmente, obtenido el empleo del sistema constitucional o por opiniones políticas y que aún no se hubiera restituido a sus casas en los términos señalados en el decreto, se le embargaron sus bienes. Hubo de exiliarse en Pau. En dicho año 1823 Larrako estaba habitado por el sacerdote y administrador del mayorazgo Manuel Bautista de la Fuente; por aquel entonces había dos cabañas deshabitadas junto al palacio y, también inmediata, una casa en la que habitaba Isidoro de Viguri Salazar[iv].

Bernabé murió en 1832 y fue sucedido por su única hija, Luisa, casada con José de Ordovas y fallecida en 1840. Una crónica periodística de 1843 señala la existencia del Palacio de Larrako en el barrio de Padura de Lezama, a cuyo lado se conservaba el antiguo solar, las ruinas de la ermita, vestigios de la casa-tahona, etc. todo lo que pertenecía a Elisa de Ordovas y Mariaca[v]. Posteriormente, en 1880, apareció en El Anunciador Vitoriano un artículo escrito por Ricardo Becerro de Bengoa dedicado al palacio en su primera página casi en su totalidad. Ricardo traduce Larrako a su compañero de viajes como “de la dehesa” o del campo acotado; y lo sitúa en el barrio Padura. A un lado, les enseñaron los restos de una antigua ermita, y comenta el cronista que el interior del palacio había sido modernamente reformado. Señala que ya no albergaba elemento artístico de mención pero que, hasta principios de siglo, si guardó objetos de valor pertenecientes al Capitán así como armas de la campaña de Hondarribia, que glosa con fervor.

A finales de 1901, la prensa anunciaba que “el palacio titulado Larraco” iba a ser ocupado en breve por una comunidad de religiosos cartujos, lo que nunca ocurrió[vi]. El 29 de septiembre de 1920 la compró Anselmo San Ildefonso Acedo, sastre de profesión, que tenía su taller en Bilbao. Sin embargo, en 1926 Valeriano Colón pagaba contribución por lo que el palacio que Anselmo habitaba, y de las caserías de Errekalde, Bengoetxea y La Txara, ésta en Lezameta.



[i] Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 1572, 49

[ii] Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 3080, 20

[iii] Ibidem

[iv] Archivo Foral de Bizkaia: Judicial, Corregidor, Civil, JCR3410/005

[v] Semanario Pintoresco Español, 2 de julio de 1843, p. 4-5

[vi] El Eco de Navarra, Año XXVII, nº 7439, 14-12-1901, p. 2

El segundo mayorazgo de los Lezama (1755)

Como decíamos en la entrada anterior, Bartolomé de Lezama Eguiluz no tuvo una vida larga, ya que la muerte le alcanzó en 1706 a los cuarenta y ocho años. No disponemos, al menos de momento, de su testamento ni el de su cónyuge Josefa del Campo, que había muerto aún antes, en 1697. En cuanto a sus hijos, la mayor se casó con Francisco de Retes Campo; José Francisco fue sacerdote y falleció en 1761; y Diego Felipe murió en 1750 con cincuenta y cuatro años sin que tengamos ni un solo dato más sobre su vida.

A quien conocemos mucho mejor es a su primer hijo varón, Felipe de Lezama Eguiluz, nacido el 21 de mayo de 1690 y a la postre heredero del mayorazgo que había fundado su abuelo del mismo nombre. Felipe no tardó en ponerse al frente de la familia tras el fallecimiento de su padre, de manera que fue elegido alcalde ordinario por primera vez en septiembre de 1709, con solamente diecinueve años y, por supuesto, aún soltero (las ordenanzas prohibían ocupar cargos públicos a los solteros, aunque esta disposición no siempre fue cumplida). De hecho, no se casó hasta 1723, momento para el cual ya había sido alcalde ordinario en otra ocasión y síndico procurador general en dos ocasiones. Para manifestar el relevante papel que tuvo en la vida comunitaria ayalesa de la época baste decir que fue teniente del Gobernador durante bastantes años y hasta el momento de su muerte. Lo fue, además, de varios gobernadores distintos, que por estar ausentes la mayor parte del año el ejercicio del cargo recayó de facto en Felipe, y lo desempeñó suficientemente, logrando la aprobación de la gran mayoría del vecindario. Su ocupación como teniente de gobernador impidió que ocupara cargos públicos en Ayala con mayor frecuencia, pero a pesar de ello acudió como procurador de la Tierra a las Juntas Generales alavesas en los cursos 1715-1716, 1716-1717, 1721-1722, mayo de 1723, noviembre de 1727, entre 1735 y 1738 y en 1739-1740.

El 14 de junio de 1723 Felipe contrajo matrimonio con María Francisca de Aldama Sobrado, natural de Okondo y último eslabón de una de las familias más importantes de Ayala desde el siglo XV, sobre la que aún está todo por escribir. Por otro lado, la brillante carrera de Felipe de Lezama quedó truncada con su fallecimiento a las diez de la mañana del día de Santo Tomás del año 1740 a los cincuenta años de edad. Puede que llevara un tiempo enfermo, ya que formalizó su testamento el 27 de septiembre estando ya enfermo en cama.

A pesar de la importancia y categoría del personaje, su testamento es simple y no muy distinto en la forma al de cualquier labrador acomodado. También es cierto que era ya común en su tiempo que los testamentos fuesen más escuetos y menos complejos que en siglos anteriores. Un aspecto en el que se puede apreciar esto son las disposiciones por su alma, pues ya no era tan habitual encargar ingentes cantidades de misas en decenas de templos distintos ni programar complejos rituales de misas y aniversarios. En este sentido, Felipe ordenó que su cuerpo fuera enterrado con el habitual hábito de San Francisco en la iglesia de Santa María y en la sepultura que dispusiera su mujer de entre todas las que poseía. En cuanto al sufragio de su alma, mandó que durante un año se ofreciera la consabida “oblada y candela” con las funciones de entierro, novenario y cabo de año con asistencia de los sacerdotes del Cabildo y todos aquellos que quisiera convocar su mujer. Encargó misas de novena, Apóstoles y San Gregorio, una vez o cuantas quisiera su esposa; doce misas en la ermita de San Silvestre -actual San Roque-, y otras doce en el santuario de Arantzazu; cien misas rezadas en la parroquia y otras cien en el convento de San Francisco de Orduña. Por último, dispuso que durante el año de su fallecimiento se dijeran sendas misas rezadas los lunes y sábados en la parroquia, los lunes en el altar de Nuestra Señora de la Piedad y el sábado en el del Rosario. Son unas disposiciones importantes, dignas de su categoría, pero no tan complejas ni tan cerradas como solía ser frecuente anteriormente, ya que concedió amplio margen a su esposa para cumplir estas funciones, y para otras cosas como veremos.

Por aquel entonces, Felipe y María Francisca tenían por hijos a Manuel Antonio (1729), Juan José (1734), José Ramón (1735), Francisco Gerardo (1738), Pedro Narciso (1739), María Francisca (1726) y Juana Josefa. Sabemos que tuvieron otros dos varones que ya habían fallecido para entonces. Todos los hijos eran menores, muy jóvenes aún, y Felipe solamente les mandó cien reales a cada uno de ellos. Sin embargo, a las dos chicas les dejó la muy apreciable cantidad de quinientos ducados a cada una, los cuales se les entregarían cuando tomasen estado de matrimonio o religioso, o cuando alcanzasen la mayoría de edad.

Por otra parte, Felipe se declaró poseedor del mayorazgo que habían fundado sus abuelos Felipe y Casilda así como de los bienes que agregó su padre Bartolomé por sí y en nombre de Josefa su mujer; en virtud de aquella cláusula del vínculo por la cual el titular podía elegir sucesor entre sus hijos varones, Felipe no se complicó la vida y nombró a su hijo varón mayor, Manuel.

Por lo demás, hay dos aspectos a los que Felipe dedicó especial atención en su testamento, dos temas que sin duda quería dejar atados antes de fallecer. En primer lugar, declaró que había dado permiso a Sebastián de Isasi -esposo de una prima suya- para que construyera una casa nueva en una heredad perteneciente a su Casa de Ugartebechi y junto a ésta. Recordemos que esta casa la había dejado su abuelo a un hijo ilegítimo con la condición de que, en caso de fallecer o de no dejar herederos legítimos, pasara a manos de Bartolomé. Y así debió suceder. Como veremos, por entonces era un bien no vinculado, de libre disposición. Sebastián debía pagarle el valor de la heredad a tasación de Tomás de Garbiras, pero éste había fallecido y, aunque nombraron otros dos tasadores, aún no se había efectuado. Por lo tanto, Felipe dispuso que Sebastián le pagase el importe a su mujer o, en caso contrario, ésta se quedaría con la propiedad. Además, Sebastián le debía otras cantidades de dinero.

Segundo, la cuestión de la dote de su esposa aún no estaba resuelta del todo. Bernabé Antonio de Aldama había prometido donar 3.000 ducados de vellón a su hija María Francisca pero aquel falleció habiendo satisfecho 2.500. Por razón de la herencia materna, Felipe había iniciado un pleito contra su cuñado Juan José de Aldama pero la cosa no llegó a mayores y alcanzaron un acuerdo por el cual Lezama recibió arcas, hierros, escrituras de admunerías de ganados, heredades y montes, que junto a los mencionados 2.500 ducados ascendían a 8.000 o 9.000, una cantidad muy importante. En su testamento, Felipe quería que este tema quedase zanjado.

A pesar de estas diferencias con su familia política, Felipe nombró albacea a su cuñado Juan José junto a su hermano el sacerdote José Francisco de Lezama y el resto de curas de la parroquia. Finalmente, dio poder a su esposa para que, por medio de testamento u otra cualesquiera vía, distribuyera sus bienes entre los hijos según fuese su voluntad y nombrase heredero entre ellos. Era un poder sin limitación “atendiendo a su mucha Cristiandad y confiando cuidara de la heducazion y crianza” de los hijos y la nombró tutora y curadora de todos ellos y administradora y usufructuaria de todos los bienes.

Felipe abandonó este mundo de manera prematura nombrando sucesor del mayorazgo que había gozado y dando plenos poderes a su esposa para que administrase todos sus bienes hasta que llegase la hora de legarlos a la siguiente generación, de la manera que quisiera -a excepción de los bienes vinculados, que serían para Manuel, claro está-. No disponemos del testamento de María Francisca de Aldama Sobrado y, de hecho, no sabemos cuándo falleció. Pero lo relativo al legado de su difunto marido, o la mayor parte de él, lo dispuso mediante una escritura de fundación de mayorazgo que otorgó ante el escribano Domingo Martín de Oribe el 20 de diciembre de 1755. Por aquel entonces, era vecina de su localidad natal, el Valle de Oquendo, probablemente porque su hermano Francisco Antonio, heredero del mayorazgo de Izaga en aquel lugar, se había ido a América y a ella le había correspondido vía judicial la administración de ese patrimonio. María Francisca era la heredera de Francisco Antonio, de manera que dispuso que, si recaía en ella dicho mayorazgo, éste fuese para su hijo Manuel de Lezama. Y así ocurrió.

Para entonces, sus hijos José Ramón y Francisco Gerardo habían fallecido, de manera que le quedaban cinco vástagos. María Francisca había entrado como religiosa en el convento de Santa Clara de Orduña y ya le había pagado lo que Felipe había dispuesto. Además, Aldama estableció el pago anual de cien reales por el día de Todos los Santos de forma vitalicia. Por su parte, Juana Josefa se había casado con Francisco Antonio de Murga Arza y ya le había pagado toda la dote; Murga, perteneciente a una importante familia de Respaldiza, falleció tempranamente, de manera que Juana se casó en 1757 con José Ventura de Villodas Ibarrola, un personaje descollante en su época, como no podía ser menos dado el status socioeconómico de los Lezama.

El segundo hijo varón, Juan José, de veintiún años por entonces, “camina[ba] en los estudios a fin de lograr el estado sacerdotal a que se inclina” de manera que su madre dispuso que se le asistiera en todos los gastos necesarios hasta que se ordenara sacerdote. Pero, por si acaso cambiaba de voluntad y decidía no ordenarse, solo le pagarían ciento cincuenta pesos, que podían dárselos “si quisiera ir a yndias”. Sabemos que Juan José falleció en Okondo en 1791.

Lo curioso es que al tercer varón, Pedro Narciso, María Francisca le apartó con los escasos cien reales que le había legado su padre y con la simbólica cantidad de diez maravedís, una teja y un árbol. Por lo tanto, puede decirse que Pedro fue prácticamente desheredado por su madre. Sin embargo, no tenía más que dieciséis años, por lo que  quizá su madre previera darle mayores medios para su sustento más adelante. En cualquier caso, desconocemos qué fue de esta persona.

Pues bien, como decíamos, María Francisca fundó un nuevo mayorazgo en el que se incluyeron los siguientes bienes:

  • Unos molinos con sus pertenecidos en jurisdicción de Larrinbe que habían comprado a Antonio de Salazar y sus acreedores y que fabricaron “e hicieron fabricas de su planta” abriendo los calces y haciendo presa nueva, junto a una casa que tenían los molinos también de nueva planta. Los pertenecidos los habían comprado. Se trata de los molinos de Borinobarria, que aparecen con este nombre más adelante en la misma escritura.
  • Una casa en Larrinbe con todos sus pertenecidos “que está entre otras de Gregorio de Ugarte y Joseph de Orue pegante al camino real que se ba del campo de launco a el de la ermita de san mames”. Sería la casa de Izadar que se mencionaba en el testamento de Felipe y Casilda.
  • Unos molinos en Saratxo con su casa nueva, heredades, montes y demás, que había llevado como dote al matrimonio Josefa del Campo. Ésta, en su testamento, dejó poder a su marido para que dispusiera de sus bienes entre sus hijos, y Bartolomé en el suyo dio poder a su hermano Francisco de Lezama Eguiluz, Vicario de Ayala. Fue éste quien añadió estas propiedades al vínculo fundado por Felipe y Casilda. Por lo tanto, la agregación de estos bienes al mayorazgo que estaba fundando María Francisca era únicamente condicional: “si por no haber dejado dha Dª Josepha del Campo orden espresa de que se iziese dha agregacion y por esta razon faltase la fuerza de ella”. Es decir, por si la vinculación realizada por Francisco era impugnada por no haber sido expresamente dispuesta por Josefa; en ese caso, se añadirían estos molinos al nuevo vínculo. Estaban en el término de Abendui.
  • Unos molinos nuevos en Amurrio “llamados de querejeta que también fabricamos de nueba planta” durante su matrimonio, con las heredades de pan sembrar que habían comprado. De hecho, también compraron los sitios de dichos molinos, aunque no sabemos a quién. Tampoco queda claro si los nuevos molinos sustituyeron a otros viejos o fueron construidos totalmente de nueva planta. Lo que sí sabemos es que se trata de la casa de Querejeta, también conocida como molino Campo, que además aún luce el escudo de los Lezama en una de sus fachadas.
  • Una casa con sus pertenecidos “en donde llaman orbezar” (Oruezar) en Amurrio. Se dice que estaba cerca de la casa nueva de Cristóbal de Garbiras, marido de Asensia de Isasi, hija del ya mencionado Sebastián. “Por ser dha casa de orbezar antiquisima”, le correspondían los árboles antiguos y modernos sitos en el campo llamado Orbezar y el mismo campo, de manera que la casa nueva solo tendría su propio sitio. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que se habla de la misma casa sobre la que se trataba en el testamento de Felipe, parece que esta casa ahora llamada de Oruezar es la misma que entonces figuraba como Ugartebechi.
  • La casa de Ugartebechi sita en el barrio de Ugarte con todos sus pertenecidos. No se dice más. Creemos que puede tratarse de la casa de Ugarte que Felipe y Casilda reservaron en su testamento para su hijo Domingo, sacerdote, que no fue vinculada. De esta manera, tendríamos dos casas nombradas Ugartebechi: una en Ugarte y otra en Orue.
  • La casería de Zaballa y su accesoria que habían comprado al convento de San Francisco de Orduña, y media casa aneja a la accesoria que la “ube comprado de rosa de lezama hija y heredera de D. Andres de Lezama”. Sabemos que, el año siguiente, Manuel y su esposa hipotecaron una “casa titulada de Zaualla”, lo cual no habrían podido hacer de haber estado vinculada. En la escritura de fundación, Aldama se reservó 3.000 ducados en dinero a recibir en el plazo de dos años, y en caso contrario se quedaría con la casería de Zaballa, su accesoria y pertenecidos por la cantidad en que se compró, y la parte que faltase a su elección. Pasado el plazo, María Francisca, que era vecina de Respaldiza -con su hija, a buen seguro-, demandó a su hijo por no haberle dado los 3.000 ducados.
  • Una sepultura en la primera hilera de la iglesia, al lado del evangelio, confinante con la de la casa de Intxaurdui y la de “la casa de sarin”.
  • Otra serie de bienes como unas heredades en Belandia, una heredad en Luyando cerca de la ferrería, diversos montes y muchos bienes muebles que se describen
  • Un número importante de censos, que son los siguientes: contra un vecino de Larrinbe, tres contra la casa de Urrutiko que estaba concursada, otros contra la casa de Latatu en Amurrio que era propia de Martín de Otaola, otro de la casa de Aldaiturriaga propia de Francisco de Aguirre, otro de la casería de José de Beraza, los de la “caseria de querejeta” propia de Matías de Orue, otro de las caserías de Oribay propias de Francisco de Sagarribay, otro de una casa de Manuel de Acha en Luyando, otro de la casa de José de Otaola en Olabezar, otro de la casería de Fabián de Mugaburu y otro que debía la casería de Intxaurdui que era propia de María de Sarachaga, vecina de Luyando

María Francisca llamó en primer lugar al mayorazgo a su hijo Manuel de Lezama, de manera que gozaría no solo del mayorazgo fundado por Felipe y Casilda sino también de este nuevo creado por su madre. Y, con el tiempo, recibiría también el mayorazgo de Izaga en Okondo, lo cual nos da idea de la magnitud de los bienes que quedaron bajo su poder. Manuel contrajo matrimonio solo ocho días después de que su madre otorgase la mencionada escritura, en la que aquel figura como capitán de las milicias de Cantabria. Su cónyuge fue Francisca Antonia de Amechazurra Berrio, al parecer nacida en la burgalesa localidad de Arza, si bien parece que sus padres, Domingo de Amechazurra Velasco y Francisca Antonia de Berrio Quincoces, se asentaron pronto en Orduña, de donde fue natural ella. De hecho, sabemos que Francisca Antonia fue tutoreada por su tío José Jorge de Berrio.

Manuel tenía veintiséis años por entonces, ya que había nacido en mayo de 1729. A diferencia de su padre, apenas tuvo protagonismo alguno en el desempeño de cargos públicos de Ayala, ya que solo nos consta que fue síndico procurador general en 1762, año en que acudió como tal a las Juntas alavesas, y también lo hizo en mayo de 1763. No ocupó más cargos en su vida (en Ayala, sí lo haría en Amurrio seguramente). Ingresó en 1769 en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País como socio de mérito y, al parecer, trató de establecer en Amurrio una fábrica de carruajes, lo que no se habría llegado a efectuar.

Es en un informe de la Bascongada donde encontramos una curiosa información remitida por Manuel, la cual merece la pena reproducir en estos tiempos actuales marcados por una pandemia. Corría el año 1771 y comentaba Manuel que se estaba ganando al cirujano local “leyendole sucesivamente quantos avisos en el asunto daban las Gacetas” y le tenía dispuesto a hacer experimentos relativos a la inoculación cuando se presentase la viruela. Y así ocurrió que un niño de diez años llamado Domingo Galindez presentó síntomas. El propio Lezama dice que “repetidas veces había yo alentado a mi muger (sin fruto) sobre que hiciesemos inocular los hijos” y uno de ellos, Joaquín, de diez años, “hallandose un día holgando con otros niños y niñas de su edad”, los animó a que subieran a ver al enfermo y hablando allí mismo de la inoculación dispuso el ánimo de una niña de nueve años a ser inoculada. Se trataba de Manuelita de Solar, que por lo que sabemos fue hija precisamente de un cirujano, ya fallecido para entonces.

Joaquín soltó una pequeña postilla que la niña tenía en la mano “y asomó alguna corta humedad de sangre aguada”, tomó materia de una viruela y la depositó bajo la postilla cerrándola con ella. A los siete días la muchacha ya tenía la enfermedad “pero con tal felicidad, que depuesta su malicia las experimentó de la mejor calidad que pueden desearse”. El propio Joaquín se inoculó a sí mismo después de herirse con una navaja en el índice de la mano siniestra. Y a partir de entonces la viruela no tuvo la virulencia que sufrió Galindez sino “una tan benigna como la que tuvieron los inoculados”, de manera que habiéndose contagiado gentes de todas las edades, solo murieron una niña de pecho y una chica de 18 años muy gruesa, que se sofocó. Dice Lezama que todos se fiaron de la benignidad de la epidemia y trataban de contagiarse comunicándose con los enfermos. Así lo habían hecho los seis hermanos de Joaquín que iban y venían a su cuarto para jugar con el, contrayendo el mal y pasándolo los seis juntos. Galindez heredaría en el futuro su caserío natal en el barrio Elexondo mientras que Solar falleció en 1782.

Manuel falleció el 18 de diciembre de 1777 con tan solo cuarenta y ocho años al igual que su abuelo. Esta tendencia a la muerte prematura se mantendrá en los siguientes poseedores de los mayorazgos de los Lezama. Su esposa es posible que falleciera en Gordejuela, quizá en 1794. Lo que sabemos es que, en los años ochenta, Francisca Antonia era vecina de Okondo cuando, como curadora de su hijo Serafín, residente en Madrid, pleiteó con su hijo mayor José María sobre la posesión del mayorazgo de Izaga. El heredero de los dos mayorazgos de Amurrio y alrededores fue dicho José María, que a diferencia de su padre fue escribano como sus ancestros y falleció en 1795 con tan solo treinta y siete años. No parece que las relaciones con su madre fueran buenas, ya que también pleiteó con ella en 1784-85 cuando exigió a José María el cumplimiento de dos escrituras que le obligaban al pago de 300 ducados anuales por alimentos. Éste alegaba que era una cantidad desproporcionada habida cuenta sus rentas y que había firmado las escrituras siendo menor de edad.

Lezama en la II República: política y elecciones

 

 

El Ayuntamiento de Lezama (integrado por Astobiza, Baranbio, Larrinbe, Lezama, Lekamaña y Saratxo) tenía 1444 habitantes de hecho y 1564 de derecho según el censo de 1930. Era por entonces un municipio fundamentalmente rural donde la mayoría de la población se dedicaba a la agricultura, que combinaban con el mantenimiento de una pequeña cabaña ganadera. Así, aproximadamente la mitad de los cabezas de familia eran labradores propietarios. La actividad minera en el coto de San Antón se mantenía a duras penas, y había un número importante de personas que trabajaban en actividades vinculadas al ferrocarril. Para los jóvenes, la apertura de algunas fábricas en Amurrio representó una nueva oportunidad, pero la mayoría de la población se dedicaba al sector primario como hemos dicho.

El 29 de octubre de 1841 el regente Espartero promulgó un decreto por el cual los ayuntamientos de las provincias vascas debían organizarse con arreglo a las leyes constitucionales. Como consecuencia, la Tierra de Ayala se descompuso en varios ayuntamientos. La cuadrilla de Lezama emprendió el camino hacia su municipalización, si bien finalmente Etxegoien e Izoria se desgajaron de ella para pasar al municipio de Ayala, de manera que el Ayuntamiento de Lezama fue constituido por las seis localidades mencionadas. El primer Ayuntamiento Constitucional se constituyó el 19 de diciembre: Dámaso de Arana alcalde, José Balza de Berganza primer regidor, Vicente de Aldama segundo regidor, Benito de Ibarra tercer regidor, Julián Díaz de Olarte cuarto regidor y José de Oquendo síndico procurador general.

A lo largo de la Restauración, Lezama estuvo políticamente controlada por la Casa Urquijo, que se definía como independiente, aunque casi siempre en posiciones liberales y en franca oposición al carlismo. Por aquel entonces, Amurrio fue un distrito electoral en el que se elegía un diputado a Cortes; a lo largo de todo el periodo, resultó elegido el candidato urquijista, habitualmente sin competencia. Una excepción puede ser la elección de 1916, cuando Luis Urquijo superó en Lezama al carlista Antonio Garay por solo doce votos. En las elecciones a Cortes de 1919 Urquijo, en unión con los conservadores y tradicionalistas, ganó ampliamente al otro candidato, el nacionalista Esteban Isusi. Pero es significativo que, en una fecha tan temprana, el candidato del PNV recibiera 59 votos en este municipio, teniendo en cuenta que la implantación del nacionalismo en Álava no conoció avances destacables hasta los años treinta.

El golpe de estado de Primo de Rivera en 1923 dio la puntilla al sistema de la Restauración. En este periodo, los alcaldes de Lezama fueron Jacinto Ugarte (1923, en sustitución del anterior, Casimiro Arbaizagoitia), José María Aguirre (1923-1928) e Isidoro Gutiérrez (1928-1930), que fue sustituido por Alejandro Aldama en el periodo transicional que siguió. Por otro lado, tras la caída del gobierno de Dámaso Berenguer el 12 de febrero de 1931, el rey Alfonso XIII ofreció el gobierno al almirante Aznar y se convocaron elecciones municipales para el 12 de abril, unas elecciones que fueron planeadas como un plebiscito: monarquía o república.

Sin embargo, en Álava aproximadamente la mitad de los concejales fueron elegidos por el artículo 29, sin lucha electoral por no presentarse un número de candidatos superior al de concejales a elegir. Además, la mayoría de las candidaturas fueron apolíticas. El 5 de abril la Junta Municipal del Censo Electoral aprobó cuatro candidaturas propuestas por exconcejales para el Distrito de Baranbio (en el que votaban Baranbio, Astobiza y Larrinbe): las de José Isasi Esnal, Hilario Aldecoa Lejarza, Manuel Guinea Uzabal y Víctor Aldama Ugarte. Los cuatro fueron proclamados concejales en función del artículo 29, de manera que no hubo elecciones en esta sección el 12 de abril. El día 10 el periódico Heraldo Alavés se congratulaba por la elección de cuatro monárquicos aunque realmente Isasi y Aldama eran nacionalistas, o al menos así se significaron posteriormente.

El 12 sí hubo elecciones en la Sección de Lezama, donde votaban los de este pueblo, Lekamaña y Saratxo, y eran elegidos cinco concejales. Pero el interés no fue muy grande: solo 58 de 175 electores ejerció su derecho al voto. En general, en toda la provincia hubo un escaso interés por estas elecciones. Los resultados fueron los siguientes:

            -Nicanor Guinea Uzabal: 26 votos

-Elías Gutiérrez Arechavala: 25

-Isidoro Gutiérrez Martín: 25

-Silvestre Bordagaray Goicolea: 23

-Julián Aguirre Respaldiza: 18

-Alvaro Solachi Amirola: 15

-Cosme Ibarrola Padilla: 13

-Miguel Pinedo Urrutia: 3

-Benigno Menoyo Obaldia: 1

-Francisco Abasolo Aguirre: 1

-Francisco Mendivil Alava: 1

 

 

El día 21 se procedió a la constitución del nuevo ayuntamiento. Tomaron posesión los cuatro nombrados por artículo 29 en la Sección de Baranbio y los cinco más votados en Lezama. Sin embargo, Isidoro Gutiérrez renunció a su puesto y lo cedió al siguiente más votado de la lista, Álvaro Solachi. El libro de actas no cita sus filiaciones políticas, pero sabemos que solo uno de los cinco elegidos en Lezama fue nacionalista, Bordagaray. El resto figuran como tradicionalistas. Posteriormente, se procedió a la elección de alcalde “metiendo cada concejal un papel en una urna”. El elegido fue Julián Aguirre, que era el más joven de todos, con cinco votos. El siguiente fue Silvestre Bordagaray con tres votos seguido de Nicanor Guinea con uno, a pesar de lo cual éste fue nombrado primer teniente y aquel segundo teniente.

Hay que tener en cuenta que la población no tenía una cultura democrática ni política por aquel momento. El carlismo, más que un partido, había sido un movimiento no muy organizado ni estructurado, mientras que el urquijismo imperante durante la larga Restauración tampoco contó con ningún tipo de organización ni rasgo propio de la política de masas. Nos faltan estudios que ayuden a comprender las redes del urquijismo; por ejemplo, una identificación de sus agentes e interventores en tiempo de elecciones que contribuya a definir la evolución política e ideológica de los hombres de este tiempo. Tampoco podemos decir gran cosa sobre los inicios del nacionalismo en esta comarca. Existe en esta cuestión un vacío historiográfico que llenar.

En cuanto a los concejales elegidos en 1931, Bordagaray y Azcaray, así como Isidoro Gutiérrez y el padre de Aldama, figuran como afiliados a la Unión Patriótica en 1924, pero hay que tener en cuenta que ello fue obligatorio para desempeñar cargos públicos durante la dictadura de Primo de Rivera. Siendo Gutiérrez alcalde, observamos que junto a el se encontraba un futuro nacionalista como Juan Isasi Esnal, Manuel Sojo (varios de cuyos hijos fueron milicianos) y tradicionalistas como José María Aramendi y José Aspiazu Guaresti.

 

El 8 de mayo de 1931 se promulgó un decreto que reformó la Ley Electoral de 1907, bajando la edad mínima para votar a los 23 años, suprimiendo el artículo 29 y posibilitando la elección de las mujeres, aunque aún no podían votar, ya que esa reforma se dejó pendiente para las Cortes que saldrían de las elecciones del 28 de junio.

En Vasconia, los comicios se plantearon como una lucha entre los defensores del Estatuto de Estella y el bloque republicano-socialista. Pero Álava fue una excepción, ya que los nacionalistas y los tradicionalistas fueron por separado tras una campaña en la que se dieron mucha cera. El 7 de junio se celebró un mitin nacionalista en Baranbio en el que hablaron Jesús María Leizaola y Esteban Isusi entre otros.

El día 21 la Junta Municipal del Censo nombró apoderados, que fueron José María Urquijo por José Luis Oriol (CT) en las dos secciones y Cosme Ibarrola por Félix Susaeta (Partido Republicano Radical Socialista, apoyado por PSOE, UGT y ANV). Llama la atención que los nacionalistas no presentaran ningún apoderado en un municipio donde, como veremos, resultaron ser la fuerza principal.

Las elecciones transcurrieron con normalidad y con una elevada participación, ya que no votar estaba castigado con un recargo del 2% en la contribución y la publicación del nombre en el Boletín Oficial de Álava, como efectivamente se hizo. La mesa de la Sección Primera estuvo en la escuela de ambos sexos de Lezama y hubo tres interventores: Felipe Guinea por la CT, Eusebio Ugarte por el PNV y Antonio Muguruza por el bloque republicano-socialista. Con una participación del 88,27% los resultados fueron los siguientes:

            -José Luis Oriol (CT): 71 (41%)

-Pantaleón Ramírez de Olano (PNV): 57 (32,95%)

-Félix Susaeta (PRRS): 42 (24,28%)

-Blanco: 3

 

La Sección Segunda estuvo constituida en la escuela de niños de Baranbio y figuran otros tres interventores: Víctor Usategui, Eugenio Garay y Samuel López, seguramente por el PNV, la CT y el bloque republicano-socialista respectivamente. Con una participación del 89,2% los resultados fueron los siguientes:

            -José Luis Oriol (CT): 52 (31,5%)

-Pantaleón Ramírez de Olano (PNV): 95 (57,58%)

-Félix Susaeta (PRRS): 16 (9,7%)

-Blanco: 2

 

Por lo tanto, con una participación del 88,7% en el total del municipio, el resultado global sería así:

            -José Luis Oriol (CT): 123 (36,39%)

-Pantaleón Ramírez de Olano (PNV): 152 (44,97%)

-Félix Susaeta (PRRS): 58 (17,16%)

-Blanco: 5

 

El PNV se alzó con la victoria en estas elecciones, como haría en todas las celebradas a lo largo de la II República. La hegemonía del PNV se sustentó en la Sección de Baranbio, mientras que las izquierdas tenían cierto peso en la Sección de Lezama, posiblemente por la mayor presencia de trabajadores del ferrocarril. Como veremos, la participación siempre fue más alta en Baranbio, que parece ser el lugar más politizado a lo largo de la República tanto en uno como en otro sentido. Así, Baranbio contó con un batzoki, presidido por Prudencio Aramendi, y un grupo de hilanderas. En 1933 había más de 50 afiliados al Partido en el municipio y ese mismo año se constituyó la Junta Municipal del PNV, de la que fue presidente el concejal Isasi, y cuyos promotores parecen haber sido los jóvenes de Lezama Juan Amirola y Juan José Aguirre, a la sazón hijo del mencionado José María y hermanastro del alcalde.

Por su parte, en estas elecciones de 1931 el voto tradicionalista no alcanzó el 40%. La Comunión Tradicionalista no estuvo organizada en Lezama ni tuvo un centro social oficial, tampoco tuvo muchos afiliados. Pero, con el tiempo, surgiría un grupo fuerte en torno a los Isasi de Baranbio: Juan José y, ya en 1936, su joven hijo José Ramón, que se hizo falangista. Debido al apoliticismo característico de las pasadas elecciones municipales, Lezama contó con un ayuntamiento de mayoría tradicionalista -no necesariamente carlista pero sí monárquico- aún siendo de mayoría nacionalista en términos de voto, lo que habría de generar contradicciones en su actuación durante la República sobre todo en lo que respecta a la cuestión del Estatuto.

No podemos pasar por alto a las izquierdas, que no tuvieron representación alguna en el consistorio a pesar de lograr casi el 25% de los sufragios en la Sección Primera. En las elecciones legislativas de 1933, Isidoro Gutiérrez fue apoderado del candidato del PRRS (que no recibió ningún voto, por cierto), por lo que quizá no sea erróneo pensar que, de no haber renunciado a su puesto, al menos habría habido un concejal afín al bloque republicano.

 

Paralelamente, el 31 de mayo el ayuntamiento en pleno decidió que el alcalde acudiera a la asamblea convocada para el 14 de junio en Pamplona para aprobar el Estatuto realizado por la Sociedad de Estudios Vascos, convocatoria apoyada por los ayuntamientos nacionalistas y derechistas. La asamblea finalmente se celebró en Estella y en ella 56 ayuntamientos alaveses, como Lezama, apoyaron el Estatuto. El 19 de julio el ayuntamiento se mostró conforme con el Estatuto de Estella “por encontrar en el condiciones más adecuadas al régimen que por tradición se observaba antiguamente en el País Vasco, dejando pendiente el alavés hasta ver lo que acuerda el Gobierno sobre el vasco”. Se refiere al Estatuto promovido por la Comisión Gestora de Álava -sustituta de la Diputación- para este territorio, que fue aprobado cuatro días después por 21 ayuntamientos alaveses, casi todos de mayoría republicana. En todo caso, la iniciativa no fue lejos ante la oposición de todos los ayuntamientos de mayoría tradicionalista y nacionalista.

Posteriormente, la iniciativa pasó a las Gestoras. El 31 de enero de 1932 se celebraron asambleas provinciales de ayuntamientos en las cuatro capitales y todas se mostraron a favor de un estatuto único para todo el país, y no uno por provincia. Lezama no acudió a esta asamblea, por motivos que desconocemos. El 19 de junio, en una asamblea celebrada en Pamplona, Lezama mostró su apoyo al Estatuto elaborado por el movimiento de alcaldes y las Comisiones Gestoras, al igual que hicieron todos los municipios de la Cuenca Cantábrica. Pero solo 109 de los 267 ayuntamientos navarros lo apoyaron, lo que paralizó el proyecto. En adelante, la CT se opondrá a un estatuto que integrara a las tres provincias vascas al considerar que Álava quedaría muy perjudicada frente a las dos provincias costeras y la conflictividad con el PNV fue in crescendo.

 

El 30 de diciembre de 1932 el Gobierno ordenó el cese de todos los concejales elegidos en abril de 1931 mediante el artículo 29. Así, el 29 de enero de 1933 los concejales Aldama, Isasi, Manuel Guinea y Aldecoa cesaron de su cargo. Las elecciones no se celebraron hasta el 23 de abril y solo tuvieron lugar en la Sección Segunda. Fueron las primeras elecciones en las que pudieron votar las mujeres y lo hicieron con una alta participación, ya que el 84,9% de los electores acudieron a las urnas en la escuela de niños de Baranbio. Los resultados fueron los siguientes:

            -Víctor Aldama Ugarte: 181 votos

-Ramón Azcaray Olabarria: 167

-José Isasi Esnal: 167

-Eustasio Abechuco Garro: 130

-Juan Román Gil: 130

-Manuel Guinea Uzabal: 116

-Miguel Abin Isasi: 1

 

Estas elecciones se caracterizaron por el mayor grado de politización de las candidaturas, como se puede observar en el hecho de que Azcaray e Isasi, del PNV, obtuvieron el mismo número de votos, como ocurrió con los tradicionalistas Abechuco y Román. Hay que notar que los votos que le faltaron a Guinea para igualar a los tradicionalistas son los mismos que destacan a Aldama de sus compañeros nacionalistas. En el acta de escrutinio no se indican las filiaciones de cada uno y no disponemos del acta de proclamación de candidatos. Manuel Guinea seguramente era monárquico indeterminado en 1931 pero no sabemos si después se acercó más al nacionalismo o al tradicionalismo. Puede que hubiera electores indecisos, situados en un punto entre el PNV y CT, que prefirieron dar su voto a Aldama teniendo en cuenta que, aunque afiliado al Partido, quizá era más moderado que los otros dos, ya que Isasi y Azcaray dimitieron tras el conflicto de los ayuntamientos de 1934, como veremos, y el no lo hizo.

El nuevo ayuntamiento se constituyó el 10 de mayo. Román y Abechuco lograron el mismo número de votos pero solo había lugar para uno, de manera que el primero cedió el puesto al segundo. Compuesto el ayuntamiento por los nacionalistas Silvestre Bordagaray (Lezama), José Isasi y Ramón Azcaray (Baranbio) y Víctor Aldama (Larrinbe) así como por los tradicionalistas Elías Gutiérrez (Saratxo), Eustasio Abechuco (Baranbio), Nicanor Guinea, Álvaro Solachi y Julián Aguirre (Lezama), resultó elegido alcalde éste último de nuevo. A pesar de que el PNV había logrado ganar un concejal en la Sección en la que era hegemónico, el consistorio continuó con mayoría tradicionalista.

En lo que respecta al Estatuto, se convocó una asamblea de ayuntamientos para el 6 de agosto en Vitoria para tratar sobre el que estaban elaborado los miembros de las Comisiones Gestoras. El 30 de julio el ayuntamiento de Lezama acordó no acudir a la asamblea, seguramente debido a la campaña que los tradicionalistas realizaron en su contra. En esta asamblea, se propuso la formación de una Comisión para llevar adelante la gestión del referéndum estatutario. El 26 de octubre la Junta Permanente de la Comunidad de Ayuntamientos Alaveses (CAA) envió un telegrama al presidente del gobierno pidiendo que hubiera interventores en nombre de los 57 ayuntamientos que la integraban. Sin embargo, siete alcaldes y todos los concejales nacionalistas, republicanos y católicos independientes de 21 ayuntamientos miembros de CAA transmitieron al gobierno que el telegrama era apócrifo. Aparecen concejales de Lezama entre los firmantes de este manifiesto, aunque aún no eran miembros de la CAA. Finalmente, los tradicionalistas pidieron el voto en contra o la abstención, mientras que el resto de formaciones pidieron el voto afirmativo.

El referéndum se celebró el día 5 de noviembre. En Lezama hubo una participación del 76,9%, apenas punto y medio por debajo de la que habría días después en las elecciones legislativas. De un total de 751 electores, votaron 577 y solo 8 lo hicieron en contra. Por lo tanto, en Lezama el estatuto recibió 569 votos positivos. Por comparar, en las legislativas posteriores la suma de votos nacionalistas e izquierdistas fue de 345, y la de tradicionalistas y nacionalistas de 534. Por lo tanto, en Lezama, y en toda la Cuenca Cantábrica, es obvio que la mayor parte de los tradicionalistas votaron en sentido afirmativo a pesar de la posición oficial de CT. Pocos días después, el 11 de noviembre –día de San Martín, patrón de Lezama- se celebró una Sesión Municipal Extraordinaria con la presencia de solo cuatro concejales (todos de fuera de Lezama, los nacionalistas Aldama, Isasi y Azcaray y el tradicionalista Abechuco) para nombrar un representante que acudiera a Gernika el día siguiente a entregar las actas del plebiscito, para lo que nombraron a Isasi.

No habían pasado ni dos meses desde que el municipio dio un sí rotundo a la aprobación del Estatuto cuando, en enero de 1934, los de Lezama formaron parte de los 42 alcaldes y 180 concejales –los tradicionalistas, claro está- que enviaron un escrito al Presidente de las Cortes declarando que se adherían al documento presentado por la Junta Permanente de la CAA oponiéndose al Estatuto. Claramente, la corporación no estaba acordando de acuerdo al sentir mayoritario de la población en este asunto.

 

Por su parte, las nuevas elecciones legislativas tuvieron lugar el 19 de noviembre de 1933. El día 12 fueron nombrados apoderados Juan José Isasi por Oriol, Isidoro Gutiérrez por el republicano Castresana (PRRS) y Jesús Echevarría por el nacionalista Francisco Javier de Landaburu. En la Sección Primera hubo nada menos que cinco interventores: el concejal Solachi y Pedro Alday lo fueron de Oriol, Eusebio Ugarte y Pantaleón Quintana lo fueron de Landaburu, y el obrero ferroviario Santiago Ibargüengoitia lo fue de Susaeta. En esta ocasión, la participación descendió al 71,36% y el PNV logró una gran victoria:

            -Landaburu: 149 (52,46%)

-Oriol: 96 (33,8%)

-Susaeta: 30 (10,56%)

-Amorós (PRR): 3

-Quintana (PCE): 2

-Nulos: 3

-Blanco: 1

 

La mesa de la Sección Segunda estuvo presidida por la maestra Julia Martínez Ormazabal y contó también con cinco interventores, aunque no se indica por quién lo fueron. Eran Juan Landaluce Cortazar, José María Aramendi, Pedro Aspe Echenagorria, José Isasi Esnal y José Luis Ugarte Ugarte. Podemos adivinar que Isasi lo fue del PNV, ya que era concejal por este partido, y Aspe lo sería de CT, pues consta que fue un destacado tradicionalista de la localidad. También Aramendi, que fue detenido por los republicanos por su filiación política. La participación fue notablemente más alta que en la otra sección, alcanzando el 86,12% del censo

            -Landaburu: 153 (50,33%)

-Oriol: 136 (44,74%)

-Susaeta: 13 (4,28%)

-Amorós: 1

-Blancos: 1

 

Por lo tanto, los resultados a nivel de municipio fueron los siguientes:

-Landaburu (PNV): 302 (51,36%)

-Oriol (CT): 232 (39,46%)

-Susaeta (Conjunción Republicano Socialista): 43 (7,3%)

 

El PNV logró un importante ascenso en la Sección de Lezama, de manera que reforzó su posición como fuerza hegemónica de la localidad a pesar de que en la Sección de Baranbio el tradicionalismo recortó distancias. Las izquierdas experimentaron un retroceso importante respecto a las elecciones de 1931, sumando menos sufragios que entonces a pesar de la duplicación del censo electoral con la obtención del derecho a voto por parte de las mujeres. En la Cuenca Cantábrica, CT superó por un centenar de votos al PNV. En el conjunto de Álava, los nacionalistas obtuvieron los mejores resultados de su historia hasta el momento, y a ello habría contribuído el resultado del referéndum celebrado unos pocos días antes, atrayendo a muchos no nacionalistas partidarios de la autonomía.

 

A raíz de la aprobación de un polémico Estatuto del Vino, en el verano de 1934 se activaron movimientos para la defensa del Concierto Económico. A pesar de que dos días antes el Gobierno declaró que el Estatuto no se aplicaría en las provincias vascas, el 5 de julio se celebró una asamblea de ayuntamientos en Bilbao a la que acudieron diecisiete consistorios alaveses, incluido Lezama. Se acordó crear una comisión que convocara la elección de la definitiva comisión de defensa del Concierto por los ayuntamientos. El alcalde de Vitoria invitó a todos los ayuntamientos alaveses a acudir a una reunión el 19 de julio para elegir la comisión, pero la CAA -controlada por Oriol, en la que Lezama había ingresado en marzo a pesar de la protesta de la minoría nacionalista del consistorio- instó a no acudir y solo lo hicieron catorce ayuntamientos, Lezama entre ellos, junto a Artziniega, Ayala o Laudio. Es decir, Lezama obedeció a la CAA en enero para mostrarse contrario al Estatuto pero no siguió sus dictados en esta ocasión. En esta reunión se decidió convocar para el 12 de agosto la elección en cada ayuntamiento, por parte de los concejales, de la Comisión definitiva. Pero los gobernadores civiles, con apoyo del ministro de la Gobernación, prohibieron las votaciones y anunciaron medidas represivas para quienes participaran en ellas. A pesar de ello, se celebró en bastantes municipios de Bizkaia y Gipuzkoa, no así en Álava, donde no se había convocado la elección. Aún así, en ocho ayuntamientos (Aramaio, Artziniega, Ayala, Laudio, Okondo, Oteo, Salvatierra y Zuya) votaron un total de 37 concejales, todos nacionalistas excepto uno. Como resultado, fueron detenidos todos los alcaldes que participaron en ella.

Las comisiones defensoras del Concierto Económico convocaron una asamblea de parlamentarios y representantes de los alcaldes en Zumarraga para el 2 de agosto. Fue prohibida por el gobierno y la policía trató de impedir sin éxito su celebración, aunque hubo detenciones y solo asistieron dos representantes alaveses, los de Salvatierra y Llodio. Como protesta, acordaron la dimisión de todos los ayuntamientos vascos: el 8 de septiembre el PSOE, PNV e Izquierda Republicana dieron orden de dimitir inmediatamente a sus concejales. En Álava, solo 63 concejales de 13 ayuntamientos lo hicieron. En Lezama, el 23 de septiembre José Isasi y Ramón Azcaray presentaron su dimisión. No sabemos por qué Aldama y Bordagaray no lo hicieron, si bien es cierto que el segundo apenas fue a las sesiones en adelante. Puede que fuera una decisión tomada en el seno de la Junta Municipal del PNV quizá con vistas a no dejar el ayuntamiento sin representación nacionalista. Isasi no fue readmitido hasta el 17 de mayo de 1936 tras solicitarlo varias veces, y también reaparece Azcaray, aunque no consta que pidiera su regresa ni su readmisión.

En julio de 1935 falleció el concejal Elías Gutiérrez. Esto habría igualado las fuerzas en el seno del ayuntamiento, pero la renuncia de dos concejales nacionalistas les seguía dejando en clara inferioridad. El 14 de noviembre de 1935 se celebró una asamblea de ayuntamientos alaveses al que acudieron 48 ayuntamientos con 2 adheridos con el objeto de realizar una Carta Foral de Álava. Lezama no envió representación.

 

Las elecciones legislativas del 16 de febrero de 1936 fueron una lucha cuadrangular en Álava entre CT, PNV, el Frente Popular y la CEDA, encabezados respectivamente por Oriol, Landaburu, Ramón Viguri y Luis Pérez Flórez-Estrada. La campaña electoral fue la más intensa de todas las celebradas anteriormente. La politización era elevada. El PNV fue prácticamente el único grupo político que presentó un programa con objetivos concretos y realizó una campaña moderada para atraer el voto de los católicos independientes, frente a una CT muy radicalizada y especialmente virulenta con el PNV. Ambos realizaron actos de campaña en Lezama. Por ejemplo, la CT realizó uno en la cabeza del municipio el 1 de febrero y otro el día 9 en Lezama y Baranbio.

El mismo día 9 se nombraron apoderados, que fueron José María Urquijo, alcalde de Llodio, por Oriol en las dos mesas, Miguel Aburuza Urruticoechea en Lezama y Ricardo Ugarte Lili en Baranbio por Landaburu, y Modesto Manuel Arana por Viguri solamente en la primera mesa. Por lo demás, la única documentación que disponemos son los resultados de la misma. En la primera mesa, con una participación del 73,06%, los resultados fueron:

            -Oriol: 120 (39,87%)

-Landaburu: 101 (33,55%)

-Viguri: 66 (21,93%)

-Pérez: 11 (3,65%)

-Blanco: 3

 

En la segunda Sección, con una participación nuevamente más elevada que en la anterior, del 82,5%, los resultados fueron:

            -Oriol: 125 (39,55%)

-Landaburu: 151 (47,78%)

-Viguri: 31 (9,8%)

-Pérez: 6

-Blancos: 3

 

Por lo tanto, los resultados globales quedaron de la siguiente manera:

-Oriol: 245 (39,7%)

-Landaburu: 252 (40,84%)

-Viguri: 97 (15,72%)

 

 

La participación fue similar a la de 1933 pero los resultados cambiaron sensiblemente. El candidato nacionalista perdió medio centenar de votos, casi todos en el distrito de Lezama, donde CT volvió a resultar vencedora. El Frente Popular obtuvo unos resultados que se acercaban a los que Susaeta logró en 1931 y la diferencia entre nacionalistas y tradicionalistas era mínima. En el conjunto de Álava, el PNV quedó muy por debajo de CT y con poca diferencia sobre la CEDA. Seguramente, los católicos independientes que habían votado al PNV en 1933 les retiraron el voto ahora ante la campaña derechista y la aparición de la CEDA, pero hay que advertir que en Lezama parte de esos votos perdidos también fueron para el FP.

Hubo una segunda vuelta de las elecciones que se celebraron el 1 de marzo. Por no reincidir demasiado en las mismas cuestiones, en Lezama la participación fue casi idéntica y la mayoría de la gente tendió a votar lo mismo. En la sección de Lezama bajó el voto tradicionalista y ascendió el izquierdista, mientras que en Baranbio Landaburu amplió su ventaja sobre Oriol. De esta manera, en el conjunto del municipio el PNV reforzó su primacía con un ligero ascenso de las izquierdas.

Finalmente, el 12 de mayo de 1936 se dio por válido el referéndum de 1933 y Álava quedó incluida dentro del Estatuto. A finales de junio, comenzó una campaña a nivel municipal por medio de telegramas que los ayuntamientos enviaron a las Cortes. Lezama fue uno de los quince ayuntamientos alaveses que también lo hicieron. Tras la vuelta de Isasi y Azcaray, ahora sí había igualdad en el ayuntamiento. Incluso podemos trazar la hipótesis de que alguno de ellos se hubiera acercado a posiciones nacionalistas, como es el caso de Nicanor Guinea, ya que sabemos que su establecimiento fue lugar de reunión de los nacionalistas y que fue multado con 100 pesetas por su actuación durante el “dominio rojo-separatista”.

 

La sublevación de 1936 supuso la interrupción de la política municipal. El alcalde Julián Aguirre Respaldiza fue detenido el 29 de agosto en Baranbio por tres jóvenes que, según su posterior declaración, se habían identificado como nacionalistas de Begoña. Fue trasladado en un coche al Cuartelillo de Bilbao y al día siguiente lo encarcelaron. Permaneció en el Altuna Mendi hasta que los sublevados entraron en Bilbao “padeciendo muchos sufrimientos y torturas”, en sus propias palabras.

Por el momento, el poder quedó en estos lugares en las Juntas de Defensa que se fueron formando tanto en Lezama como en Baranbio. Sabemos que los concejales Abechuco y Solachi fueron objeto de investigación por éstas pero no tenemos constancia de que fueran apresados. El exconcejal Aldecoa se integró muy pronto, ya en septiembre, en la columna Orozko-Baranbio, donde era acemilero en noviembre. Azcaray quedó como alcalde en funciones y, en diciembre de 1936, presidió como tal la constitución del nuevo ayuntamiento. El Director General de la Administración Local de Euzkadi nombró concejales a Félix Zulueta, Tomás Cuadra, Pedro Aldama, José Ortiz de Pinedo, Julián Echevarria, Benigno Menoyo y Miguel Aburuza, que fue elegido alcalde.

José Isasi Esnal fue condenado a reclusión perpetua como autor de un delito de auxilio a la rebelión por sentencia de 8 de septiembre de 1937 dictada en Santoña por el Consejo de Guerra Permanente nº 2 dándose como hechos probados que se enroló voluntariamente en las “milicias rojo-separatistas” actuando primero como Cabo y luego como Teniente, además de haber sido presidente de la Junta Municipal del PNV en su localidad. Fue condenado al pago de 5000 pesetas en Burgos el 22 de agosto de 1940. Había estado preso en El Dueso.

Ramón Azcaray fue sentenciado por la Autoridad Militar de Álava al pago de cinco mil pesetas y pena de destierro, que cumplió en Valladolid, y fue absuelto en Burgos el 27 de junio de 1940.

Víctor Aldama Ugarte estuvo preso en Carmona (Sevilla)

 

 

 

 

 

 

 

 

Guerra Civil

 

 

 

 

Ochenta años después, la Guerra Civil continúa siendo un tema de rabiosa actualidad, no ya porque suscita un gran interés en el público sino sobre todo por su presencia en la agenda política. A juzgar por las enconadas defensas y airadas reacciones de unos y otros ante determinadas manifestaciones y declaraciones, el tema no está en absoluto cerrado, al menos desde el punto de vista de la identificación personal con los implicados. Aún hoy los que se niegan a la apertura de fosas comunes para no “abrir heridas” son los mismos que al clamar contra la exhumación de Franco dejaron bien claro que la herida no está cerrada ni cicatrizada, ni mucho menos, y que de aquellos barros vienen estos lodos. No es desconocimiento y desinformación lo que alienta a aquellos sujetos que de tarde en tarde reciclan una vez más el argumentario completo que desplegó el franquismo para legitimarse responsabilizando así al socialismo, de entonces y de ahora, de haber provocado una Guerra (¡¡¡).

El franquismo se levantó sobre la derrota total y absoluta de la II República y la represión, defenestración, silenciamiento, satanización, criminalización, exilio y muerte de combatientes, políticos, funcionarios y simpatizantes de aquella. La II República fue el primer régimen plenamente democrático de la historia de España. En primer lugar, porque es imposible considerar plenamente democrático cualquier sistema que deje fuera a la mitad de la población: la República reconoció, por primera vez en la historia de España, el derecho a voto de las mujeres. Pero hay otros motivos, como la libre concurrencia política. Hay que tener en cuenta los precedentes: se venía de ese largo periodo conocido como la Restauración en el que dos grandes partidos de notables se alternaban en el poder de forma pactada mediante mecanismos como el caciquismo, el clientelismo y el fraude electoral, elementos que tan bien caracterizan el urquijismo imperante en el Alto Nervión en dicho periodo. El sistema de la Restauración apenas daba margen a los partidos políticos modernos de masas, de modo que la mayor parte de la población no tenía participación alguna en política. ¿En qué lugar deja a ciertos partidos políticos actuales que se dicen demócratas el hecho de que sistemáticamente ningunean y vilipendian el régimen republicano, a pesar de logros históricos tan importantes como éstos?

La democracia republicana fue vista por sus defensores como el medio para poner en marcha una serie de profundas reformas que llevarían a España a la modernidad de una vez por todas. Efectivamente, los primeros gobiernos de la República trataron de poner remedio a los grandes problemas del país, como el agrario, el militar o el analfabetismo. Su programa de modernización política, social, institucional y cultural, toda su actividad legislativa, tuvo sus aciertos y sus deficiencias, como se puede decir de cualquier otro gobierno. Sin embargo, la mayor parte de la derecha fue hostil a la República desde el principio. Sus reformas sociales, económicas, políticas, agrarias y militares suscitaron miedo en la aristocracia y la burguesía porque veían sus privilegios y su preminencia en riesgo. Por supuesto, la Iglesia también estaba en cuestión y se constituyó como el baluarte del tradicionalismo, el conservadurismo y de los enemigos de la República. Al final, la derecha terminó considerando el régimen como la antesala de una revolución de inspiración soviética, a pesar de que no existía –ni existe a día de hoy- ni el más leve indicio de que esto fuera posible ni viable.

La II República era un régimen legal e internacionalmente reconocido, de carácter progresista por el impulso de sus gobiernos de tendencia izquierdista (pero no conviene olvidar que, durante un periodo de dos años, fueron las derechas quienes gobernaron la República) pero ni mucho menos revolucionario. Es cierto que hubo un cierto grado de conflictividad pero tampoco se puede desligar a España de la inestabilidad europea de entreguerras y la crisis económica generalizada mientras ascendía el totalitarismo en gran parte del continente.

 

En las elecciones de febrero de 1936, la coalición de izquierdas llamada Frente Popular logró una amplia victoria sobre las derechas. Aunque la diferencia de votos fue ajustada, la desunión de las derechas favoreció al FP. Pero las elecciones dejaron patente la gran polarización política en un clima de tensión y violencia creciente por ambas partes, ya que la formación de milicias fue un fenómeno transversal.

Con demasiada (pero no casual) frecuencia, aún tenemos que leer en diferentes medios el argumento de que la sublevación militar del 18 de julio se produjo a raíz de esta victoria electoral del FP, que según esta versión de los hechos anunciaba la proximidad de la revolución marxista, de manera que los “españoles de bien” se vieron obligados a levantarse en armas para salvar al país de la interferencia de la garra soviética en suelo español. Ochenta años después, aún no hay evidencia empírica que demuestre de manera fehaciente que la URSS interviniera en absoluto en la política española antes de iniciarse la Guerra. Además, el comunista era un partido político minoritario y fue precisamente la situación de guerra la que alentó la revolución social y creó comunistas donde antes no los había. Por cierto, es lo mismo que ocurrió con Falange pero en el lado contrario: un partido minoritario, residual, que terminó por convertirse en el partido único del régimen en el contexto de la guerra.

Pero lo que sí sabemos y está documentalmente probado es que algunos monárquicos ya estaban conspirando contra la República el mismo día de su proclamación el 14 de abril de 1931, y no dejaron de hacerlo durante los siguientes cinco años. Monárquicos y carlistas, tanto civiles como militares, no dejaron nunca de maquinar en contra del régimen establecido tanto en el interior como en el exterior, estableciendo contactos con la Italia fascista, los cuales fraguaron en un pacto en 1935. De hecho, se contempló la posibilidad de poner en marcha la sublevación ya antes de las elecciones de 1936, si bien la gran mayoría de los conspiradores consideró que la situación, aún, no estaba madura.

Desde el mismo día en que fue proclamada la II República, uno de los principales activos de la conspiración fue José Calvo Sotelo, quien buscaba imponer un programa monárquico, de momento con un general al frente –consideraba que el exrey Alfonso XIII ya estaba suficientemente desacreditado y amortizado-. El líder de Renovación Española no se cortaba en sus intervenciones en el Congreso y en prensa con discursos realmente virulentos. La hemeroteca, así como muchos de los documentos privados de los conspiradores, demuestran que Calvo y los suyos querían abolir las elecciones, ilegalizar los partidos republicanos, obreros y “antinacionales”, y prohibir el socialismo por ley. Eran antidemocráticos, antiliberales, católicos a ultranza, enemigos acérrimos de la modernidad política.

Al final, en la sublevación de julio de 1936 confluyeron varias tramas conspirativas, ya que por ejemplo los carlistas y tradicionalistas habían maquinado en contra de la República también desde sus primeros días pero por su cuenta. Por su parte, los falangistas habían sido empleados más bien como pistoleros en los últimos meses. En definitiva, el golpe de Estado fue protagonizado por aquellos que, desde el principio, habían visto a la República como una amenaza para el catolicismo y para sus intereses económicos, sociales y políticos. Los monárquicos fueron los principales conspiradores, pero en la sublevación confluyeron también carlistas, falangistas, católicos y otros derechistas, por lo que ni mucho menos los sublevados conformaron un grupo homogéneo con la misma ideología e intereses. Exactamente igual que tampoco lo era el bando leal al gobierno republicano. Las etiquetas de “rojos” y “fascistas” se van generalizando con el curso de la guerra y responden a intereses presentistas de demonización y despersonalización del enemigo, pero no tiene ningún sentido emplearlas, ni siquiera en un ámbito divulgativo como éste, porque no reflejan ni de lejos la complejidad de la realidad.

 

El golpe de estado militar del 18 de julio de 1936 no fue secundado por la totalidad del ejército ni las autoridades civiles acataron sus disposiciones por doquier, de modo que no logró imponerse en todo el país, en gran medida gracias a la oposición activa de los partidos políticos y civiles adictos a la izquierda. Como el golpe no logró imponerse y el gobierno no tenía la fuerza suficiente para atajarlo por completo, la situación derivó en una guerra.

Hasta el 1 de abril de 1939 en España convivieron dos gobiernos: el republicano, que era el legítimamente elegido en las urnas, y el de los sublevados, con la única “legitimidad” de las armas. Por ello, hubieron de activar un discurso que les legitimase. Con este objetivo, echaron mano de una serie de argumentos, algunos de los cuales ya estaban en circulación desde años antes para crear un “estado de necesidad”, y que terminaron por convertirse en dogma durante el franquismo y, a día de hoy, son muchos los que, con plena intención o por total desconocimiento, aún los mantienen contra toda evidencia histórica. Estos mitos son los siguientes:

  • La II República como régimen ilegítimo y revolucionario
  • Proximidad de una inminente revolución en España auspiciada por la URSS
  • El régimen constituía una agresión a la Iglesia, el ejército y la clase propietaria
  • Política tendente a la destrucción de la unidad de la patria y encarnación de la República como la “Anti-España”
  • Incapacidad total del gobierno para mantener el orden público, por lo que España degeneraba en una total anarquía

 

En Álava, la sublevación triunfó sin mayores problemas debido al apoyo de las guarniciones militares al golpe, sí, pero indudablemente también por la adhesión de buena parte de la sociedad alavesa, de origen rural, conservadora y católica, de filiación carlista o cuanto menos tradicionalista. Así, la Comunión Tradicionalista era la principal fuerza política de la provincia y su máximo líder, José Luis Oriol, había estado decididamente comprometido con la sublevación hasta el punto de implicar su fortuna personal. En todo caso, Álava era un territorio donde la tranquilidad había sido la nota dominante, pero las noticias que llegaban de fuera –no siempre ciertas- así como las deficiencias de los gobiernos republicanos alimentaron los temores de los ciudadanos alaveses.

En el mundo rural alavés caló de manera especial el discurso tradicionalista que anunciaba la llegada de la revolución con el gobierno frentepopulista, y ello resultó fundamental a la hora de decantar las simpatías de sus habitantes. De hecho, requetés y otros voluntarios formaron milicias que apoyaron de manera importante la sublevación en Álava. Según destacan varios autores, las relaciones clientelares resultaron fundamentales a la hora de confeccionar estas milicias. Muchas personas se vieron arrastradas a la guerra simplemente por cuestiones geográficas, obligación o por lealtad personal hacia un líder, más que por activismo político o cuestiones ideológicas.

 

A pesar de la facilidad con la que el golpe de estado triunfó en la capital alavesa y, por extensión, en el resto de la provincia, en la Cuenca Cantábrica, sin embargo, el golpe de estado fracasó. Su situación geográfica, vinculada a Bilbao y su entorno más que a Vitoria y el resto de Álava, así como la actitud de las guarniciones de la Guardia Civil y la rápida respuesta de algunas autoridades y civiles son los factores fundamentales que explican el fracaso del golpe en esta comarca. Y probablemente también las debilidades del plan por medio del cual se debía consumar la sublevación.

Antes del fallido golpe de estado, la Comunión Tradicionalista era la principal fuerza política en el Alto Nervión. En las elecciones de febrero de 1936, CT obtuvo unos notables resultados, siendo la fuerza más votada en todos los municipios excepto en Amurrio y Lezama. Obtuvo más de la mitad de los sufragios en Laudio, Okondo, Ayala y Arrastaria, y poco le faltó en Artziniega. Orduña siempre fue un importante bastión carlista. Y su presencia era igualmente importante en los dos municipios que se erigen en excepción: en Lezama, la candidatura tradicionalista solo fue superada por el PNV, y lo mismo ocurrió en Amurrio, en este caso debido sobre todo al fraccionamiento del voto derechista entre CT y el católico Acción Popular, que sorprendentemente fue más votado que aquella a pesar de que en el resto de municipios apenas tuvo relevancia alguna.

La izquierda no tenía una presencia abrumadora en la comarca. La candidatura del Frente Popular obtuvo sus mejores resultados en Amurrio y Artziniega, con el 18% de los votos. Por lo tanto, la adscripción política de la comarca era mayoritariamente conservadora, si bien con un peso importante del nacionalismo vasco, que terminó por mantenerse leal a la República. El peso del tradicionalismo en el Alto Nervión era tal que, en 1935, el Requeté de Laudio, con 45 miembros, era el más numeroso de la provincia. El cabecilla carlista local era el profesor mercantil Eugenio Perea Urquijo. Se dice que, después del golpe, en el palacio del Marqués se encontró un listado con el nombre de doscientos requetés de la zona. El jefe de CT, José Luis Oriol, que tenía un chalet en el lugar en el que posteriormente se construiría el colegio de Izarra, compró un alijo de armas en Bélgica con el fin de armar a los requetés alaveses, que estuvieron entrenando en los meses previos a la sublevación. Para que quede claro, hablamos de personas comprometidas con una sublevación armada y violenta contra el gobierno legalmente constituido de la II República.

En cuanto se tuvo noticia de la ya esperada sublevación, los requetés fueron confluyendo en Vitoria, lugar desde el que partieron las órdenes a sus enlaces en otros puntos de la provincia para que hicieran lo mismo. Generalmente, estas personas fueron hijos de familias de clase media y alta que tenían relaciones clienterales y de patronazgo en sus lugares de origen. Este perfil se corresponde a la perfección con la del joven José Ramón Isasi Aldama, natural de Baranbio, cuyo padre Juan José, antiguo cabeza de Unión Patriótica y propagandista carlista, había fallecido en enero. Isasi, que era uno de los pocos individuos de la comarca y de toda la provincia que estaba afiliado a Falange, un partido muy pequeño antes de la guerra, tenía solamente 19 años, pero aún así logró organizar un grupo armado de unas treinta personas comprometidas con la sublevación. De hecho, las autoridades militares de Vitoria dejaron a Isasi como encargado de la sublevación en toda la Cuenca Cantábrica alavesa.

 

El día clave para la fallida sublevación en el Alto Nervión fue el domingo 19 de julio de 1936. Si hacemos caso a una denuncia posterior, que fue juzgada por el Tribunal Popular de Euzkadi, varios vecinos de la zona de Baranbio se reunieron en casa de Isasi donde Beatriz y Mercedes, hermanas de José Ramón, les habrían facilitado armas “con objeto de hacer frente a las milicias leales en el caso de que estos intentaran penetrar en dicha casa y poder participar en el alzamiento militar”. Se involucró a un tal Pepe, Severino Jauregui Larrazabal, Juan Mendieta Abin, Emilio Fernández Torre y Jesús y Dolores Iturbe Múgica, algunos de los cuales fueron acusados de esconder y transportar armas y defender la casa de Isasi a mano armada.

Como es lógico, existen dos versiones enfrentadas de lo que realmente ocurrió aquel fin de semana en Baranbio, la de los acusados y la de los acusadores. Los autos del Tribunal Popular de Euzkadi manifiestan que las dos hermanas Isasi, junto a otra hermana y un hermano, y sus dos sirvientes, Pepe y Severino, lograron pasarse al campo contrario. Sin embargo, otras personas, como la mujer de Severino, Dolores Iturbe, manifestaron que todos aquellos fueron detenidos al cabo de dos o tres días de “estallar el movimiento” para ser puestos en libertad tres o cuatro días después y huir a campo contrario. Según parece, realmente las hermanas Isasi fueron canjeadas por los dirigentes del PNV alavés Abaitua, Aguirre y Landaburu.

Según el testimonio del presidente de la Junta de Defensa de Baranbio, Julián Echevarria Larrazabal, el 19 de julio llegaron al pueblo procedentes de Vitoria varias parejas de la Guardia Civil y un oficial junto a varios falangistas, todos uniformados y armados, que se reunieron en casa de Isasi. Allí habrían estado Jesús Iturbe y Juan Mendieta, a quien habrían hallado oculto en la dicha casa al día siguiente. “De todo lo que hicieron, nada pudo ser por defender a la casa de Ysasi por que por entonces nada ocurría y los unicos que se movían en el pueblo heran ellos y lo hacían con total libertad”.

Los acusados negaron los hechos que se les imputaban. Por ejemplo, Jesús Iturbe declaró en primera instancia que aquel domingo por la tarde las hermanas Isasi le instaron a ir a su casa, donde se encontró a José Cerrillo, Evaristo Zuloaga, Juan José Iturbe y un tal Pepe, todos los cuales recibieron escopetas de las hermanas. Luego, se habría ido a su casa a altas horas de madrugada. Sin embargo, tiempo después alegó haber realizado estas declaraciones por miedo a ser asesinado, pues le amenazaban con ello. En todo caso, Emilio Fernández admitió haber sido objeto de ciertas proposiciones al respecto de la necesidad de defender la patria el sábado 18 por parte de María Luisa Isasi, y situó a Zuloaga en el lugar de los hechos.

Sea como fuere, lo cierto es que el joven líder de la sublevación en la comarca se dirigió a Amurrio aquel 19 de julio, a donde llegó a media tarde, a mitad del baile, en un coche decorado con banderas de Falange y la bicolor monárquica, pegando gritos y con alguna que otra exhibición de armas según parece. Pero el objetivo era alentar la sublevación de la unidad de la Guardia Civil destinada en esta localidad, por lo que Isasi y sus acompañantes se dirigieron al cuartel. El jefe del puesto, el brigada Plácido Aguado, sí era favorable a la sublevación pero los guardias Joaquín San Vicente, Sergio Mata, Pablo Ochoa, Benito Estíbalez y Raimundo Hierro se negaron a alzarse y advirtieron a su superior que acatarían las órdenes del gobierno republicano y ayudarían al pueblo a reprimir la sublevación. Fue San Vicente quien tomó la iniciativa e impidió a Isasi acceder al cuartel -situado en la desaparecida casona de los Lezama-, además de avisar al ayuntamiento de Laudio de la próxima llegada de Isasi. Por lo tanto, la figura del guardia Joaquín San Vicente se antoja clave para el fracaso de la sublevación en la comarca; a pesar de ello, en diciembre decidió ocultarse junto a su compañero Estíbalez y permanecieron escondidos hasta la entrada de los sublevados en junio, momento en que se presentaron ante sus tropas; eso no evitó que fueran juzgados.

Por su parte, el jefe del puesto de Laudio, el cabo Dionisio Ecenarro, dudaba sobre qué posición tomar ante la presión de Isasi y los requetés locales por un lado y la del Gobierno Civil de Vizcaya por otro para que se mantuviera leal al gobierno. En este momento, resultó decisiva la intervención del alcalde nacionalista Florencio Iñarritu, que ordenó a la Guardia Civil que detuviera a los requetés y protegiera el ayuntamiento. Finalmente, el cabo Ecenarro optó por obedecer a este último y detuvo a Isasi, si bien como contrapartida permitió que el caudillo requeté Eugenio Perea huyera a Vitoria. El cabo pasó a formar parte del Comité de Defensa laudioarra pero, dados sus antecedentes, no confiaban en el y en noviembre fue arrestado. Sin embargo, los sublevados no estaban dispuestos a perdonar “traidores” y, en su momento, ellos también lo detuvieron y encarcelaron por la denuncia que le puso la hermana de Isasi. El 20 de julio el capitán Juan Ibarrola Orueta se trasladó a Laudio desde Bilbao para hacerse cargo del puesto y restablecer el orden en la localidad. Los miembros del grupo de Isasi y los requetés locales tuvieron variados destinos: algunos fueron detenidos, otros lograron huir a Vitoria y alistarse en el Requeté y otros se alistaron en las filas republicanas para evitar represalias.

Mientras, en Artziniega los guardias civiles preguntaron al alcalde, el nacionalista Juan Zabalgoitia, por la posición que adoptaría el PNV ante la sublevación. Zabalgoitia respondió que tenía órdenes de mantenerse leal a la República, por lo que los guardias huyeron sin más por el puerto de Angulo.

Y en la vizcaína ciudad de Orduña, los requetés, que en los meses anteriores habían realizado ejercicios en Sierra Sálvada, estaban a la espera de instrucciones desde Laudio y Vitoria. El día 19 se reunieron en la taberna de Iza; algunos se mostraron partidarios de levantarse con las pocas armas que tenían pero había muchas dudas sobre a quiénes apoyaría la Guardia Civil y los forales de la ciudad. Al día siguiente, la Guardia Civil y algunos miembros de la Agrupación Republicana requisaron dinamita de la cantera de yeso, por lo que fue manifiesto que aquí tampoco iban a ser los guardias proclives al levantamiento. A lo largo de esta misma jornada, comenzaron a aparecer en la comarca patrullas de milicianos procedentes de la margen izquierda, forales y guardias vizcaínos. Y ya el día 22 llegó desde Bilbao una columna compuesta por guardias de asalto, guardias civiles y milicianos, al mando del comandante Aizpuru y el teniente Noguerol, y que se asentó en la comarca ocupando edificios en Amurrio y Orduña. Fue el germen de la que sería conocida como “Columna Aizpuru”.

Aquella misma jornada, un grupo de carlistas se desplazó hasta Vitoria para entrevistarse con Eugenio Perea, que ordenó que todos los requetés de Ayala se desplazaran hasta la capital. Los carlistas orduñeses lograron comunicar la orden y llegar a la ciudad a pesar de que, a su regreso, ya estaban siendo buscados por los leales al gobierno republicano. Tras estos hechos, hasta 67 requetés orduñeses se pasaron a campo sublevado.

Por lo tanto, el golpe de estado fracasó en el Alto Nervión, que quedó en territorio leal a la República. Años después, por junio de 1946, con ocasión de la formación de la interesada y parcial Causa General, se preguntó a municipios y Guardia Civil de la zona por las razones que habían motivado el fracaso de la sublevación en esta comarca. En términos generales, se apuntó a la falta de preparación y/o apoyo a los derechistas locales por parte de las autoridades provinciales, la falta de armas, así como la aparición de milicianos procedentes de Bizkaia para hacerse con el control de la situación. El ayuntamiento de Amurrio también señaló el hecho de que la topografía no reunía las condiciones para establecer un frente de guerra. Resultan de especial interés algunas de las apreciaciones de la Guardia Civil; el comandante del puesto de Amurrio consideraba también como factores del fracaso la falta de decisión de los derechistas y “tal vez por ser por estas regiones de ideas separatistas-vascos y no creyesen que con el triunfo de los rojos tendrian las consecuencias que tuvieron”. La Guardia Civil de Artziniega exageró considerablemente al afirmar que el golpe fracasó en aquella villa porque el 80 o 90% de la gente era separatista o de izquierdas. Lo cual ni muchísimo menos era cierto. Es significativo que no dijesen nada sobre la actitud favorable a la República que tuvieron los guardias civiles de la zona.

 

El componente ideológico solo fue uno de los factores que confluyeron a la hora de inclinar la balanza de la sublevación en la comarca hacia un lado u otro, y probablemente no el principal. El tradicionalismo era mayoritario en el Alto Nervión. Aunque algunos aún lo crean, ésta no fue una guerra contra los vascos. Fue una guerra civil en la plena extensión y literalidad del término en la que unos españoles lucharon contra otros españoles, unos vascos lucharon contra otros vascos, unos alaveses lucharon contra otros alaveses y, por supuesto, lo mismo ocurrió con los naturales de nuestra comarca. Muchos lucharon voluntariamente en el bando sublevado, no siempre por las mismas razones, y por supuesto sin saber, como nadie lo sabía, lo que ocurriría en el futuro. Muchos lucharon en el bando sublevado de forma obligada. Muchos lucharon voluntariamente en el bando republicano, no siempre por las mismas razones. Muchos lucharon en el bando republicano a regañadientes, para evitar represalias por su condición de derechistas. Y muchos lucharon primero en uno y luego en otro, por diversas razones.

Como resultado de todo ello, hubo más naturales del Alto Nervión en las filas sublevadas o franquistas que en el ejército republicano. Según los datos aportados por G. Ruiz Llano en su tesis doctoral, datos que no hemos logrado detallar ni localizar en su fuente original, unos 124 jóvenes, y otros tantos de más edad, escaparon de la Cuenca Cantábrica y se alistaron en Vitoria en el ejército sublevado a lo largo de la guerra. De hecho, cifra en 239 personas las nativas de los municipios alaveses del Alto Nervión –excluyendo, por tanto, la ciudad de Orduña, que aportó un número importante de combatientes a las filas requetés- que se alistaron voluntariamente en las filas sublevadas. De éstas, 210 lo hicieron en batallones requetés, 14 en falangistas, 8 en la Legión y 7 se enrolaron en unidades regulares del ejército.

Pero fueron muchas más las personas que combatieron forzosamente en las filas sublevadas: nada menos que 720. De éstos, 704 combatieron en unidades del ejército y 16 estaban realizando el servicio militar. A ellos habría que sumar otros 270 individuos que estuvieron encuadrados en batallones de trabajadores, prisioneros de guerra empleados como mano de obra forzosa. Por lo tanto, y según los cálculos del autor, el 4% de la población masculina de la comarca luchó voluntariamente en el ejército sublevado o franquista y el 16,8% lo hizo forzosamente. Esto nos lleva a concluir que uno de cada cinco hombres formaron parte de las filas militares sublevadas.

Pero esta afirmación requiere de una matización muy importante: cuando el Alto Nervión cayó en manos sublevadas en junio de 1937, aún restaban casi dos años de guerra, con movilizaciones de reemplazos, reclutamientos, etc. Además, parte importante de los reclutados forzosamente habían luchado anteriormente en el ejército republicano; así habría ocurrido con los encuadrados en batallones de trabajadores y con otros que optaron por unirse a alguna unidad sublevada antes de penar en prisiones y campos de concentración. Algunos, incluso, fallecieron combatiendo en el ejército al que previamente se habían enfrentado. Aún así, el número de voluntarios fue importante, y eso sin tener en cuenta a los orduñeses, muy numerosos en las filas requetés.

Veamos los datos municipio por municipio, confrontándolos con los que Ruiz Llano aporta para el ejército republicano, menos completos y exactos, menos detallados, pero orientativos en todo caso. Hay que tener en cuenta, como hemos dicho, que muchos hombres estuvieron primero en un bando y luego en otro.

Laudio aportó al menos 142 combatientes al ejército republicano. Los datos no están, como decimos, muy detallados y, de hecho, la vía por la que muchos de ellos accedieron al mismo no pudo ser determinada. También hay voluntarios y generalmente un mayor número de forzosos, que deben corresponder a aquellos reemplazos que fueron llamados a filas. Sin embargo, fueron nada menos que 257 los vecinos de este municipio que lucharon en el bando sublevado: 78 fueron voluntarios -73 de ellos como requetés, ya que en Laudio existió un Requeté bien organizado y preparado- y 179 fueron integrados forzosamente. Además, hubo 48 hombres que fueron destinados a batallones de trabajadores.

El municipio de Ayala aportó 219 combatientes al ejército republicano, de los cuales al menos 52 fueron voluntarios. Por el contrario, 267 formaron parte del ejército sublevado: 63 voluntarios -55 de ellos requetés- y 204 fueron reclutados a la fuerza. A ellos hay que sumar los 61 destinados a batallones de trabajadores.

En Amurrio, fueron al menos 152 las personas integradas en el ejército leal a la República, 52 de ellas voluntariamente. Por el contrario, 128 formaron parte de las fuerzas sublevadas: solamente 13 lo hicieron de forma voluntaria y 115 fueron movilizados forzosamente. Otros 53 terminaron encuadrados en batallones de trabajadores. En Amurrio, el PNV era fuerte, y también había una presencia relativamente importante de las izquierdas debido a sus recientes primeros pasos en la senda de la industrialización.

En el municipio de Artziniega, 69 hombres lucharon por el bando republicano y 56 lo hicieron en las filas rebeldes: 12 voluntarios y 44 forzosos, además de otros 25 en batallones de trabajadores.

En Lezama, fueron 102 los hombres que formaron parte del ejército republicano, justamente el mismo número de los que lo hicieron en el bando sublevado, de los cuales solo 17 fueron voluntarios y los 85 restantes se encuadraron de manera forzosa. Eso sí, hubo otros 48 hombres destinados a batallones de trabajadores.

Finalmente, en Okondo solamente 29 personas formaron parte del ejército republicano, mientras que 44 fueron reclutadas forzosamente por los sublevados, además de 13 voluntarios. Solamente 17 de sus vecinos pasaron por batallones de trabajadores.

No disponemos de datos al respecto de los movilizados en el ejército republicano en el ayuntamiento de Arrastaria. Sí sabemos que aportó la nada desdeñable cifra de 43 voluntarios a las fuerzas sublevadas, casi todos requetés, y otros 32 se incorporaron forzosamente. 19 hombres fueron enviados a batallones de trabajadores. Habría que señalar que, en Arrastaria, a principios de septiembre de 1936 sus vecinos decidieron evacuar el municipio con libertad para elegir entre desplazarse a Urkabustaiz, y por lo tanto a territorio controlado por los sublevados, o a Orduña u otras localidades aún leales a la República. Según se dice en otros lugares, al parecer en estos movimientos influyeron más las relaciones familiares que las estrictamente ideológicas.