La Tierra de Ayala contra los poderes vizcaínos

La construcción del Camino Real entre Bilbao y Pancorbo, finalizado hacia 1772-73, supuso una notable agilización del comercio entre la villa vizcaína y Castilla. Esta carretera fue financiada por el Señorío de Vizcaya, la Villa de Bilbao y el Consulado de Comercio, y se trazó, aproximadamente, sobre el camino que unía ambos puntos desde siglos atrás pero en unas condiciones mucho mejores y con tramos nuevos.

Eso supuso que se ocuparan terrenos particulares, por lo que estaba previsto que sus propietarios recibieran una compensación económica. No hubo problemas al respecto hasta que las obras llegaron al valle de Laudio. Entonces, el señor de Murga, que por entonces era vecino de Xemein (Bizkaia), pretendió ser compensado por la apropiación de unos terrenos propios con el doble de su valor real. No tuvo éxito en sus reclamaciones.

Era el mes de mayo de 1767 y las obras llegaron a la localidad de Saratxo. Fue entonces cuando entró en escena otro individuo que, como Murga, también descendía de una de las cinco casas de Parientes Mayores de la Tierra de Ayala. El conflicto se iría enredando hasta llegar al problema esencial: ¿quién tiene la competencia para juzgar lo que ocurre en aquellos lugares que ocupa la carretera? ¿Los que la pagan o las autoridades del lugar que atraviesa?

Las primeras protestas

Joseph Ignacio de Salazar y Muxica era vecino de Astobiza y señor de la torre del mismo lugar. Tenía 31 años pero aún actuaba en nombre de su madre, ya que no heredaría el mayorazgo hasta el momento de su boda. Fue el último Salazar que habitó en la Torre de Astobiza, ya que pasó a vivir a Sopuerta poco después. Por entonces, no solo era el heredero de la torre y todas sus pertenencias, sino también del mayorazgo de la casa de Ugarte de Amurrio, al que pertenecían diversos bienes en el pueblo de Saratxo: un caserío en el barrio de Derendano, dos molinos con sus casas (los de Landaberde) y otra casa “más abajo del molino bajero” para el servicio de los mismos, además de todas sus heredades y pertenecidos correspondientes. También tenía unas heredades de pan llevar entre la iglesia y la casa de Ibarra, que fueron del Conde de Ayala.

Joseph Ignacio de Salazar protestó por la ocupación de dos heredades y un jaro, arruinándole las mieses y las cerraduras, por lo que solicitaba una compensión económica y que se restablecieran las cerraduras tal y como estaban. La primera de esas heredades estaba situada más arriba de la cabaña del molino, cerca de la casa de Nicolás de Salazar, vecino del lugar, y de la casa nueva de Manuel de Lezama, vecino de Amurrio. La segunda heredad estaba bajo las casas de Aretxaga, y la carretera las atravesaba por el medio.

Esto fue notificado “junto a la venta que llaman de Menditueta” a Matheo de Aguirre, vecino de Menagarai y maestro principal de la obra; y a Manuel de Uriondo, vecino de Orduña y sobrestante de la obra.

En agosto, ocuparon otra heredad del mismo propietario cerca de la casa que en el barrio Zubiaur habitaba Juan Manuel de Larrazabal, natural de Lezama, casado con Luisa de Ibarrola, la verdadera propietaria de la casa. El barrio de Zubiaur se correspondería aproximadamente con el actual Los Mesones, donde también estaba la citada casa de Ibarra. Esta vez, Joseph Ignacio de Salazar pidió que Matheo de Aguirre fuera encarcelado.

Ya en septiembre, Maria de Gurbista, por incapacidad de su marido Diego de Unzueta, protestaba porque frente a su casa y cabaña contigua habían levantado un paredón que impedía la entrada de carros y caballerías, por lo que tenían que emplear una escalera de mano para acceder a la cabaña. Afirmaba también que Matheo de Aguirre allanó un terreno contiguo a su casa que estaba cercado de pared y, cuando lo trataron de impedir, los trató muy mal de palabra.

Para entonces, el alcalde ordinario de la Tierra de Ayala Juan de Zulueta, vecino de Lezama, ya había emitido un auto de encarcelación contra Matheo de Aguirre, que le fue entregado el 1 de septiembre por el escribano Gerónimo de Arana, también de Lezama.Aquel día había una serie de operarios trabajando junto a la casa de Diego de Unzueta. Los vecinos de Saratxo Simón de Angosto, Domingo de Mendibil y Joseph de Oribe estaban llevando piedra con sus carros. Mientras, en los paredones estaban contruyendo Domingo García, de Laredo; Bonifacio de Angulo, de Madaria; Manuel de Lanbarri, de Menagarai; Manuel de Gorbea, vecino de Erbi; y Joseph Saenz de Gamboa, natural de Nanclares de Gamboa.

Como consecuencia de estas protestas, Matheo de Aguirre fue destituido por haber intervenido en las heredades antes de que se hubieran tasado y negociado las indemnizaciones con los propietarios. A partir de entonces las obras estuvieron a cargo de Joseph de Maruri y Joseph de Pagueta, vecinos de Bilbao, siendo sobrestante Domingo de Aldama, vecino de Saratxo y  natural de Añes.

Finalmente, en diciembre, Joseph Ignacio de Salazar protestó porque se habían sacado 50 o 60 carros de piedra de unas reservas que su madre había sacado del río para evitar que alguna avenida de agua rompiera el cauce del molino harinero que tenía en el término de “elguaren”.

En definitiva, Salazar y Unzueta fueron pagados por la ocupación de sus terrenos, pero las protestas iban encaminadas a que se les construyeran unos paredones muy caros. Los responsables de la obra afirmaban que así lo venían ejecutando, a pesar de que no tenían obligación de hacer paredes y cerraduras, y que todos habían quedado satisfechos, menos el citado Salazar, que continuó adelante con las protestas.

Intervienen las autoridades ayalesas

Desconocemos las causas por las que este conflicto permaneció latente hasta 1771, pero lo cierto es que las obras apenas avanzaron en Saratxo en este tiempo. A principios de abril de aquel año, Pedro de Lecanda, vecino de Larrinbe y alcalde ordinario de Ayala, ordenó que no se trabajara en las obras en terrenos de Salazar hasta que fueran atendidas sus reclamaciones. Sin embargo, las partes interesadas en la construcción del camino no admitieron la potestad de las autoridades ayalesas para poder intervenir en asuntos relacionados con la carretera, de acuerdo a una Real Cédula emitida anteriormente por el rey.

Por eso, Lecanda acompañado por un gran número de hombres se encaminó a Saratxo el 9 de abril y allí, en el “término de los mesones”, encontraron a una quincena de operarios trabajando en el camino, entre los que se encontraban los locales Manuel de Lezameta, Joseph de Zulueta, Thomas de Pinedo y Domingo de Thelleria, que era criado de Francisco de Arberas. También estaban Francisco de Iturribarria y Silbestre de Basoaldu, de Maroño; Juan de Larrondo, de Orduña; y unos cuantos vizcaínos, además de un burgalés. Incluso se hallaba una mujer, Brigida de Loizaga, vecina de Beluntza.

Viendo que las obras no se habían detenido, tal y como había ordenado el alcalde, trataron de detener a los responsables, es decir, a Pagueta y al sobrestante Aldama. El primero huyó a paso ligero hacia la jurisdicción de Orduña y el segundo ya se encontraba alli. Salazar y Maria de Gurbista los reclamaron a la justicia de Orduña para que fueran encarcelados en la Tierra de Ayala, a lo que aquella no accedió. Los dos fueron descritos como hombres de 36 a 40 años, estatura proporcionada como de dos varas, barba negra, color blanco encendido, ojos garzos, nariz aguileña y buenas las demás facciones del rostro, fornidos, robustos y gruesos de cuerpo. También se describen sus atuendos.

Pero las obras no se detuvieron. Así, el 1 de mayo Lecanda fue a Saratxo con numerosos acompañantes hacia las 6.30 de la tarde. Allí encontraron a unas 40 personas trabajando y detuvieron a unas cuantas, siendo el más destacado Martín de Urquidi, escribano de la ciudad de Orduña. Con los ayaleses iba el también escribano Joseph Benito de Zulueta, vecino del barrio Ulibarri de Lezama, quien llegado a la casa de Diego de Ugarte en el barrio Aldaiturriaga de Amurrio se despidió retornando a su casa. En la escritura, se excusaba por haber dado fe de lo ocurrido el día 2 “por haber llegado a deshora a su casa y fatigado de lo mucho que había andado a pie”. Los presos y sus captores hicieron noche en la venta de Aretxabala, en Olabezar, siendo llevados al día siguiente a la carcel pública que habían trasladado a Menagarai.

La mayoría de los detenidos afirmaba trabajar simplemente para ganarse el jornal y “poder pasar la vida”, a las órdenes del alistador Martín de Arza. Entre los detenidos había un guipuzcoano, Joseph de Mecolaeta, natural de Antzuola, peón de cantería y viudo de 46 años; el orduñés Juan de Larrondo, labrador y peón de cantería, casado de 40 años; tres personas de Berriz, tanto solteros como casados, que llevaban pocos días trabajando allí y que fueron informados de que, si les detenían, simplemente obedeciesen; dos vecinos de Maroño llamados Francisco Javier de Aldama y Francisco de Iturribarria, y otros dos paisanos de éstos, de 22 años, huérfanos de padre y solteros, llamados Silbestre de Basualdo y Dionisio Ortiz.

En el camino de Saratxo a Amurrio detuvieron también a Antonio de Cenita, maestro cantero de Elorrio, casado de 44 años, que había estado delineando el camino desde Amurrio hasta “junto a la casa que llaman del yndiano de orduña sita junto a la puente de Saracho”, por orden de Manuel de Salcedo (Capitán de Infantería agregado a la plaza de San Sebastian, y comisionado para la construccion del nuevo camino carretil) y el Director Joseph Santos Calderón. A ello se había dedicado con Manuel de Landa, vecino de Amurrio, y otros operarios a los que dijo que no podía hacer nada a menos que acudiera Joseph de Durana, perito nombrado para reconocer los daños causados en la construcción y que estuviese con “la yndianesa” para que se conformase en el modo de las cerraduras de sus heredades.

Una tropa foránea invade Ayala

Aunque Lecanda ordenó liberar a los presos el día 9, y con la quimera suscitada sin resolver en el Consejo Real, la mañana del 10 de mayo entró en la Tierra de Ayala una Compañía de Granaderos del Regimiento de Milicias de Burgos comandada por un oficial y asistidos por el escribano Juan Agustín de Sagarvinaga y por un ministro del Corregidor de Bizkaia.

En primer lugar, fueron a Menagarai. Juan Antonio de Madaria los vio pasar junto al santuario del Santísimo Cristo de la Calzada, y los hombres a caballo fueron a casa del gobernador, que estaba ausente por haber asistido a la “romería que se celebró en Orduña los días 8 y 9 de mayo”, por lo que fueron directamente a la cárcel.

Allí se encontraba Andrés de Alzate junto a su hija Josepha custodiando a los 11 presos. El alcaide era su hijo Joseph Antonio, que estaba ausente en Zuaza. Los granaderos le comunicaron que tenían orden del Corregidor de Vizcaya para que liberase a todos los presos, a lo que contestó que solo el alcalde ordinario de Ayala podía ordenarlo y que además debía tomar cuenta de lo que debían los presos. El alcalde de Orduña Manuel Santos de Amati, que también les acompañaba, contestó que pagase quien los había capturado, y amenazaron con sacarlos por la fuerza. Entonces, por miedo y bajo amenaza, al saber que en el barrio de Mendieta había más soldados esperando, puso en libertad a los presos y se los llevaron.

En segundo lugar, tras pasar por Orduña, la tropa de granaderos fue, a las 5 o 6 de la tarde, a la casa de Pedro de Lecanda en Larrinbe, con la compañía del dicho Amati y Antonio Santos de Viguri su asesor, asi como de muchos hombres de la ciudad y trabajadores del camino armados con escopetas. Según un testigo, se trataba de un grupo de unos 40 o 50 soldados y muchos paisanos, que en total serían unos 100.

Cercaron su casa, que era propiedad de Francisco Antonio de Sauto, de 25 años y residente en una casa inmediata, testigo de todo lo ocurrido. La registraron por completo, y al no hallar a Lecanda en ella interrogaron a su mujer, Maria Antonia de Ugarte. Con ella se encontraba su hermana Agustina, natural de Amurrio. Ambas describen cómo media docena de soldados les robaron varias longanizas de la cocina ante sus airadas e inútiles protestas y cómo oyeron a los chicos de los vecinos gritar que les estaban saqueando la huerta. También les descorcharon una colmena y les requisaron todos los bienes y alhajas que encontraron en la casa. Un detalle curioso que señalan es que los asaltantes llevaban un loro o un papagayo enjaulado en la punta de un palo alto.

Después, según testimonio de Miguel de Angulo, llegaron desde Larrinbe a Saratxo 38 granaderos con su oficial y un criado que le asistía, y llamaron a los regidores, que a la sazón eran Gaspar de Zulueta y Domingo de Aldama, el sobrestante, que estaba ausente. A Gaspar le ordenaron que preparase alojamiento para la tropa, lo que ejecutó repartiéndoles entre tres o cuatro casas, situación que se mantuvo los dos días siguientes. Pero viendo que no se marchaban los distribuyó por todo el pueblo. También se le ordenó que debían proveer las raciones de pan para su alimento y parece ser que, ante las reticencias del regidor, se le dijo que estaba obligado a hacerlo e incluso a entregarle cualquier cantidad de dinero que necesitara para el mantenimiento de la tropa. Tambien se le obligó a traer la carne necesaria de la ciudad de Orduña cada tres o cuatro dias. Ante las quejas, Viguri le dijo que el mejor remedio era ayudar a concluir el trozo de camino. No les pagaron nada por las raciones ya que les dieron recibos que tiempo después aún tenían en su poder.

Pero los vecinos de Saratxo no solo tuvieron que mantener a la tropa, sino también a Martín Santos de Amati como comisionado del Corregidor, Antonio Santos de Viguri, Joseph de Garay, el escribano Sagarbinaga y su amanuense, y un alguacil del corregidor. Todos ellos formaron una especie de audiencia en la casa de Juan Manuel de Larrazabal, en el barrio Zubiaur. Y si bien Miguel de Angulo afirmó que la tropa con su buena disciplina no causó ningún problema, más bien al contrario, Larrazabal protestó porque su suegra Maria Santa de Lecubarri fue tratada de puerca por el alguacil del Corregidor por no haber querido condescender “en servir con igual abundancia en la segunda mesa que en la primera”.

El 13 de mayo los vecinos de la zona comunicaron al Diputado General y Maestre de Campo de la Provincia de Álava los atropellamientos que estaban padeciendo, teniendo además alojados en sus casas al oficial y los soldados. El Diputado averiguó que el teniente Francisco Pérez Salazar había llegado a Bilbao con 38 soldados, y sus órdenes originales eran ir a Burgos sin detenerse. Como ninguna tropa foránea podía alojarse en la Provincia sin su permiso, emitió un despacho comunicando al teniente que abandonase el territorio, pagando las raciones, alojamientos y bagajes. Pero el Teniente se negó, so pretexto de que había sido enviado por su General a auxiliar al Corregidor de Bizkaia, quien le había mandado a Saratxo bajo el mando de su comisionado, el Alcalde de Orduña.

En todo caso, el 18 de mayo los responsables de la obra mandaron retirar la tropa por los gastos que estaban causando.

La reacción ayalesa

El 22 de mayo reapareció Pedro de Lecanda. Este hombre se definía a si mismo como “un simple labrador” y, de hecho, solo era dueño de unos pocos muebles de cortísimo montamiento”. Por ello, informado de lo ocurrido en su ausencia, recurrió a Juan Valentín de Ibarrola, único abogado secular en el que dijo confiar, puesto que dos abogados eclesiasticos se habian excusado. Posteriormente, Manuel de Salcedo presentaría a Lecanda como un títere de Ibarrola, al que habrían escogido de entre los cinco alcaldes de Ayala por no tener nada que perder y por ser de su devoción. Lecanda también fue socorrido por el escribano Gerónimo de Arana.

Primero, se ordenó el arresto de todos los naturales de la tierra que hubieran tenido participación en los altercados cometidos en casa de Lecanda. Segundo, que fuesen prendidos Joseph de Maruri, Joseph de Pagueta y Domingo de Aldama. Dado que creían que se encontraban refugiados en las casas de Antonino de Uriarte y Joseph de Padrabieta, curas de Saratxo, pidieron permiso para registrar sus casas al vicario de Ayala, el licenciado Joseph Antonio de Arriaga, también de Lezama como Ibarrola y Arana, que lo concedió.

En consecuencia, al día siguiente, dia 23 de mayo sobre las 8 de la mañana, se reunieron Pedro de Lecanda, el escribano Arana, el asesor Ibarrola y 32 mozos paisanos vestidos de “chamarretas encarnadas con palos largos en la mano al uso del país” para ir a Saratxo al registro de las casas de los curas.

La operación estaba bien preparada, ya que incluso enviaron a una persona con carta a Bilbao para que gentede confianza vigilase si salían nuevas tropas, para dar aviso. Ya el día anterior, un representante de la Tierra de Ayala protestó en el Consejo Real por la invasión de la tropa foránea, de modo que se vio “ultrajada su justicia, violentada su Carcel y allanada su casa del Alcalde con vilipendio de su familia executado uno y otro de poder absoluto por un Juez estraño con el nombre de Comisionado de otro igualmente forastero”. Por ello, pedía que se condenase al Corregidor, al alcalde de Orduña y al abogado en las penas pecuniarias y personales que correspondiesen.

La tropa organizada por Lecanda pasó a Saratxo y desde allí enviaron a Domingo de Calzada menor, vecino de Lezama y porteador habitual de la correspondencia con la ciudad de Orduña, portando una carta de Pedro de Lecanda dirigida a Amati en la que decía haber notado la mejoria de los caminos en su ausencia y que “no dudo tenga Vmd el buen gusto de benir a continuar lo comenzado, dandome al mismo tiempo algunas luzes de modo con que he de llenar los guecos del cumplimiento de mi obligacion en el trabajoso empleo de Alcalde Ordinario de esta M. N. Tierra”. Lógicamente, la parte contraria percibió la provocación de la misma e hizo caso omiso.

Aquel día no encontraron a nadie trabajando, pero fueron informados de que los obreros se habían marchado de madrugada, después de estar trabajando desde el día 10 en las heredades de Salazar con la ayuda de la tropa militar para conducir material con carros. Los vecinos de Saratxo Ignacio de Ugarte (labrador, 34 años), Francisco de Arberas (herrero y labrador, 30 años), Manuel de Orue (labrador, 19 años) y Joseph de Zulueta (labrador de 17 años) constataron la veracidad de esto último, y fueron encarcelados.

Todo el grupo se encontraba junto al camino real cuando llegó a paso ligero un caminante procedente de Bilbao, quien dijo que iba a Burgos en busca de dos soldados desertores, pero no llevaba las habituales cartas con su descripcion ni despacho alguno. Al final resultó que llevaba una carta para Joseph de Pagueta que la noche anterior le había entregado el hijo de Maruri y el alcalde Lecanda ordenó que la entregara en la casa en que había estado ospedado Pagueta y después le llevó preso. Se llamaba Manuel de la Cruz, era natural de Logroño y vecino de Bilbao, de 35 años.

Luego fueron a examinar las casas de los citados clérigos beneficiados de Saratxo, lo que no pudieron hacer en el caso de Uriarte por estar ausente y hallarse la casa cerrada. No encontraron a nadie en casa de Padrabieta.

Se ordenó despues parar todas las caballerías vacias que pasasen por alli rumbo al mercado de granos que se celebraba en Orduña con ocasión de la fiesta de San Juan. Y tambien ordenaron que fuesen a Amurrio y Luiaondo, donde se estaban construyendo dos tramos de la carretera, para ver si entre sus trabajadores se hallaba alguno de los que habian participado en los excesos.

Luego se presentó Juan de Echavarria, soltero de 28 años del lugar de Larrinbe, emisario de los maestres y sobrestantes para suministrarles las noticias secretas que le facilitaba el hecho de ser convecino de Lecanda, y fue apresado. Este espía posiblemente fue el que dio el chivatazo por el que todos los obreros habían desaparecido justo la madrugada anterior. Sin embargo, al ser interrogado afirmó que creía haber sido detenido solo porque había trabajado algunos días en la carretera. Antonio de Arrieta, Josef de Mecolalde y Francisco de Respaldiza fueron otros de los interrogados.

La resolución final

Finalmente, el día 25 Lecanda, el escribano Arana y su asesor Ibarrola fueron a Menagarai a tomar declaración a los que había apresado en Saratxo el día 23. Sin embargo, en Respaldiza se presentó Gregorio Diaz de Olarte, síndico procurador de la Tierra de Ayala, quien exhibió un Real Despacho mandado librar por los señores del Supremo Consejo de Castilla el dia 18 por el cual fueron servidos de terminar la ruidosa competencia entre Lecanda y el Corregidor de Vizcaya con motivo de la obra del nuevo camino, estimando dicha competencia a favor de las justicias ordinarias de la Tierra de Ayala.

Este triunfo de los ayaleses fue altamente considerado por sus autoridades y así lo reflejaron a la hora de reunir en un expediente todo el proceso por quanto combiene a la perpetua memoria del teson con que tan dignamente a sabido Vmd defender su Jurisdicion ordinaria en competencia de tres comunidades tan poderosas…”.

El 3 de junio, el comisionado Manuel de Salcedo presentaba un largo y detallado memorial defendiendo los intereses del Señorío, la Villa y el Consulado, en el que finalmente afirmaba que la resolución favorable dada a la Tierra de Ayala facilitaría que sus vecinos se opusieran al avance de la carretera. Sin embargo, no tenemos más datos de lo ocurrido posteriormente y, de hecho, la carretera no tardó mucho en estar finalizada y abierta al tránsito.

 

Una cuestión de honor en el Amurrio del siglo XVII

Durante el Antiguo Régimen, la Chancillería de Valladolid era el máximo tribunal de justicia, a quien se apelaba aquellas sentencias emitidas por las autoridades ayalesas que no eran del agrado de los pleiteantes. Es por ello que en su archivo se conservan numerosos pleitos que atañen a nuestra tierra, de los cuales no pocos tratan sobre cuestiones de honor. Es decir, consistían en pleitos interpuestos entre vecinos por insultos y descalificaciones que atentaban contra su honor de hidalgos, a cuenta de los cuales se enfrascaban en largos y costosos procesos judiciales.

Evidentemente, en estos pleitos las versiones de las partes acusadoras y acusadas suelen diferir considerablemente y siempre resulta dificil saber qué fue lo que ocurrió con exactitud. Pero consideramos que el conocimiento de la verdad de los hechos no es lo más importante, sino los datos que cada texto nos muestra sobre el funcionamiento de la sociedad de la época.

 

Un pleito entre escribanos

El caso que nos ocupa consiste en un pleito que tuvo lugar entre escribanos naturales y residentes en Amurrio. En aquella época, los escribanos no eran escasos en la Tierra de Ayala: solo en Amurrio había entonces una media docena. Los escribanos intervenían en todo lo relacionado con la actividad pública al mismo tiempo que eran los que daban fe de todo tipo de transacciones, compra-ventas, fundación de censos e hipotecas, emisión de poderes, etc. Además, actuaban como intérpretes en un momento en que el euskera sería el idioma común, y probablemente el único, de la mayor parte de la población. Por lo tanto, eran unas figuras de gran importancia y reputación en el seno de la comunidad, con una enorme ascendencia e influencia sobre la población.

Un ejemplo lo constituye la familia Uriarte, propietaria de los molinos y ferrería de Zabalibar, que en los siglos XVI y XVII dio varios escribanos y controló la vida pública de Amurrio y de la comarca gracias a su importante ascendencia como escribanos, sus relaciones personales y, según parece, sus coacciones, que motivaron a su vez numerosos pleitos. De ello quizá hablemos en otra ocasión.

El pleito que nos ocupa se inició el septiembre de 1662 cuando el escribano Felipe de Lezama-Eguiluz demandó al también escribano Diego de Sarachaga y a su madre Maria Alonsa de Larrazabal-Murga por haber amenazado e injuriado tanto a el como a su mujer y familia, atentando gravemente contra su reputación y honor. Es por eso que, en su demanda, lo primero que hizo Felipe fue exponer su hidalguía y demostrar su descendencia de los más ilustres solares de Amurrio y su entorno. Por su valor informativo, reproducimos la información en las próximas líneas.

 

El linaje de los Lezama

Durante varias generaciones emplearon el apellido compuesto “Lezama Eguiluz”, dado que eran descendientes de la casa de Egiluz, una de las principales de la Tierra. Pensamos que, del mismo modo que los Ibargüen adoptaron el apellido Amurrio al trasladarse a Labastida y que muchos se pusieron Ayala al emigrar a Castilla, algún hijo de la casa de Egiluz adoptó el apellido Lezama al trasladarse a Amurrio, aunque aquella casa solar se encontrara en Astobiza.

El primero de este linaje que conocemos es Martín Saenz de Lezama, casado con Catalina de Bañueta en Amurrio en la primera mitad del siglo XVI. No podemos determinar si fue el primero de los Lezama de Amurrio o no. Fueron padres de otro Martín Saenz, casado con Juana de Berganza (descendiente de la casa y torre de Berganza), que fueron durante muchos años alcaides del castillo y cárcel de Mendixur. Además, fueron dueños de “las casas y solares de landa, susoco y menditu”, esta última por compra a sus propietarios hacia 1592. Según parece, sus padres ya habían sido propietarios de la casa de Landa.

Hijo de Martín Saenz y de Juana fue Bartolomé, escribano casado con Marina de Ugarte Mariaca. Esta era hija de Iñigo Martínez y Catalina; nieta de Martín de Ugarte y Marina de Iturralde, dueños que fueron de la casa de armas infanzona de Ugarte, mientras que Catalina era descendiente de la casa de Mariaka.

Finalmente, Bartolomé y Marina fueron los padres de Felipe de Lezama Eguiluz, nacido en Amurrio en 1614. Estaba casado con Casilda de Sagarribay Arechederra, descendiente de las casas torres y solares de Mariaka, Saerin (de la que derivó la de Sagarribai) y Aretxederra. Felipe y Casilda tenían, en el momento del pleito, cuatro hijo varones y dos hembras. El mayor, Francisco, tenía 20 años y ya era clérigo beneficiado en la parroquia de Amurrio, si bien su padre tenía intención de enviarle a estudiar a Valladolid. Los otros tres hijos estaban estudiando en Orduña y los tres se casarían posteriormente en la localidad, dando lugar a las diversas ramas del apellido Lezama en Amurrio.

 

El acusado

Hemos visto que Felipe de Lezama y Casilda de Sagarribay descendían de los más ilustres linajes de la localidad. Esto, unido a su condición de escribano e importante propietario, le convertía sin duda en uno de los hombres más destacados de la zona. El acusado, si bien no gozaría de un status social tan alto, no era un individuo cualquiera. Diego de Sarachaga contaba con unos 28 años por entonces pero ya era escribano en la Sala del Crimen de la Chancillería de Valladolid, ciudad en la que, al parecer, se crió. Era hijo de Francisco de Sarachaga, natural del caserío Saratxaga de Amurrio, y de Maria Alonsa de Larrazabal-Murga, propietaria del caserío Larrazabal, descendiente de la casa de Murga y, quizá, hermana de Francisco de Larrazabal, que también fue escribano y que fundó un vínculo sobre la casa de Armuru.

En todo caso, la reputación de esta familia seguramente estaba un poco resentida por aquel entonces. Sabemos que Francisco de Sarachaga había sido acusado por perjuro por parte de Felipe de Lezama años antes, y como resultado Francisco estuvo un tiempo encarcelado. Además, ya había pleiteado con Martín Ortiz de la Plaza por ciertos pagos de dinero, mientras que Maria Alonsa fue denunciada en el tiempo en que su marido se encontraba encarcelado en Valladolid a cuenta de la posesión de una prenda de lujo

 

Los hechos

Una tarde de finales de agosto de 1662, Felipe de Lezama se encontraba frente a sus casas con un soldado que por cuenta suya pasaría a servir al rey, y en compañía del escribano Domingo de Echeguren, vecino de Olabezar, y otras personas, cuando Diego de Sarachaga salió de la casa de Martín de Arana, que se encontraba justo al lado. Según la versión del denunciante, Diego le instó a salir a su encuentro si era hombre, “braço a braço y cuerpo a cuerpo”. Mientras sus acompañantes llevaban a Felipe a la portalada de la casa para que ignorase las provocaciones, Diego desenvainó la espada gritando que “no había salido botando a christo el pendejo, infame malnacido, cornudo, cabrón, tocino, que no sabía de donde era su padre”, que construía torrejones y casas nuevas con lo que robaba, y que le iba a matar y dar fuego a sus casas. En esta situación, al parecer por la tensión del momento, quizá nerviosamente, su mujer Casilda comenzó a reir, por lo que Diego la llamó “enpañada, mondonguera, francesa”. Varios vecinos se habrían llevado a Diego hacia su casa, pero los días siguientes anduvo por el pueblo, siempre según la versión de Felipe, jactándose de que había jurado por Dios que le iba a matar y lo mismo haría a su hijo Francisco.

En septiembre, Felipe realizó una primera denuncia por estos hechos, alegando que había atentado contra su honor de hidalgo y su reputación y la de su mujer. Sin embargo, parece que el conflicto estuvo latente hasta junio de 1663, seguramente por haber estado Sarachaga en Valladolid. Así, en la noche de San Juan (24 de junio) entró en la casa torre de la ya muy anciana Casilda de Urrutia, dueña de la torre de Urrutia, por haber escuchado que Felipe se encontraba allí, y causó gran temor entre los allí reunidos por haber desenvainado la espada.

Dos días después, martes, Felipe volvía con varias personas de la feria de Quejana cuando Diego le salió al encuentro en el campo de Saraube, volviéndole a amenazar. Diego se bajó del rocín en el que iba y trató de agredirle con la espada, que se le quebró, y los acompañantes evitaron que la cosa fuera a mayores. En todo caso, retó a Felipe a salirle al encuentro por la noche al “campo de sananton”. Diego habría aparecido en dicho lugar con un asador en la mano, a falta de espada, expresando una vez más sus intenciones de matarle. Evidentemente, Lezama no se presentó así que el jueves día 28, cuando estaba delante de su casa, volvió Diego a retarle y amenazarle, sin éxito.

Al día siguiente por la mañana, festividad de San Pedro, y siguiendo con la versión de Felipe, Diego habría acudido al cementerio de la parroquia donde estaba Francisco de Lezama Eguiluz junto a los otros beneficiados de la iglesia y muchos vecinos. El escribano le hizo “ciertos cargos injustos”, concretamente le acusaba de haber escrito desde Valladolid a su padre diciéndole que Sarachaga había sido desterrado de aquella ciudad. Al parecer, le agredió y después entró en la iglesia al tiempo de la misa mayor, que los sacerdotes detuvieron para expulsarle del templo. Aunque al principio se habría negado, finalmente salió y esperó a Francisco en el exterior, quien salió por otra puerta a dar al “campo de elejondo” y de ahí se fue a casa de sus padres.

Por último, para reforzar su acusación, Felipe de Lezama trató de mostrar los pésimos antecedentes y reputación de Diego de Sarachaga. Por ello, afirmó que era un hombre tan blasfemo que había agredido con un palo al clérigo beneficiado Francisco de Bañueta sin razón alguna. Afirmaba también que dicho escribano había salido de noche muchas veces a buscarle por el pueblo, acusándole de esconderse en su casa como una gallina, lo cual Felipe no negaba, ya que tenía miedo. Decía que Sarachaga era un mozo robusto y valiente.

 

La versión del acusado

Después de estos hechos, Felipe presentó una nueva denuncia ante el alcalde y juez ordinario Domingo de Echeguren, que ya hemos visto que era próximo a Felipe, y Diego de Sarachaga y su madre Alonsa de Larrazabal fueron apresados e interrogados. Es en ese momento en el que obtenemos la versión de los hechos de la otra parte implicada. Diego señalaba que el origen del conflicto entre ambos no eran los rencores familiares (de hecho, afirmó no tener noticia de que sus padres no se comunicaban con la parte contraria, lo que parece improbable), sino un hecho ocurrido la noche del día de Nuestra Señora de Agosto. Junto a su cuñado Francisco de Cañarte, también escribano, y otras personas, se hallaba entreteniéndose en el “campo que llaman detras de la yglesia”, cuando vio que Juan de Uriarte, vecino de Olabezar, tenía agarrado por el cuello a Presebal de Orueta Muxica, alcalde ordinario de la Tierra de Ayala, vecino de Luiaondo y uno de los más notables de la comarca.

Para poner punto y final a la agresión y ayudar a la justicia, Sarachaga habría golpeado con la espada a Uriarte para que soltara a Orueta. En ese momento llegó Felipe de Lezama, encolerizado en compañía de cuatro o cinco hombres, de manera que le agarraron los brazos por detrás para quitarle la espada, y con ella le dieron una cuchillada en la mano izquierda y un golpe en la cabeza, a resulta de los cuales sangró abundantemente y tuvo que regresar a casa a curarse. La versión de Felipe de estos hechos es que le había arrebatado la espada, y nada más.

Tras permanecer unos días en cama, por fin se recuperó y, ofendido por el daño recibido cuando trataba de ayudar a la justicia, un día salió “a boca de noche” para dirigirse al sitio donde fue herido y allí encontró a unos 6 u 8 hombres en corro, a los que habría dicho, cogiendo la espada, que el que le había herido era un cornudo cabrón. Esto habría ocurrido frente a la casa de Felipe de Lezama. En ello apareció su mujer, que estaba en el portal de su casa, y dio una gran risotada. Es por eso que Diego le preguntó a ver de qué se reía “la enpañada ynglesa” (no francesa, como expresaba Felipe), pero afirmaba que no se lo dijo con ánimo de injuriarla sino por ser mujer “gruesa y de mucha carne”. Negaba todo lo demás.

En cuanto al encuentro ocurrido en el campo de Saraube, su versión era que no quería matarle sino solo saber por qué había pregonado falsamente por la Tierra de Ayala que había sido desterrado de Valladolid por 2 años por haber hecho cierta falsedad, lo cual achacaba a una información remitida por escrito por parte de Francisco de Lezama Eguiluz a sus padres. Es por ello que el día de San Pedro fue a la iglesia a hablar con el susodicho, al que admitió haber pegado aunque dijo que otra persona también le pegó a el, y que a causa de estar sangrando el beneficiado Aldaiturriaga envió al sacristán a decirle que saliera de la iglesia, negando todo lo demás.

Sarachaga tuvo que responder también a ciertas acusaciones de maltrato y amenaza a sacerdotes. Uno de estos conflictos tuvo lugar una noche en la casa y taberna de Francisco de Aldama, jugando a los naipes con el licenciado Francisco de Bañueta, su cuñado Francisco de Cañarte y Juan Francisco Sorrilla, receptor de la Real Chancillería de Valladolid. Sarachaga comentaba que habían empezado a jugar hasta 30 reales a las pintas y, por alguna quimera que tuvieron, Bañueta le dijo que se fuera a jugar al infierno y que quien “con mocosos juega tiene la culpa”, a lo que le reconvino el receptor a que hablase bien, y que no pasó nada más, negando haberle golpeado con un palo.

También negó haber agredido y asaltado en caminos a otros sacerdotes como Juan de Uscategui, excepto al licenciado Peña. En lo que a este respecta, dijo que estando en Saratxo el licenciado le pidió que fuera al valle de Laudio a hacer unas diligencias, a lo que Diego contestó que iría si le pagaba. Entonces, un hermano sastre del cura, cuyo nombre dijo desconocer, le dijo que “de fiar es mi hermano” y que le pagaría al volver. Pero Sarachaga pidió el dinero por adelantado, a lo que el sastre contestó que debían colgar a todos los escribanos y “a Vm el primero”, por lo que sacó la espada y golpeó al sastre. Según su versión, el sacerdote se hirió cuando trató de agarrar el corte de la espada. Como resultado, Felipe de Lezama, que era alcalde ordinario por entonces, ordenó su detención y así se ejecutó.

 

La sentencia

En septiembre de 1663, el alcalde y juez ordinario Domingo de Echeguren condenó a Diego de Sarachaga a retractarse públicamente de las injurias proferidas contra Felipe de Lezama y, en caso de no hacerlo, a 8 años de galeras “a remo y sin sueldo” y al pago de 30.000 maravedís. Alonsa de Larrazabal fue condenada a un año de destierro a una distancia de 3 leguas de Ayala.

Sarachaga apeló al alcalde mayor de la Tierra y posteriormente a la Chancillería de Valladolid, insistiendo en su versión de lo ocurrido el día 15 como germen de todo lo acontecido posteriormente. Diego afirmaba que nunca se dirigió en tales términos despectivos a Felipe sino que hablaba en general hacia su supuesto agresor porque no sabía exactamente quién había sido. En su opinión, era el odio que Lezama tenía a su familia lo que le había llevado a este pleito, aprovechando que Echeguren era alcalde y juez ordinario, ya que era un individuo próximo a la familia, a quien intentaba casar con su hija (lo cual no ocurrió, por cierto). Además, el proceso había pasado ante el escribano Hernando de Velasco, que era primo carnal de Casilda de Sagarribay. Decía que Felipe tenía mucha “mano y poder” en el valle y nadie se había atrevido a defenderle.

La Sala de Alcaldes del Crimen, de la que formaba parte Diego de Sarachaga, rebajó en cierto modo la sentencia emitida por las autoridades ayalesas, imponiendo una pena de destierro de 4 años para madre e hijo, y el pago de 10.000 y 2.000 maravedís respectivamente. Diego terminó por asentarse de manera definitiva en la ciudad de Valladolid.

 

El pleito se puede encontrar en: Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias, Caja 2909, 67