El segundo mayorazgo de los Lezama (1755)

Como decíamos en la entrada anterior, Bartolomé de Lezama Eguiluz no tuvo una vida larga, ya que la muerte le alcanzó en 1706 a los cuarenta y ocho años. No disponemos, al menos de momento, de su testamento ni el de su cónyuge Josefa del Campo, que había muerto aún antes, en 1697. En cuanto a sus hijos, la mayor se casó con Francisco de Retes Campo; José Francisco fue sacerdote y falleció en 1761; y Diego Felipe murió en 1750 con cincuenta y cuatro años sin que tengamos ni un solo dato más sobre su vida.

A quien conocemos mucho mejor es a su primer hijo varón, Felipe de Lezama Eguiluz, nacido el 21 de mayo de 1690 y a la postre heredero del mayorazgo que había fundado su abuelo del mismo nombre. Felipe no tardó en ponerse al frente de la familia tras el fallecimiento de su padre, de manera que fue elegido alcalde ordinario por primera vez en septiembre de 1709, con solamente diecinueve años y, por supuesto, aún soltero (las ordenanzas prohibían ocupar cargos públicos a los solteros, aunque esta disposición no siempre fue cumplida). De hecho, no se casó hasta 1723, momento para el cual ya había sido alcalde ordinario en otra ocasión y síndico procurador general en dos ocasiones. Para manifestar el relevante papel que tuvo en la vida comunitaria ayalesa de la época baste decir que fue teniente del Gobernador durante bastantes años y hasta el momento de su muerte. Lo fue, además, de varios gobernadores distintos, que por estar ausentes la mayor parte del año el ejercicio del cargo recayó de facto en Felipe, y lo desempeñó suficientemente, logrando la aprobación de la gran mayoría del vecindario. Su ocupación como teniente de gobernador impidió que ocupara cargos públicos en Ayala con mayor frecuencia, pero a pesar de ello acudió como procurador de la Tierra a las Juntas Generales alavesas en los cursos 1715-1716, 1716-1717, 1721-1722, mayo de 1723, noviembre de 1727, entre 1735 y 1738 y en 1739-1740.

El 14 de junio de 1723 Felipe contrajo matrimonio con María Francisca de Aldama Sobrado, natural de Okondo y último eslabón de una de las familias más importantes de Ayala desde el siglo XV, sobre la que aún está todo por escribir. Por otro lado, la brillante carrera de Felipe de Lezama quedó truncada con su fallecimiento a las diez de la mañana del día de Santo Tomás del año 1740 a los cincuenta años de edad. Puede que llevara un tiempo enfermo, ya que formalizó su testamento el 27 de septiembre estando ya enfermo en cama.

A pesar de la importancia y categoría del personaje, su testamento es simple y no muy distinto en la forma al de cualquier labrador acomodado. También es cierto que era ya común en su tiempo que los testamentos fuesen más escuetos y menos complejos que en siglos anteriores. Un aspecto en el que se puede apreciar esto son las disposiciones por su alma, pues ya no era tan habitual encargar ingentes cantidades de misas en decenas de templos distintos ni programar complejos rituales de misas y aniversarios. En este sentido, Felipe ordenó que su cuerpo fuera enterrado con el habitual hábito de San Francisco en la iglesia de Santa María y en la sepultura que dispusiera su mujer de entre todas las que poseía. En cuanto al sufragio de su alma, mandó que durante un año se ofreciera la consabida “oblada y candela” con las funciones de entierro, novenario y cabo de año con asistencia de los sacerdotes del Cabildo y todos aquellos que quisiera convocar su mujer. Encargó misas de novena, Apóstoles y San Gregorio, una vez o cuantas quisiera su esposa; doce misas en la ermita de San Silvestre -actual San Roque-, y otras doce en el santuario de Arantzazu; cien misas rezadas en la parroquia y otras cien en el convento de San Francisco de Orduña. Por último, dispuso que durante el año de su fallecimiento se dijeran sendas misas rezadas los lunes y sábados en la parroquia, los lunes en el altar de Nuestra Señora de la Piedad y el sábado en el del Rosario. Son unas disposiciones importantes, dignas de su categoría, pero no tan complejas ni tan cerradas como solía ser frecuente anteriormente, ya que concedió amplio margen a su esposa para cumplir estas funciones, y para otras cosas como veremos.

Por aquel entonces, Felipe y María Francisca tenían por hijos a Manuel Antonio (1729), Juan José (1734), José Ramón (1735), Francisco Gerardo (1738), Pedro Narciso (1739), María Francisca (1726) y Juana Josefa. Sabemos que tuvieron otros dos varones que ya habían fallecido para entonces. Todos los hijos eran menores, muy jóvenes aún, y Felipe solamente les mandó cien reales a cada uno de ellos. Sin embargo, a las dos chicas les dejó la muy apreciable cantidad de quinientos ducados a cada una, los cuales se les entregarían cuando tomasen estado de matrimonio o religioso, o cuando alcanzasen la mayoría de edad.

Por otra parte, Felipe se declaró poseedor del mayorazgo que habían fundado sus abuelos Felipe y Casilda así como de los bienes que agregó su padre Bartolomé por sí y en nombre de Josefa su mujer; en virtud de aquella cláusula del vínculo por la cual el titular podía elegir sucesor entre sus hijos varones, Felipe no se complicó la vida y nombró a su hijo varón mayor, Manuel.

Por lo demás, hay dos aspectos a los que Felipe dedicó especial atención en su testamento, dos temas que sin duda quería dejar atados antes de fallecer. En primer lugar, declaró que había dado permiso a Sebastián de Isasi -esposo de una prima suya- para que construyera una casa nueva en una heredad perteneciente a su Casa de Ugartebechi y junto a ésta. Recordemos que esta casa la había dejado su abuelo a un hijo ilegítimo con la condición de que, en caso de fallecer o de no dejar herederos legítimos, pasara a manos de Bartolomé. Y así debió suceder. Como veremos, por entonces era un bien no vinculado, de libre disposición. Sebastián debía pagarle el valor de la heredad a tasación de Tomás de Garbiras, pero éste había fallecido y, aunque nombraron otros dos tasadores, aún no se había efectuado. Por lo tanto, Felipe dispuso que Sebastián le pagase el importe a su mujer o, en caso contrario, ésta se quedaría con la propiedad. Además, Sebastián le debía otras cantidades de dinero.

Segundo, la cuestión de la dote de su esposa aún no estaba resuelta del todo. Bernabé Antonio de Aldama había prometido donar 3.000 ducados de vellón a su hija María Francisca pero aquel falleció habiendo satisfecho 2.500. Por razón de la herencia materna, Felipe había iniciado un pleito contra su cuñado Juan José de Aldama pero la cosa no llegó a mayores y alcanzaron un acuerdo por el cual Lezama recibió arcas, hierros, escrituras de admunerías de ganados, heredades y montes, que junto a los mencionados 2.500 ducados ascendían a 8.000 o 9.000, una cantidad muy importante. En su testamento, Felipe quería que este tema quedase zanjado.

A pesar de estas diferencias con su familia política, Felipe nombró albacea a su cuñado Juan José junto a su hermano el sacerdote José Francisco de Lezama y el resto de curas de la parroquia. Finalmente, dio poder a su esposa para que, por medio de testamento u otra cualesquiera vía, distribuyera sus bienes entre los hijos según fuese su voluntad y nombrase heredero entre ellos. Era un poder sin limitación “atendiendo a su mucha Cristiandad y confiando cuidara de la heducazion y crianza” de los hijos y la nombró tutora y curadora de todos ellos y administradora y usufructuaria de todos los bienes.

Felipe abandonó este mundo de manera prematura nombrando sucesor del mayorazgo que había gozado y dando plenos poderes a su esposa para que administrase todos sus bienes hasta que llegase la hora de legarlos a la siguiente generación, de la manera que quisiera -a excepción de los bienes vinculados, que serían para Manuel, claro está-. No disponemos del testamento de María Francisca de Aldama Sobrado y, de hecho, no sabemos cuándo falleció. Pero lo relativo al legado de su difunto marido, o la mayor parte de él, lo dispuso mediante una escritura de fundación de mayorazgo que otorgó ante el escribano Domingo Martín de Oribe el 20 de diciembre de 1755. Por aquel entonces, era vecina de su localidad natal, el Valle de Oquendo, probablemente porque su hermano Francisco Antonio, heredero del mayorazgo de Izaga en aquel lugar, se había ido a América y a ella le había correspondido vía judicial la administración de ese patrimonio. María Francisca era la heredera de Francisco Antonio, de manera que dispuso que, si recaía en ella dicho mayorazgo, éste fuese para su hijo Manuel de Lezama. Y así ocurrió.

Para entonces, sus hijos José Ramón y Francisco Gerardo habían fallecido, de manera que le quedaban cinco vástagos. María Francisca había entrado como religiosa en el convento de Santa Clara de Orduña y ya le había pagado lo que Felipe había dispuesto. Además, Aldama estableció el pago anual de cien reales por el día de Todos los Santos de forma vitalicia. Por su parte, Juana Josefa se había casado con Francisco Antonio de Murga Arza y ya le había pagado toda la dote; Murga, perteneciente a una importante familia de Respaldiza, falleció tempranamente, de manera que Juana se casó en 1757 con José Ventura de Villodas Ibarrola, un personaje descollante en su época, como no podía ser menos dado el status socioeconómico de los Lezama.

El segundo hijo varón, Juan José, de veintiún años por entonces, “camina[ba] en los estudios a fin de lograr el estado sacerdotal a que se inclina” de manera que su madre dispuso que se le asistiera en todos los gastos necesarios hasta que se ordenara sacerdote. Pero, por si acaso cambiaba de voluntad y decidía no ordenarse, solo le pagarían ciento cincuenta pesos, que podían dárselos “si quisiera ir a yndias”. Sabemos que Juan José falleció en Okondo en 1791.

Lo curioso es que al tercer varón, Pedro Narciso, María Francisca le apartó con los escasos cien reales que le había legado su padre y con la simbólica cantidad de diez maravedís, una teja y un árbol. Por lo tanto, puede decirse que Pedro fue prácticamente desheredado por su madre. Sin embargo, no tenía más que dieciséis años, por lo que  quizá su madre previera darle mayores medios para su sustento más adelante. En cualquier caso, desconocemos qué fue de esta persona.

Pues bien, como decíamos, María Francisca fundó un nuevo mayorazgo en el que se incluyeron los siguientes bienes:

  • Unos molinos con sus pertenecidos en jurisdicción de Larrinbe que habían comprado a Antonio de Salazar y sus acreedores y que fabricaron “e hicieron fabricas de su planta” abriendo los calces y haciendo presa nueva, junto a una casa que tenían los molinos también de nueva planta. Los pertenecidos los habían comprado. Se trata de los molinos de Borinobarria, que aparecen con este nombre más adelante en la misma escritura.
  • Una casa en Larrinbe con todos sus pertenecidos “que está entre otras de Gregorio de Ugarte y Joseph de Orue pegante al camino real que se ba del campo de launco a el de la ermita de san mames”. Sería la casa de Izadar que se mencionaba en el testamento de Felipe y Casilda.
  • Unos molinos en Saratxo con su casa nueva, heredades, montes y demás, que había llevado como dote al matrimonio Josefa del Campo. Ésta, en su testamento, dejó poder a su marido para que dispusiera de sus bienes entre sus hijos, y Bartolomé en el suyo dio poder a su hermano Francisco de Lezama Eguiluz, Vicario de Ayala. Fue éste quien añadió estas propiedades al vínculo fundado por Felipe y Casilda. Por lo tanto, la agregación de estos bienes al mayorazgo que estaba fundando María Francisca era únicamente condicional: “si por no haber dejado dha Dª Josepha del Campo orden espresa de que se iziese dha agregacion y por esta razon faltase la fuerza de ella”. Es decir, por si la vinculación realizada por Francisco era impugnada por no haber sido expresamente dispuesta por Josefa; en ese caso, se añadirían estos molinos al nuevo vínculo. Estaban en el término de Abendui.
  • Unos molinos nuevos en Amurrio “llamados de querejeta que también fabricamos de nueba planta” durante su matrimonio, con las heredades de pan sembrar que habían comprado. De hecho, también compraron los sitios de dichos molinos, aunque no sabemos a quién. Tampoco queda claro si los nuevos molinos sustituyeron a otros viejos o fueron construidos totalmente de nueva planta. Lo que sí sabemos es que se trata de la casa de Querejeta, también conocida como molino Campo, que además aún luce el escudo de los Lezama en una de sus fachadas.
  • Una casa con sus pertenecidos “en donde llaman orbezar” (Oruezar) en Amurrio. Se dice que estaba cerca de la casa nueva de Cristóbal de Garbiras, marido de Asensia de Isasi, hija del ya mencionado Sebastián. “Por ser dha casa de orbezar antiquisima”, le correspondían los árboles antiguos y modernos sitos en el campo llamado Orbezar y el mismo campo, de manera que la casa nueva solo tendría su propio sitio. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que se habla de la misma casa sobre la que se trataba en el testamento de Felipe, parece que esta casa ahora llamada de Oruezar es la misma que entonces figuraba como Ugartebechi.
  • La casa de Ugartebechi sita en el barrio de Ugarte con todos sus pertenecidos. No se dice más. Creemos que puede tratarse de la casa de Ugarte que Felipe y Casilda reservaron en su testamento para su hijo Domingo, sacerdote, que no fue vinculada. De esta manera, tendríamos dos casas nombradas Ugartebechi: una en Ugarte y otra en Orue.
  • La casería de Zaballa y su accesoria que habían comprado al convento de San Francisco de Orduña, y media casa aneja a la accesoria que la “ube comprado de rosa de lezama hija y heredera de D. Andres de Lezama”. Sabemos que, el año siguiente, Manuel y su esposa hipotecaron una “casa titulada de Zaualla”, lo cual no habrían podido hacer de haber estado vinculada. En la escritura de fundación, Aldama se reservó 3.000 ducados en dinero a recibir en el plazo de dos años, y en caso contrario se quedaría con la casería de Zaballa, su accesoria y pertenecidos por la cantidad en que se compró, y la parte que faltase a su elección. Pasado el plazo, María Francisca, que era vecina de Respaldiza -con su hija, a buen seguro-, demandó a su hijo por no haberle dado los 3.000 ducados.
  • Una sepultura en la primera hilera de la iglesia, al lado del evangelio, confinante con la de la casa de Intxaurdui y la de “la casa de sarin”.
  • Otra serie de bienes como unas heredades en Belandia, una heredad en Luyando cerca de la ferrería, diversos montes y muchos bienes muebles que se describen
  • Un número importante de censos, que son los siguientes: contra un vecino de Larrinbe, tres contra la casa de Urrutiko que estaba concursada, otros contra la casa de Latatu en Amurrio que era propia de Martín de Otaola, otro de la casa de Aldaiturriaga propia de Francisco de Aguirre, otro de la casería de José de Beraza, los de la “caseria de querejeta” propia de Matías de Orue, otro de las caserías de Oribay propias de Francisco de Sagarribay, otro de una casa de Manuel de Acha en Luyando, otro de la casa de José de Otaola en Olabezar, otro de la casería de Fabián de Mugaburu y otro que debía la casería de Intxaurdui que era propia de María de Sarachaga, vecina de Luyando

María Francisca llamó en primer lugar al mayorazgo a su hijo Manuel de Lezama, de manera que gozaría no solo del mayorazgo fundado por Felipe y Casilda sino también de este nuevo creado por su madre. Y, con el tiempo, recibiría también el mayorazgo de Izaga en Okondo, lo cual nos da idea de la magnitud de los bienes que quedaron bajo su poder. Manuel contrajo matrimonio solo ocho días después de que su madre otorgase la mencionada escritura, en la que aquel figura como capitán de las milicias de Cantabria. Su cónyuge fue Francisca Antonia de Amechazurra Berrio, al parecer nacida en la burgalesa localidad de Arza, si bien parece que sus padres, Domingo de Amechazurra Velasco y Francisca Antonia de Berrio Quincoces, se asentaron pronto en Orduña, de donde fue natural ella. De hecho, sabemos que Francisca Antonia fue tutoreada por su tío José Jorge de Berrio.

Manuel tenía veintiséis años por entonces, ya que había nacido en mayo de 1729. A diferencia de su padre, apenas tuvo protagonismo alguno en el desempeño de cargos públicos de Ayala, ya que solo nos consta que fue síndico procurador general en 1762, año en que acudió como tal a las Juntas alavesas, y también lo hizo en mayo de 1763. No ocupó más cargos en su vida (en Ayala, sí lo haría en Amurrio seguramente). Ingresó en 1769 en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País como socio de mérito y, al parecer, trató de establecer en Amurrio una fábrica de carruajes, lo que no se habría llegado a efectuar.

Es en un informe de la Bascongada donde encontramos una curiosa información remitida por Manuel, la cual merece la pena reproducir en estos tiempos actuales marcados por una pandemia. Corría el año 1771 y comentaba Manuel que se estaba ganando al cirujano local “leyendole sucesivamente quantos avisos en el asunto daban las Gacetas” y le tenía dispuesto a hacer experimentos relativos a la inoculación cuando se presentase la viruela. Y así ocurrió que un niño de diez años llamado Domingo Galindez presentó síntomas. El propio Lezama dice que “repetidas veces había yo alentado a mi muger (sin fruto) sobre que hiciesemos inocular los hijos” y uno de ellos, Joaquín, de diez años, “hallandose un día holgando con otros niños y niñas de su edad”, los animó a que subieran a ver al enfermo y hablando allí mismo de la inoculación dispuso el ánimo de una niña de nueve años a ser inoculada. Se trataba de Manuelita de Solar, que por lo que sabemos fue hija precisamente de un cirujano, ya fallecido para entonces.

Joaquín soltó una pequeña postilla que la niña tenía en la mano “y asomó alguna corta humedad de sangre aguada”, tomó materia de una viruela y la depositó bajo la postilla cerrándola con ella. A los siete días la muchacha ya tenía la enfermedad “pero con tal felicidad, que depuesta su malicia las experimentó de la mejor calidad que pueden desearse”. El propio Joaquín se inoculó a sí mismo después de herirse con una navaja en el índice de la mano siniestra. Y a partir de entonces la viruela no tuvo la virulencia que sufrió Galindez sino “una tan benigna como la que tuvieron los inoculados”, de manera que habiéndose contagiado gentes de todas las edades, solo murieron una niña de pecho y una chica de 18 años muy gruesa, que se sofocó. Dice Lezama que todos se fiaron de la benignidad de la epidemia y trataban de contagiarse comunicándose con los enfermos. Así lo habían hecho los seis hermanos de Joaquín que iban y venían a su cuarto para jugar con el, contrayendo el mal y pasándolo los seis juntos. Galindez heredaría en el futuro su caserío natal en el barrio Elexondo mientras que Solar falleció en 1782.

Manuel falleció el 18 de diciembre de 1777 con tan solo cuarenta y ocho años al igual que su abuelo. Esta tendencia a la muerte prematura se mantendrá en los siguientes poseedores de los mayorazgos de los Lezama. Su esposa es posible que falleciera en Gordejuela, quizá en 1794. Lo que sabemos es que, en los años ochenta, Francisca Antonia era vecina de Okondo cuando, como curadora de su hijo Serafín, residente en Madrid, pleiteó con su hijo mayor José María sobre la posesión del mayorazgo de Izaga. El heredero de los dos mayorazgos de Amurrio y alrededores fue dicho José María, que a diferencia de su padre fue escribano como sus ancestros y falleció en 1795 con tan solo treinta y siete años. No parece que las relaciones con su madre fueran buenas, ya que también pleiteó con ella en 1784-85 cuando exigió a José María el cumplimiento de dos escrituras que le obligaban al pago de 300 ducados anuales por alimentos. Éste alegaba que era una cantidad desproporcionada habida cuenta sus rentas y que había firmado las escrituras siendo menor de edad.